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sábado, 30 de octubre de 2021

Jürgen Habermas: BLOG DE FILOSOFÍA DE CAYETANO ACUÑA.

 Jürgen Habermas



In the late 1950s, Jürgen Habermas studied philosophy and sociology at the Institute for Social Research Frankfurt am Main, the “Frankfurt School,” under none other than Max Horkheimer and Theodor Adorno. After some disagreements, Habermas finished his education studying political science at the University of Marburg under notable Marxist Wolfgang Abendroth. Habermas would also teach at the Frankfurt School, retiring in 1994. Habermas works in the traditions of critical theory and pragmatism and has been very influential to philosophy and sociology.

Habermas has placed a great deal of emphasis on the power of rational discourse. In what is perhaps his most important work, Theory of Communicative Action (1981), Habermas expressed criticism of modern society for the development of the welfare state, corporate capitalism, and its demand for mass consumption. 

Habermas argued that with the development of modern industrial society since the start of the 19th century, democracy shifted from being participatory to a representative, and the body of the public lost its voice in the democratic discourse, as public life became rationalized and quantified. With some controversy, Habermas has called for the need to shift from representative democracy to a deliberative one, in which discourse is made equal again among citizens and government.

https://thebestschools.org/magazine/most-influential-living-philosophers/

TEORIA DE LA ACCIÓN COMUNICATIVA

https://pics.unison.mx/doctorado/wp-content/uploads/2020/05/Teoria-de_la_accion_comunicativa-Habermas-Jurgen.pdf

RESEÑA

https://www.redalyc.org/pdf/1995/199518706036.pdf

http://www.razonypalabra.org.mx/N/N75/ultimas/38_Garrido_M75.pdf

Acción comunicativa

El concepto de acción comunicativa es una de las bases que estableció el filósofo alemán Jürgen Habermas para estructurar su Teoría crítica de la modernidad.

Habermas observa cómo la interacción social del ser humano pasa de estar basada en ritos y en lo sagrado a la potencia del signo lingüístico, con la fuerza racional de las verdades sometidas a crítica. Las estructuras de acción comunicativa orientadas a un acuerdo se vuelven cada vez más efectivas tanto en la reproducción cultural como en la interacción social o en la formación de la personalidad.

Índice

1 Concepto

2 Bibliografía

3 Enlaces externos

4 Véase también

Concepto

Siguiendo a Humboldt, que establecía al lenguaje como configurador del pensamiento, Habermas opina que no hay mente, ni actividad intelectual sin un lenguaje previo. Si todo ser humano nació en una comunidad lingüística, el lenguaje es, paradójicamente, anterior al éste, todo el que quiso decir algo ya tuvo que suponerlo. 

Habermas admite esta independencia del lenguaje y elabora su teoría filosófica a partir de lo que él llama los supuestos universales del habla: aquellos supuestos que debe considerar cualquier hablante antes de emitir palabra, porque son “mandatos” del lenguaje. Estos supuestos son ciertos en cualquier lengua, por tanto universales. Un hablante no puede dejar de pretender, si es que quiere alcanzar un consenso comunicativamente:

1. Inteligibilidad para lo que se dice. La comunicación resulta imposible si lo que se dice es incomprensible para los demás.

2. Verdad para aquello que se dice. Para el contenido de lo que se dice en relación con lo objetivo (si digo “esta mesa es verde” debe ser verde) o para las condiciones de existencia de lo que se dice (si digo: “cierra la puerta” se presupone que la puerta estaba abierta).

3. Rectitud para su acto de habla en relación con un contexto normativo. Esto significaría lo siguiente: todo hablante se atiene a un conjunto de normas aceptadas por todos. Si dice “usted se calla” es porque debe estar autorizado a decirlo.

4. Veracidad para su formulación como expresión de su pensamiento. Lo que dice debe ser lo que cree o piensa; si miente, la comunicación se rompe.

