martes, 24 de noviembre de 2015

La restauración conservadora: Enrique Lacolla

La restauración conservadora: Enrique Lacolla

25 NOV 2015

La restauración conservadora. Política Argentina.
Política Latinoamericana
El triunfo de la reacción.
La fórmula ganadora.

La derrota nacional de pasado domingo puede ser adjudicada en gran medida a errores propios. La lucha por recuperar el terreno perdido debe comenzar ahora, a través de un exigente autoexamen.

Lo que deseábamos –un triunfo del FpV- no se concretó. Por una diferencia mínima el candidato de Cambiemos fue izado a la presidencia de la República. Hay quienes dicen que no es el momento de los reproches. Me parece que tal actitud es un error. La derrota, si no por sus cifras, sí por la magnitud de las consecuencias, es tan grave que la política del avestruz no sirve para nada.

Las responsabilidades por este revés caben, en primer término, a la todavía presidenta de la República. No por sus atributos personales, su inteligencia y fluencia discursiva, que seducen, pero también repelen a muchos, sino por su decisión de sostener su proyecto en un encuadre no contaminado por la presencia tumultuaria del pueblo, manteniéndolo escindido del sector obrero; y por su manejo arbitrario, exageradamente personalista, de las decisiones llamadas a dotar al Frente para la Victoria con un candidato capaz de llevar adelante y profundizar o al menos sostener el modelo de desarrollo tibiamente nacional que se venía gestionando. La costumbre de no confiar y en ocasiones torpedear a las figuras que no pertenecían a su entorno más personal e íntimo la llevó agredir solapadamente, por años, a quien se perfilaba como su posible sucesor en razón de la capacidad de componenda que este demostraba hacia los distintos sectores que conforman el universo justicialista que no son afines a la jefatura de Cristina.

La figura de Daniel Scioli no es de las que suscitan entusiasmo, por cierto, pero era el único candidato posible en estos momentos. Cristina prefería a Florencio Randazzo y sólo la evidencia de que esa selección no podía garantizar el triunfo determinó que lo hiciera a un lado y dejara expedito el camino a Scioli. El favorito de Cristina no toleró este desaire y -dando muestras de una inmadurez política propia de un aficionado- pateó el tablero y se negó a candidatearse a gobernador de Buenos Aires. Quedó así abierto, casi por capricho, el camino que llevaría al inesperado triunfo de María Eugenia Vidal en la primera provincia argentina, cuyo peso electoral es decisivo en cualquier contienda electoral destinada a definir la cuestión del poder en nuestro país. La campaña para el balotaje también adoleció de la misma falla: la presidenta se abstuvo de mencionar al candidato del FpV y se limitó a defender la fórmula que este encabezaba, sin nombrarlo en ningún momento. Este silencio quizá pueda ser atribuido, con algo de buena voluntad, al deseo de no gravarlo con el peso de su propia personalidad, que molesta a muchos; pero si fue así no cumplió con su propósito, dejando a Scioli más bien expuesto al desamparo y reducido, una vez más, al papel del que recibe los desdenes de la primera mandataria.

Lo que decimos ahora ha sido señalado en numerosas notas de esta misma página, lo cual nos absuelve de cualquier posible acusación en el sentido de hacer leña del árbol caído.[i] Ahora bien, hay que consignar que las equivocaciones cometidas en este período no resultan sólo de los rasgos de carácter de Cristina o de los miembros de su gobierno, sino también del desgaste del peronismo, que resulta de la larga historia de este y de cierta incapacidad que tiene como organismo para configurarse como un movimiento policlasista que se erija en frente nacional. La conjunción de grupos sociales con intereses disímiles, pero nacionales en cualquier caso, en un frente dirigido a enfrentar al imperialismo y a sus agentes interiores, es un clásico de las luchas por la independencia de las sociedades emergentes. En el caso del peronismo, sin embargo, su funcionalidad parece haberse agotado. Encerrado en su propio universo, sus contradicciones y sobre todo la forma inclemente en que manejó sus disputas intestinas lo llevaron a tirar al poder por la ventana en diversas oportunidades y con distintas modalidades. En 1955 no se defendió del golpe militar cuando podía hacerlo; en 1973-76 se rifó a sí mismo en un fenómeno de auto-canibalismo inédito en nuestra historia; en 1983, cuando la sociedad exigía moderación y equilibrio, el famoso cajón de Herminio Iglesias acabó con las posibilidades de Ítalo Luder, y ahora, cuando el pragmatismo demandaba apearse de la cháchara y apelar al buen sentido, acercándose al movimiento sindical y a la estructura tradicional del PJ, el ala progresista más dura (o más exquisita) del kirchnerismo se dedicó a bombardear con ironías o a mirar con la nariz fruncida al candidato que mayores posibilidades tenía de fusionar voluntades y obtener la victoria. Tal vez se ilusionaban –o se ilusionan- con la perspectiva de un regreso triunfal al gobierno en 2019; si esto es así, se pueden llevar un gran desengaño. Y lo más grave es que las consecuencias de esa incuria las pagaremos todos.

Lo que se viene

En efecto, el sentido y la proyección que tiene la victoria de Mauricio Macri en las elecciones son ominosos. No sabemos si arrancará su gobierno con una serie de mandobles que practiquen el ajuste tantas veces anunciado con inmediata ferocidad, en una política de shock similar a las de tantas veces practicada, o si elegirá una vía más gradualista para ir acogotando a los sectores de la clase media o incluso baja que con tanto entusiasmo lo han votado, encandilados por los globitos de colores.

