Pierre
Ryckmans, ‘Simon Leys’, sinólogo que denunció a Mao
Fue pionero en mostrar la
barbarie de la Revolución Cultural
Pierre Rickmans, 'Simon Leys', en 1998. / WILLIAM
WEST (AFP)
Pierre Ryckmans (Bruselas, 1934), que publicaba bajo el seudónimo de Simon Leys, murió el pasado lunes a los 78 años en Canberra.
Extraordinario y erudito crítico literario, notabilísimo novelista, agudo ensayista y riguroso traductor de los textos clásicos chinos, fue uno de los primeros intelectuales europeos en denunciar los horrores de la Revolución Cultural que Mao Zedong lanzó en China a mediados de los años sesenta.
Ryckmans estudió Derecho en la Universidad de Lovaina de su Bélgica natal, y más tarde lengua, literatura y arte chino en Taiwan. Trabajó en Hong Kong como diplomático y en 1970 se estableció definitvamente en Australia. Allí dio clases de Literatura China en la Universidad Nacional de Australia, primero, y más tarde fue catedrático de Sinología en la de Sidney desde 1987 hasta 1993.
Con Los trajes nuevos del presidente Mao (publicado en inglés en 1971, y en español por Tusquets en 1976) se convirtió en un temprano denunciante de la Revolución Cultural, el movimiento lanzado por Mao Zedong para purgar de elementos burgueses la sociedad y la política china. Ryckmans —que por recomendación de su editor firmó el libro como Simon Leys para no ser declarado persona non grata por la República Popular China— publicó su obra durante la fase en la que la Revolución Cultural estaba en el cénit de la barbarie, nadando a contracorriente de la opinión sobre ella, abrumadoramente favorable, del mandarinato intelectual del momento.
Entre sus otras obras traducidas al español están Sombras chinas (1977), La muerte de Napoleón —llevada a la pantalla (Mi Napoleón) por Alan Taylor en 2001— o Los náufragos del Batavia: anatomía de una masacre (Acantilado, 2011). Este último ensayo es un documentado relato de uno de los más célebres naufragios de la historia —el del Batavia, embarcación de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales que se hundió frente a la costa occidental de Australia en 1829— y del posterior régimen de terror que impuso sobre los supervivientes Jeronimus Cornelisz... imposible no leer la obra también como una fábula que alude a cualquier vesania totalitaria.
Ryckmans, brillante prosista en francés y en inglés, era un amante apasionado del mar y un caluroso polemista; sonada fue, por ejemplo la diatriba que sostuvo con otro gran esgrimista intelectual, Christopher Hitchens, a propósito de la figura de Teresa de Calcuta.
Simon
Leys, clásico sin quererlo
En una de sus Cartas desde las antípodas, Simon Leys recuerda una anécdota del pensador Zhuang Zi, a quien un conocido dedicado a descifrar los misterios de la lógica preguntó cómo podía saber que los pececillos del arroyo que estaban cruzando eran felices, como Zhuang Zi acababa de decir. La discusión terminó cuando Zhuang Zi aclaró que, desde el puente donde él estaba, se veía que los pececillos eran felices. En otras palabras, comenta Simon Leys, el saber que existe la verdad, o la experiencia de la verdad, es un requisito previo y necesario a su conocimiento.
La inteligencia traducida en una imagen concisa y fulgurante fascinó siempre a Simon Leys. Nació en Bruselas en 1935 y acabó viviendo en Canberra, Australia, desde 1970. Falleció allí hace unos días. De lengua francesa, viajó a China en 1955, le fascinó el país y su cultura, aprendió chino y vivió mucho tiempo en los aledaños del imperio, mientras iba conociendo su literatura y su pintura, que serían los dos grandes campos de su predilección. China era para él la alteridad absoluta, aquello que es necesario conocer para saber lo que somos.
