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miércoles, 25 de noviembre de 2015

LA CULTURA POLÍTICA DEL NEO-FASCISMO ALEMÁN: Fernando Mires




Me estoy tomando el trabajo molesto pero necesario de ir a las fuentes intelectuales del pensamiento neo-fascista alemán. Y sin duda una de las más apreciadas entre ellas es la revista Junge Freiheit, editada en Berlín.
De acuerdo a la idea de Hannah Arendt relativa a que el fascismo surgió como una alianza entre determinadas elites con la chusma (Mob), parece ser importante concentrar la atención no solo en las manifestaciones de masas, sino también en el pensamiento de las elites neo-fascistas, sobre todo en momentos como los actuales signados por el terrorismo islámico y las masivas migraciones que avanzan desde Irak y Siria hacia Alemania. 
Los colaboradores de Junge Freiheit serían por supuesto los últimos en declararse fascistas. Casi todos insisten en distanciarse del ideario del Tercer Reich. Ellos se entienden como conservadores, nacionalistas, patriotas, críticos de Europa. Sin embargo, basta un ejemplar para darse cuenta que desde el comienzo hasta el final sus artículos están marcados por el sesgo cultural que una vez fuera monopolio del nazismo.
Por de pronto, la mayoría de los autores orientan sus diatribas en contra de la clase política europea, como si ella fuese una dictadura impuesta por el destino y no el resultado de elecciones periódicas y soberanas. Esa clase, según ellos, sin convicciones nacionales, burocratizada, cobarde, consensual, es la responsable de la decadencia de Europa  (durante el periodo nazi los intelectuales de Hitler nos hablaban, de acuerdo a las tesis de Oswald Spengler, de la “decadencia de Occidente”). Esa decadencia se expresaría hoy en dos fenómenos: la ocupación (término usado frecuentemente) de Europa por la población islámica y el auge del terrorismo. Para todos los columnistas de Junge Freiheit, terrorismo y migración son fenómenos inseparables. Incluso, sinónimos.
En casi todos los artículos encontramos una perversa inversión de los términos. Las migraciones no son el resultado de la acción del terrorismo islámico sino a la inversa, el terrorismo aparece como consecuencia de las migraciones. En otras palabras, todos los que vienen desde la zona islámica son sospechosos. ¿De qué? De lo que sea. Antes de llegar – así lo dijo Daniel Cohn-Bendit en un foro televisivo haciendo un paralelo con el caso de los judíos que llegaban a Alemania antes del surgimiento del nazismo- los emigrantes ya están estigmatizados por una “sospecha”, cualquiera que ella sea. El judío era el “sospechoso” de antes. El musulmán es “el sospechoso” de hoy.
Naturalmente, los emigrantes no son ángeles. Más de uno ha sido o será reclutado por alguna organización terrorista. Tampoco hay que decir que la vida será más hermosa con ellos que sin ellos. La mayoría son jóvenes, y la juventud es de por sí peligrosa. Algunos caerán en actividades delictivas, suele suceder. 
Pero también hay datos que demuestran como muchos jóvenes participaron activamente en las sublevaciones de la mal llamada “Primavera Árabe” antes de que estas fueran arrolladas por los movimientos islamistas. Cierto; esas sublevaciones fracasaron. Pero existieron; y eso es muy importante. Su sola existencia demuestra como el mundo islámico no es una antípoda de occidente sino, además, está cruzado interiormente por líneas occidentales. 
La contradicción islam-occidente es falsa y esa falsedad es divulgada copiosamente por publicaciones como Jugend Freiheit. Si hay contradicciones, en el estilo planteado por Samuel P. Hungtinton (“El choque de las Civilizaciones”), estas son mucho más fuertes en el interior de cada cultura. Millones de musulmanes están plenamente integrados a las normas de la vida europea, prestan sus servicios ocupacionales, pagan sus impuestos y cumplen con las leyes.
Llama la atención, con relación al fenómeno migratorio, que ninguno de los artículos de la revista defina a los emigrantes como emigrantes. La mayoría se refiere a ellos como una “Überschwemmung” (inundación) o como una “Überflutung” (rebalsamiento) esto es, como a fenómenos de la naturaleza frente a los cuales es necesario protegerse. Incluso, el ministro de finanzas, Wolfgang Schäuble, sin duda un demócrata, se refirió a los refugiados de guerra con el término “Lavine” (alud). ¿Qué significa eso?  Muy simple: los neo-fascistas están imponiendo su lenguaje aún entre quienes están alejados del pensamiento fascista. Hecho peligroso: La hegemonía política siempre ha comenzado con el uso tendencioso de las palabras.
Cultura y nación, concebida esta última como estado-nación, constituyen para los articulistas de Junge Freiheit, elementos inseparables. El Estado es para ellos el agente destinado a asegurar la cultura-nacional, así se lee en la editorial del último número. Michael Paulwitz, un redactor, pone como ejemplo “luminoso” para Alemania el de los ex países comunistas que erigen alambradas y muros para protegerse de las “invasiones”. Otro artículo escrito bajo pseudónimo se queja de que en Austria los nacionalistas son perseguidos mientras los islamistas son recibidos con los brazos abiertos. De repente, autores más cultivados citan a Hobbes y a su imaginario contrato social. Por supuesto, alguna declaración brutal de Maquiavelo, e indirectamente, casi siempre, de Carl Schmitt, quien pese a su fría lucidez era un enemigo declarado de la democracia parlamentaria.
Nunca van a citar a Locke. Kant no existe. Hannah Arendt o Jürgen Habermas son invisibles. El Estado es para ellos la instancia que asegura la homogeneidad cultural de cada nación. La Europa que ellos conciben es, por lo mismo, una Europa de naciones culturales. Cada cultura debe ser envasada dentro de una nación. La nación es para ellos –y este es el punto de relación más estrecha que mantienen con el antiguo fascismo- una individualidad orgánica. Esa es la razón por la cual la diversidad, la multiculturalidad, la ambivalencia, es decir, los valores más caros del Occidente político, deben ser erradicados. En ese punto, los neo-fascistas no se diferencian de los yihadistas.
“El escándalo de la ambivalencia” fue precisamente el tema central de un clásico de Zygmunt Bauman (“Modenidad y Holocausto”). Para el destacado sociólogo, la cultura política del fascismo puede ser comparada con la mentalidad del jardinero moderno cuya tarea es arrancar “la mala hierba”. El jardín alemán, por lo menos el que imperaba hasta mediados del siglo XX, debía ser un jardín homogéneo. Ese jardín corresponde según Bauman con el ideal de nación culturalmente homogénea. Ese es también el ideal de los redactores de Junge Freiheit, al fin y al cabo representantes intelectuales de una chusma enardecida frente a todo lo que aparezca como extraño en el mezquino mundo donde habitan.
El fenómeno alemán es preocupante. Mientras en Francia el neofascismo aparece concentrado en un enorme partido, Frente Nacional, el neo-fascismo alemán es segmentario.
En el primer segmento, y en sus rincones más oscuros, pululan los militantes del nazismo “puro”, sus grupos de choque; los que golpean a los extranjeros y los que incendian refugios para emigrantes.
En un segundo segmento nos encontramos con un partido aparentemente republicano, pero igualmente xenofóbico y ultranacionalista: “Alternativa para Alemania”, cuya votación aumenta sin parar.
El frente de masas, o movimiento social del neo-fascismo, el tercer segmento, PEGIDA (“Patriotas europeos contra la islamización de Occidente”) aglutina a todos quienes sienten odio o simplemente miedo frente a las migraciones islámicas.
Luego viene la caja de resonancia formada por los sectores más conservadores del socialcristianismo, sobre todo del bávaro, que ya han hecho del anti-merkelismo una doctrina de acción.
En el último y quinto segmento están los “pensadores”: escritores, intelectuales y académicos como los que escriben en Junge Freiheit.

