sábado, 8 de julio de 2017

La fuerza del prejuicio

La fuerza del prejuicio



 Propósitos recogidos por Guy Konopnicki en Marianne2.fr del 19-05-2013, 12:003
(Los neologismos pueden sorprender - son, quizá, su razón de ser – y son numerosos en el pensamiento de Taguieff. Hice lo posible por no traicionar el texto y los, simplemente, castellanicé. Nota de la traductora).

 Marianne: El “Dictionnaire historique et critique du racisme” define todas las formas de rechazo y de odio racistas xenófobos, antisemitas, homófobos, etc. Sin embargo en el título usted utiliza un concepto único, el racismo, expresado en singular. Ese término engloba a todos los otros?

Pierre-André Taguieff: Hubiera podido utilizar la palabra “racismo” en plural o utilizar como término genérico el neologismo “heterofobia”, remitiendo a todas las formas de rechazo fundados en el odio, el temor o el desprecio des los “otros” o de los “diferentes”. Pienso que se pueden distinguir varios “racismos”, por comenzar el viejo racismo biologizante y desigualitario, racismo explícito y revindicado que no desapareció pero que es hoy residual en las democracias pluralistas y el neo-racismo cultural y diferencialista, algunas veces “velado”, muy a menudo implícito, sutil, indirecto, no revindicado, hasta envuelto en declaraciones de estilo antiracista.

 Pero el mundo editorial tiene razones que se ríen de los razonamientos de los especialistas. “Racismo” es aquí empleado como término genérico convencional o como una abreviación, inmediatamente descodificable por “racismo(s), xenofobia, antisemitismo”, etc. Por otro lado, el recurso a la palabra “racismo” permite comprender que ella aborda correlativamente el antiracismo, que aparece bajo varias formas históricas, implicando los juegos de argumentos muy diferentes.

El antiracismo oscila entre dos lógicas opuestas: la universalista, cuya norma es la de trabajar para multiplicar los parecidos y aquella, diferencialista, ordenada para la preservación de las diferencias colectivas. El antiracismo nacido de la antiesclavitud, por ejemplo, constituye una tradición en la que se debe distinguir los antiracismos ligados respectivamente al anticolonialismo, al antisemitismo y al antifascismo.

 Marianne: En la “Nueva Judeofobia” usted propuso un término más adaptado a las formas contemporáneas del odio de los judíos. Mientras que aquí utiliza el término del “antisemitismo” que data del siglo XIX, volviendo a la apelación clásica. Traduce una evolución en su pensamiento?

 P-A. T.: No, se trata de una comodidad. En lugar de publicar artículos diferentes para la judeofobia antigua, al antijudaísmo cristiano, al antijudaísmo anticristiano de las Luces, al antisemitismo en el sentido estricto del término (odio de los judíos legitimado por una doctrina racista) y a las formas contemporáneas de la judeofobia (que tienden a confundirse con el antisionismo radical) elegí abordar todas esas figuras históricas de la hostilidad hacia los judíos en un solo artículo al que dícomo título “Antisemitismo”, sacrificando así al uso corriente, criticable pero persistente.
 No sin paradoja, pongo en cuestión en este artículo el uso de la palabra “antisemitismo”. Un artículo distinto es consagrado al antisionismo, término equívoco en sus empleos ordinarios.

Este equívoco viene de sus empleos que oscilan en permanencia entre dos significados: por un lado, una crítica legítima, en una perspectiva liberal/pluralista de esta o aquella política de uno u otro gobierno israelí (lo que no tiene nada de judeofobia o de racismo) y por el otro lado, una empresa de estigmatización y de diabolización del Estado judío, condenado a ser eliminado como tal (lo que revela del racismo).

Esta negación del derecho del pueblo judío a vivir como todo pueblo en un Estado-nación soberano y del llamado a su erradicación forman el núcleo del programa del antisionismo radical, nueva forma de la judeofobia exterminadora. Ese es el mensaje periódicamente lanzado por el presidente iranio.

