Lunes, 14 de diciembre de 2015
Síndrome de...
Por Roberto Lampa * y Federico M. Rossi **
Desde el ballottage, un eje del debate económico ha sido qué sucederá desde el 10 de diciembre cuando asuma el nuevo gobierno. Mientras Daniel Scioli intentaba generar confianza presentando sus posibles ministros, Mauricio Macri hizo totalmente lo opuesto. Siguiendo una sugerencia del asesor de campaña Jaime Durán Barba, Macri se dedicó a no anticipar nada, excepto una cosa: que devaluaría el peso. ¿Cómo es posible que un candidato que promete devaluar gane una elección? ¿Cuál fue la intención de anticipar la devaluación y qué pasó desde ese momento?
En el ámbito económico, la táctica de la alianza Cambiemos ha sido mayoritariamente aquella de no adelantar decisiones o planes detallados, tanto antes como después del 22 de noviembre. Sin embargo, existe una enorme excepción a esta regla general, representada por la política cambiaria. En particular, el ministro de Finanzas y Hacienda Alfonso Prat-Gay ha insistentemente reiterado la firme voluntad del futuro gobierno de devaluar (“sincerar”, según su léxico) ni bien asuma el poder. Esto fue también reforzado por Carlos Melconian, el presidente del Banco Nación. No fueron comentarios off the records, sino que en repetidas ocasiones han también sugerido que el (supuesto) valor natural de la paridad cambiaria tendría que estar alrededor de los 16 pesos, es decir casi un 70 por ciento más elevada.
Lo extraño del caso es que es muy inusual, sino único, lo que el equipo económico de Cambiemos hizo desde el ballottage. Sin exagerar, semejante conducta (y por parte de un ex presidente del Banco Central como Prat-Gay) sería tildada de irresponsable y suicida en casi todos los países del mundo.
Esta fue la reacción de Roberto Lavagna, quién dijo: “O está diciendo una barbaridad técnica o está ocultando que el primer día de su gobierno piensa hacer una gran devaluación o un gran endeudamiento”. Esto se debe a la regla sagrada de las devaluaciones, que dice que si se hacen, nunca se dicen. Además, siempre se planean un minuto antes de un feriado largo, con los bancos y la Bolsa cerrados para impedir maniobras especulativas y desestabilizadoras. La historia argentina está plagada de estas experiencias.
¿Por qué, entonces, Cambiemos anticipó que devaluarán? Una posible explicación es que el deseo no era que Mauricio Macri devaluara al asumir el poder, sino que a Cristina Fernández de Kirchner le explotaran las finanzas antes de la segunda vuelta, y esto le diera un triunfo rotundo a Macri. Este tipo de golpe de mercado es una práctica cada vez más común en Argentina y todo el mundo. Es la misma estrategia que hizo caer a Raúl Alfonsín seis meses antes de finalizar su mandato en 1989. Y, paradójicamente, también la que expulsó del poder a Silvio Berlusconi en Italia en 2011 mientras estaba negociando la salida de Italia del euro y dio pie a que un neoliberal ortodoxo como Mario Monti asumiera un gobierno transicional con fines de ajuste. En el caso argentino de 2015, si funcionaba el aparente golpe de mercado, hubiese dado al gobierno entrante un justificativo para iniciar un plan de políticas de ajuste. Esto, obviamente, no pasó.
Profecía autocumplida
La segunda explicación posible es lo que aquí llamamos la estrategia de la profecía autocumplida. En este caso, debido a que existe un problema real, que son los múltiples tipos de cambio en paralelo, el gobierno entrante busca hacer de la devaluación un hecho, para que la apertura cambiaria simplemente sincere lo que ya sucede. Esta combinación entre una autoconfianza enorme de parte de Macri y el equipo económico de Cambiemos de que podrán controlar una devaluación anticipada, sólo funcionaría si la profecía se cumpliese con una población pasiva. Esto ya se está demostrando que no está pasando porque la experiencia de devaluaciones en Argentina hace que todos los sectores, desde el productor hasta el consumidor, comiencen a moverse para protegerse frente a la devaluación como si ya hubiese sucedido. Es ahí donde la profecía se haría realidad, como ya está sucediendo, devaluándose de hecho antes de que se oficialice la devaluación.
El problema de esta estrategia es que se basa en la fe de que nadie correrá por dólares o que aunque se vaticinó que se devaluará, y luego no sucediese en diciembre, nadie hará nada al respecto (en vez de esperar que suceda en enero, o febrero, o marzo, o en un momento incierto). Vale la pena insistir sobre este último punto: como explicaba John Maynard Keynes en su Teoría General, las devaluaciones producen una fuerte alteración en la rentabilidad esperada de una inversión a raíz de los cambios en la estructura de los costos y modifican, por ende, los niveles del producto y del empleo. A juicio de Keynes, en este ámbito las expectativas de los empresarios juegan un papel clave: en cuanto ellos se den cuenta que una devaluación es extremadamente probable, dejarían inmediatamente de invertir esperando el inminente abaratamiento del costo laboral. Dicho sencillamente, la idea de Keynes es que generar expectativas devaluatorias potenciaría los efectos de la devaluación, determinando la parálisis de la actividad económica presente a favor de la actividad económica futura. Es decir, que el resultado sería contractivo en el muy corto plazo y expansivo en el mediano plazo.
