lunes, 30 de enero de 2017

Alain Finkielkraut contra “el islamismo de izquierdas”

Alain Finkielkraut contra “el islamismo de izquierdas”

El pensador francés publica en español su controvertido ensayo ´Lo único exacto'
Madrid 28 ENE 2017 - 19:48 CET



Alain Finkielkraut, el pasado 26 de enero, en Madrid. ÁLVARO GARCÍA

El yihadismo avanza en su senda hacia la conquista del poder y el ulema Yusuf al-Qaradawi llama a la guerra santa. Un choque de civilizaciones estalla cada viernes en los suburbios de París. Olas de antisemitismo avanzan por los campos y las plazas de la dulce Francia y los papás judíos retiran a sus hijos de las escuelas temerosos del odio islamista. Los periódicos de la izquierda se callan entre asustados e interesados y prefieren el “fascismo” de Le Pen como chivo expiatorio. No estamos ante una distopía franco-francesa al estilo Houellebecq. Es la lista de obsesiones que alimenta la pluma del prestigioso pensador y ensayista Alain Finkielkraut (París, 1949), todas ellas y bastantes más reflejadas en las páginas de Lo único exacto (Alianza Editorial).

La nueva obra del autor de ensayos tan vitriólicos desde el punto de vista del análisis político y cultural como La identidad desdichada o La derrota del pensamiento volvió a hacerle merecedor de una acusación: la de ser el ideólogo en la sombra de la derecha identitaria francesa. La intelectualidad rive gauche lo ha venido tachando de reaccionario. Diarios como Le Monde o Libération y semanarios como L’Obs demolieron sus interpretaciones acerca de cuestiones como el avance islamista, la laicidad en la escuela pública, la integración o asimilación de los inmigrantes, la cuestión judía y el “antisemitismo de izquierdas” o lo que el autor considera “una pérdida de diversidad en Francia a manos de la homogeneización ideológica”.


Finkielkraut sostiene como tesis vertebradora del relato la imposibilidad de seguir analizando el mundo desde el plano histórico. Y a sus ojos, la dicotomía integración/asimilación cuando se habla de los inmigrantes y de su encaje en suelo francés –y en la identidad francesa: es la verdadera obsesión del autor- tiene que verse superada por la sincronización. “El filósofo marxista alemán Ernst Bloch habló en su libro Herencia de esta época de la no contemporaneidad de los contemporáneos. No vivimos todos la misma época. Y los yihadistas, los salafistas, los islamistas en general, viven en otra temporalidad histórica completamente distinta a la que estamos acostumbrados. Manejan otra agenda”.

El libro recoge 67 piezas escritas entre 2013 y 2015. Por ellas desfilan lo mismo una crítica sin freno al “esnobismo e infantilismo” de Quentin Tarantino en su película Django desencadenado, que un conmovedor retrato de Philip Roth en la fiesta de su 80 cumpleaños; o el lamento ante lo que el filósofo llama “el espíritu de penitencia” puesto en pie por el Estado francés tras los atentados yihadistas de París (“un espíritu que increíblemente convierte a las víctimas en culpables por aquello del ¿pero qué habremos hecho mal?”); o la falta de integración de los jóvenes inmigrantes de la Francia actual; o el surgimiento de “un nuevo fenómeno francés, el islamo-izquierdismo”.

"El Frente Nacional es temible pero no es fascista"




“Considero el Frente Nacional como un adversario, no quiero que llegue al poder ni que la señora Le Pen sea presidenta, su política económica me resulta sumamente inquietante, sus tropismos putinianos y trumpistas me parecen temibles… ¡la señora Le Pen fue a la Torre Trump y ni la recibieron, qué vergüenza!... pero no lo considero un peligro. Hace mucho tiempo que el FN dejó de ser un partido fascista, si es que alguna vez lo fue. Juega el juego democrático, gobierna en ciudades sin mucho escándalo y desde luego no quiere establecer una dictadura en Francia. Nunca votaré al FN pese a que entiendo el sentimiento de inseguridad cultural de muchos de quienes le votan. Lo mejor que pueden hacer los otros partidos contra el Frente Nacional es dar alternativas a la gente”.