Estos cuatro supuestos: inteligibilidad, verdad, rectitud y veracidad, son los que forman la base de validez del habla. Para Habermas, el uso primario del lenguaje sería el orientar su empleo al entendimiento. El lenguaje busca ayudarnos a comunicarnos, y para poder comunicarnos son precisos esos cuatro supuestos, y el lenguaje nos “obliga” a cumplirlos. 

Los otros usos del lenguaje son parasitarios de este uso ideal. Podemos usar el lenguaje para engañar, estafar, manipular, etc., pero el que miente debe hacer creer a los demás que opera bajo el supuesto de veracidad si quiere conseguir su objetivo, el que dice cosas incongruentes debe convencernos de que no está loco, y que lo que dice responde a la realidad, el que violenta y problematiza las normas pone en cuestión el presupuesto de rectitud, etc.

La comunicación real está llena de problemas que impiden estas condiciones ideales del habla. Existen todo tipo de patologías en la comunicación humana, pero esto no excluye la necesidad de un modelo de comunicación ideal como referencia, el modelo que el uso correcto del lenguaje exigiría. 

Cuando existen perturbaciones en la comunicación todos tenemos conciencia de que el proceso comunicador está pisando sobre supuestos no admitidos, de que existe una anomalía. Las expectativas de normalidad quedan desmentidas si lo que dices es falso, o no eres quién para decírmelo, o mientes, o no te entiendo, y se produce violencia cuando no se consigue restablecer la comunicación.

En este punto, cuando no funcionan las bases de validez del habla y se interrumpe el proceso comunicativo, es cuando para Habermas se hace necesario lo que él llama el discurso: una forma reflexiva de interacción que se esfuerza en recomponer la comunicación. Si los supuestos admitidos no son sólidos, hay que buscar un consenso en una discusión, que sea tal, que garantice la simetría y la igualdad de oportunidades para los hablantes y donde se puedan aducir los mejores argumentos.

Con esto quiere decir lo siguiente: cuando se produce una situación de incomunicación y, por tanto, de violencia más o menos encubierta, los hablantes deben crear una situación ideal de habla en la que cada hablante se olvida de las diferencias de poder, sexo, edad... y de las normas compartidas, ya que la violencia reinante las ha puesto en duda, y deben tener así igualdad de oportunidades para expresar los mejores argumentos que posean para defender su postura. 

El consenso se produce sobre la base de la coacción del mejor argumento: si me dejo convencer es porque pretendo que las razones en las que se asienta mi convicción son igualmente convincentes para cualquier hablante. El ideal de la razón está inscrito en la interacción lingüística, la alternativa al diálogo no es otra que la sinrazón y la violencia.

Para Habermas, la comunicación lleva inscrita en su piel la promesa de resolver con razones las perturbaciones. Quien habla pisa una dimensión en la que aparecen claros los conceptos verdad/mentira, justicia e injusticia. 

El lenguaje nos da la posibilidad de consensuar normas de comportamiento y de propiciar, por tanto, el progreso histórico. Habermas da un nuevo sentido a la frase de Aristóteles: “el hombre, porque habla, sabe de lo justo y de lo injusto”. Sobre el lenguaje, Habermas establece la posibilidad de crear una ética, una política y una teoría consensual de la verdad.

Por todo ello, Habermas establece diferentes tipos de acción en los que interviene la comunicación. De un lado, distingue entre las acciones que se llevan a cabo en un contexto social y las que lo hacen en uno no social. Por otro lado, en función del objetivo que tiene la acción, Habermas establece otro criterio de clasificación. Así establece tres tipos de acción:

 1.En aquellos casos en que la acción está orientada al éxito en un contexto no social, habla de acción instrumental.

 2.Cuando la acción se realiza orientada al éxito pero en un contexto social, lo denomina acción estratégica. 

3.Finalmente, en aquellos contextos sociales en que el objetivo es la comprensión mutua es cuando, según Habermas, aparece la acción comunicativa.

