miércoles, 25 de noviembre de 2015

LA CULTURA POLÍTICA DEL NEO-FASCISMO ALEMÁN: Fernando Mires




Me estoy tomando el trabajo molesto pero necesario de ir a las fuentes intelectuales del pensamiento neo-fascista alemán. Y sin duda una de las más apreciadas entre ellas es la revista Junge Freiheit, editada en Berlín.
De acuerdo a la idea de Hannah Arendt relativa a que el fascismo surgió como una alianza entre determinadas elites con la chusma (Mob), parece ser importante concentrar la atención no solo en las manifestaciones de masas, sino también en el pensamiento de las elites neo-fascistas, sobre todo en momentos como los actuales signados por el terrorismo islámico y las masivas migraciones que avanzan desde Irak y Siria hacia Alemania. 
Los colaboradores de Junge Freiheit serían por supuesto los últimos en declararse fascistas. Casi todos insisten en distanciarse del ideario del Tercer Reich. Ellos se entienden como conservadores, nacionalistas, patriotas, críticos de Europa. Sin embargo, basta un ejemplar para darse cuenta que desde el comienzo hasta el final sus artículos están marcados por el sesgo cultural que una vez fuera monopolio del nazismo.
Por de pronto, la mayoría de los autores orientan sus diatribas en contra de la clase política europea, como si ella fuese una dictadura impuesta por el destino y no el resultado de elecciones periódicas y soberanas. Esa clase, según ellos, sin convicciones nacionales, burocratizada, cobarde, consensual, es la responsable de la decadencia de Europa  (durante el periodo nazi los intelectuales de Hitler nos hablaban, de acuerdo a las tesis de Oswald Spengler, de la “decadencia de Occidente”). Esa decadencia se expresaría hoy en dos fenómenos: la ocupación (término usado frecuentemente) de Europa por la población islámica y el auge del terrorismo. Para todos los columnistas de Junge Freiheit, terrorismo y migración son fenómenos inseparables. Incluso, sinónimos.
En casi todos los artículos encontramos una perversa inversión de los términos. Las migraciones no son el resultado de la acción del terrorismo islámico sino a la inversa, el terrorismo aparece como consecuencia de las migraciones. En otras palabras, todos los que vienen desde la zona islámica son sospechosos. ¿De qué? De lo que sea. Antes de llegar – así lo dijo Daniel Cohn-Bendit en un foro televisivo haciendo un paralelo con el caso de los judíos que llegaban a Alemania antes del surgimiento del nazismo- los emigrantes ya están estigmatizados por una “sospecha”, cualquiera que ella sea. El judío era el “sospechoso” de antes. El musulmán es “el sospechoso” de hoy.
Naturalmente, los emigrantes no son ángeles. Más de uno ha sido o será reclutado por alguna organización terrorista. Tampoco hay que decir que la vida será más hermosa con ellos que sin ellos. La mayoría son jóvenes, y la juventud es de por sí peligrosa. Algunos caerán en actividades delictivas, suele suceder. 
Pero también hay datos que demuestran como muchos jóvenes participaron activamente en las sublevaciones de la mal llamada “Primavera Árabe” antes de que estas fueran arrolladas por los movimientos islamistas. Cierto; esas sublevaciones fracasaron. Pero existieron; y eso es muy importante. Su sola existencia demuestra como el mundo islámico no es una antípoda de occidente sino, además, está cruzado interiormente por líneas occidentales. 
La contradicción islam-occidente es falsa y esa falsedad es divulgada copiosamente por publicaciones como Jugend Freiheit. Si hay contradicciones, en el estilo planteado por Samuel P. Hungtinton (“El choque de las Civilizaciones”), estas son mucho más fuertes en el interior de cada cultura. Millones de musulmanes están plenamente integrados a las normas de la vida europea, prestan sus servicios ocupacionales, pagan sus impuestos y cumplen con las leyes.
