martes, 20 de agosto de 2019

Frédéric Bastiat: EL ESTADO LIBERAL

Frédéric Bastiat



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Instituto Juan de Mariana


El Estado de Fréderic Bastiat

Ciudadanos, en todos los tiempos dos sistemas políticos han estado presentes y ambos pueden apoyarse en buenas razones. Según uno, el Estado debe hacer mucho, pero también debe tomar mucho. Según el otro, esa doble función se debe hacer sentir poco.

Entre los dos sistemas es necesario optar. Pero en cuanto a un tercer sistema, que participe de los otros dos y que consista en exigir del Estado sin darle nada, es quimérico, absurdo, pueril, contradictorio, peligroso. Aquellos que lo ponen por delante para darse el placer de acusar a todos los gobernantes de impotencia y exponerles así a ataques, estos a Ustedes los adulan o los engañan, o al menos se engañan a ellos mismos.

En cuanto a nosotros, pensamos que el Estado no es o no debería ser otra cosa que la fuerza común instituida no para ser entre todos los ciudadanos un instrumento de opresión y de expoliación recíproca sino, por el contrario, para garantizar a cada uno lo suyo y hacer reinar la justicia y la seguridad.

https://es.wikisource.org/wiki/El_Estado

Obras escogidas
Autor: Frédéric Bastiat




Frédéric Bastiat (1801 - 1850) nació en Bayonne, en el sur de Francia. Tal vez no ha existido un escritor más hábil para articular el pensamiento económico y para exponer los mitos que plagan el debate político que Bastiat. Durante su corta vida, escribió ensayos clásicos como "La ley" y "Lo que se ve y lo que no se ve". Poseía una notable capacidad de desarmar los sofismas del proteccionismo, el socialismo y otras ideologías propias del Estado interventor y solía hacerlo con una impresionante claridad e ingenio.

El ensayo famoso de Bastiat “La ley” muestra sus talentos como un activista a favor del libre mercado. Allí explica que la ley, lejos de ser el instrumento que permitió al Estado proteger los derechos y la propiedad de los individuos, se había convertido en el medio para lo que denominó “expoliación” o “saqueo”. De su ensayo “El Estado”, en el cual Bastiat argumenta en contra del socialismo, viene tal vez su cita más conocida: “El Estado es la gran ficción mediante la cual todo el mundo trata de vivir a expensas de los demás”.


https://www.elcato.org/bibliotecadelalibertad/obras-escogidas/4-el-estado

SOBRE EL ESTADO

«Es un personaje misterioso, y seguramente el más solicitado, el más atormentado, el más atareado, el más aconsejado, el más acusado, el más invocado y el más provocado que hay en el mundo», explicaba Frédéric Bastiat cuando él mismo se preguntaba qué era el estado, dónde estaba, qué hacía o qué debería hacer.

Recientemente el abogado y profesor universitario Juan Carlos Valdivia, en uno de sus análisis sobre el conflicto social que viene generando la inversión minera en Tía María, acentuado luego del permiso de construcción otorgado por el gobierno, dijo que lo más saludable era considerar, ante todo, los intereses de la población y que era prioridad del estado representarnos porque, a fin de cuentas, el estado somos todos. Pero de serlo verdaderamente, ¿por qué entonces hemos creado una Constitución que protege nuestros derechos fundamentales frente a la arbitrariedad del estado? 

¿Acaso para defendernos de nosotros mismos?

Básicamente el origen de la Constitución reside en la necesidad de limitar el poder de quien ejerce el gobierno, evitar la opresión tantas veces utilizada en épocas pre-republicanas para prolongar la esclavitud. La propia Constitución en su artículo 43° señala que el estado es uno e indivisible, y que se organiza según el principio de separación de poderes: el ejecutivo, legislativo y judicial; allí no entramos todos. Decir que el poder del estado emana del pueblo, no es lo mismo que decir que el estado lo seamos todos; por la misma razón, decir que SERPOST o PETROPERÚ los financiamos todos, no significa que seamos parte de estos (ni de su gestión ni sus utilidades, aunque sí de sus déficits).

Y es que el estado es una gran ficción. Bastiat lo señalaba con suma claridad: «es una ficción a través de la cual todo el mundo se esfuerza en vivir a expensas de todo el mundo». Pero una ficción muy cara en el Perú, valgan verdades: 6,400 millones de dólares en la nueva refinería de Talara, más de 4,500 millones de dólares en la carretera interoceánica (tan llena de vicios y sobornos) y 632 millones de dólares anuales para viajes oficiales y alquiler de inmuebles, entre otros muchos onerosos gastos.

Cuando Juan Carlos Valdivia afirma que el estado debe «identificarse con los intereses de la población que en este momento representa a todo el Perú», me pregunto: ¿cómo se identifican los intereses de la población?, ¿a través de un referéndum?, ¿en elecciones generales?, ¿existe algo como aquello de la “voluntad popular”? Extraña postura de alguien que abomina del espíritu gregario o de doctrinas que uniformizan, y pide al estado que represente los intereses de la población.

Si fueran estos mecanismos democráticos los que definen en última instancia la voluntad popular, tendríamos que sujetarnos a lo votado (en realidad, así ocurre) y como tal, probablemente, Tía María no se ejecutaría, pero también se expulsarían a los venezolanos migrantes, se podría implantar la pena de muerte a delitos graves y hasta se penalizaría la homosexualidad. Si los intereses de la población se midieran en encuestas y éstas se reflejaran en acciones de estado, el país podría ser un ejemplo de democracia directa para el mundo, pero un símbolo de ultraje a las minorías y a los derechos fundamentales.

No alcanza con ser democráticos, se necesita más república, y para ello el poder debe enfrentarse a determinados límites. La manera de cercar el deseo o la aspiración de la tribu (expresada en la acción representativa del estado) es a través de la libertad para disponer de la propiedad, y así defenderla de la voluntad arbitraria del resto. El problema de Tía María (Conga o las Bambas o demás yacimientos mineros donde prevalece el conflicto) es uno de definición de propiedad —o de falta de titularidad—, pero eso es parte de otro análisis.

Resulta ingenuo suponer que el estado, esa onerosa ficción, podría aglutinar los elevados valores cívicos de la población, y en su sabio juicio, definir lo que es justo o no. Aun cuando los representantes políticos son elegidos democráticamente, esto no es garantía de su mayor espíritu cívico. Becerril, Donayre, Salgado, Arana, Cáceres Llica y muchos más en el Congreso o en los gobiernos regionales conforman el fiel reflejo de la gestión de lo común: lo que es de todos es de nadie, salvo de ellos precisamente. La regla en la gestión del estado es el dispendio, la arbitrariedad; la excepción, el estado de derecho.

El estado es la obra ingeniosa de los que no han encontrado mejor manera de desfalcarnos que a través de sus adendas, permisología profusa y, claro, impuestos, sin que parezca un atraco. Max Weber decía que el estado es aquella comunidad humana (no tiene superpoderes) que reclama para sí el monopolio de la violencia física, en consecuencia, es la única fuente del “derecho” a la violencia. 

Encargarle al estado que represente nuestros tan difusos intereses es entregarle una pistola para que negocie con nosotros en una mesa de diálogo.

Jorge Luis Ortiz Delgado: Centro de Estudios Liberales
Arequipa

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