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jueves, 25 de enero de 2018

Comentarios al articulo sobre Leguía





¿A quien le interesa que siga la corrupción?

Teniendo como referencia mi escrito sobre Leguía he planteado a manera de interrogantes las siguientes:

¿A quién le interesa que se detenga la corrupción?, y 
¿A quién le interesa que la corrupción siga solapadamente?
¿A quien le interesa que siga la corrupción?

La evidencia muestra que a los lobys que tienen como objetivo la expansion de los negociados  y el control y absoluto del dominio sobre los recursos naturales, y del sistema económico y productivo del país.

Dejando aparte consideraciones éticas y morales la Corrupción es la más miserable arma utilizada por estos lobys para someter a todos los dirigentes fácticos del mundo a su soberana voluntad. 

Al poder neoliberal de turno (o a sus modalidades encubiertas) siempre le interesa que la corrupción continue. !Es su caldo de cultivo¡

¿Qué es el Poder?

Para Michel Foucault él, el poder no puede ser localizado en una institución o en el Estado; por lo tanto, la "toma de poder" planteada por el marxismo no sería posible. El poder no es considerado como un objeto que el individuo cede al soberano (concepción contractual jurídico-política), sino que es una relación de fuerzas, una situación estratégica en una sociedad en un momento determinado. Por lo tanto, el poder, al ser resultado de relaciones de poder, está en todas partes.

El sujeto está atravesado por relaciones de poder, no puede ser considerado independientemente de ellas. El poder, para Foucault, no sólo reprime, sino que también produce: produce efectos de verdad, produce saber, en el sentido de conocimiento.

Michel Foucault destaca el levantamiento de un biopoder que impregna el pretérito derecho de vida y muerte que el soberano se arrogaba y que intenta convertir la vida en objeto utilizable por parte del poder. En este sentido, la vida sistematizada, esto es, convertida en sistema de análisis por y para el poder, debe ser protegida, transformada y esparcida. 

Foucault distingue dos técnicas de biopoder que surgen en los siglos XVII y XVIII; la primera de ella es la técnica disciplinaria o anatomía política, que se caracteriza por ser una tecnología individualizante del poder, basada en el escrutar en los individuos, sus comportamientos y su cuerpo con el fin de anatomizarlos, es decir, producir cuerpos dóciles y fragmentados.

Está basada en la disciplina como instrumento de control del cuerpo social, penetrando en él hasta llegar hasta sus átomos: los individuos particulares. Vigilancia, control, intensificación del rendimiento, multiplicación de capacidades, emplazamiento, utilidad, etc. Todas estas categorías aplicadas al individuo concreto constituyen una disciplina anatomopolítica.

El segundo grupo de técnicas de poder es la biopolítica, que tiene como objeto a poblaciones humanas, grupos de seres vivos regidos por procesos y leyes biológicas. Esta entidad biológica posee tasas conmensurables de natalidad, mortalidad, morbilidad, movilidad en los territorios, etc., que pueden usarse para controlarla en la dirección que se desee.

De este modo, según la perspectiva foucaultiana, el poder se torna materialista y menos jurídico, ya que ahora debe tratar respectivamente, a través de las técnicas señaladas, con el cuerpo y la vida, con el individuo y la especie. Para el autor, el desarrollo del biopoder y sus técnicas constituyen una verdadera revolución en la historia de la especie humana, ya que la vida está completamente invadida y gestionada por el poder.

Los efectos del biopoder hicieron que las sociedades se volvieran normalizadoras, usando como pretexto la ley, y las resistencias a dicho poder entraron al campo de batalla que éste delimitó previamente, ya que se centraron justamente en el derecho a la vida, al cuerpo, desplazando a otros objetos de luchas. 

Desde Nietzsche, se puede decir que casi todas las actividades del hombre obedecen a la voluntad de poder. En otras palabras, fuera de lo meramente metafísico, Foucault dirá que se debe analizar los mecanismos, estrategias y formas fácticas en que se desarrolla, opera y funciona el poder.

Referencia: consultar mi Blog BONUS VITA

http://homosacervii.blogspot.pe/2017/11/el-poder-foucault.html


Con estas premisas podemos dilucidar las siguientes interrogantes:
¿Quién derrocó a Leguía?,  ¿Cambio el poder?, ¿Cuáles fueron los nuevos intereses que se hicieron del poder?

Quien fue Augusto B. Leguía




Leguía era un hombre de negocios muy hábil, hizo fortuna con la industria azucarera y en el sector de la venta de seguros. Inició su militancia política en el Partido Civil. Fue Ministro de Hacienda y Comercio durante los gobiernos de Manuel Candamo Iriarte y Serapio Calderón, entre 1903 y 1904. Luego, conservando el mismo portafolio, fue Presidente del Consejo de Ministros del primer gobierno José Pardo y Barreda, entre 1904 y 1907. Ganó enseguida las elecciones presidenciales de 1908, y gobernó hasta 1912.

Durante este primer período enfrentó problemas limítrofes con los cinco países vecinos, de los cuales sólo logró solucionar definitivamente aquellos que mantenía con Brasil (Tratado Velarde-Río Branco, 8 de septiembre de 1909) y Bolivia (Tratado Polo-Bustamante, 17 de septiembre de 1909).

En el orden interno afrontó también mucha turbulencia. Enfrentó con valentía una intentona golpista promovida por el hermano y los hijos de Nicolás de Piérola. Se separó del Partido Civil, que se fraccionó en dos. Tras finalizar su mandato, sufrió el acoso del nuevo gobierno de Guillermo Billinghurst y partió al exilio.

De vuelta en el Perú en 1919, participó en las elecciones presidenciales de ese año, convocadas por el presidente José Pardo (que ejercía entonces la presidencia por segunda vez). Se vislumbraba ya su triunfo, pero, temiendo que el gobierno no respetase el resultado, el 4 de julio de 1919 dio un golpe de Estado, apoyado por la gendarmería.