Llama la atención, con relación al fenómeno migratorio, que ninguno de los artículos de la revista defina a los emigrantes como emigrantes. La mayoría se refiere a ellos como una “Überschwemmung” (inundación) o como una “Überflutung” (rebalsamiento) esto es, como a fenómenos de la naturaleza frente a los cuales es necesario protegerse. Incluso, el ministro de finanzas, Wolfgang Schäuble, sin duda un demócrata, se refirió a los refugiados de guerra con el término “Lavine” (alud). ¿Qué significa eso?  Muy simple: los neo-fascistas están imponiendo su lenguaje aún entre quienes están alejados del pensamiento fascista. Hecho peligroso: La hegemonía política siempre ha comenzado con el uso tendencioso de las palabras.
Cultura y nación, concebida esta última como estado-nación, constituyen para los articulistas de Junge Freiheit, elementos inseparables. El Estado es para ellos el agente destinado a asegurar la cultura-nacional, así se lee en la editorial del último número. Michael Paulwitz, un redactor, pone como ejemplo “luminoso” para Alemania el de los ex países comunistas que erigen alambradas y muros para protegerse de las “invasiones”. Otro artículo escrito bajo pseudónimo se queja de que en Austria los nacionalistas son perseguidos mientras los islamistas son recibidos con los brazos abiertos. De repente, autores más cultivados citan a Hobbes y a su imaginario contrato social. Por supuesto, alguna declaración brutal de Maquiavelo, e indirectamente, casi siempre, de Carl Schmitt, quien pese a su fría lucidez era un enemigo declarado de la democracia parlamentaria.
Nunca van a citar a Locke. Kant no existe. Hannah Arendt o Jürgen Habermas son invisibles. El Estado es para ellos la instancia que asegura la homogeneidad cultural de cada nación. La Europa que ellos conciben es, por lo mismo, una Europa de naciones culturales. Cada cultura debe ser envasada dentro de una nación. La nación es para ellos –y este es el punto de relación más estrecha que mantienen con el antiguo fascismo- una individualidad orgánica. Esa es la razón por la cual la diversidad, la multiculturalidad, la ambivalencia, es decir, los valores más caros del Occidente político, deben ser erradicados. En ese punto, los neo-fascistas no se diferencian de los yihadistas.
“El escándalo de la ambivalencia” fue precisamente el tema central de un clásico de Zygmunt Bauman (“Modenidad y Holocausto”). Para el destacado sociólogo, la cultura política del fascismo puede ser comparada con la mentalidad del jardinero moderno cuya tarea es arrancar “la mala hierba”. El jardín alemán, por lo menos el que imperaba hasta mediados del siglo XX, debía ser un jardín homogéneo. Ese jardín corresponde según Bauman con el ideal de nación culturalmente homogénea. Ese es también el ideal de los redactores de Junge Freiheit, al fin y al cabo representantes intelectuales de una chusma enardecida frente a todo lo que aparezca como extraño en el mezquino mundo donde habitan.
El fenómeno alemán es preocupante. Mientras en Francia el neofascismo aparece concentrado en un enorme partido, Frente Nacional, el neo-fascismo alemán es segmentario.
En el primer segmento, y en sus rincones más oscuros, pululan los militantes del nazismo “puro”, sus grupos de choque; los que golpean a los extranjeros y los que incendian refugios para emigrantes.
En un segundo segmento nos encontramos con un partido aparentemente republicano, pero igualmente xenofóbico y ultranacionalista: “Alternativa para Alemania”, cuya votación aumenta sin parar.
El frente de masas, o movimiento social del neo-fascismo, el tercer segmento, PEGIDA (“Patriotas europeos contra la islamización de Occidente”) aglutina a todos quienes sienten odio o simplemente miedo frente a las migraciones islámicas.
Luego viene la caja de resonancia formada por los sectores más conservadores del socialcristianismo, sobre todo del bávaro, que ya han hecho del anti-merkelismo una doctrina de acción.
En el último y quinto segmento están los “pensadores”: escritores, intelectuales y académicos como los que escriben en Junge Freiheit.

He decidido subscribirme a la revista Junge Freiheit. A los enemigos hay que conocerlos. A través de las páginas de esa revista es posible darse cuenta como Europa se encuentra amenazada por dos peligros internos. El terrorismo islamista o yihadismo y el auge del neo-fascismo. Que ambos enemigos se necesitan y retroalimentan, es mi fuerte convencimiento. Seguiré escribiendo sobre el tema.

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