He decidido subscribirme a la revista Junge Freiheit. A los enemigos hay que conocerlos. A través de las páginas de esa revista es posible darse cuenta como Europa se encuentra amenazada por dos peligros internos. El terrorismo islamista o yihadismo y el auge del neo-fascismo. Que ambos enemigos se necesitan y retroalimentan, es mi fuerte convencimiento. Seguiré escribiendo sobre el tema.

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viernes, 20 de marzo de 2015

El Enemigo: Fernando Mires.

El Enemigo


Dom, 08/02/2015 - 08:02

La filosofía política debe a Carl Schmitt, el destacado jurista alemán, haber clarificado en términos precisos el concepto de enemigo político como eje de “El Concepto de lo Político”, su más divulgado libro. Tanto fue así que, pese a que durante un corto periodo prestó servicios al nazismo, Schmitt ha sido estudiado con interés por filósofos judíos, entre otros Jacob Taubes y Jacques Derrida, e incluso por (post) marxistas como Chantal Mouffe y Ernesto Laclau.

Schmitt, profundamente cristiano, sitúa a la enemistad política en el espacio de la agonía, es decir, de la lucha entre contrarios que en el cristianismo, como en toda religión, se da entre las representaciones del bien y del mal pero en política entre entidades que se niegan entre sí.

En la política y en la guerra, argumenta Schmitt, hay que derrotar al enemigo. Pero a diferencias del soldado, quien combate ocasionalmente, el político debe combatir siempre porque una política sin enemigos no es política. Al revés, mientras más alto es el grado de enemistad política (es decir de antagonismo) más política será la política. Así se explica por qué Schmitt se pronunció en contra del parlamentarismo y del liberalismo. Tanto en el uno como en el otro veía el peligro de la disolución de la política a través del consenso y del compromiso. Por esa mismo motivo Schmitt declaró su admiración a Lenin, para él un terrible enemigo político.

En política, lo dice el mismo Schmitt, el enemigo no es a quien se odia sino alguien opuesto al ser de uno, alguien que no deja hacer lo que uno quiere hacer. La enemistad política, en consecuencias, no es enemistad personal, pero sí es –esto es lo importante- existencial.

No todos los políticos que practican una política basada en la enemistad caben en el concepto schmittiano de enemistad. El enemigo según Schmitt, al ser existencial, debe ser visible y tangible. No puede ser inventado, mucho menos abstracto y en ningún caso universal. Esa es la razón por la cual Schmitt nunca fue antisemita. El enemigo de Hitler, el pueblo judío, no podía ser para Schmitt un enemigo político.

Hay en la política dos tipos de enemigos: el enemigo existencial al que hay que derrotar y el enemigo patológico, el cual es no es derrotable. Para poner un ejemplo, un europeo puede decir, Putin es mi amigo o enemigo por su política en Ucrania. Pero si dice, Putin es mi amigo o enemigo porque representa el alma rusa, o porque es la reencarnación de Stalin, estamos hablando de un enemigo irreal porque el alma rusa, al ser abstracta y Stalin al ser un muerto, son imposibles de derrotar. Para que el enemigo sea enemigo debe ser posible de derrotar, de otra manera no puede ser un enemigo.