Bibliografía

Habermas, Jürgen (1987). Teoría de la acción comunicativa [1981]. Taurus, Madrid. ISBN 8430603417.

Habermas, Jürgen (2002). Verdad y justificación [1999]. Trotta, Madrid. ISBN 978-84-8164-497-5..

Fabra, Pere (2008). Habermas: lenguaje, razón y verdad, Marcial Pons, Madrid.

https://es.wikipedia.org/wiki/Acci%C3%B3n_comunicativa


miércoles, 18 de junio de 2014

Cuando las élites fracasan

 

El Gobierno alemán puede cometer un error histórico si sigue defendiendo políticas de corto alcance que lo favorecen en casa en vez de enfrentarse a los problemas que han puesto a Europa en situación de emergencia



ENRIQUE FLORES

Con el título, tan significativo, de “Kein deutsches Europa!” [No queremos una Europa alemana], Wolfgang Schäuble desmentía hace poco en un artículo publicado simultáneamente en diarios de Inglaterra, Francia, Polonia, Italia y España, que Alemania aspire a asumir el liderazgo político en la Unión Europea (Süddeutsche Zeitung 20/21 de julio de 2013). Schäuble que, junto con la ministra de Trabajo, es el último “europeo” de corte germano-occidental que queda en el gabinete de Angela Merkel, habla desde el pleno convencimiento personal. Es cualquier cosa menos un revisionista que quiera anular la integración de Alemania en Europa y destruir así el fundamento de la estabilidad del orden de posguerra. Conoce el problema cuyo regreso debemos temer nosotros, los alemanes.

Tras la fundación del imperio en el año 1871, Alemania había adoptado una funesta posición semihegemónica en Europa, tal como expresa la famosa frase de Ludwig Dehio, “demasiado débil para dominar el continente pero demasiado fuerte para integrarse”. Y esto también contribuyó a allanar el camino hacia las catástrofes del siglo XX. La lograda unificación europea impidió, no solo a la Alemania dividida sino también a la Alemania reunificada, volver a caer en el antiguo dilema. Es evidente que la República Federal está interesada en que esto no cambie. Pero ¿no ha cambiado de hecho la situación? Wolfgang Schäuble reacciona ante un peligro actual. Él mismo es quien impone a la fuerza el testarudo rumbo de Angelika Merkel en Bruselas y quien palpa la grieta que podría resquebrajar el núcleo de Europa.


Es Wolfgang Schäuble quien impone a la fuerza el testarudo rumbo de Merkel en Bruselas y quien palpa la grieta que podría resquebrajar el núcleo de Europa

Él es quien tropieza con la resistencia de los “países receptores” en los círculos de los ministros de Hacienda de la comunidad monetaria europea cada vez que bloquea los intentos de introducir un cambio de política. El impedir una unión bancaria para la asunción comunitaria de los costes de la liquidación de los bancos malos es tan solo el ejemplo más reciente de ello. Schäuble no se aparta ni un milímetro de la norma de la canciller de no cargar a los contribuyentes alemanes con nada que rebase el alcance exacto de los créditos que requieran en cada caso los mercados financieros para el rescate del euro, y que siempre han recibido como consecuencia de una “política de rescate” indisimuladamente favorable a los inversores. Por supuesto, este rumbo seguido tan tenazmente no excluye un gesto de 100 millones en créditos para las clases medias que el tío rico berlinés toma de la caja fuerte del banco nacional para sacar del apuro a los primos de Atenas que se han quedado sin blanca.