Asumió el poder como presidente provisorio y disolvió el Congreso, convocando en su reemplazo a una Asamblea Nacional, cuya misión sería consagrar importantes reformas constitucionales. Este nuevo Parlamento lo eligió Presidente Constitucional el 12 de octubre de 1919, y dio una nueva carta política en reemplazo de la vieja Constitución de 1860 (Constitución de 1920).

Leguía se perennizó en el poder, reeligiéndose en 1924 y en 1929, tras sendas reformas constitucionales. Denominó a su gobierno como la «Patria Nueva», pues pretendía que con él se iniciaba la modernidad en el país.

Durante este largo mandato, Lima fue modernizada mediante la ejecución de obras públicas, financiadas mediante empréstitos y cuyo fin inmediato fue festejar apoteósicamente el Centenario de la Independencia Nacional en 1921.




Creó el Banco de Reserva y el Banco Central Hipotecario, así como los Estancos de Alcohol, Naipes y Fósforos. Legalizó las comunidades indígenas. Creó la Guardia Civil del Perú. Fomento la construcción de carreteras y obras de irrigación.

Firmó el Tratado de Límites con Colombia (24 de marzo de 1922) y el Tratado de Límites con Chile (3 de junio de 1929), tratados muy controversiales que han motivado que se califique a Leguía de «entreguista», pero que tuvieron el mérito de poner fin a largas disputas con dichas naciones, que anteriores gobiernos no pudieron resolver.

Luego de once años de gobierno consecutivo (periodo conocido como el Oncenio), Leguía fue derrocado por el teniente coronel EP Sánchez Cerro, el 25 de agosto de 1930, siendo luego apresado e internado en el Panóptico de Lima. Allí enfermó gravemente y tuvo que ser trasladado al Hospital Naval del Callao, donde falleció en 1932.

¿Qué representaba el oscuro Sanchez Cerro?.

Luis Miguel Sánchez Cerro (Piura, 12 de agosto de 1889 - Lima, 30 de abril de 1933) fue un militar y político peruano, que ocupó la presidencia del Perú en dos ocasiones: la primera, del 27 de agosto de 1930 al 1 de marzo de 1931, como Presidente de una Junta de Gobierno instalada luego que derrocara al presidente Augusto B. Leguía; y la segunda, como Presidente Constitucional, luego de ganar unas reñidas elecciones en 1931, a la cabeza de su partido, la Unión Revolucionaria.

Sanchez Cerro fundo el partido Unión Revolucionaria, cuya ideología era fascista. este partido propugnaba una sociedad totalitaria a semejanza del modelo fascista italiano de Benito Musolini.

La UR. era un partido que tenía un odio ventral al APRA, al pueblo, a los japoneses y a los chinos. Fue el partido de la ultra derecha peruana.

La UR estuvo en contra del gobierno del presidente Benavides, en cuyo gobierno se organizaron los grupos de "camisas negras" para luchar contra el APRA. La xenofobia de la UR. fue tal que en 1936, cuando las elecciones fueron ganadas por Luis Antonio Eguguren, fueron anuladas por orden de Benavides, con el argumento de que había ganado con votos del APRA.

Sánchez Cerro inauguró su gobierno el 8 de diciembre de 1931, contando con mayoría parlamentaria. Su grupo político era la Unión Revolucionaria, en el que destacaba el doctor Luis A. Flores. El Congreso lo ascendió al grado de General de Brigada y pasó a discutir una nueva Constitución, que fue promulgada el 9 de abril de 1933.

El nuevo gobierno se inició contando con una intensa oposición del partido aprista, que desconoció su triunfo. 

Ante esta situación, el Congreso aprobó leyes severas, entre ellas una llamada Ley de Emergencia,​ que dio al gobierno poderes especiales para reprimir a los opositores, en especial a los apristas. Sanchez Cerro dispuso apresar y deportar a los principales líderes apristas y a los 23 integrantes de la célula parlamentaria aprista.

En la mañana del 30 de abril de 1933 Sánchez Cerro pasaba revista a las tropas que iban a combatir en el conflicto armado con Colombia y que estaban reunidas en el Hipódromo de Santa Beatriz (hoy Campo de Marte), en el distrito de Jesús María, en donde fue asesinado de varios disparos.




El Congreso llamó al Ejército a poner orden y eligió ese mismo día al general Óscar R. Benavides para que terminara el período presidencial de Sánchez Cerro (que debió culminar en 1936). Uno de los primeros actos del nuevo gobierno fue el arreglo de la paz con Colombia.

Posteriormente la UR apoyó a Manuel Prado (aliado de Benavides) y despues apoyaron a Manuel A. Odría.

Como vemos siempre la Oligarquía, o el poder de la derecha siempre ha estado presente en nuestra historia.

Hoy día esta situación no ha cambiado, sigue la misma actitud xenófoba, magistralmente orquestada por la prensa y los medios comprados, los gabinetes de este régimen parecen los mismos de la época del oncenio, y la actitud en contra del Perú se mantiene semejante, entreguista y coimera.

Referencias:
Basadre Grohmann, Jorge: Historia de la República del Perú (1822 - 1933), Tomos 14, 15 y 16. Editada por la Empresa Editora El Comercio S. A. Lima, 2005.
Guerra, Margarita: Historia General del Perú. Tomo XII. La República Contemporánea (1919-1950). Primera Edición. Editorial Milla Batres. Lima, Perú, 1984
Villanueva, Armando – Thorndike, Guillermo: La Gran Persecución. Lima, 2004




Leguía y las fronteras:

Leguía y las fronteras




09 de Febrero del 2012 - 04:04 Aldo Mariátegui

- ¿Cómo un historiador como el marxista Tony Zapata puede olvidar en una reciente columna que Leguía cerró también las fronteras con Brasil y Bolivia en 1909, durante su primer gobierno, aparte de hacer lo mismo con Chile y Colombia en el segundo? Para que vean lo folclórico que era nuestro país (y lo importante que fue Leguía en darle una forma moderna de Estado), ya que no teníamos unos límites claramente establecidos con todos nuestros vecinos a casi 100 años de haber expulsado a los españoles.

Mismo el África subsahariana actual...