Volvió a China en 1966 y a consecuencia de este viaje publicó, en 1971, un panfleto sobre la llamada revolución cultural. Ni revolución, ni cultural: una intriga de palacio que propició una campaña devastadora contra la más sofisticada de las civilizaciones. Fue Los trajes nuevos del presidente Mao, así titulado por el cuento de Andersen que a su vez recoge la tradición española que Cervantes puso en escena en El retablo de las maravillas. Con este libro estrenó el seudónimo de Simon Leys, sacado de una novela de Victor Segalen, otro escritor amante de China. Simon Leys sería a partir de ahí un prototipo de "anarquista conservador", como él recuerda que Orwell gustaba de llamarse a sí mismo.
El panfleto provocó la inquina de los intelectuales izquierdistas franceses, histéricos fascinados con el maoísmo, pero la denuncia política –tan precisa, tan clara y tan demoledora, luego continuada en Ombres chinoises, entre otros textos– no era lo que más le interesaba. Le fascinó George Orwell, al que dedicó un gran ensayo, "Orwell o el horror [el asco, más propiamente dicho] a la política". Como a Orwell, a Leys le gustaba descubrir aquello que el totalitarismo, la ideología o, muchas veces, el simple ejercicio de la política se encargan de destruir: la humanidad, la complejidad moral, la continuidad, siempre frágil.
Ese es el hilo paradójico de su obra. Es lo que subyace a sus estudios sobre pintura china, en la que predomina la idea, la imagen mental y el vacío, en el que de pronto surge una realidad evidente hasta lo inconcebible. Aparte de su traducción (y sus comentarios) de las Analectas, es bien conocida la de las memorias de Shen Fu, un clásico que cuenta una vida sin relieve, sin sentido aparente y más bien desgraciada, de la que el autor se esforzó por relatar, con la máxima sencillez y una ingenuidad desconcertante, los momentos de emoción.
Y eso mismo, la relación entre realidad e irrealidad, entre el instante y el hilo de la vida, subyace a sus ensayos literarios, un vagabundeo elegante, humanista e irónico, nunca aburrido. Si la belleza es la intuición de la libertad, el aburrimiento es el principal enemigo del arte.
Le gustaba Stendhal, claro está, el Príncipe de Ligne –un aristócrata y escritor belga, como él, del que solía citar el comentario según el cual un hombre feliz es aquel que no ha visto cumplidos sus deseos– y, como era de esperar, Nicolás Gómez Dávila. Dejó de dar clase en la universidad cuando se dio cuenta de que la Universidad había abandonado la tarea de formar al ser humano, y siempre presumió de que su tesis doctoral –sobre Shitao, que con su espíritu humorístico y lírico revolucionó la pintura china– y su exhaustivo estudio sobre Su Renshan, otro pintor al margen de las grandes corrientes, olvidado incluso en su país, nunca habían dejado de ser reeditados, y los leían más los pintores que los sinólogos. (No sabemos cómo lo sabía, claro).
La inteligencia traducida en una imagen concisa y fulgurante fascinó siempre a Simon Leys. Nació en Bruselas en 1935 y acabó viviendo en Canberra, Australia, desde 1970. Falleció allí hace unos días. De lengua francesa, viajó a China en 1955, le fascinó el país y su cultura, aprendió chino y vivió mucho tiempo en los aledaños del imperio, mientras iba conociendo su literatura y su pintura, que serían los dos grandes campos de su predilección. China era para él la alteridad absoluta, aquello que es necesario conocer para saber lo que somos.
Volvió a China en 1966 y a consecuencia de este viaje publicó, en 1971, un panfleto sobre la llamada revolución cultural. Ni revolución, ni cultural: una intriga de palacio que propició una campaña devastadora contra la más sofisticada de las civilizaciones. Fue Los trajes nuevos del presidente Mao, así titulado por el cuento de Andersen que a su vez recoge la tradición española que Cervantes puso en escena en El retablo de las maravillas. Con este libro estrenó el seudónimo de Simon Leys, sacado de una novela de Victor Segalen, otro escritor amante de China. Simon Leys sería a partir de ahí un prototipo de "anarquista conservador", como él recuerda que Orwell gustaba de llamarse a sí mismo.