Siguiendo la idea de la enemistad política schmittiana, es posible deducir que quienes inventan enemigos irreales o universales solo buscan destruir el juego político. Es el caso por ejemplo de los gobernantes que se declaran anti-capitalistas o anti-socialistas.

Tanto el capitalismo como el socialismo son conceptos que pueden significar muchas cosas. En cualquier caso, quienes declaran una enemistad sistémica a un concepto bloquean la práctica política basada, como ha sido dicho, en entidades existentes y no imaginarias.

Pongamos el caso del gobernante anti-capitalista. Ese gobernante sabe que él no va a derrotar al capitalismo. Pero a la vez sabe que, mientras exista capitalismo, su poder estará justificado. El capitalismo por lo mismo no es su enemigo sino la razón que necesita para legitimar su poder. A la inversa sucede igual. El anti- socialista necesita del socialismo –independientemente a que se trate del sueco, del indigenista de Evo, o del genocida de Pol Pot- para justificar y prolongar el ejercicio de su poder.

Ocurre lo mismo con los islamistas. Cuando cortan la cabeza de algún infortunado, no castigan –lo creen así- a un hombre de carne y huesos sino a una representación de Occidente. Hay por lo tanto que desconfiar de todos quienes dicen luchar en contra de enemigos abstractos, sea una raza, el capitalismo, el socialismo, el occidente o el oriente. Podríamos decir incluso que mientras más abstracta es la configuración del enemigo, más notorias son las intenciones anti-políticas del configurador. A la inversa, mientras más concreto (visible, tangible) es el enemigo, más alto es el grado de politicidad que encierra un conflicto.

Fue el mismo Schmitt quien advirtió los propósitos ocultos que se esconden detrás de los enemigos abstractos y/o universalistas. Cuando alguien por ejemplo afirma actuar en nombre de la humanidad, sitúa al enemigo fuera de la humanidad y así obtiene un pasaporte para asesinarlo cuando se presente la ocasión. “Humanidad –dictaminó Schmitt– es bestialidad”. ­

Verdad preocupante. Cuando uno pensaba que en la civilizada Europa la construcción de enemigos abstractos era un hecho perteneciente al pasado, ha aparecido el partido español Podemos, declarando una lucha abierta en contra de “la casta” (los políticos).

Si Podemos hubiese planteado su enemistad política en contra de determinadas prácticas del PP o del PSOE, no merecería ninguna objeción. Está en su derecho. Pero la “casta” no es una entidad política. No es intercambiable. Se es de una casta o no.

En el mundo de las castas hay, además, castas impuras. Mediante esa operación, los de Podemos (al fin y al cabo discípulos de Chávez quien luchaba contra otro gran enemigo abstracto, “el imperio”) se autodefine como portador de la pureza política absoluta en contra de la casta impura.

Hay que desconfiar de quienes no tienen enemigos. Es cierto. Pero hay que desconfiar más de quienes construyen enemigos. En el campo político la invención del enemigo es el primer escalón que lleva a la destrucción de la política la que, para serlo –en ese punto no veo como contradecir a Schmitt- necesita de enemigos concretos y existentes. Y, si es posible, con nombres y apellidos.

Fuente: http://polisfmires.blogspot.com

La Política en tiempos de globalización

lunes, 16 de marzo de 2015

Fernando Mires - ¿POR QUÉ LOS POLÍTICOS SON TAN CORRUPTOS ?

Fernando Mires - ¿POR QUÉ LOS POLÍTICOS SON TAN CORRUPTOS ?



- “¿Por qué los políticos son tan corruptos?” ­-  El vecino en el asiento del bus leía gratis en la página del periódico que yo mantenía abierta y no pudo evitar su pregunta. “El ex primer ministro portugués José Sócrates ha sido enviado a prisión”, decía el titular. Un caso más de los cientos que nos informan de la corrupción política de nuestro tiempo. No supe que responder. Al fin lo hice del modo más elusivo: “Esa pregunta también yo me la he hecho muchas veces”.

¿Por qué los políticos son tan corruptos? 

La pregunta quedó rondando en mi cabeza. ¿Será que el ser humano es corrupto por naturaleza y los políticos exponentes públicos de nuestra propia corrupción?
Pensé que esa respuesta podría haber sido aceptada por mi vecino en el bus. Aunque he de confesar que ese recurso de echarle la culpa a la madre naturaleza por todos nuestros pecados no me parece muy honesto. Nadie sabe en verdad como era nuestra naturaleza antes de ser sometidos a leyes y otras restricciones. Podría incluso decirse que la naturaleza nuestra es no saber cual es nuestra naturaleza. Pero no desviemos el tema. La pregunta es: ¿Por qué los políticos son tan corruptos?

Reitero, no sé si los políticos son tan corruptos como los no-políticos. La diferencia es que en los políticos se nota más porque la política es pública. Recién en los últimos tiempos se ha sabido lo que ocurre en recintos menos públicos. La corrupción en internados católicos es espantosa. En los cuarteles militares nadie sabe lo que pasa. Lo que sucede al interior de los bancos, no puedo ni imaginarlo. La política en cambio, por lo menos en los países democráticos, está sometida a vigilancia. Los poderes del estado, los partidos opositores y la prensa, están pendientes de los actos de los políticos. De tal manera, puede ser que el político no sea más corrupto que otros profesionales.