Y nuestros vecinos también tenían tantos reclamos y argumentos válidos como los teníamos nosotros (a pesar de que el principio del "utis possidetis" nos favorecía), así que no nos confiemos muy ciegamente en esos decimonónicos mapas que presentan inmenso al Perú y como una víctima del resto (tendencia que cual espejo uno también encuentra en los países vecinos cuando revisas sus historias locales. Ellos también piensan que todos les quitaron algo). Dado que a la administración colonial española no le interesó fijar límites muy precisos (porque nunca pensaron que los iban a expulsar y no les parecía especialmente importante ponerse a delimitar los bordes de territorios que al fin y al cabo era todos suyos en conjunto. Tampoco la precaria ciencia y los elementales conocimientos de geografía/topografía de aquel entonces les ayudaron mucho) entre sus posesiones, los linderos eran muy aproximados y no quedaba más que ponerse a negociarlos.

De poco servía tener un mapa con un Perú inmenso si el resto no te reconocía como tal (ser revisionista con la Historia propia no te hace muy popular, pero hay que mirar la realidad tal como fue y es). A Leguía solo le faltó Ecuador, un tema difícil que tuvo que esperar hasta finales de los años 90, cuando nuestro vecino norteño finalmente admitió la validez del Protocolo de Río de Janeiro, firmado en 1942. A menudo se le critica a Leguía que haya cedido Leticia a Colombia, pero -como bien me explicó una vez el historiador Félix Denegri Luna- eso fue producto de una ingeniosa maniobra para poder encarar la devolución de Tacna y Arica con Chile (la selva amazónica en aquel entonces era muy remota y no se le veía como un activo interesante). Además, Colombia nos dio el territorio de Sucumbios a cambio (y como los peruanos somos tontos de capirote, le cedimos Sucumbios a Ecuador al firmar el Protocolo antes mencionado. ¡Debemos ser el único país del mundo que gana una guerra y entrega territorios! Lo más trágico es que luego Ecuador descubrió allí grandes cantidades de petróleo), algo que no nos enseñan ni en el colegio ni en la universidad, y así Leguía queda como un entreguista.

De esta forma, el propósito de Leguía fue romper el hostil y unido frente norte -que ya en 1916 ambos habían pretendido repartirse toda la Amazonía peruana- para poder concentrarse en los complicados tratos con Chile. Satisfecha Colombia y siendo Ecuador un peligro mucho más pequeño al perder a su aliado, Leguía ya pudo presionar al presidente chileno Ibáñez y lograr de este la famosa "mitaya" (que viene a ser nuestro "mita/mita") que ofreció y que los chilenos, tras 50 años, nos devuelvan Tacna sin disparar un tiro, además de arrancarle usos portuarios y algunos derechos más sobre Arica.

Así, Leguía cerró -en forma realista y de acuerdo al poco poderío económico-militar del país- cuatro de nuestras cinco fronteras en sus dos periodos (1908-1912 y el "Oncenio") sin meternos en ninguna guerra.

No es poco.

https://diariocorreo.pe/opinion/leguia-y-las-fronteras-396048/

Deuda y corrupción

Deuda externa y corrupción con Augusto B. Leguía.- Sólo en una de sus múltiples coimas, Juan Leguía Swayne, hijo y testaferro de Leguía, fue sobornado con el equivalente de once millones seiscientos mil dólares del día de hoy.- La orgía financiera en el Perú entre 1919 y 1929

“Difícilmente podía el Presidente Leguía ignorar el hecho de que sus hijos y muchos de sus parientes y amigos recibían millones de dólares como comisiones y utilidades provenientes de los empréstitos extranjeros y contratos de obras públicas. A veces fueron las propias firmas estadounidenses las que pagaron directamente las comisiones a su hijo y amigos. Sus hijos también lucraron con las utilidades de los monopolios estatales y, especialmente, con las concesiones para explotar casas de juego en toda la república, un mal que [Leguía] tuvo que legalizar haciendo modificar la disposición constitucional que prohibía el funcionamiento de casas de juego.”

Dennis 1930, 118

Link

https://cavb.blogspot.pe/2012/06/deuda-externa-y-corrupcion-en-el.html

El Oncenio de Leguía

Inicio » Periodo Independiente » República » El Oncenio de Leguía
El oncenio de Leguía, fue un gobierno que dejó profunda huella en nuestra historia del siglo XX. Este gobierno se resume en entreguismo total al capital extranjero y con los países vecinos, corrupción a niveles extremos, atropello de las instituciones del Estado y autoritarismo.

Con este gobierno el Perú se convirtió en satélite del capital de EE.UU., ante la crisis del capitalismo inglés después de la Primera Guerra Mundial. Esta condición de dependencia de EE.UU. que se mantiene hasta este siglo XXI.

Augusto B. Leguia

Augusto B. Leguía inspira a los gobernantes de nuestro país, hacia un autoritarismo y permanencia en el poder; Leguía inspira a los gobernantes a anular las propuestas y organizaciones no acólitas a su persona y gobierno; inspira a hacer obras sin importar los medios ni los costos, sólo el “quedar bien”. Al final Leguía cayó por su torpe política económica  basada en la “adicción” a los préstamos usureros de la banca de EE.UU. que hizo del Perú un país débil ante las fluctuaciones del capitalismo mundial.

Concepto
El oncenio fue una etapa de nuestra historia donde se estableció una dictadura cívica dirigida por Augusto B. Leguía, cuyo gobierno favoreció la penetración de capitales de EE.UU. en nuestra economía haciéndolo dependiente de la banca de EE.UU. Los civilistas fueron desplazados del poder político.

Economía
Los rasgos economicos más importantes del Oncenio de Leguía fueron:
El gradual, pero contundente desplazamiento del capital británico por el norteamericano, que si bien se inicio con la fuerte inversión en la Cerro de Pasco Corporation durante el gobierno de López de Romaña, alcanzo su apogeo con el oncenio de leguía.

La consolidación  de los enclaves o concesiones de nuestro territorio y soberania a empresas extranjeras para que exploten nuestros recursos naturales. La entrega a perpetuidad de los ferrocarriles según la ley 6281 de noviembre de 1924. La dictadura descarto el acuerdo de concesión por 66 años de nuestros ferrocarriles a la Peruvian Corporation y le concedio para siempre la administración.