Marianne: Las entradas “Jazz”, “Música y antisemitismo”, “Música y etnicidad”, evocan las fobias recurrentes desde Wagner, la angustia de una destrucción programada por la música judía o los ritmos afro-americanos o las dos mezcladas, tratándose del jazz. Se encuentra esta misma fobia de una destrucción cultural en Céline, Maurras, Whilelm Marr, etc. Esta obsesión de la destrucción identitaria por un complot cultural no es la forma más actual del racismo y del antisemitismo?

P-A. T.: Usted plantea un problema interesante para la historia de las ideologías racisantes. Es, en efecto, este gran miedo paranoico de la destrucción de una identidad cultural que representa la herencia principal de las doctrinas racistas propiamente dichas, las que fueron elaboradas en el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX. Se la encuentra en todas las formas de neoracismo cultural y diferencialista, en todos los etnonacionalismos contemporáneos, en las formas más conspiracionistas de los movimientos nacional-populistas.

Marianne: Hay una entrada “Breivik (Anders)”, pero usted no aísla el “caso” Mohamed Merah. Por qué? (Mohamed Merah es un joven francés que en 2012 en la ciudad francesa de Toulouse, matóa cuatro legionarios franceses musulmanes que habían vuelto de Afganistán y a tres niños judíos y a uno de sus padres en una escuela judía . Nota de la traductora).

 P-A.T.: Hay una diferencia temporal, los actos terroristas de Breivik ocurrieron en julio del 2011, lo que permitió pedir un articulo sobre el caso. Los de Merah son de marzo 2012. La lista de entradas ya había sido establecida. Por otro lado, si el “caso” Breivik podía ser considerado como un índice mayor de la entrada en un nuevo régimen de terror, específicamente ligado a la emergencia de un nacional-racismo europeo (no reductible al “neonazismo” residual), el “caso” Merah era de otra naturaleza y se inscribía en la serie de asesinatos con objetivos simbólicos cometidos por los islamistas jihadistas. Habría sido necesario abordarlo en un nuevo articulo tratando del islamismo jihadista contemporáneo y de sus principales objetivos (judíos, americanos, franceses, descreídos, etc), caracterizados como “enemigos del islam y de los musulmanes”. Podemos considerarlo para la segunda edición.

Marianne: La diversidad de los autores transparentan polémicas internas del libro. Por ejemplo, en el artículo “Luces”, Jean Mondot escribe: “Las Luces no merecían el proceso que se les ha intentado a propósito de los racismos contemporáneos”. Y remite a tres autores, Poliakov, Hertzberg y … Taguieff! Cuál es el principio unificador del diccionario, con 250 autores?

 P-A.T.: El principio unificador no es de orden ideológico o político, reside en un pluralismo que deja a los redactores toda libertad de tratamiento, la voluntad de otorgar informaciones verificadas, referencias solidas y los elementos de reflexión que permitan rever los debates en torno de los racismos y de los antiracismos. Sobre las relaciones entre la ideología del progreso y la formación o la legitimación de las doctrinas raciales del siglo XIX, los especialistas no se ponen de acuerdo.

En mi artículo “Progreso” subrayo la ambivalencia de la herencia progresista que se encuentra a la vez en el racismo evolucionista y en ciertas formas primeras del antiracismo anti-esclavista o anticolonialista. La discusión científica sobre las nociones está presente en el Dictionnaire en el cual se encuentran también posiciones divergentes sobre los compromisos “antiracistas”.

  Marianne: Varios artículos valorizan el modelo francés, a propósito de las Luces, de Clemenceau, de la concepción de la nación o de la crítica del comunitarismo. Aunque hay textos severos sobre el colonialismo o sobre Vichy se podría reprocharle que valorice una nación en un libro crítico sobre el racismo...