La potencia líder que se niega a sí misma
Es un hecho que el gobierno de Merkel obliga a Francia y a los “países del Sur” a aceptar su controvertida agenda de crisis mientras que la política de adquisiciones del BCE brinda un respaldo no admitido. Pero al mismo tiempo, Alemania niega su responsabilidad en el marco de una Europa global por las consecuencias desastrosas que asume al poner en práctica ese papel – considerado como algo enteramente normal - de política de poder. Solo hay que pensar en el exorbitante paro juvenil del sur de Europa como una de las consecuencias de una política de ahorro con cargo a los miembros más débiles de la sociedad. Visto de este modo, el mensaje “nada de Europa alemana” cobra también el sentido, bastante menos bonito, de que la República Federal se coloca en un segundo plano. Desde un punto de vista formal, el Consejo Europeo decide de forma unánime. 

Angelika (sic) Merkel solo puede perseguir abiertamente intereses nacionales, o lo que ella considera como tales, como uno de los 17 miembros integrantes. El Gobierno alemán saca ventaja, incluso una ventaja desproporcionada, de la preponderancia económica del país siempre y cuando sus socios no duden de la lealtad, carente de ambiciones políticas, de los alemanes hacia Europa.

Pero ¿cómo puede resultar creíble este gesto de humildad a la vista de una política que se aprovecha descaradamente de la propia preponderancia económica y demográfica? Cuando, por ejemplo, toca imponer normas de emisión de gases más estrictas para el nuevo rico que fanfarronea de sus berlinas de lujo y estas normas perjudican – por supuesto, siempre en el marco del cambio energético – a la industria automovilística alemana, la votación se retrasa, por intervención de la canciller, hasta que el grupo de presión está satisfecho o ya han pasado las elecciones al Bundestag [Parlamento]. El artículo de Schäuble responde, me parece a mí, a la irritación que este doble juego del Gobierno federal produce en los círculos de los jefes de Gobierno de los restantes países del euro.


El Gobierno alemán saca ventaja, incluso una ventaja desproporcionada,  siempre y cuando sus socios no duden de la lealtad de los alemanes hacia Europa

Un Gobierno federal cada vez más aislado trata de imponer frente a Francia y a los países en crisis una dura política de ahorro en nombre de imperativos de mercado que supuestamente no dejan otra alternativa. En contra de los hechos, da por sentado que todos los estados miembros de la Comunidad Monetaria Europea pueden decidir por sí mismos sobre sus respectivas políticas económicas y presupuestarias. Si es necesario deberán “modernizar” el Estado y la economía y aumentar su competitividad con ayuda de créditos del fondo de rescate, pero siempre por cuenta propia. Esta soberanía ficticia es cómoda para la República Federal porque ahorra al socio más fuerte tener en consideración los efectos negativos que pueden acarrear sus propias políticas a los socios más débiles. Por el contrario, Mario Draghi ya advertía hace un año “que no es legítimo ni soportable desde un punto de vista económico que la política económica de países concretos entrañe riesgos que rebasen las propias fronteras y afecten a los restantes socios de la unión monetaria” (Die Zeit 30 de agosto de 2012).

¿Ha caído Europa en una trampa sin salida?
Hay que repetirlo una y otra vez: las condiciones poco óptimas en las que la Comunidad Monetaria Europea opera hoy día se deben al error de construcción de una Unión Política que no es plena. Por eso la clave no está en cargar los problemas sobre los hombros de los países en crisis a través de la financiación crediticia. La imposición de políticas de ahorro no puede eliminar los desequilibrios económicos existentes dentro de la zona euro. Solo se puede esperar una equiparación de estas diferencias de nivel a medio plazo como resultado de una política fiscal, económica y social común o en estrecha sintonía recíproca. Y si no se quiere derivar por completo en una tecnocracia al seguir este camino, hay que preguntar a los ciudadanos de los países europeos cómo conciben el núcleo de una Europa democrática. Wolfgang Schäuble lo sabe. Lo dice también en entrevistas concedidas a la revista Spiegel, entrevistas que no tienen consecuencias por lo que respecta a su propia actuación política.