Mineria en el Peru Aristocratico

 El abuso del endeudamiento externo promocionado por EE.UU. que necesitaba expandir sus áreas de inversión, incluso indirecta (empréstitos a gobierno) sin preocuparse de la productividad de los proyectos financiados por el gobierno sino de la colocación- interés y garantías.

La injerencia creciente del gobierno norteamericano y sus técnicos en diferentes aspectos de la vida nacional durante el Oncenio de Leguía.

Presiones de la banca privada principalmente extranjera cuyos intereses prevalecieron para la creación del Banco de Reserva del Perú el 9 de marzo de 1922 sobre el molde del Federal Reserve Bank de EE.UU. En el directorio del Banco de Reserva se acreditarón 10 directores: 7 de la banca privada en especial extranjera y 3 del estado.

Política
Oncenio de Leguia

Como recordamos Leguía ocupó la presidencia durante la República Aristocrática (1908- 1912) con el apoyo civilista de José Pardo, de quien fue ministro de hacienda. En 1919 Leguía canceló la República Aristocrática, derrocando al mismo José Pardo. La crisis de la República Aristocrática era insalvable, no solo por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial cuya marejada produjo una gran inflación y la protesta del Movimiento Obrero que arrancó de José Pardo las célebres leyes obreras. Los obreros, los empleados, los militares de mediana o baja graduación, artesanos, comerciantes y empleados públicos descontentos encontraron su esperanza en la candidatura de 

Leguía para las elecciones de 1919.
El 18 de Enero de 1920 Augusto B. Leguía promulgó la constitución de 1920 para darle el marco jurídico a su gobierno que luego ha de llamar la “Patria nueva”

El congreso promulgó el 18 de setiembre de 1923 la enmienda de la constitución para permitir la reelección de Augusto B. Leguía para 1924 como su segundo mandato consecutivo, también en 1927; al acercarse la culminación de 5 años constitucionales volvió a presionar al congreso, tenía “mayoría”, para promulgar la ley 5857, que modificó la constitución de nuevo permitiendo una reelección indefinida. Según los legistas, era preciso un hombre  extraordinario; los gobernantes mediocres no permanecen en el poder.

Leguía se hizo reelegir en agosto de 1929 como presidente para un tercer periodo presidencial hasta 1934, pero fue derrocado en 1930 por Luis M. Sánchez Cerro.

Fin del oncenio de A. B. Leguía
La caída del oncenio se produjo rápidamente como consecuencia de la crisis mundial del capitalismo, especialmente el norteamericano que se evidenció con la quiebra de la bolsa de Valores de Nueva York (24 de octubre de 1929) en el “Jueves negro”. La caída de las acciones y la liquidación de importantes transnacionales arrastró a sus sucursales en Latinoamérica. No se vendían más nuestras materias primas o los precios cayeron estrepitosamente. En la caída del oncenio también se paralizaron las obras públicas y las actividades en los enclaves de provincias, generándose un desempleo inmenso: minería, migraciones a Lima, protestas, actividades subversivas, etc.

Las dictaduras pro-EE.UU. en Latinoamérica cayeron en serie: Hernando siles en Bolivia; Carlos Ibáñez en Chile; Washington Luis en Brasil; Hipólito Irigoy en Argentina; etc. y en el Perú Leguía.
El 22 de agosto de 1930 se sublevó el comandante Luis Miguel Sánchez Cerro, antiguo defensor del civilismo en Arequipa.

Leguía fue apresado y conducido a la prisión de San Lorenzo y luego a la clínica Naval de Bellavista, donde escribió sus memorias Yo Tirano, Yo ladrón y murió el 6 de febrero de 1932. Tenia 69 años, de los cuales 15 ocupó la presidencia.

LINK
https://historiaperuana.pe/periodo-independiente/republica/oncenio-leguia/

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jueves, 7 de agosto de 2014

CACERES EN EL GLORIOSO DÍA DEL EJÉRCITO NACIONAL Cuarentidós aniversario de la Victoria de Tarapacá

Les dejo varios párrafos de la última entrevista concedida por el anciano Mariscal don Andrés A. Cáceres al diario “La Crónica” de Lima, publicada el 27 de noviembre de 1921,

CACERES EN EL GLORIOSO DÍA DEL EJÉRCITO NACIONAL
Cuarentidós aniversario de la Victoria de Tarapacá
Entrevista al Mariscal Cáceres, publicada en el diario “La Crónica”
Lima, 27 de noviembre de 1921

La patria celebra hoy, estremecida de júbilo, la gloriosa efemérides de la batalla de Tarapacá, página honrosa de nuestra historia y blasón de orgullo para el Ejército Nacional.

Todos los peruanos evocamos, con los ojos, el alma, la epopeya singular en que un puñado de bravos, sublimados por el sacrificio y exaltados por el infortunio, en vigoroso empuje, destrozaron a las poderosas y engreídas huestes chilenas, poniéndolas en vergonzosa fuga.

Si desgraciadamente fue infecunda esta victoria, por la impotencia de nuestro Ejército para perseguir, desprovisto como estaba de caballería, a los derrotados enemigos, debemos guardar, empero, eterno culto a ese puñado de bravos que, lejos de abatirse ante la fatiga, el hambre y la desnudez a que quedaron reducidos, después del desastre de San Francisco, reconcentraron todas las potencias de su alma y todas las fuerzas de su organismo en un supremo ímpetu de coraje para cubrirse de gloria y dar a la América una lección única de heroismo y de energía.

Al rememorar, nosotros, esta hazaña imperecedera, saludamos llenos de patriótico orgullo a los beneméritos sobrevivientes de ella.

En el pintoreso barrio del Leuro en Miraflores, al amor de la soledad y la paz campesinas, vive, entregado a sus recuerdos y mimado por el cariño de los suyos, el viejo Mariscal del Perú.
Hasta su poético retiro, va a buscarle el insaciable reclamo de nuestra curiosidad periodística y el homenaje rendido de nuestro orgullo patriótico y encontrando la acogida cordial de su vejez gloriosa.