 P-A.T.: El reproche es infundado. La crítica del etnocentrismo a la francesa, de las formas de la xenofobia o de las ideologías racistas propias a Francia es desarrollada en los artículos sobre ciertos autores, sobre nociones fundamentales (“Etnocentrismo”) o sobre cuestiones transversales (“Belleza”, “Progreso”, etc). Si el punto de vista universalista está presente en numerosos artículos, es también discutido en otros, que ponen el acento sobre los aspectos perversos (imponer un modelo único de humanidad, justificar la uniformización cultural, etc) o sobre sus usos legitimizantes ( de un imperialismo, de prácticas de marginalización, etc).

Por otro lado, la exigencia de universalidad no se reduce a la figura del universalidad republicana a la francesa, que implica la asimilación de los individuos a quienes se quitan sus identidades culturales particulares y la fabricación, a la moda jacobina, de ciudadanos ilustrando el tipo de “el hombre nuevo”, del hombre “regenerado”, presentado como el humano ideal y normativo. Los valores universales nacen siempre en un grupo definido pero no les pertenecen. Es así con el principio de laicidad.

 Dictionnaire historique et critique du racisme, sous la direction de Pierre-André Taguieff, PUF, 1.964 pages, 49€.

 Read more at http://www.lascomerciantesdeoruro.org/pages/traducciones/judaicas-problematicas/la-fuerza-del-prejuicio.html#40MSyOJElSg4qoQm.99


¿Racismo cultural?

Taguieff (1990) en “La fuerza del prejuicio. Ensayos sobre el racismo y sus dobles” señala que actualmente se han desplazado las ideas de pureza desde una supuesta raza biológica a una noción de identidad cultural, auténtica y monolítica. Como si existiera una escala jerárquica donde unas identidades (o culturas) fueran más aceptables que otras, más civilizadas que otras, más modernas que otras.

En cierta forma, en la cotidianidad se van haciendo evidentes, signos de un racismo no declarado ni directo, sino más bien, implícito y soterrado. Actualmente poca gente se reconoce como “racista”; sin embargo, no es raro escuchar la frase “yo no soy racista, pero…” como preludio para expresar reticencia frente a ciertos colectivos considerados “foráneos” al grupo local.

La consecuencia directa de este racismo sin raza o cultural, es considerar la inviabilidad de la convivencia en un mismo territorio de personas con referentes socioculturales diversos, y la posible aparición de brotes xenófobos, violencia directa o temor frente a una supuesta invasión cultural por parte de personas extranjeras.

La contraposición entre unos y otros, como si los grupos sociales fuesen realidades estancadas –negando de paso cualquier diferenciación personal de los sujetos respecto de su propio colectivo de referencia– se convierte en la piedra angular para la construcción de este racismo cultural. Y los prejuicios y estereotipos pasan a ser el alimento para expresar la animadversión hacia las personas del colectivo no deseado.

De allí, la importancia de reflexionar en profundidad sobre cómo estamos considerando a esos “otros”. Tomar conciencia de la forma en que cotidianamente en nuestras actitudes, comportamientos y lenguaje, podemos estar abriendo la puerta a ese racismo cultural, ya es un pequeño paso para evitar que se llegue a expresiones directas de rechazo, y puede ser una base para mejorar la convivencia en las actuales sociedades.

Pero además, cabe insistir en la consideración de los derechos fundamentales de todas las personas, independientemente de su lugar de procedencia, lo que pasa por la aceptación de la libre expresión de las diferentes características culturales. En definitiva, hoy más que nunca, no sólo basta señalar a viva voz “yo no soy racista”; sino más bien, hay que intentar poner en práctica, pequeñas acciones de respeto mutuo de las creencias, de los rasgos particulares y de las manifestaciones culturales a las que las personas deseen adscribirse.

http://www.ambitmariacorral.org/2013/08/racismo-cultural-yo-no-soy-racista-pero/?lang=es
http://www.persee.fr/doc/mots_0243-6450_1988_num_17_1_1416

P.A. TAGUIEFF, La force du préjugé : essai sur le racisme et ses doublés, Ed. La Découverte, Paris, 1994. 