Pero su corrupción es notoria. No ocurre así bajo una dictadura

Para poner un ejemplo conocido: A los partidarios de Pinochet en Chile nunca les importó la suerte de los desaparecidos, las heridas de los torturados, los cuerpos calcinados, ni siquiera los múltiples casos de mujeres violadas por la tropa enardecida. Eso no era para ellos corrupción. Todo lo contrario, el general libraba una lucha a muerte en contra del “comunismo” y en la guerra todo está permitido. Recién algunos comenzaron a disentir cuando fue descubierto que, además de asesino, el general era un miserable ladrón. Entre los años 1973 y 1990 Pinochet acumuló una fortuna de 21 millones de dólares de los cuales 17 no tienen justificación (es lo que se sabe). Es decir, el corrupto general robaba el dinero de todos los chilenos, incluyendo el de sus seguidores.

El caso Pinochet es solo un ejemplo. Después de la caída del muro de Berlín ha sido revelada en profundidad y extensión la Dolce Vita de las Nomenklaturas. Las dachas del Mar Negro, los mansiones lujosas, el acceso a filmes prohibidos, las orgías, la pornografía y el consumo de drogas de los jerarcas, todo eso ya ha sido ampliamente documentado.

La corrupción es parte de la vida política. Pero mientras en la política pública los berlusconis suelen ser descubiertos, bajo dictaduras la corrupción es “secreto de estado”. Secreto a voces que los propietarios del poder tratan de ocultar con leyes en contra de la corrupción. Así, mientras en los regímenes democráticos la corrupción es descubierta gracias a leyes, en los no-democráticos es escondida debajo de leyes. El problema, menos que en leyes está entonces en el grado de transparencia política de cada nación.

El tema de la corrupción de los políticos no es nuevo. Podríamos decir que se encuentra en los propios fundamentos de la política moderna. Dos de sus más esclarecidos fundadores del siglo XVl, los florentinos Nicolás Maquiavelo (Discorsi) y Francesco Guicciardini (Dialogo e Discorsi) pusieron el tema de la corrupción política en el centro de sus reflexiones.

Muchas coincidencias había entre los dos grandes pensadores. Ambos estaban de acuerdo en que la corrupción es inherente a la degeneración de un orden político. También en que la corrupción aparece cuando los representantes se desligan de la comunidad a la cual pertenecen. Y no por último, que bajo corrupción debe entenderse la renuncia de los políticos a las virtudes ciudadanas, dejando la administración de la ciudad librada a los avatares de la “fortuna”.

Solo en un punto había entre Maquiavelo y Guicciardini una diferencia sustancial.
Para Maquiavelo la corrupción debía ser superada mediante una mayor centralización. Guicciardini opinaba justamente lo contrario: la administración y la formación de gobiernos locales era el mejor antídoto para que los políticos no vivieran alejados de la ciudadanía.

Esa diferencia ha continuado haciéndose presente en la historia de la filosofía política. Es también la diferencia entre dos ideales. Mientras Maquiavelo adhería al ideal romano, Guicciardini estaba más cerca del ideal griego de la política. O en otras palabras: Mientras Maquiavelo era más republicano que demócrata, Guicciardini era más demócrata que republicano. Haciendo una extrapolación podríamos decir que en la filosofía política de nuestro tiempo, Carl Schmitt representaría el ideal de Maquiavelo y Hannah Arendt el de Guicciardini.

Naturalmente, el ideal de Guicciardini trae consigo riesgos. Puede ser que en una democracia la corrupción de los políticos sea más fácil de controlar. Pero también es cierto que la visibilidad de la corrupción puede volverse en contra de la misma democracia, y eso es lo que pensaba seguramente Maquiavelo.

Mientras más democracia, más son los casos de corrupción que se conocen pero a la vez más son los demagogos que en nombre de la lucha en contra de la corrupción aguardan la hora para destruir a la democracia. No hay más alternativa entonces que correr con los riesgos. Hay problemas cuya solución es peor que el problema.

¿Quién dijo que vivir en democracia es fácil?