El escritor parisiense tiene claro por qué levantan tanto resquemor en el arco político-mediático-intelectual de la izquierda sus denuncias de lo que llama “el nuevo malestar francés”. En una conversación con EL PAÍS en el Instituto Francés de Madrid, donde participó el jueves en La Noche de las Ideas, explica: “Lo que me achacan es haber escrito un libro en 2013, L’identité malheureuse (La identidad desdichada, editado en español por Alianza), donde defiendo el concepto de identidad francesa. También soy culpable de mis lazos con Israel. O sea, que como ve soy doblemente culpable. Soy un racista y defiendo cierta idea de mi país, lo que es un pecado. Y eso, ser el objetivo de los antirracistas es, para alguien que se llama como yo y que viene de donde yo vengo (el padre de Finkielkraut fue un judío polaco deportado a Auschwitz), terrible de verdad. Terrible e inesperado”.

Uno de los capítulos clave en su nuevo libro se titula El espíritu de penitencia, y es una de las claves para entender su (tremendamente discutible, como siempre en Finkielkraut) teoría del culpable y la víctima. Preguntado sobre si hay cierta dosis de masoquismo en esa búsqueda de culpables, contesta:

“Es muy curioso que usted utilice el concepto del masoquismo para hablar de esto. Hace años leí un artículo que Octavio Paz dedicó a Sartre tras la muerte de este. Decía que, en Sartre, el espíritu crítico había tomado la forma de un masoquismo moralizante. Sí: la izquierda ha sobrepasado la frontera que separa el espíritu crítico del masoquismo moralizante. Y en Francia eso se puso sobre todo de manifiesto en los días siguientes al atentado contra Charlie-Hebdo. Primero dijeron: ‘¡Es horrible!’. Y enseguida dijeron: ‘Bueno, pero es que hay gente a la que prácticamente hemos obligado a convertirse en terroristas”.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/01/27/actualidad/1485543651_464357.html

Madrid 26 ENE 2017 - 23:47 CET
Alain Finkielkraut. Álvaro García

Decía Michel Foucault que la tarea de la filosofía no es otra que diagnosticar el presente. Y decía Charles Péguy: “Adelantarse, retrasarse, ¡cuánta inexactitud! Llegar a la hora es lo único exacto”. Coincidían, pues, en esa reivindicación furiosa del ahora frente a devaneos memoria listicos o arriesgadas predicciones de futuro. Y a ellos dos parece agarrarse intelectualmente como una lapa el pensador, ensayista y académico francés Alain Finkielkraut (París, 1949) en su libro Lo único exacto, que ahora llega en su versión en español editado por Alianza.

Finkielkraut ha visitado Madrid invitado por el Instituto Francés para participar en la segunda edición de La noche de las ideas. Se trata del capítulo español de una iniciativa multitudinaria e internacional que se inició el año pasado y que, esta vez bajo el título Un mundo en común, pretende analizar y debatir en numerosas ciudades y con la participación de destacados intelectuales y políticos, los actuales desafíos y problemas del planeta. El autor de ensayos controvertidos como La derrota del pensamiento o La identidad desdichada mantuvo ayer una conversación con el también pensador y ensayista Javier Gomá, director de la Fundación Juan March. Su título: ¿Qué futuro para la democracia? Posteriormente, otra mesa redonda reunió al exministro de Asuntos Exteriores socialista Miguel Ángel Moratinos con quien fuera su homólogo en el gobierno francés y secretario del Elíseo, Hubert Védrine.

El nuevo libro de Alain Finkielkraut en español llega dos años después de haber suscitado un auténtico volcán de crítica y diatriba en Francia, donde parte de la intelectualidad y de la crítica lo tachó de reaccionario por las ideas que sobre cuestiones como el islamismo, la laicidad, la integración o asimilación de los inmigrantes o la cuestión judía trata en estas páginas. “Conocí otra época, en la que el debate intelectual en Francia era vivo, tenso, pero no violento. Las listas negras han vuelto y la palabra reaccionario ha recobrado un interés que había perdido. La conversación intelectual ha adquirido una inusitada violencia en Francia”, asegura Finkielkraut, que en gran parte culpa de ello al “surgimiento de un neo progresismo brutal que considera que el peligro que acecha a mi país no es el nuevo e indudable antisemitismo que se está produciendo, sino simplemente el Frente Nacional”.

Por cierto, el profesor de Historia de las Ideas en la Universidad Politécnica de París cree que Marine Le Pen no será presidenta de Francia, “aunque sí llegará a la segunda vuelta de las presidenciales y quizá hasta gane la primera”. Considera como “un adversario” al Frente Nacional, dice no desear en absoluto que Le Pen presida el país pero no cree que el Frente Nacional sea “en absoluto” un partido fascista.