De la heterofobia al racismo
Zygmunt Bauman

El racismo se suele entender, aunque equivocadamente, como una variedad de los prejuicios o del resentimiento entre grupos. A veces se le diferencia de otros sentimientos o creencias a causa de su intensidad emocional. En otras ocasiones se le aísla haciendo alusión a los atributos hereditarios, biológicos y extraculturales que suele contener, a diferencia de las variedades no racistas de la hostilidad entre grupos.

En algunos casos, los que escriben sobre el racismo señalan sus pretensiones científicas, pretensiones que no poseen otros estereotipos, no racistas aunque igualmente negativos, sobre los grupos extranjeros. Sin embargo, sea cual sea la característica que se escoja, raramente se rompe el hábito de analizar e interpretar el racismo dentro del ámbito de una categoría más amplia de prejuicios.

A medida que el racismo va ganando importancia entre las formas contemporáneas de aversión entre grupos, y es la única entre ellas con una pronunciada afinidad con el espíritu científico de la época, se va haciendo más significativa una tendencia interpretativa opuesta, esto es, la tendencia a ampliar el concepto de racismo para que abarque todas las variedades del resentimiento.

Es decir, todas las clases de prejuicios entre grupos se interesan como expresiones de predisposiciones innatas, naturales y racistas, Probablemente podamos permitirnos el lujo de no sentirnos muy emocionados al contemplar este cambio de lugares y considerarlo, filosóficamente, como una simple cuestión de definiciones que, después de todo, se pueden aceptar o rechazar a voluntad.

Sin embargo, con un examen más cuidadoso estamos ante otra imprudente manifestación de autocomplacencia, De hecho, si todas las hostilidades y aversiones entre grupos son formas de racismo y si la tendencia a mantener alejados a los extraños y ofenderse por su proximidad ha sido ampliamente documentada por las investigaciones históricas y etnológicas afirmando que es un atributo perpetuo y punto menos que universal de los grupos humanos, entonces no hay nada esencia y radicalmente nuevo en que el racismo haya adquirido semejante importancia en nuestra época.

Es simplemente el ensayo de un antiguo guión aunque, eso sí, puesto en escena con unos diálogos actualizados. En especial la vinculación intima del racismo con otros aspectos de la vida moderna o bien se niega por completo o bien se desenfoca.

En su reciente estudio sobre el prejuicio de una erudición impresionante, Pierre-André Taguieff describe la sinonimia entre racismo y heterofobia, es decir, la aversión a la diferencia. Ambos aparecen, asevera, a tres niveles o en tres formas que se caracterizan por su creciente nivel de complejidad. En su opinión, el “racismo primario” es universal. Es la reacción natural ante la presencia de un desconocido extraño, ante cualquier forma de vida humana que se ajena y provoque confusión. Invariablemente, la primera respuesta es la antipatía que no suele llegar a la agresividad. Universalmente, va de la mano de la espontaneidad.

El racismo primario no necesita que nadie lo inspire ni lo fomente. Tampoco necesita una teoría que legitime este odio elemental, aunque en ocasiones se ha reforzado y utilizado como instrumento de movilización para la movilización política. En estas ocasiones, puede pasar a otro nivel superior de 
complejidad y convertirse en racismo “secundario” o racionalizado.

Esta transformación se produce cuando existe, y se interioriza, una teoría que proporciona bases lógicas para el racismo. Se representa al repugnante Otro como alguien con mala voluntad y “objetivamente” dañino; es decir, en cualquiera de los dos casos como alguien que supone una amenaza para el grupo al que inspira aversión. Por ejemplo, se puede representar a la categoría aborrecida como conspiradora con las fuerzas del mal de la forma que especifica la religión del grupo que aborrece o como rival económico sin escrúpulos.