Publicado 3rd December 2014 por Fernando Mires
Fernando Mires: Corrupción

domingo, 26 de octubre de 2014

MADE IN HONG KONG: Fernando Mires

Publicado por Daniel Gutierrez
Los jóvenes de Hong Kong no han salido a las calles a luchar por mejores salarios, ni contra la inflación o la escasez, ni a causa del paro, ni siquiera por el medio ambiente. Eso es lo que nunca podrán entender quienes siguen los cánones ideológicos impartidos por neo-liberales y neo-marxistas.
Según doctrinas neo-liberales y neo-marxistas, el humano es un “homo economicus”. Es por eso que sus ideólogos piensan que, superadas ciertas necesidades materiales, no habrá motivos para ninguna rebelión social. Y si de todas manera tiene lugar, sus actores serán calificados desde el poder, de anormales, delincuentes, o como ya es usual, de agentes financiados desde el exterior.
La política, vista de ese modo, es para los neo-liberales un subproducto de la economía y para los neo-marxistas una superestructura determinada por relaciones de producción. Ambas doctrinas son devotas de la lógica de la razón económica. De ahí la admiración que profesan tantos tecnócratas occidentales al “modelo chino” (un capitalismo perfecto, sin organizaciones obreras, sin derecho a huelgas; una nación de compradores, vendedores y consumidores: la unión amorosa entre el neoliberalismo más despiadado con los cultos estatistas del despotismo asiático). De ahí también el fanatismo de los “comunistas” chinos por la tecnología occidental la que, apropiada por ellos, llevará a China –ese es el objetivo- a convertirse en la mayor potencia económica del planeta.
Ni a neo-liberales ni a neo- marxistas les cabe en la cabeza que los seres humanos del siglo XXl exigen, además del cumplimiento de necesidades materiales, determinadas libertades, como las de opinión, reunión y de prensa. Y bien, esas libertades no están garantizadas en China. Y en Hong Kong, debido al status de “Un país: dos sistemas” (vigente desde 1997), solo lo están parcialmente. El objetivo de PC chino es, evidentemente, abolir el status autonómico de Hong Kong y subordinar a la península bajo la férula de “Un Estado y un solo sistema”.
La lucha de los jóvenes de Hong Kong tiene lugar entonces en contra del imperialismo de Pekín. Pekín, por su parte, busca apropiarse del sistema electoral de Hong Kong para designar desde las oficinas del partido a los candidatos al parlamento. 
Los estudiantes, liderados por el profesor Benny Tai Yiu, forjador del movimiento Occupy Central, levantan por el contrario una plataforma que contempla tres puntos: 1) Elecciones libres y secretas, 2) Libertad de opinión y de prensa y 3) La inmediata renuncia del gobernador de Hong Kong, el “pekinista” Leung Chun-Ying.
Casi está de más decir que la aceptación de uno solo de estos tres puntos dejaría al presidente chino, Xi Jinpig, en posición inconfortable frente a los sectores “duros” del Partido.
¿Cómo reaccionará Pekín? No pocos son los que temen una reedición de la masacre de Tiannamen. Pero la China de hoy no es la de 1989. China es uno de los países más imbricados en la globalización de la economía mundial, sino su más decidido impulsor. Una nueva Tiannamen, cometida en un territorio que no pertenece totalmente a China, desataría en contra de Pekín un repudio internacional cuyas repercusiones económicas son incalculables.
La segunda alternativa es que los jerarcas chinos abran un compás de espera para, en algún momento, establecer negociaciones con los rebeldes. Esa sería la solución política adecuada, siempre y cuando las movilizaciones de Hong Kong no entusiasmen a otras fuerzas disidentes al interior de la propia China.
La tercera sería seguir el “camino ruso”, es decir, que Pekín llevara a cabo una ocupación parcial de Hong Kong (como la de Putin en Ucrania) aceptando cierta autonomía administrativa de la península.
Mas, cualquiera sea el camino que tome Xi, lo cierto es que una vez más se demuestra que el talón de Aquiles de los países no democráticos no reside en su economía sino en su incapacidad de acoger demandas populares mediante el uso de mecanismos políticos. Pues, sea en una dictadura tradicional, totalitaria, o una simple autocracia, expresiones como “la revolución de los paraguas” (usados  por los estudiantes de Hong Kong para protegerse de los carros de agua y de los gases lacrimógenos) no solo ponen en jaque a un determinado gobierno, sino a todo un sistema de dominación. De ahí la brutalidad con la cual dichas manifestaciones son reprimidas.
En el fondo los capitalistas-comunistas-chinos piensan todavía como Mao: “Una sola chispa podría incendiar a toda una pradera”
La guerra que profetizó Samuel Hungtington para el siglo XXl, la de las culturas, no será cultural. Tendrá lugar por cierto entre Occidente y Oriente. Pero el Occidente político no está en el Occidente geográfico (eso no lo entendió Hungtington). Está en el interior de muchos países no occidentales, en el corazón y en la mente de sus mejores ciudadanos. En ese sentido, si bien los estudiantes de Hong Kong son desde el punto de vista geográfico, desde el cultural también, orientales, desde uno político, son muy occidentales.
La revolución democrática de nuestro tiempo continúa su camino. Ya triunfó en Europa del Este. En América Latina también, aunque a medias. En el mundo árabe mostró sus posibilidades futuras. Hoy reaparece en Hong Kong. La democracia, latente y no siempre realizada, es el “Viejo Topo de la Historia” que intuyó, pero no supo reconocer Karl Marx.
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lunes, 13 de octubre de 2014