El panfleto provocó la inquina de los intelectuales izquierdistas franceses, histéricos fascinados con el maoísmo, pero la denuncia política –tan precisa, tan clara y tan demoledora, luego continuada en Ombres chinoises, entre otros textos– no era lo que más le interesaba. Le fascinó George Orwell, al que dedicó un gran ensayo, "Orwell o el horror [el asco, más propiamente dicho] a la política". Como a Orwell, a Leys le gustaba descubrir aquello que el totalitarismo, la ideología o, muchas veces, el simple ejercicio de la política se encargan de destruir: la humanidad, la complejidad moral, la continuidad, siempre frágil.
Ese es el hilo paradójico de su obra. Es lo que subyace a sus estudios sobre pintura china, en la que predomina la idea, la imagen mental y el vacío, en el que de pronto surge una realidad evidente hasta lo inconcebible. Aparte de su traducción (y sus comentarios) de las Analectas, es bien conocida la de las memorias de Shen Fu, un clásico que cuenta una vida sin relieve, sin sentido aparente y más bien desgraciada, de la que el autor se esforzó por relatar, con la máxima sencillez y una ingenuidad desconcertante, los momentos de emoción.
Y eso mismo, la relación entre realidad e irrealidad, entre el instante y el hilo de la vida, subyace a sus ensayos literarios, un vagabundeo elegante, humanista e irónico, nunca aburrido. Si la belleza es la intuición de la libertad, el aburrimiento es el principal enemigo del arte.
Le gustaba Stendhal, claro está, el Príncipe de Ligne –un aristócrata y escritor belga, como él, del que solía citar el comentario según el cual un hombre feliz es aquel que no ha visto cumplidos sus deseos– y, como era de esperar, Nicolás Gómez Dávila. Dejó de dar clase en la universidad cuando se dio cuenta de que la Universidad había abandonado la tarea de formar al ser humano, y siempre presumió de que su tesis doctoral –sobre Shitao, que con su espíritu humorístico y lírico revolucionó la pintura china– y su exhaustivo estudio sobre Su Renshan, otro pintor al margen de las grandes corrientes, olvidado incluso en su país, nunca habían dejado de ser reeditados, y los leían más los pintores que los sinólogos. (No sabemos cómo lo sabía, claro).
Le parapluie de Simon Leys
Pendant de nombreuses années, une bonne partie de l’intelligentsia occidentale – en France surtout – s’enflamma pour l’utopie maoïste. Jusqu’au jour où une voix isolée, celle de Simon Leys, clama son indignation : témoin de la réalité atroce de la « Révolution culturelle », ce brillant sinologue sortit de sa réserve pour en dénoncer le caractère totalitaire et meurtrier.
D’abord accueillis par la calomnie, les essais sur la Chine de Simon Leys se sont bientôt imposés comme des références par leur clairvoyance et l’élégance de leur style satirique. Puis on a découvert la subtilité de ce lettré cosmopolite vivant en compagnie de Confucius ou Cervantès, Tchekhov ou Stendhal, Conrad ou Chesterton, Orwell ou Lu Xun, et tant d’autres encore. Qu’il s’agisse de littérature, de peinture, de la mer, des îles, mais aussi du bon (et mauvais) goût, du succès, du jargon, de la paresse, de l’imagination, de la beauté, de la vérité, du catholicisme : Simon Leys, de son exil australien, savait comme nul autre nous instruire et nous enchanter, nous faire rêver et méditer.
Cet essai montre comment la lecture de Simon Leys (1935-2014) a été et reste un parapluie unique contre la folie des idéologies, la sottise et l’esprit de sérieux. Pourquoi ce rebelle aux modes a-t-il été traité avec un incroyable mépris ? Quel a été le parcours intellectuel de ce grand « interprète traducteur » de la civilisation chinoise ? Et pourquoi son oeuvre a-t-elle une coloration si singulière et attachante ?