La elección del campo semántico en el que teoriza la “peligrosidad” del aborrecido Otro la decide, según cabe suponer, el planteamiento general del momento sobre lo socialmente relevante, sobre los conflictos y divisiones. Un caos muy actual de “racismo secundario” es la xenofobia o, más especialmente, el etnocentrismo.

Ambos aparecen en momentos de nacionalismo rampante, cuando una de las líneas divisorias sostenidas con más fuerza se razona recurriendo a la historia, la tradición y la cultura compartidas. Finalmente, el racismo “terciario”, de “mistifactoría”, que presupone la existencia de los dos niveles “inferiores”, se distingue por la utilización del argumento cuasi biológico.

De la forma en que Taguieff la ha construido e interpretado, esta clasificación tripartita parece lógicamente imperfecta. Si el racismo secundario ya se caracteriza por la teorización de la aversión primaria, entonces parece que no existe ninguna razón para distinguir solamente una de las muchas ideologías que se pueden usar, y de hecho se usan, para esta finalidad como característica distintiva de un racismo de “nivel superior”.

El racismo de tercer nivel parece más una unidad o un elemento del segundo nivel. Acaso Taguieff podría defender su clasificación de esta acusación si, en vez de separar las teorías biológicas a causa de su supuesta naturaleza de “mistifactoría” (se puede argumentar sin fin sobre el grado de mistificación de todo el resto de teorías racistas de segundo nivel), utilizara la tendencia del argumento biológico para subrayar la irreversibilidad e incurabilidad de la perjudicial “otredad” del Otro.

Se podría, de hecho, señalar que en nuestra época de artificialidad del orden social, de omnipotencia putativa de la educación y de ingeniería social, la biología en general y la herencia en particular significan, para la conciencia pública la zona que permanece fuera de los límites de la manipulación cultural, algo que todavía no sabemos como resolver, moldear y dar nueva forma según nuestra voluntad. 

Taguieff, no obstante, que la moderna forma de racismo biológico no parece “diferente en naturaleza, funcionamiento y función de los discursos tradicionales de exclusión descalifica dota”, y se centra por ello en el grado de “paranoia delirante”, o de “especulatividad” extrema como características distintivas del “racismo terciario”.

Yo creo, por el contrario, que son precisamente la naturaleza, la función y la forma de funcionamiento del racismo lo que lo distinguen claramente de la heterofobia- ese difuso desasosiego, inquietud o angustia que la gente siempre suele experimentar cuando se enfrenta con “ingredientes humanos” que no entiende del todo, con los que no se puede comunicar fácilmente y de los que no se puede esperar que se comporten de forma conocida y rutinaria.

Parece que la heterofobia es una manifestación concentrada de un fenómeno más amplio de angustia provocado por la sensación de no tener control sobre la situación y, en consecuencia, no poder ejercer ninguna influencia sobre su evolución ni tampoco prever las consecuencias de la propia actuación. La heterofobia puede surgir como una objetificación real o irreal de esta angustia, pero lo más probable es que la angustia en cuestión acabe buscando cualquier objeto al que anclarse.

En consecuencia, la heterofobia es un fenómeno bastante corriente en todas las épocas y más todavía en una era de modernidad en la que son más frecuentes las ocasiones para la experiencia “sin control” y resulta más plausible interpretar esta experiencia en términos de inoportuna interferencia de un grupo humano extraño.

También sugiero que, descrita así, hay que distinguir analíticamente la heterofobia de la enemistad declarada –un antagonismo más concreto generado por las actuaciones humanas de búsqueda de la identidad y de trazado de límites. En este último caso, los sentimientos de antipatía y resentimiento se parecen más a apéndices sentimentales de la actividad de separación. La propia separación exige una actividad, un esfuerzo y una actuación continua.

El extraño del primer caso, sin embargo, no es simplemente una categoría de persona demasiado cercana como para sentirse a gusto y al tiempo claramente independiente, fácil de reconocer y mantener la distancia necesaria, sino un grupo de personas cuya “colectividad” no es evidente o no se reconoce generalmente. Incluso se puede atacar a esta colectividad y los miembros de la categoría ajena lo ocultarán o lo negarán.