La unidad en la política

El presente artículo se basa en dos tesis.
1. La desunión y no la unidad es condición elemental de la política
2. La unidad en la política moderna es antes que nada una unidad electoral.
De acuerdo a la primera tesis hemos de tener en cuenta que la política surgió precisamente como una forma destinada a marcar diferencias entre bandos, sin recurrir a las armas.
La política en sentido histórico es –invirtiendo la famosa fórmula de Clausewitz- la continuación de la guerra por otros medios. Sin diferencias y des-uniones, no hay política. La política, por lo tanto, ha de tener lugar sobre un campo dividido e incluso fragmentado.
La unidad en la política surge frente a la necesidad de dirimir diferencias con un enemigo al cual no podemos derrotar con nuestras propias fuerzas (números, medios, dinero). Frente a ese enemigo buscamos unirnos con otras fuerzas diferentes a nosotros y para eso deponemos, aunque sea por un breve plazo, las diferencias, para lo cual se requiere de que esas diferencias existan. La unidad, no hay otra posibilidad, es hija de la desunión.
Para recurrir a una ya antigua opinión de Michael Walzer, hacer política supone dominar dos artes: El arte de unir y el arte de separar. Hay momentos de unidad, pero a la vez hay otros de separación. No separarse a tiempo puede ser tan fatal como no unirse a tiempo (y no solo en la política)
Hemos de convenir en que cuando hablamos de política nos referimos a la política moderna, vale decir, a aquella que tiene lugar no solo en un espacio político, sino en uno político-republicano.
Una república presupone antes que nada, de una constitución, es decir de un orden reglamentado por un derecho público. La democracia en cambio, presupone, si no de un gobierno del pueblo, de un pueblo soberano. Las repúblicas que solo garantizan elecciones sin posibilidad de que el pueblo ejerza soberanía (incluyendo por supuesto a la oposición) no pueden ser llamadas, en sentido estricto, democracias. En ellas pueden tener lugar luchas por la democracia (en las ex repúblicas soviéticas, por ejemplo) pero eso es algo diferente.
La soberanía del pueblo no supone su infalibilidad. Lo pueblos se equivocan tanto como sus políticos. Esa es la razón por la cual, Immanuel Kant, siguiendo a Aristóteles, se pronunció a favor de la forma republicana en contra de la forma democrática de gobierno. No le faltaron motivos. El espectáculo que ante sus alemanes ojos brindaba la naciente democracia de los franceses, era más que deplorable.
No obstante, la democracia no puede existir con prescindencia de un orden republicano. A la inversa, una república no requiere de un orden democrático. Si miramos el mapamundi podemos comprobar que en nuestro planeta predomina la forma republicana de gobierno por sobre la republicana-democrática.
Ahora bien, en el marco de las luchas democráticas al interior de una república, derrotar a un enemigo implica acumular más poder que el del enemigo. Ese poder, si no estamos hablando del poder de las armas -por definición, ajeno a la política- solo puede ser numérico. Por lo tanto, si nosotros somos más, tendremos más poder político que el enemigo (Hannah Arendt). De ahí que el objetivo de toda lucha democrática es alcanzar la mayoría frente a un enemigo común.
El poder político es también matemático. Quien va a la política a dejar testimonio histórico o a buscar gloria o fama, está muy equivocado. Podrá en determinadas ocasiones ser un mártir; incluso un mesías, pero no un político. El objetivo de toda política es sumar y eso significa restar fuerzas al enemigo. Quien no sabe sumar debe ir a la escuela, no a la política.
La unidad política solo puede tener lugar entre quienes buscan una mayoría. Quienes no tienen vocación de mayoría no solo pueden, tampoco deben formar parte de un bloque unitario. La unidad –esa es la idea- nunca puede ser un fin en sí. No existe la unidad por la unidad. La conclusión es drástica: Hay que alejarse lo más rápido posible de quienes están en contra de la unidad política. Eso quiere decir que hay veces en las cuales la matemática política debe ser aplicada en sentido inverso. Bajo determinadas condiciones, más puede ser menos y menos puede ser más. Una unidad con los que no están de acuerdo con la lucha por la mayoría, no es sumatoria, luego tampoco puede haber unidad con ellos.
Ahora bien, la mayoría –si es que no queremos delegar el poder político a las encuestas- solo puede ser medida en términos electorales. La unidad política es y será siempre electoral. Y con esa afirmación entramos a explicar el sentido de la segunda tesis.
Convendrá aclarar que la unidad en la política no es lo mismo que un acuerdo puntual entre grupos y partidos diferentes. La izquierda y la derecha en una determinada nación –hay muchos ejemplos- pueden unirse para votar juntos en contra o a favor de una ley y al día siguiente continuar luchando entre sí. Eso no es unidad, es solo un acuerdo. Pero si la derecha y la izquierda se unen para impedir que un enemigo (supongamos, un fascista) acceda al poder, podemos sí hablar de una unidad de los contrarios (fue el caso de los Frentes Populares europeos durante los años treinta)
¿Cómo analizar situaciones en las cuales no hay elecciones o las elecciones son una farsa? En ese punto se hace necesaria una aclaración: Hay, efectivamente, dos tipos de unidad. La unidad electoral y la unidad insurreccional. La primera, ha de reiterarse, no puede prescindir de la mayoría. La segunda, en cambio, sí. Eso quiere decir, mientras la unidad electoral es política y no militar, la unidad insurreccional es más militar que política, pues supone el derrocamiento de un gobierno no por una mayoría, sino por un acto de fuerza. Sin embargo, hay ejemplos históricos que han verificado la posibilidad de derrotar a regímenes que controlan todo el aparato electoral. En ese caso podríamos hablar, estirando los términos, de auténticas insurrecciones electorales.[1]
La insurrección (no electoral) pertenece más al arte de la guerra que al de la política. Por esa razón, un llamado insurreccional solo es posible sobre la base de la existencia de una fuerza militar propia (ejército paralelo) o sobre la base de una división pre-existente del ejército oficial. Llamar a una insurrección en contra de un régimen que no ha anulado las elecciones como vía política y sin tener la dotación militar mínima para tomar el poder, es una locura que se paga muy caro.[2]
No obstante, si las insurrecciones no son en sí un acto democrático, su objetivo sí puede serlo. Más todavía, las insurrecciones más exitosas de nuestro tiempo han sido aquellas en las cuales sus actores han incluido en su agenda la promesa de un orden democrático, orden al cual pertenecen, por definición, las elecciones. O dicho de modo más exacto: las insurrecciones, no siendo en sí democráticas, pueden crear las condiciones de un orden en donde los diversos bandos se alinean políticamente para luchar por la mayoría.[3] Las insurrecciones, en determinados momentos, pueden llegar a ser hechos para-democráticos y, por eso mismo, para-electorales.
Lo importante, en cualquier caso, es que la unidad política está cruzada de punta a cabo por la perspectiva electoral. Si no hay elecciones, no hay unidad política. ¿Para qué?
La unidad puede ser post- o pre-electoral. Nunca anti- o no-electoral. Es pre-electoral cuando diversas fuerzas convergen con el objetivo de alcanzar la mayoría frente a un enemigo común. Es post-electoral cuando son formados gobiernos de coalición entre dos o más partidos con el objetivo de asegurar la gobernación del país. Las primeras priman en los sistemas presidencialistas. Las segundas en los parlamentaristas. En ambos casos, el factor que define a la unidad es una elección, sea antes o después de ella.
Así podemos explicarnos por qué los más destacados líderes políticos de nuestro tiempo han sido excelentes candidatos. En la democracia moderna la diferencia entre líder y candidato es cada vez menor. En América Latina, la mayoría de los líderes políticos –desde Perón a Mujica, pasando por Betancourt, Allende, Lagos, Lula, Arias, Chávez, Uribe, Santos, Capriles, y otros- han sido grandes candidatos.
La ligazón entre liderazgo y candidatura es muy importante. Será tematizada en un próximo artículo.
http://polisfmires.blogspot.com/2014/08/fernando-mires-la-unidad-en-la-politica.html
Link