Critique
D’abord accueillis par la calomnie, les essais sur la Chine de Simon Leys se sont bientôt imposés comme des références par leur clairvoyance et l’élégance de leur style satirique. Puis on a découvert la subtilité de ce lettré cosmopolite vivant en compagnie de Confucius ou Cervantès, Tchekhov ou Stendhal, Conrad ou Chesterton, Orwell ou Lu Xun, et tant d’autres encore. Qu’il s’agisse de littérature, de peinture, de la mer, des îles, mais aussi du bon (et mauvais) goût, du succès, du jargon, de la paresse, de l’imagination, de la beauté, de la vérité, du catholicisme : Simon Leys, de son exil australien, savait comme nul autre nous instruire et nous enchanter, nous faire rêver et méditer.
Cet essai montre comment la lecture de Simon Leys (1935-2014) a été et reste un parapluie unique contre la folie des idéologies, la sottise et l’esprit de sérieux. Pourquoi ce rebelle aux modes a-t-il été traité avec un incroyable mépris ? Quel a été le parcours intellectuel de ce grand « interprète traducteur » de la civilisation chinoise ? Et pourquoi son oeuvre a-t-elle une coloration si singulière et attachante ?
Critique
Mao
mis à nu
Le sinologue et écrivain belge Pierre Ryckmans, dit Simon Leys, vivait en Australie, communiquait par fax et trouvait le téléphone sans intérêt. Mort le 11 août 2014 à 79 ans, il aimait naviguer en mer et il était catholique. Le sinologue et situationniste René Viénet fut son mentor et ami. Leys révérait Orwell, Cioran, Chesterton, considérait Disgrâce de Coetzee comme un chef-d’œuvre. En littérature française contemporaine, ses goûts étaient proches du critique Angelo Rinaldi, qui s’est à peu près trompé sur tout. Cependant, il appréciait les romans de Michel Houellebecq. BHL et la plupart des «intellectuels à la mode» lui semblaient soit ridicules, soit obscènes, depuis qu’à l’époque de Mao beaucoup d’entre eux avaient statufié le célèbre bourreau chinois.
Désert. En février 1996, dans une lettre à Pierre Boncenne (1), Leys écrit : «La façon dont les Autorités intellectuelles disent littéralement N’IMPORTE QUOI et survivent à toutes leurs bourdes, avec leur prestige intact - sinon accru ! -, est suffocante. Le plus paradoxal et drôle dans tout cela, c’est que les grands pourfendeurs des médias doivent leur existence aux médias : sans ceux-ci, ils ne seraient rien.» Ce «n’importe quoi» en capitales n’est pas anodin. La figure de Leys s’est dressée puis construite aux antipodes, lentement, avec son consentement d’«anarchiste conservateur» et d’insolent décentré, contre les institutions, experts, politiciens et intellectuels de toutes sortes qui se trompèrent avec obstination sur Mao, plus généralement sur l’expérience totalitaire. Il est ainsi devenu non pas l’homme qui a vu l’ours, mais le prophète qui clama dans le désert - et de loin, comme un phare dans la nuit - la nature de l’ours maoïste.
C’est donc comme tel qu’après avoir créé ses apôtres, il fait désormais l’objet de quelques évangiles.
Le Parapluie de Simon Leys est l’évangile selon Pierre Boncenne, journaliste qui fut son ami, fit la visite à Canberra et a recueilli avec soin les paroles du grand homme. Ce «parapluie» protégerait de la bêtise des «intellectuels», comme si Leys n’en avait pas été un, et de qualité - mais l’intellectuel au sens péjoratif, qui est désormais le sens commun, c’est toujours l’autre. Est-ce donc un pamphlet contre les intellectuels et hommes politiques occidentaux séduits par la Chine de Mao ? Un règlement de comptes avec ceux qui continuent de flatter la dictature chinoise ? Un portrait légèrement biographique de son ami ? Un essai sur son œuvre ? Une paraphrase ou une glose de celle-ci ? Un panégyrique ? L’imitation de la vie de Simon Leys ? Une marque posthume de reconnaissance et d’amitié ? Tout cela à la fois. Une auberge sainte espagnole. Quelque chose d’inclassable, débordant et répétitif, qui en fait à la fois la limite et le prix.