Por las 67 piezas recogidas en el libro, escritas entre 2013 y 2015, desfilan lo mismo la denuncia del Django desencadenado de Tarantino que un conmovedor retrato de Philip Roth a sus 80 años; el lamento ante lo que el filósofo llama “el espíritu de penitencia” puesto en pie por el Estado francés tras los atentados yihadistas (“un espíritu que increíblemente convierte a las víctimas en culpables por aquello del ¿pero qué habremos hecho mal?”), la falta de integración de los jóvenes inmigrantes de la Francia actual o las reflexiones sobre el “atolladero moral de Auschwitz”.

El autor considera que Francia, y el mundo en general, se encuentran inmersos en un “choque de civilizaciones” y que “un actor imprevisto ha entrado de lleno en nuestra historia: el Islam político”.

Y cree que “la Historia como ejercicio de memoria ya no nos sirve para analizar eso”. Finkielkraut, recurrentemente masacrado en lo dialéctico por casi todo el arco de la izquierda francesa y por medios como el diario Le Monde o el semanario L’Obs, denuncia además “el surgimiento de un nuevo fenómeno político en Francia, el islamo-izquierdismo”. Frente a eso, Finkielkraut parece sentirse mucho más confortable en el seno de una nueva tendencia intelectual de corte conservador, “pero no un conservadurismo que no es reaccionario ni racista, y que no quiere cambiar el mundo, sino salvar el mundo”.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/01/26/actualidad/1485461021_814480.html

Europa... ¿seducción o rapto?

Un libro reúne ensayos de 18 autores sobre la crisis de identidad del viejo continente y sus problemas políticos y sociales
Madrid 21 ENE 2017 - 00:00 CET

Refugiados esperan un plato de comida en un almacén aduanero en Belgrado (Serbia). MARKO DJURICA REUTERS

Cosa de varios milenios ya, y seguimos sin estar seguros de la mayor. ¿Fue la pobre Europa seducida y llevada en volandas por el dios Zeus disfrazado de toro o la raptaron los malvados cretenses? El caso es que no hay evidencia demostrable –y lo menos que puede decirse a estas alturas es que nunca la habrá- acerca de cómo llego a Creta la bella fenicia. Cosas de la mitología, que no suele traer bajo el brazo escuadra y cartabón.

Así que, ante la duda y ante las dudas, el editor alemán afincado en Barcelona Raimund Herder tiró de los profesores y pensadores Miquel Seguró y Daniel Innerarity para tratar no de aclarar cosas en torno a lo que fue, es y puede que sea la vieja Europa, sino probablemente para embarullar un poco más la cuestión: la misión de cualquier editor de temas de ensayo que se precie, vaya. El resultado es el libro ¿Dónde vas, Europa? (Herder Editorial, 260 páginas), un contradictorio y enriquecedor crisol de opiniones, datos, lamentos, denuncias, esperanzas, alegrías y desencantos en torno al continente y, más concretamente, en torno a los procesos de integración y desintegración políticos, económicos, sociales y culturales. Procesos de seducción y rapto, en suma.

La nómina de los firmantes coordinados por los editores del libro es tan heterodoxa como las propias opiniones reflejadas. Profesores y catedráticos de filosofía (Marina Garcés, Roberto Esposito, Manuel Cruz, Daniel Gamper, Daniel Innerarity, Santiago Zabala, Victoria Camps, Francesc Torralba, Yves Charles Zarka…), expertos en pensamiento político (Ramón Cotarelo), sociólogos como Anthony Giddens o Eva Illouz, ensayistas y columnistas (Josep Ramoneda), pensadores de rango internacional como Slavoj Zizek o Gianni Vattimo y hasta religiosos como el todopoderoso cardenal Gianfranco Ravasi…

Uno se zambulle en este libro-chequeo y el diagnóstico del paciente no es bueno.
Hubo y hay mucho de seducción, sí, en aquella vieja señora cuyas fronteras geopolíticas se remontan a 1453, cuando los turcos tomaron Constantinopla: un cúmulo de valores que hablan de tolerancia, humanismo, progreso y preocupación social. Pero también hay rapto: el de una Europa víctima de sus dudas, sus vacilaciones, sus propios intereses y sus complejos. A sangre y fuego se hizo la historia europea, hasta que un puñado de políticos visionarios como Schuman, Monnet, De Gasperi o Adenauer decidieron que no podía reeditarse nunca más semejante selva de tumbas. Y así ha sido, de hecho.