[1]              No me referiré nuevamente al ya mítico plebiscito chileno de 1988 que unió a todas las fuerzas democráticas de la nación en un “No” contra una dictadura que controlaba todas las instancias electorales. Hay otros casos. Uno de los más notables y menos citados fue el triunfo electoral de Vicente Fox el año 2000 cuya coalición puso fin a la dominación del PRI, partido-estado que regía los destinos de México desde 1929 y controlaba a todo el aparato electoral. Junto a Fox y su “Alianza para el Cambio” se unieron partidos como el PAN, el Partido Verde y el Partido Auténtico de la Revolución.
[2]              Esa fue la gran locura de los grupos insurreccionales latinoamericanos de los años sesenta y setenta de América Latina como Los Tupamaros, los Montoneros, El ERP, el MIR, la ultraizquierda del PS chileno, y otros. En algunos casos se levantaron en contra de democracias plenamente constituidas (Chile, Uruguay). Todos fueron  apoyados desde Cuba.
[3]                 Prácticamente no ha habido insurrección victoriosa sin una promesa democrática, incluyendo las elecciones. El mismo Fidel Castro de “La Historia me absolverá” edificó un programa  post-dictatorial que contemplaba en primera línea la celebración de elecciones libres. Que Fidel Castro se haya traicionado a sí mismo, y con eso a toda su nación, es otro tema.

sábado, 27 de septiembre de 2014

El debate político

En los debates políticos a diferencias de un partido de fútbol, suele no haber reglas claras. Hecho que no deja de ser problemático porque los debates son la sustancia de la política. Hacer política es en gran medida, debatir. Ese vacío de reglas o normatividad en los debates, es la razón que me llevó a escribir este borrador –no es más que eso- de sugerencias para la práctica del juego del debate. Anoté nueve puntos. Son los siguientes:
  1. Un debate es una lucha de posiciones. Razón que obliga a medir, antes de iniciar un debate, los grados de diferencia que nos separan del oponente. Eso significa que hay que tener muy claro si estamos frente a un enemigo o un adversario o un simple contradictor. De esa claridad depende el tono y estilo de cada discusión.
Entre enemigos totales casi no hay debates. Los enemigos pactan, negocian, transan, pero por lo común, no debaten.
Los adversarios son, si así se quiere, enemigos parciales, mas no totales. En cierto modo ellos son enemigos con los cuales compartimos algunos puntos comunes.
Los contradictores, en cambio, son personas con las cuales, compartiendo muchos puntos comunes, diferimos en los tiempos y modos de llevarlos a la práctica.
  1. Todo debate está conformado por palabras, escritas o pronunciadas. Por lo mismo, un debate es práctica semántica y sintáctica. En todo debate se trata de establecer un orden discursivo en donde es necesario separar el sujeto de sus predicados. La “puesta en orden” de las palabras recibe el nombre de argumentación. Sin argumentaciones no hay debate.
  2. Para poner en forma un debate requerimos, sobre todo si el debate es oral, de la retórica.
La retórica ha sido concebida solo como la técnica de expresarnos bien, de subir o bajar el tono, de adornar lo dicho con una anécdota o ironía puesta en el momento preciso (equivocar el momento es fatal). Sin embargo, en su sentido griego originario, la retórica era el arte de separar lo principal de lo secundario y es por eso que las diferencias entre retórica y dialéctica eran para los griegos, mínimas.
No obstante, la mejor retórica no sustituye la intención ni el sentido de lo que se quiere expresar.
Suele así suceder que la más efectiva retórica consiste en decir lo que uno piensa con la mayor claridad posible. Con eso basta y sobra. No entres entonces en un debate, oral o escrito, a hacer exhibición de conocimientos y supuestas virtudes personales. Evita, en lo posible, el uso excesivo del “yo”. El debate no es una práctica narcisista.
  1. Todo debate político es público, jamás privado. A la vez, todo debate es personal. Pero, y este es un punto clave, la persona con la cual debates, no solo se representa a sí misma.
Tú puedes sentir simpatía o antipatía hacia el oponente. Eso no debe importar. Tú, a través de la persona contraria, no sólo hablas con ella sino con los que esa persona representa.  Por lo tanto, tu deber no es convencer a los tuyos, esos ya están convencidos. De lo que se trata es de convencer a las personas que representa el contrario. Lo importante, en política, acuérdate siempre, es saber sumar. Si no sabes sumar, olvídate de la política y no entres jamás a un debate.
  1. Sin el reconocimiento del otro, no hay debate. Eso significa tomar en serio al oponente y argumentar, no de acuerdo a lo que tú crees que él (o ella) debería decir, sino a lo que efectivamente ha dicho. Si tergiversas su dicción o si sacas de contexto una frase, tú serás ante el público que él representa, el gran perdedor. En un debate no basta con hablar, hay que saber, además, escuchar.
  2. Al opositor, sea adversario o contradictor, nunca hay que atacarlo por lo que es, sino solo por lo que dice o escribe.
Si atacas a alguien por su religión, su nacionalidad, su edad, e incluso –como ya me ha sucedido- por su profesión, estás destruyendo el sentido político (argumentativo) del debate. Si algún energúmeno te ataca en esos términos, retírate de la discusión. Nadie entra a un debate para servir de blanco a odios y  resentimientos. Para eso están los terapeutas. Y ningún polemista político debe serlo. 
  1. Jamás insultes. Pero a la vez, no te dejes insultar. Si eres insultado da por terminado el debate. El insulto es la retórica de los salvajes.
  2. Recuerda que tú no eres representante de ninguna verdad universal, nadie te ha dado ese derecho. Da por sentado que tu oponente, por lo menos durante el debate, no es mejor ni peor que ti. Por lo mismo, el objetivo de un debate no puede ser la revelación de una verdad moral. De lo que se trata es solo de sacar a luz la verdad -o por lo menos, la certeza- política.
La diferencia entre la verdad moral y la verdad política es simple. Mientras la primera se extiende en el tiempo, la segunda se refiere solo al objeto en discusión.
En similar sentido conviene diferenciar entre “las verdades de opinión y las verdades de hecho” (Hannah Arendt). Si alguien dice, durante Pinochet o Stalin reinaba la felicidad, es una verdad de opinión. Si tu dices, Pinochet o Stalin violaron derechos humanos, es una verdad de hecho. No confundir la una con la otra es fundamental para el desarrollo de un debate
  1. Nunca te dejes enredar en una discusión ideológica. Toda ideología es un programa cerrado de ideas petrificadas y no admite, al ser un programa, ninguna alteración. En el fondo, las discusiones ideológicas no existen. Son solamente monólogos paralelos. Las ideologías, por cierto, sobredeterminan el espacio de la política. Pero, dicho en su exacto significado, ninguna ideología es política. Argumentar, por el contrario, significa des-ideologizar.
PS. ¿Por qué escribí nueve y no diez puntos?  La razón es la siguiente: si hubiera escrito diez, habría construido un decálogo. Pero un decálogo tiene un tenor mesiánico y lo mesiánico es contrario a lo político. Ahí donde aparece un mesías, termina la política.
Sin política no hay debate y sin debate no hay política.