D’une part, le livre permet de vivre ou revivre un demi-siècle de déroute intellectuelle française et de cynisme politique international à travers ce miroir aux alouettes que fut - et demeure - la Chine. Il pourrait être résumé par un cri du cœur du soviétologue Robert Conquest, lucide sur le stalinisme bien avant d’autres, que Leys aimait répéter : «Je vous l’avais bien dit, foutus crétins !» D’autre part, il fait connaître la vie et l’œuvre d’un homme qui fut marin, diplomate, universitaire, écrivain, mais aussi des érudits ou pamphlétaires comme Jean-François Revel, dont il croisa le chemin, à Pékin, à Hongkong et même à Paris. La «geste» aurait gagné à moins de ressentiment rétrospectif : si un peu d’amertume relève les saveurs d’un cocktail, son excès les tue.
Repoussoirs. Pierre Boncenne a été le collaborateur de Bernard Pivot à sa belle époque : le livre s’ouvre sur une trop longue retranscription décortiquée de l’Apostrophes (disponible en DVD), qui, le 27 mai 1983, fit connaître au grand public l’auteur des Habits neufs du président Mao, publié sans succès douze ans plus tôt. Ce jour-là, Simon Leys pulvérise l’Italienne Maria Antonietta Macciocchi, figure du gauchisme et ancienne fervente de Mao ; où l’on voit que les médias honnis servent aussi, parfois, à porter la vérité. De chapitre en chapitre, comme pipes en foire, surgissent alors sur le chemin du prophète des figures repoussoirs, oubliées ou non, du maoïsme parisien - de Sollers à Michelle Loi - mais aussi des amis internationaux de Mao, comme Alain Peyrefitte ou tels sinologues soumis. Certains dénoncent Leys aux autorités chinoises. Le philosophe Alain Badiou fait l’objet de soins particulièrement agressifs. Tantôt Boncenne cite son prophète et ami, tantôt il le répète dans ses rejets et admirations. Le disciple, naturellement, ne vaut pas le maître. Mais on ne demande pas à un évangile d’être parfait ou distancié ; on en attend le récit d’une passion.
Désert. En février 1996, dans une lettre à Pierre Boncenne (1), Leys écrit : «La façon dont les Autorités intellectuelles disent littéralement N’IMPORTE QUOI et survivent à toutes leurs bourdes, avec leur prestige intact - sinon accru ! -, est suffocante. Le plus paradoxal et drôle dans tout cela, c’est que les grands pourfendeurs des médias doivent leur existence aux médias : sans ceux-ci, ils ne seraient rien.» Ce «n’importe quoi» en capitales n’est pas anodin. La figure de Leys s’est dressée puis construite aux antipodes, lentement, avec son consentement d’«anarchiste conservateur» et d’insolent décentré, contre les institutions, experts, politiciens et intellectuels de toutes sortes qui se trompèrent avec obstination sur Mao, plus généralement sur l’expérience totalitaire. Il est ainsi devenu non pas l’homme qui a vu l’ours, mais le prophète qui clama dans le désert - et de loin, comme un phare dans la nuit - la nature de l’ours maoïste.
C’est donc comme tel qu’après avoir créé ses apôtres, il fait désormais l’objet de quelques évangiles.