El extraño en este caso, amenaza con penetrar en el grupo nativo y fundirse con él si no se toman medidas preventivas y se relaja la vigilancia. Es decir, el extraño amenaza la identidad y la unidad del grupo, pero no lo hace confundiendo su control sobre un territorio o su libertad para actuar de la forma usual, sino haciendo difusos los límites del territorio y borrando la diferencia entre la manera de vivir usual (bien) y la extraña (mal). 

Este es el caso del “enemigo entre nosotros”, el que provoca un vehemente movimiento para trazar los límites que, a su vez, genera unas densas secuelas de antagonismo y odio hacia los culpables o sospechosos de doble lealtad o de sentarse a horcajadas sobre la barricada.

El racismo es diferente de la heterofobia y de la enemistad declarada. La diferencia no reside ni en la intensidad de los sentimientos ni en el tipo de argumentos que se emplea para racionalizarla. El racismo se distingue por un conjunto de métodos de los que forma parte y que racionaliza, unos métodos que combinan las estrategias de la arquitectura, de la jardinería y de la medicina, y las pone al servicio de la construcción de un orden social artificial. Esto se consigue eliminando los elementos de la sociedad actual que ni se ajustan a la realidad perfecta soñada ni se pueden modificar para que lo hagan.

En un mundo que se jacta de tener una capacidad sin precedentes para mejorar las condiciones humanas reorganizando los asuntos humanos sobre una base racional, el racismo manifiesta la convicción de que existe cierta categoría de seres humanos que no se pueden incorporar al orden racional, por muchos esfuerzos que se hagan. En un mundo caracterizado por el continuo retroceso de los límites de la manipulación científica, tecnológica y cultural, el racismo proclama que no se pueden eliminar ni rectificar ciertas manchas de cierta categoría de personas, que permanecen más allá de los límites de los métodos reformadores y que seguirán estando allí siempre.

En un mundo que proclama la formidable capacidad de la formación y de la inversión cultural, el racismo deja aparte a cierta categoría de personas a las que no se puede llegar (y, en consecuencia, no se pueden cultivar) ni por medio de la argumentación, ni de tampoco ninguna otra herramienta de formación y, por lo tanto, seguirán siendo extrañas siempre.

En resumen, en el mundo moderno que se distingue por su ambición de autocontrol y autoadministración, el racismo declara que existe cierta categoría de personas que se resiste endémicamente al control y es inmune a cualquier esfuerzo para mejorar. Para utilizar una metáfora médica, se pueden entrenar y poner en forma ciertas partes del cuerpo, pero no un tumor canceroso. 

A este último sólo se le puede “mejorar” destruyéndolo.

La consecuencia es que el racismo se asocia de forma inevitable con la estrategia de extrañamiento. Si las condiciones lo permiten, el racismo exige que se aleje a la persona ofensora más allá del territorio ocupado por el grupo ofendido. Si no se dan esas condiciones, el racismo exige que se extermine físicamente a la categoría ofensora. La expulsión y la destrucción son dos métodos de extrañamiento intercambiables.

Alfred Rosenberg escribió lo siguiente sobre los judíos: “Zunz asegura que el judaísmo es el capricho del alma judía. Ahora el judío no puede escaparse de este “capricho” aunque se bautice diez veces, y el resultado necesario de esta influencia sería siempre el mismo: falta de vida, anticristianismo y materialismo”.

Lo que es cierto sobre la influencia religiosa se puede aplicar también a otras intervenciones culturales. Los judíos no tienen remedio. Sólo serán inofensivos con la distancia física, la ruptura de la comunicación, el encierro o la aniquilación.

http://www.nodo50.org/codoacodo/novdic07/bauman.htm
http://www.um.es/analesps/v10/v10_1/04-10_1.pdf

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