Comparto este escrito publicado en Peru21 hoy 27 de julio. Considero que además de estar bien escrito toca aspectos de fundamental importancia con la metáfora recordatoria de una celebración que quedo en la historia.
Ricardo Vásquez Kunze, Desayuno con diamantes
Ricardo Vásquez Kunze, Desayuno con diamantes
El futuro Gran Mariscal ya estaba listo muy temprano por la mañana. El
clima no era el mejor para una fiesta, pero el ambiente de sus
partidarios era exultante. Vestido con su uniforme de gala, el coronel
de Artillería repasaba el espléndido programa. Pedro Manuel García
Naranjo, arzobispo de Lima, ya lo estaba esperando en la catedral.
Mientras, en Palacio, todo quedaba al punto para el besamanos del Cuerpo
Diplomático.
Una gran tensión crispaba desde hacía un mes a los embajadores de
las potencias acreditadas, pero el presidente provisorio no estaba ese
día para caras de circunstancia. Cuando el edecán le informó de que ya
era hora, Óscar R. Benavides salió de Palacio con honores de la Guardia.
Afuera una multitud festiva daba vivas al Perú y hurras al coronel. El
presidente no se inmutó cuando muy cerca de él alguien gritó “¡viva
Billinghurst!” y fue molido a golpes. Hacía apenas seis meses que el
coronel lo había derrocado en nombre de la Constitución oligárquica
cuyos representantes, de etiqueta, lo saludaban, sombrero en mano, al
pie de la catedral. El Te Deum dio inicio. Era el día de la Patria.
Más tarde el presidente recibía en Palacio a los plenipotenciarios
de los países amigos. Hubo un gran revuelo cuando los de Francia y
Alemania se saludaron cortantes ante la angustiada mirada del embajador
inglés y la expectativa del americano. Pero era el aniversario del Perú y
muy pronto volvió a reinar “la engañosa placidez de la belle époque,
instalada en la dilatada continuación de casi tres lustros del siglo XIX, generoso y fructífero, que no acababa de pasar”.
Así, todavía con Europa como referente de civilización, las copas de
champaña se alzaron en honor del Perú mientras tronaban los 101
cañonazos que saludaban marciales su independencia. Afuera las campanas
de la Catedral anunciaban las 12 del mediodía, “pero en el reloj de la
Historia era el crepúsculo, y el sol del viejo mundo se estaba poniendo,
con un moribundo esplendor que nunca se vería otra vez”. Porque, en
efecto, exactamente hace 100 años, aquel 28 de julio de 1914, el imperio
austro-húngaro le declaraba la guerra a Serbia y con ello daba inicio
la Primera Guerra Mundial.
Fue una catástrofe sin precedentes para la humanidad y el mundo
conocido se desvaneció de repente. Los grandes imperios supérstites del
antiguo régimen se extinguieron tocados por el rayo fulminante de la
Historia. Austro-Hungría desapareció del mapa sin pena ni gloria. El
Káiser fugó y dejó a Alemania en el caos y el resentimiento. Rusia cayó
en el bolchevismo y el zar y su familia fueron asesinados. A los
vencedores no les fue mejor. Francia y su imperio colonial terminaron
exhaustos en su postrer esfuerzo por restablecer su antigua gloria. Y el
león británico rugió por última vez como amo del mundo. El tiempo de
Europa había llegado a su fin.
Pero nadie lo sabía aún aquel 28 de julio de 1914 cuando en Lima se
celebraban las Fiestas Patrias. Vistas las cosas a 100 años de
distancia, no deja de encerrar un profundo simbolismo que los grandes
imperios festejaran juntos, ese día por última vez, ante el presidente
del Perú, el advenimiento de una república que nació contra el
colonialismo, el despotismo y la autocracia que ellos encarnaban.
Quién podía haber imaginado entonces que esos grandes imperios no
eran más que carcasas que no podrían resistir la velocidad apabullante
de la Historia. Herederos de instituciones caducas diseñadas en función
de un “derecho divino”, ya para entonces increíble, el crédito de su
legitimidad había vencido hace mucho. La Gran Guerra simplemente les
cobró la factura y las repúblicas y las democracias les tomaron la
posta.
Por ello, no resulta ocioso reflexionar un siglo después sobre el
estado calamitoso de nuestras propias instituciones y virtudes
republicanas. El Perú debería ser mucho más que el circo, las ferias y
las comilonas. La Historia no perdona la decadencia. Y eso es tan cierto
para “aquel 28” como para el de mañana.
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