Le Parapluie de Simon Leys est l’évangile selon Pierre Boncenne, journaliste qui fut son ami, fit la visite à Canberra et a recueilli avec soin les paroles du grand homme. Ce «parapluie» protégerait de la bêtise des «intellectuels», comme si Leys n’en avait pas été un, et de qualité - mais l’intellectuel au sens péjoratif, qui est désormais le sens commun, c’est toujours l’autre. Est-ce donc un pamphlet contre les intellectuels et hommes politiques occidentaux séduits par la Chine de Mao ? Un règlement de comptes avec ceux qui continuent de flatter la dictature chinoise ? Un portrait légèrement biographique de son ami ? Un essai sur son œuvre ? Une paraphrase ou une glose de celle-ci ? Un panégyrique ? L’imitation de la vie de Simon Leys ? Une marque posthume de reconnaissance et d’amitié ? Tout cela à la fois. Une auberge sainte espagnole. Quelque chose d’inclassable, débordant et répétitif, qui en fait à la fois la limite et le prix.
D’une part, le livre permet de vivre ou revivre un demi-siècle de déroute intellectuelle française et de cynisme politique international à travers ce miroir aux alouettes que fut - et demeure - la Chine. Il pourrait être résumé par un cri du cœur du soviétologue Robert Conquest, lucide sur le stalinisme bien avant d’autres, que Leys aimait répéter : «Je vous l’avais bien dit, foutus crétins !» D’autre part, il fait connaître la vie et l’œuvre d’un homme qui fut marin, diplomate, universitaire, écrivain, mais aussi des érudits ou pamphlétaires comme Jean-François Revel, dont il croisa le chemin, à Pékin, à Hongkong et même à Paris. La «geste» aurait gagné à moins de ressentiment rétrospectif : si un peu d’amertume relève les saveurs d’un cocktail, son excès les tue.
Repoussoirs. Pierre Boncenne a été le collaborateur de Bernard Pivot à sa belle époque : le livre s’ouvre sur une trop longue retranscription décortiquée de l’Apostrophes (disponible en DVD), qui, le 27 mai 1983, fit connaître au grand public l’auteur des Habits neufs du président Mao, publié sans succès douze ans plus tôt. Ce jour-là, Simon Leys pulvérise l’Italienne Maria Antonietta Macciocchi, figure du gauchisme et ancienne fervente de Mao ; où l’on voit que les médias honnis servent aussi, parfois, à porter la vérité. De chapitre en chapitre, comme pipes en foire, surgissent alors sur le chemin du prophète des figures repoussoirs, oubliées ou non, du maoïsme parisien - de Sollers à Michelle Loi - mais aussi des amis internationaux de Mao, comme Alain Peyrefitte ou tels sinologues soumis. Certains dénoncent Leys aux autorités chinoises. Le philosophe Alain Badiou fait l’objet de soins particulièrement agressifs. Tantôt Boncenne cite son prophète et ami, tantôt il le répète dans ses rejets et admirations. Le disciple, naturellement, ne vaut pas le maître. Mais on ne demande pas à un évangile d’être parfait ou distancié ; on en attend le récit d’une passion.
(1) Le volume d’extraits
de lettres inédites, classées par thème, n’est qu’un pot-pourri qui fait
espérer une édition précise, chronologique et annotée de leur correspondance.
photographe Quand vous viendrez me voir aux
antipodes. Lettres à Pierre Boncenne Philippe Rey, 190 pp., 17 €. La Mort
de Napoléon Espace Nord, 144 pp., 8 €.
El periodista y escritor Pierre Boncenne (izquierda) y Pierre Ryckmans, quien firmaba sus libros como Simon Leys (archivo personal).
Simon Leys luchó solo contra los maoístas mundanos
El periodista y escritor Pierre Boncenne (izquierda) y Pierre Ryckmans, quien firmaba sus libros como Simon Leys (archivo personal).
Archivo personal P. Boncenne
Mientras que intelectuales como Sartre, Beauvoir y Barthes elogiaban la Revolución Cultural de Mao, el sinólogo belga Pierre Ryckmans (1955-2014), cuyo nombre de pluma es Simon Leys, la denunciaba como la nueva versión del 'horror de la política'. El periodista Pierre Boncenne nos habló de Simon Leys y de su tío Camilo Torres, el cura guerrillero (véase foto).
La Revolución Cultural que lanzó Mao para afianzar su poder en 1966 tuvo dos caras.