Por encima de la impotencia de las desigualdades sociales (el déficit social es el gran fantasma que recorre hoy Europa, a juicio de Daniel Innerarity), de la crisis de los refugiados o de la cobardía continental a la hora de estampar su firma como garante de los más desfavorecidos y de su impotencia en el intento de un tú a tú con Estados Unidos o China, es cierto que Auschwitz y Verdún quedan lejos. No se han repetido y salvo apocalipsis improbable, no se repetirán. No hay guerras en Europa, sí conflictos locales, pero no guerras. Y el continente sigue siendo La Meca para millones de aspirantes (incluso musulmanes) a algo tan excesivo como una relativa dignidad.

De profunda crisis de identidad europea hablan algunos de los colaboradores de este ensayo colectivo, “Europa está bajo mínimos, parece ir a la deriva, hacer aguas por todas partes y necesitar con urgencia pasar por el diván”, sostiene Miquel Seguró, investigador de la Cátedra Ethos de la Universitat Ramón Llull, que alude al Brexit y a la crisis de la deuda en Grecia como exponentes de la “poca consistencia ideológica del proyecto común”. También el escritor y catedrático Ramón Cotarelo se refiere al resultado del referéndum británico y a la salida de la UE por parte de Reino Unido: “Un aspecto importante del actual proceso de unificación del continente es que la hipótesis de la separación voluntaria o forzosa de un miembro no estaba prevista en los tratados (…) El resultado del referéndum inglés hizo añicos la autocomplacencia europea y la confrontó con su realidad” .

Cotarelo, además, apuesta por la Europa de las regiones más que por la Europa de los estados. ¿El motivo?: “Que una ojeada al funcionamiento real de la UE muestra a primera vista una desigualdad en la influencia política de los Estados, lo que refleja otra desigualdad de carácter económico y social”.

El sociólogo británico Anthony Giddens, ex asesor de Tony Blair, ideólogo de la Tercera Vía y Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2002, denuncia sin piedad en el libro (en un texto cedido para la ocasión y escrito antes del Brexit) lo que considera una mezcla de torpeza e intereses políticos en la persona de David Cameron a la hora de convocar el referéndum para la salida o permanencia de Reino Unido en la Unión Europea. “Si Gran Bretaña queda fuera de la UE”, escribía Giddens, “Estados Unidos empezará a pasarla por alto, al igual que otros estados relevantes del mundo”.

El rapto de Europa… Una Unión Europea raptada a la realidad política si no se llega a una verdadera política exterior común: es la idea que parece sugerir en su contribución (Europa hacia el exterior) Javier Solana, exministro socialista y exsecretario general del Consejo de la UE y de la OTAN. Amenazas y riesgos como el ciberriesgo o el terrorismo transnacional llevan a Solana a desconfiar de las soberanías nacionales individuales como vehículo de respuesta eficaz. “Aunque a algunos no les guste, el mundo es irremediablemente global”, escribe Javier Solana, que lamenta la respuesta “descoordinada y decepcionante” dada por la Unión Europea a la crisis de los refugiados.

Slavoj Zizek y los refugiados: los "otros"

 

No suele morderse ni la lengua ni la pluma el pensador y ensayista esloveno Slavoj Zizek. Y no lo hace en ¿Qué dice sobre Europa nuestro miedo a los refugiados?, su contribución al volumen colectivo. Zizek viene a lamentar a las claras el estado de Europa, y denuncia la hipocresía continental para con el otro en general y los refugiados e inmigrantes en particular. Partiendo de la visión lacaniana sobre el carácter patológico de los celos, el autor de La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror se retrotrae al odio nazi contra los judíos: una patología pura y dura. Pero también define como tal “el miedo creciente que despiertan en Europa los refugiados y los inmigrantes: Un discurso paranoico que dice más sobre nosotros, los europeos, que sobre los inmigrantes”. Y a partir de ahí denuncia por igual lo que considera sendos ejercicios de hipocresía: tanto “la atmosfera de miedo y de lucha contra la islamización de Europa”… como “la idealización humanitaria de los refugiados y la auto culpabilización humanitaria”.

 El diagnóstico de Zizek es, como suele, feroz: "La cuestión", escribe, "no es reconocernos en los extranjeros, sino reconocer al extranjero que hay en nosotros -en ello reside la dimensión más íntima de la modernidad europea-. El reconocimiento de que todos nosotros somos, cada uno a nuestra manera, unos lunáticos extraños es la única esperanza de que pueda existir una coexistencia tolerable de diferentes estilos de vida".

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/01/20/actualidad/1484934237_304676.html


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