Lo hallamos en su escritorio, acomodado en un sillón de cuero, abrigadas las débies piernas por gruesas mantas de color oscuro. Visto correcto de jaquet gris y cubre la nieve de sus canas, con una gorra del mismo color. Decoran las paredes del aposento finas estampas que reproducen escenas guerreras.

De un gran cuadro al oleo, que se alza sobre el escritorio, se destaca la fina y bella efigie de la hija del mariscal, cuya fresca y alegre juventud fue tronchada por la muerte. Frente al retrato del héroe de
La Breña, luciendo sobre su pecho las medallas ganadas a fuerza de bravura y de audacia, y sobre el rostro, la condecoración eterna de su gloriosa cicatriz.

Mariscal, en el aniversario de la victoria de Tarapacá, demandamos de usted, el relato vívido de esa gloriosa acción.
Se anima el rostro venerable del anciano guerrero. Un relámpago encandila sus pupilas y alisándose, nerviosamente, las albas barbas puntiagudas, nos dice:
Recuerdo la batalla, con absoluta precisión, y voy a relatársela, como si acabara de realizarse”.
Y empieza el relato con voz emocionada:

Me encontraba yo, con mi división, en una de las calles de Tarapacá, tomado un rancho frugal, antes de emprender, con todo el Ejército y como lo habían hecho ya las tropas del general Dávila, la retirada hacia Arica, después del desastre de San Francisco, cuando mi ayudante que había distinguido al enemigo en la cresta de los cerros situados al Oeste de la ciudad, llegó corriendo a avisármelo. Al recibir esta inesperada noticia, estaba comiendo. Solté la pequeña cacerola que contenía mi ración, y procediendo con impetuosa actividad, ordené a mi división que se lanzara con la bayoneta calada, cerro arriba, para desalojar al enemigo.

Procedí rápidamente a dividir mis tropas en tres columnas: la primera y la segunda compañías formaban la de la derecha, que puse al mando del comandante Zubiaga, valiente y experto jefe; la del centro la constituyeron la quinta y sexta compañías, mandadas por el mayor Pardo Figueroa, distinguido jefe, también, y la de la izquierda quedó formada por la tercera y cuarta compañías que confié al mayor Arguedas”.

Advertí a mis tropas que evitaran hacer fuego, mientras no hubieran alcanzado la cumbre, para economizar las municiones, que, por desgracia, eran muy escasas. Al coronel Recavarren, Jefe de Estado Mayor, le envié en comisión donde el coronel Manuel Suárez, que tenía el mando del batallón ‘Dos de Mayo’, para que hiciera, con sus fuerzas, igual distribución a las del ‘Zepita’, y se colocara a mi izquierda.

A poco, ya cuando mis bravos soldados se habían lanzado al combate, llenos de entusiasmo y de ardor bélico, el coronel Belisario Suárez toma sus disposiciones y los coroneles Bolognesi, Ríos y Castañón, se sitúan en sus respectivos emplazamientos.

El Zepita escala el cerro por el lado Oeste, con empuje irresistible desafiando los tiros que el enemigo descarga sin descanso sobre ellos. Se despliegan en guerrilla y sin detenerse, disparan incesantemente, a ciento cincuenta metros del enemigo, que cede al empuje de los nuestros. La columna Zubiaga, se lanza a la bayoneta sobre la artillería chilena y, audazmente, se apodera de cuatro cañones. Las columnas de Pardo Figueroa y de Arguedas, despedazan, entre tanto, a la infantería enemiga.

Perdón, mariscal, en ese asalto, ¿qué acción notable de arrojo, de sus soldados, recuerda usted?
No puedo olvidarme del heroísmo del Alférez Ureta, de la compañía primera de la columna derecha, que inflamado por un ardiente entusiasmo patriótico y un coraje a toda prueba, se montó sobre un cañón chileno, lanzando estruendosos vivas a la patria. Tampoco me olvidaré nunca de un acto meritísimo del comandante José María Meléndez, veterano de la ‘Columna Naval’, uno de los primeros en unírseme en el asalto al enemigo.

“Cuando derrotados los chilenos y cansados nosotros de perseguirlos infructuosamente, por falta de caballería; desfallecíamos de sed y de hambre, al extremo de que me ví obligado a humedecer los labios de algunos de mis soldados con pequeñas rodajas de un limón, que por fortuna llevaba en uno de mis bolsillos de mi casaca; el comandante Meléndez se presentó de repente y sin que yo pudiera explicarme su procedencia, cargando un barril de agua que aplacó la sed de esos valientes. Y como éste, tantos otros episodios de coraje y de entusiasmo!”

Y destrozada la infantería y despojados los chilenos de su artillería, que pasó?
“El enemigo así castigado en ese primer combate por los nuestros, huyó a la desbandada, pampa abajo, perseguido de cerca por los nuestros y acampó a una legua de distancia hasta juntarse con otro cuerpo chileno que vení­a a reforzarlos. Entretanto, mi caballo habí­a sido herido de un balazo y hube de detenerme, a mitad de jornada. Un oficial que habí­a encontrado una mula de un regimiento chileno, me la trajo y montado en ella, pude seguir la persecución.

Después de tres horas de refriega, tuvimos que contramarchar hasta el sitio donde había tenido lugar el primer ataque, porque mis tropas estaban rendidas por la fatiga de la acción. El Gral. en Jefe Buendía me dio su enhorabuena por el éxito alcanzado por mi división. Pero en medio de la alegría del triunfo, hube deplorar profundamente la muerte de mis mejores tenientes: Zubiaga, Pardo Figueroa, mi propio hermano Juan….también rindieron la vida en el primer encuentro.

Y el segundo encuentro?
Reforzada mi división con el batallón Iquique que mandaba el inmortal Alfonso Ugarte, la Columna Naval de Meléndez, un piquete del batallón Gendarmes que mandaba Morey, una compañía del batallón Ayacucho con Somocurcio a la cabeza, una hora después se reanudaba la lucha en plena pampa hacia el SO de Tarapacá.