En China, la realidad atroz del terror maoísta: cientos de miles de muertos a causa de una represión feroz, cadáveres arrastrados por los ríos, hombres asesinados por haber osado burlarse en la radio de Mao, niños de doce años convertidos en héroes por delatar a sus padres, que luego eran ejecutados.
La otra cara, en Occidente, era el "maoísmo mundano" que invadió algunos círculos intelectuales y artísticos. Ahí, Mao era una leyenda viva, un dirigente idolatrado.
Numerosos espíritus brillantes sucumbieron a ese delirio político: Jean Paul Sarte, Simone de Beauvoir, Roland Barthes, Michel Foucault, entre otros.
Hubo en cambio un escritor belga, Pierre Rickmans, cuyo nombre de pluma es Simon Leys, que no se dejó engañar. Como en el cuento infantil, salió a gritar: 'El rey está desnudo...'
Ese grito data de 1971, cuando publica "Los trajes nuevos del presidente Mao", un libro donde explicaba por qué Mao encarnaba el horror político, después de Stalin y Hitler.
Uno de los grandes conocedores de la obra de Simon Leys es el periodista y escritor franco-colombiano Pierre Boncenne, quien acaba de publicar en francés dos libros sobre el sinólogo belga fallecido en 2014 con la editorial Philippe Rey: "El paraguays de Simon Leys" y "Cuando venga a verme a las Antípodas".
Pierre Boncenne conoció también a Camilo Torres (véase foto abajo), el cura guerrillero colombiano que murió en combates con el ejercito en 1966, y a quien Simon Leys también conoció cuando ambos eran estudiantes en la Universidad de Lovaina.
Boncenne y Leys fueron grandes amigos y admiradores, además, del escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila. Los dos hicieron suyo este escolio de Gómez Dávila: “No soy un intelectual moderno inconforme, sino un campesino medieval indignado”.
La Revolución Cultural que lanzó Mao para afianzar su poder en 1966 tuvo dos caras.
En China, la realidad atroz del terror maoísta: cientos de miles de muertos a causa de una represión feroz, cadáveres arrastrados por los ríos, hombres asesinados por haber osado burlarse en la radio de Mao, niños de doce años convertidos en héroes por delatar a sus padres, que luego eran ejecutados.
La otra cara, en Occidente, era el "maoísmo mundano" que invadió algunos círculos intelectuales y artísticos. Ahí, Mao era una leyenda viva, un dirigente idolatrado.
Numerosos espíritus brillantes sucumbieron a ese delirio político: Jean Paul Sarte, Simone de Beauvoir, Roland Barthes, Michel Foucault, entre otros.
Hubo en cambio un escritor belga, Pierre Rickmans, cuyo nombre de pluma es Simon Leys, que no se dejó engañar. Como en el cuento infantil, salió a gritar: 'El rey está desnudo...'
Ese grito data de 1971, cuando publica "Los trajes nuevos del presidente Mao", un libro donde explicaba por qué Mao encarnaba el horror político, después de Stalin y Hitler.
Uno de los grandes conocedores de la obra de Simon Leys es el periodista y escritor franco-colombiano Pierre Boncenne, quien acaba de publicar en francés dos libros sobre el sinólogo belga fallecido en 2014 con la editorial Philippe Rey: "El paraguays de Simon Leys" y "Cuando venga a verme a las Antípodas".
Pierre Boncenne conoció también a Camilo Torres (véase foto abajo), el cura guerrillero colombiano que murió en combates con el ejercito en 1966, y a quien Simon Leys también conoció cuando ambos eran estudiantes en la Universidad de Lovaina.
Boncenne y Leys fueron grandes amigos y admiradores, además, del escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila. Los dos hicieron suyo este escolio de Gómez Dávila: “No soy un intelectual moderno inconforme, sino un campesino medieval indignado”.
Camilo Torres, el cura guerrillero, antes de entrar a la guerrilla del ELN. Pierre Boncenne es el niño que está abrazando el sacerdote colombiano. |
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