La política europea ha caído en una trampa que Claus Offe define con precisión: si no queremos abandonar la unión monetaria, resulta, por un lado necesario y por otro impopular, llevar a cabo una reforma institucional que necesita tiempo. Por eso los políticos que desean ser reelegidos van dejando el problema para más adelante. Este dilema afecta sobre todo al Gobierno alemán, pues hace mucho que asumió con sus actos responsabilidades en el marco de una Europa global. Además, es el único que puede plantear una iniciativa prometedora para dar un paso hacia adelante, debiendo ganarse para ello a Francia. No se trata de bagatelas, sino de un proyecto en el que los hombres de Estado europeos más destacados llevan invirtiendo sus mejores energías desde hace más de medio siglo.


La política europea ha caído en una trampa: si no queremos abandonar la unión monetaria, resulta necesaria una reforma institucional que necesita tiempo
Pero, por otro lado, ¿qué significa realmente “impopular”? Si una solución política es razonable, no debe suponer el menor problema plantearla al electorado de una democracia. ¿Y cuándo hacerlo si no es antes de unas elecciones al Bundestag? Cualquier otra opción supone un encubrimiento tutelar. Infravalorar y exigir demasiado poco a los electores constituye siempre un error. Creo que será un fracaso histórico de las élites políticas de Alemania el seguir cerrando los ojos y hacer como si el business as usual, es decir, el forcejeo corto de miras sobre la letra pequeña a puerta cerrada, fuera la respuesta a la situación del momento.

En lugar de eso, deberían hablar claramente a sus ciudadanos, que se sienten inquietos y que jamás se ven confrontados como electores con cuestiones europeas de peso. Deberían pasar a la ofensiva y dirigir un debate, que implica una polarización inevitable, sobre alternativas que siempre tienen un coste. Tampoco deberían callar por más tiempo los negativos efectos redistributivos que deberán asumir a medio y corto plazo los “países donadores” como resultado de la única solución constructiva de la crisis, aunque ello redundará en su propio interés a largo plazo.

Vacío normativo
Conocemos la respuesta de Angela Merkel: tranquilo quehacer dilatorio. Su persona pública parece carecer de todo núcleo normativo. Desde la irrupción de la crisis griega en mayo de 2010 y el posterior fracaso en las elecciones al Parlamento de la región de Renania del Norte-Westfalia, somete cada uno de sus meditados pasos al oportunismo de la conservación del poder. Desde entonces, la astuta canciller sale adelante con una lógica clara, pero sin unos principios definidos y por segunda vez aleja cualquier tema controvertido de las elecciones al Bundestag, por no hablar de la política europea, minuciosamente aislada. Puede definir la agenda porque, si la oposición se apresura con el tema europeo, de gran carga emocional, es de temer que acabe siendo machacada con la maza de la "unión de la deuda". Y además, por obra de aquellos que solo podrían decir lo mismo si realmente llegaran a decir algo. Europa se encuentra en situación de emergencia y el poder político está en manos de quien decide qué temas pueden llegar a la opinión pública. Alemania no baila, sino que dormita sobre el volcán.


Europa se encuentra en situación de emergencia
y el poder político está en manos de quien decide qué temas pueden llegar a la opinión pública
¿Fracaso de las élites? Todo país democrático tiene los políticos que se merece. Y esperar de los políticos que han sido votados un comportamiento que vaya más allá de la rutina resulta un tanto peculiar. Me alegro de vivir desde 1945 en un país que no necesita héroes. Tampoco creo en el dicho de que los individuos hacen la historia, al menos no por lo general. Solo constato que existen situaciones extraordinarias en las que la capacidad perceptiva y la fantasía, el valor y la disposición a asumir responsabilidades de los individuos que actúan marcan la diferencia en el curso de los acontecimientos.

Jürgen Habermas es filósofo alemán, ganador del Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2003. La editorial Suhrkamp acaba de publicar el último volumen de sus Kleinen Politischen Schriften (Breves Escritos Políticos), Im Sog der Technokratie (Arrastrados por la tecnocracia).
© 32/2013, Der Spiegel.
Traducción de News Clips.

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