Primero se realiza un vivo combate de fusilería sostenido por ambas partes, con empeño. El enemigo es arrollado cinco veces, rehaciéndose, luego otras tantas. Entonces envolviendo el ala y el flanco izquierdo chileno que manda Arteaga, con mis tropas lo obligué a retirarse hacia el sur. El batallón Iquique llega a tiempo para rechazar a los granaderos chilenos que habían sorprendido al Loa y al Navales.

Sin embargo, antes, Arteaga trata de rehacerse en vano y nosotros cargamos otra vez con irresistible denuedo. En momentos que la victoria se decidía ya por nuestras armas, llegó Dávila con su división al trote (habí­an recorrido 12 kms. desde Huarasiña) y muy cerca del flanco chileno, aún jadeantes, le hace repetidas descargas de fusilería. Entonces yo aproveché para dar el definitivo ataque por el centro, que decidió la derrota de los chilenos que abandonaron el campo, dejando tras de sí sus 6 últimas piezas de artillerí­a Krupp, entonces la más moderna del mundo. Fue en ese momento –prosigue entusiasmado el Mariscal- cuando llamé al Capitán Carrera y, entregándole uno de esto cañones, le dije: “artillero sin cañones, ahí tiene Ud. una pieza para actuar”. Y a fé mía que supo hacerlo, disparando sobre la retaguardia enemiga que huía.

Eran las cinco de la tarde. La batalla había terminado después de nueve horas de reñida lucha. Sobre el campo quedaron muchísimos de mis bravos soldados junto con centenares de enemigos
Pero, le he relatado solamente la parte que me tocó desempeñar a mi, en la altura. Sin embargo Uds. deben saber que en la quebrada, Bolognesi, Castañón, Dávila y Herrera se batieron con ardor.
Fue un soldado de Bolognesi, Mariano de los Santos, quien se apoderó de un estandarte chileno. El enemigo es arrojado por esa parte hasta Huarasiña, después de vigorosos encuentros y ahí se reúne con los restos de la división Arteaga, que nosotros habíamos arrollado.

Al mismo tiempo, todo nuestro ejército se concentra, y reunidas todas las fuerzas perseguimos a los chilenos hasta más allá del cerro de Minta. Ya les he dicho que fue imposible barrerlos, como hubiéramos querido, porque la fatalidad que siempre nos acompañó en la guerra, quiso que no tuviéramos caballería. Y así, la victoria fue infructuosa, pues después de ella faltos de víveres y de refuerzos, hubimos de continuar nuestra retirada a Arica.

¿Cómo fue la batalla de San Francisco?
Doloroso es el recuerdo: la falta de previsión, el espionaje chileno, la defección de Daza y su famoso cable: “Desierto abruma, ejército niégase seguir adelante”, el asalto frustrado, la muerte del Cmdte. Espinar al pie de los cañones chilenos, la catastrófica retirada nocturna…
¿Cual fue la causa decisiva de la perdida de la guerra?
La falta de organización militar y autonomí­a bélica, particularmente en municiones. Eso en cuanto al aspecto técnico, pero más allá, la discriminación racial fue determinante. No hubo armonía cultural ni polí­tica. la falta de organización militar, de cohesión, de armonía política.
Había patriotismo, había entusiasmo generoso, había valor y virtudes militares en nuestros soldados y en nuestros oficiales , pero también hubo mucha traición en los sectores pudientes.

¿Y, en nuestros generales?
También. Hubo demasiados generales, cuyos conocimientos y aptitudes no pudieron destacarse en la contienda, por falta de disposición de un comando totalmente politizado.
¿Pero, usted cree, que, sin esos defectos y deficiencias, hubiésemos podido ganar la guerra?
Con toda la superioridad numérica y armamentí­stica del ejército chileno, creo, firmemente que sí­. La desunión, el desatino, la ambición polí­tica y la carencia de identidad en los sectores acomodados nos perdieron.

¿Cuándo comenzó su carrera?
En 1854, acababa de estallar la revolución contra Echenique, provocada por los escándalos de la corrupción del guano. De todos los rincones del paí­s, se sumaban las adhesiones. En Ayacucho, mi tierra natal, don Angel Cavero, uno de los vecinos del lugar, encabezó el movimiento rodeado de simpatí­a popular. Muchos jóvenes nos presentamos voluntarios a filas. Yo contaba 19 años, estudiaba en la universidad de Huamanga y era de los mas entusiastas. Nos apoderamos de la gendarmerí­a. Luego llegó el ejército rebelde, en donde terminé de enrolarme. Entonces el Gral. Castilla a quien sin duda caí­ en gracia, me llamó a su despacho y me dijo: “¿Quieres seguir la carrera?» “Sí­, señor», le contesté con aplomo. «Es mi mayor deseo”. Entonces, me respondió, palmeándome la espalda, «serás un buen guerrero».
¡Admirable previsión, mariscal! ¿Y el mariscal Castilla, cómo le trató a Ud.?
Castilla, que me conoció desde la batalla de La Palma, me dispensó simpatí­a y apoyo. Tanto, que varias veces soportó mis engreimientos. Y eso que una vez me le sublevé.

¿Le hizo la “revolución”?
¡Qué va! He querido decir que tuve un rapto de altivez. Fue cuando el mariscal quiso formar el batallón «Marina». Llamó a palacio a los oficiales escogidos de los distintos regimientos. Yo fui destacado del Ayacucho. Ya me habí­a conocido en La Palma y después en la campaña de Arequipa contra Vivanco. Pues bien, Castilla revistó uno a uno a todos los oficiales congregados y al llegar a mi, se detuvo observándome y me dijo: «¿Córno se Ilama Ud. capitán?» Me impresionó desfavorablemente el olvido que el mariscal habí­a hecho de mi nombre, y le contesté: «Soy, excelentí­simo señor, el hijo de don Domingo Cáceres, cuya hacienda fue destruida por el general Vivanco, por haber sido leal a Ud. Estuve en la batalla de Arequipa, donde fui herido casi perdiendo un ojo; me llamo Andrés A. Cáceres”. “Hola, hola», replicó el mariscal: «con que Ud. es el capitán Cáceres, hijo de mi amigo don Domingo. Bueno, bueno, Ud. se quedará en su cuerpo». Y me quedé en mi batallón Ayacucho, en el cual me habí­a iniciado y en el cual continué hasta que fui a Francia, como agregado militar.