Sin embargo, en el caso de un país como Argentina, que forma parte del capitalismo periférico, las cosas son todavía más complicadas y es posible argumentar que las consecuencias son recesivas tanto en el corto como en el mediano plazo. En primer lugar porque las devaluaciones producen una fuerte caída de la demanda agregada por el aumento del precio de los bienes de consumo importados y de la inflación. En segundo lugar porque, desde un marco analítico ortodoxo, se señala que en los países periféricos las devaluaciones abruptas determinan también una caída vertical de la oferta agregada, por el fuerte aumento en los costos: bienes de capital importados, salario real (en presencia de paritarias) y crédito bancario (por el aumento de la tasa de interés impulsado por el aumento de la inflación inducida por la devaluación). Es decir, se produce tanto un abrupto empobrecimiento de la mayor parte de la población como una caída de la producción industrial.
En síntesis, las declaraciones del equipo económico de Cambiemos apuntarían a potenciar los efectos negativos de la próxima devaluación del peso, preconizando una brusca caída tanto de la demanda (niveles de salario, inversión y consumo) como de la oferta agregada (tamaño del sector industrial).
Si es éste entonces el plan del gobierno, cabe preguntarse cuál es la estrategia de Macri en materia económico-financiera. La clave parece estar en bajar el salario real por medio de dos mecanismos.
Primero, aumentando la desocupación (el excedente de mano de obra baja el salario que un trabajador está dispuesto a aceptar) y, segundo, depreciando el salario en dólares (es decir, haciendo que el costo de un trabajador sea más bajo que en otros países). También es de esperarse que la intencionalidad esté en reconcentrar la economía en el conjunto de intereses que compone la coalición de gobierno: CEO de empresas trasnacionales y de sectores agroindustriales concentrados (Techint en Trabajo, Shell en el Ministerio de Energía, General Motors en Aerolíneas Argentinas, JP Morgan en Hacienda, Telecom en Cancillería, Confederaciones Rurales Argentinas y la Sociedad Rural Argentina en Agricultura, Monsanto en Agricultura provincial, McDonald’s en Comunicación de la ciudad, entre otros). En contraste, los grandes perdedores serían los trabajadores, las pequeñas y medianas empresas y las que producen para el mercado interno.
Síndrome de Estocolmo
Desde el punto de vista de la ciudadanía, la pregunta, entonces es ¿por qué identificarnos con un gobernante que promete devaluar, es decir, empobrecernos? La identificación por una parte de la población con la necesidad del fin de los subsidios, la devaluación, la quita de planes sociales, el ajuste y otras políticas impopulares que lo afectarían directamente es producto de lo que parecería una suerte de Síndrome de Estocolmo. Este síndrome es una reacción psicológica en la que la víctima se identifica con el victimario, esto sucede en casos extremos como un secuestro. Esta relación de vínculo afectivo hace que la víctima se enamore o defienda a su victimario. Es decir, nos permite conceptualizar la identificación de un sector de la población con los que promueven empobrecerlos.
El Síndrome de Estocolmo es el que pasó a primar desde el triunfo de Macri en medios de comunicación y parte de la población, naturalizando que los intereses de un CEO y un kioskero son los mismos.
En el marco de este síndrome resulta muy difícil recibir información alternativa que ponga en cuestión certezas. Aquí resulta interesante rescatar a Kunda (1990), quién dice que muchas veces las personas llevan adelante un razonamiento guiado por el deseo de obtener una conclusión predefinida que de analizar la información para elaborar decisiones con información más precisa. En otras palabras, un sector del electorado, por ser radical, por vivir en Córdoba, por rechazar todo lo que sea peronista, o porque prefiere ver caras nuevas, ignora la información de las políticas de ajuste de forma intencional y emocional. Cognitivamente establecieron barreras a la inclusión de información que pudiera presentarles la disyuntiva de tener que apoyar a otro gobernante que rechazaban a priori de cualquier argumento a su favor o en contra.
La combinación entre un gobierno entrante que auguró que devaluaría y una población que reacciona ante esta profecía como si fuese un hecho irrefutable ha generado un fenómeno novedoso: hay una devaluación inminente con fecha (casi) exacta. Los precios suben en supermercados, la economía se frena, y todos estamos en la fila para el cadalso, sabiendo que el día es alguno luego del 10 de diciembre. Pero, la población no está siendo pasiva: se agotan las compras de dólar ahorro, no se renueva el stock de productos en Precios Cuidados, todo sube de precio, y la Corte Suprema desfinancia la Anses.
La devaluación estaría en marcha, aunque seguimos con múltiples tipos de cambio. Pero, nada de esto es natural, sino que fue provocado por los dichos del equipo económico de Macri con la intención de construir una sensación de crisis que justifique políticas de austeridad.
La estrategia de Cambiemos funcionaría sin desbandar la economía solamente si el Síndrome de Estocolmo que están fomentando desde que Macri ganó hace efecto. Es decir, si ante la evidencia de que todos seremos más pobres, todos saldremos a la plaza a pedir por favor que nos empobrezcan. O no salgamos a hacer nada. Como siempre en economía, nada es natural ni necesario, la economía es política por definición, y se guía por intereses de este tipo. La profecía se cumplirá si así lo permite la población, y no será así si notamos que un CEO y un kiosquero no tienen los mismos intereses. Y que la devaluación no es una medida necesaria, ni natural, sino intencionada con claros ganadores y perdedores.
* Economista, profesor Unsam.
** Politólogo, investigador Conicet.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-8997-2015-12-14.html
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