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viernes, 25 de julio de 2014

Sobre Politica venezolana: Deutsche Welle.

El gran error de Leopoldo López

DW habló con Fernando Mires, profesor emérito de la Universidad de Oldenburg, severo crítico del líder opositor venezolano y destinatario de una carta que el político caraqueño le escribió desde prisión. 


Este sábado (12.7.2014) hará cinco meses que el dirigente político venezolano Leopoldo López, jefe del partido Voluntad Popular, se deslindó parcialmente de la coalición opositora Mesa de la Unidad Democrática y llamó a protestar en las calles para “salir” del presidente Nicolás Maduro. María Corina Machado, de Vente Venezuela, y Antonio Ledezma, de Alianza Bravo Pueblo, lo acompañaron; pero fue López quien terminó entregándose a las autoridades el 18 de febrero, cuando éstas lo acusaron de poner en peligro la paz social con sus mensajes en Twitter y sus discursos presuntamente incendiarios. El caraqueño de 43 años sigue estando preso.

El dirigente político venezolano Leopoldo López al momento de entregarse a las autoridades el 18 de febrero.

El dirigente político venezolano Leopoldo López al momento de entregarse a las autoridades el 18 de febrero.

En la cárcel de Ramo Verde, reservada para militares y civiles de alto quilate político, López escribió un ensayo para el diario estadounidense The New York Times, titulado El Estado fallido de Venezuela, y una carta –de su puño y letra– dirigida al catedrático chileno-alemán Fernando Mires, profesor emérito de la Universidad de Oldenburg especializado en política internacional y teoría política. 

“Mires es uno de los analistas que con mayor lucidez lee e interpreta la realidad venezolana, colocando lo que acontece en ese país en un contexto histórico y geográfico más amplio”, comenta Manuel Silva Ferrer, de la Universidad Libre de Berlín.

Eso explica por qué la opinión de Mires es tan respetada en los foros virtuales donde concurre buena parte de la oposición venezolana. El acceso a pluma y tinta no debe darse por sentado en las cárceles de esa nación caribeña; de ahí la cuidadosa elección que López ha hecho de sus interlocutores. Su objetivo es claro: defender al movimiento La Salida –que atizó protestas y barricadas a la ucraniana a partir del 12 de febrero–, sobre todo frente a quienes lo describen como una constelación de opositores extremistas o artífice de un plan delirante y destinado al fracaso. DW habló con Fernando Mires, uno de los críticos más severos de López y La Salida.

Deutsche Welle: Dr. Mires, Leopoldo López le escribió una carta este 5 de julio, fecha en que se celebró el 203º aniversario de la declaración de independencia de Venezuela. ¿Le extrañó recibir esa misiva? 

Fernando Mires, catedrático y autor de varios volúmenes sobre filosofía política y ciencias sociales.

Fernando Mires, catedrático y autor de varios volúmenes sobre filosofía política y ciencias sociales.
Fernando Mires: Me tomó por sorpresa porque últimamente he estado prestándole más atención al campeonato mundial de fútbol que a cualquier otra cosa. La última vez que hice contacto con Leopoldo López fue una semana antes de los acontecimientos que condujeron a su arresto. Yo ya le había dicho que me parecía bien la lucha de calle, pero siempre y cuando ésta no propiciara la división de la oposición.

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Aporte de Daniel Gutierrez

UCRANIA: INFORMACIÓN BÁSICA SITUACIONAL: BITACORA DE PERCY CAYETANO ACUÑA VIGIL.

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