Su cicatriz en la cara, mariscal…
Esta “condecoración” la recibí­ en la torna de Arequipa, en 1856. El rnariscal Castilla que habí­a acampado en las afueras, llevó a cabo, por varias noches, simulacros de ataque, que tení­an al enemigo en sobresalto. La noche que decidió darlo por cierto, me ordenó que avanzara con mi compañía y me apoderara de la 1ra. trinchera enemiga. Sin vacilar, ejecuté esa orden y sorprendiendo a los ocupantes, logré capturar la trinchera, regresando a dar parte al mariscal de mi cometido.

Entonces, Castilla me mandó: «siga Ud. avanzando sobre la ciudad, tomando las alturas hasta los conventos de San Pedro y Santa Rosa».

Y, aunque pensaba que era una crueldad enviarme así­ al sacrificio, no titubeé, y deslizándome por los techos fui avanzando hasta el primero de los conventos. No sé cómo logré saltar los innumerables obstáculos hasta de repente hallarme dentro de la bóveda, próxima a la torre. Por el camino había perdido a muchos soldados, muertos por descargas vivanquistas. Desde la torre de Santa Rosa, el fuego que se hací­a sobre nosotros era incesante.

Pero, los 2 cuerpos que formaban la 1ra. división del Mariscal Castilla habín desembocado por calles paralelas al convento y así­ cayeron sobre el atrio y el interior, obligando a los enemigos a abandonarla. Entretanto yo subí­a, con los mí­os, hasta la torre y ahí­ tuve que soportar el fuego desde la torre fronteriza de Santa Marta. Mientras, Castilla había penetrado al convento por otro lado. El Crl. Beingolea, subió a la torre, creyéndola vací­a y se dio de bruces conmigo y mis soldados. Calcule Ud. la sorpresa de ambos, a punto de acribillarnos mutuamente. «Acabamos de tomar el convento», me dijo; «Mi coronel: ya la habí­a tomado yo», contesté. El coronel me abrazó y me anunció que harí­a conocer a Castilla esa hazaña. «Está ahí­ abajo, con todo el Ejército», y se fue.

Yo continué haciendo frente al fuego de los de Santa Marta, y mostrando a mis soldados el blanco hacia el que debí­an disparar, un balazo me derribó cegándome. Me recogieron mis soldados y me bajaron al refectorio del convento, en donde el sargento Coayla y el cabo Huamaní­, me atendieron. 

Estuve privado del conocimiento. Cuando lo recobré hallé a mi lado al capitán Norris, uno de mis mejores compañeros, que me preguntaba qué deseaba. «Agua, muero de sed», contesté. Al poco rato regresó con un plato de mermelada y una garrafa de agua. El dulce no me era necesario, ni podrí­a ingerirlo. Tení­a la rnandí­bula apretada. Apenas una pequeña ranura dejaba pasar el agua. Bebí­, desesperado, parte del contenido de la garrafa y el resto hice que me lo vaciaran en la cara, para que me lavara la herida, casi desfallecido.

El médico dijo que la herida era mortal. El capellán estuvo a punto de darme la extremaunción… Entonces mis soldados me trasladaron a casa de una Sra. de apellido Berrnúdez, porque el tifus infectaba a los heridos en el convento y me hubiera terminado de matar. En mi nuevo alojamiento me trató el Dr. Padilla, extrayéndome la bala a exigencia de mi tropa. Ellos me salvaron la vida.

¿Y cómo fue su convalecencia?
Recuerdo que las madres del convento que me habí­an tomado afecto, me enviaban allí­ la dieta. ¡Qué tortas! ¡qué dulces! Y aquí­ viene lo curioso: Una vez convaleciente, iba a almorzar al convento y la madre superiora, muy seria, me habló un dí­a así­: «Teniente, usted ha renacido en este convento, verdad?”, «sin duda, reverenda; de aquí­ me recogieron casi cadáver y aquí­ me comenzaron a curar, a Ud. debo cuidados que no sabrí­a como agradecer”. «¿Y por que no deja Ud. la carrera y se hace fraile»? Casi me caigo de espaldas de la impresión. Tuve que contener la risa: «¡Yo fraile, rnadre! No soy digno de vestir los hábitos…”.

Hube de apelar a todos mis recursos oratorios para hacer desistir a la madre. La pobre sufrió un desencanto. ¡Ya me veí a con cabeza rapada, capuchón y sotana!

Mariscal, cual ha sido la época más feliz de su vida? 

Los mejores dí­as de mi vida, durante mi juventud, por supuesto fueron los pasados en Arica, cuando estuvimos de guarnición, antes de la toma de Arequipa. Tuve gran partido entre las muchachas ¡me divertí­ mucho!

¿Mariscal, y el recuerdo más satisfactorio de su vida militar?
La campaña de La Breña, es, la página más honrosa de mi vida militar. No vacilo en proclamarlo yo mismo. Me enorgullezco de ella. Tengo muy presentes y me acompañarán hasta la tumba, todos los entusiasmos, todas las satisfacciones, todas las decepciones, y amarguras también, que experimenté durante esos tres años de constante batallar. Todos los que se agruparon a mi, para continuar la campaña y arrojar al odiado enemigo del país, aún después de los desastres de San Juan y Miraflores y la toma de Lima, rehuyeron ayudarme….Ambiciones, rencillas, pequeñas pasiones,todo se coaligó contra mi, que defendía la patria, cuando todos la dejaban abandonada al infortunio, el recuerdo de mis soldados y guerrilleros, el pueblo en armas, marchando entre punas y quebradas, airosos y bravíos, ellos fueron los grandes héroes anónimos que algún dí­a la historia reivindicará.

¿Cierto que el Kaiser, reconoció en Ud. al vencedor de Tarapacá?
Claro. Fui a la audiencia que pedí­a en mi carácter de ministro del Perú y el Káiser avanzó hasta alargarme la mano: “Tengo el gusto de estrechar la mano al vencedor de Tarapacá, esa gran batalla ganada después del desastre de San Francisco”. El Rey de España cuando me conoció, me dijo: “Se conoce que Ud. ha combatido siempre de frente, general”. Aludí­a a la cicatriz que llevó en el rostro. Y el de Italia: “Celebro mucho conocer al general que tantas glorias ha dado a su paí­s”.
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Imagen una de las últmas fotografias de Andres Cáceres, aparece retratado junto al Presidente Augusto B. Leguía
FUENTE : http://gdp1879.blogspot.com

viernes, 1 de noviembre de 2013

El Perú no soporta el éxito de sus gentes.

El Perú no soporta el éxito de sus gentes.
Leguía: La historia oculta.
Vida y Muerte del Presidente Augusto B. Leguía.

Augusto B. Leguía


Esta es la historia de un hombre que en sus dos períodos gobernó en el Perú durante quince años, que le dio por primera vez sus fronteras, que le devolvió la confianza y la fe que había perdido desde la derrota frente a Chile, que recuperó Tacna y Tarata, que construyó y modernizó al país como nadie lo había hecho hasta entonces y que, pese a haber sido su adversario político, fue proclamado por Haya de la Torre en 1978 como "El mejor presidente peruano del siglo veinte". Pero que murió preso, pobre y martirizado y al que los peruanos apenas conocen o recuerdan porque fue víctima de una gran conspiración mediática, que dura ya 81 años, para denigrarlo, condenarlo al olvido y borrarlo de la historia.

EPÍLOGO

A comienzos del siglo veinte, llegó por primera vez al poder un Presidente progresista, con sentido de empresa, desarrollista y de conciencia social, que transformó al Perú de un feudo de la vieja oligarquía civilista –heredera de los privilegios históricos de la Colonia– en un país moderno al que, gobernando con la clase media y provinciana, sacó del letargo pesimista en que lo había sumido la derrota del 79, le dio las fronteras de las que cien años después de su independencia aún carecía y, mediante una gigantesca obra de construcción, modernización y desarrollo, sentó las bases del Perú de hoy y lo impulsó hacia la prosperidad y el progreso.

A su caída, la oligarquía –dueña nuevamente del poder y sedienta de venganza– organizó una campaña mediática de difamación del Presidente depuesto, apoyada por el régimen de terror que impuso el nuevo gobierno y que costó la libertad o la vida a miles de peruanos presos, torturados, desterrados o fusilados.

Pero para que esa campaña de denigración y demolición tuviera efecto, era necesario acallar a Leguía e impedir que se defendiera y revelara los secretos de sus enemigos que habían aflorado en el saqueo de su casa de Pando. Y, en consecuencia, sin que mediara diligencia ni fallo judicial alguno, el anciano ex Presidente fue encarcelado e incomunicado en una tétrica celda en condiciones infrahumanas.

Pero cuando el pueblo empezó a reaccionar frente a los excesos del odio y la violencia y a expresar solidaridad con el ex mandatario tan cruelmente torturado, la oligarquía decidió borrar su recuerdo de la memoria nacional y decretó para ello su muerte civil.

La lapidaria losa de silencio y olvido que cubre desde entonces el nombre y la obra de Leguía va a durar hasta hoy, 81 años después, y a mantener en la ignorancia y el prejuicio sobre Leguía a cuatro generaciones de peruanos, privados de la información veraz y transparente que les permitiera formular sus propios juicios, imponiéndoles, en cambio, una leyenda negra amañada en su favor por la oligarquía para preservar su poder y sus privilegios.

Fotografía publicada en el Blog Lima la única

La conspiración mediática utilizó la intimidación, el amedrentamiento y la coacción contra quienes intentaban desviarse de su versión manipulada y ofrecer un testimonio auténtico y veraz. Pero poco a poco los nuevos historiadores van escapando de ese control inquisitorial, rechazando sus moldes y liberándose de sus yugos políticos, sociales o económicos. Este libro pretende corresponder a esos esfuerzos por restituir la verdad y destruir la mistificación y la mentira, para que los peruanos puedan contemplar sin tapujos, restricciones ni distorsiones el horizonte de su propia historia.

El Perú y los peruanos de hoy tenemos por delante una alternativa histórica: seguir acatando sumisamente el veto que la oligarquía civilista impuso hace ochentaiún años al nombre y la obra de Leguía por haber escogido la causa del pueblo, o reivindicarlo, incorporándolo a la memoria y la historia del país, sepultando los odios y las venganzas del pasado, y reuniéndolo con los otros grandes protagonistas de la construcción de la Patria.

El Perú debe al "mejor Presidente peruano del siglo veinte" poner fin a su infame muerte civil y restituirlo al mismo nivel que sus demás compatriotas. Solo a ellos corresponde –luego de conocer la historia oculta de su vida, su obra y su martirio– el derecho de juzgar su legado y de definir su lugar en la historia.




Blog de Carlos Alzamora:

ALZAMORA, Carlos. (2013). Ciudad: Lima, Editorial: Titanium Editores. Nro. de páginas: 151
http://www.reporterodelahistoria.com/2013/07/de-que-trata-su-libro-carlos-alzamora.html

Leguía: Pedro Dávalos y Lissón

Francisco de Paula Gonzales Vigil Yáñez,

El Toledismo y la intolerancia para apoderarse del reparto en los negocios de todo tipo.

Camet, o el sadismo con un anciano.

Monumento a Leguía
Los peruanoides y la verdad sobre el trapecio amazónico.
Escrito sobre el problema del trapecio amazónico 
La Guerra del Caucho
Obra de Leguía 

UCRANIA: INFORMACIÓN BÁSICA SITUACIONAL: BITACORA DE PERCY CAYETANO ACUÑA VIGIL.

  UCRANIA: INFORMACIÓN BÁSICA  SITUACIONAL.  Percy Cayetano Acuña Vigil. En este escrito se ha registrado información básica situacional con...