Lo que está claro es que la convergencia de intereses de las transnacionales, del bloque agroexportador y de las finanzas que han inventado a Mauricio Macri, no tardarán mucho en imponer sus miras en el ámbito cambiario y en el comercio exterior. La devaluación del peso, la liquidación a un dólar alto de los millones de toneladas de soja que el “campo” tiene acaparados desde hace años a la espera de una coyuntura como esta, para compensar internamente la baja del producto en el exterior; la exportación masiva de esas ganancias a bancos en el extranjero en vez de invertirlas dentro del país, como es costumbre de nuestra clase poseyente; la eliminación de las retenciones, la baja de tarifas a la importación y, con ello, la expulsión de parte del personal de planta del estado y una considerable desinversión interna; y la revisión de las políticas de acercamiento a China y Rusia que involucran contratos importantísimos y entendimientos bilaterales en materia energética nuclear y convencional, son datos de la realidad que penden sobre nuestras cabezas.

El último campo, el científico-técnico, forma parte de un proyecto estratégico que está abriéndonos al mundo multipolar. Como tal se encontrará bajo el fuego del nuevo gobierno, preocupado en volver a cerrar filas con quienes han sido tradicionalmente nuestros proveedores de productos manufacturados y de tecnología atada a patentes registradas en el exterior. Las sombras se adensarán sobre el campo de la ciencia y la técnica, que tan fuerte avance tuvieron en estos años. Estos espacios sólo pueden ampliarse al amparo del gobierno, pues representan inversiones cuantiosas que reditúan a largo plazo y en un ámbito no mensurable monetariamente. Las inversiones de este tipo son decisivas no porque devenguen dinero sino porque proporcionan la masa crítica de conocimiento que es necesaria para el despegue del país y su inserción en el mundo moderno. Y a la Bolsa y a los bancos les importa un ardite esa ambición.

El desastre que estas medidas van a provocar en la sociedad argentina puede ser enorme. Aunque las relaciones de fuerza en el Congreso no prometen una andadura fácil a los referentes del PRO, la tónica que impondrá el futuro gobierno va a suponer un retroceso mayúsculo. En la campaña prometieron no hacer lo que tantas veces habían dicho que harían: volver a la jubilación privada, desnacionalizar Aerolíneas, FADEA e YPF y a “todo eso que debe pertenecer al estado pero que no volverá a ser del estado” (Dromi dixit). Pero las promesas de campaña, como se sabe, son sólo eso, promesas, y pronto veremos que el deterioro, el desprestigio, el desguace y el vaciamiento se cernirán sobre esas empresas. Desde luego, la Argentina se “abrirá al mundo”, lo que equivale a decir que se abrirá al arreglo con los fondos buitre y a la contracción de más deuda para sostener este nuevo compromiso y los que vendrán a su cola…

El impacto que la desindustrialización asociada a este programa tendrá en el conjunto de la sociedad puede intuirse. La caída del empleo y la inseguridad que tanto preocupa a la gente serán inevitables, por más que algunos observadores acaben de descubrir a un post-neo-liberalismo que no tendría las características implacables del modelo que hemos conocido. Es difícil sin embargo que los prefijos indiquen nada. “Post” y “neo” no son sino rótulos que etiquetan al mismo viejo fenómeno. Esa supuesta proposición moderada no ha sido vista en acción en ninguna parte; subsiste tan sólo como propuesta electoral, como una promesa problemática, tras la cual continúa su marcha el capitalismo realmente existente: fautor de guerras, desestabilizador, expansionista, movido por el principio de la absolutización de la ganancia y desinteresado del destino de los seres humanos.

Latinoamérica

En el plano de la política regional Mauricio Macri se ha despachado con una primera  y para nosotros alocada ocurrencia, que marca el rumbo por el cual discurrirá su política exterior.
Muy suelto de cuerpo informó que una de sus primeras medidas será pedir la suspensión de Venezuela como miembro del MERCOSUR porque, según él, ha infringido la cláusula democrática que obliga a los países miembros a “no perseguir a los opositores y respetar la libertad de opinión”. Aparte de la falacia de ambos argumentos –en Venezuela hay una absoluta libertad de opinión y la presunta persecución contra los opositores se ha ejercido contra personajes que aparecen vinculados a intentonas golpistas- resulta evidente la alineación de esa postura con la que exhibe Estados Unidos, deseoso de acabar con el experimento inaugurado por Hugo Chávez.

La victoria de Macri y el proceso de reestructuración capitalista regresiva que tendrá lugar en nuestro país no dejarán de provocar remezones en toda la América del Sur. La oposición al gobierno de Maduro en Venezuela se favorecerá por el efecto contagio, en una sociedad donde el gobierno está ya fragilizado y se asoma a las elecciones parlamentarias del próximo 6 de diciembre no muy seguro de sus fuerzas. En Brasil la situación de Dilma Roussef se hará todavía más apurada. A pesar de que su gobierno hace rato que ha cedido el comando de la economía a los exponentes del libre mercado, el establishment no le perdona ni a ella ni a Lula las políticas sociales con que han combatido la pobreza y el analfabetismo, así como la línea soberanista asumida en política económica y exterior con el rechazo al ALCA y la integración al BRICS.

Desde luego, una Argentina controlada por el macrismo va a vaciar de contenido a las políticas que alimentaron a la UNASUR y a la CELAC, a la vez que se alejará del acompañamiento que hasta aquí habíamos tenido para con gobiernos como el de Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador. El modelo integrador suramericano será echado por la borda y nos aproximaremos a engendros como el TLCAN o NAFTA y a la Alianza del Pacífico, que aseguran el sometimiento de nuestras economías a la economía dominante del norte, lo que desvirtuará el sentido esencial del MERCOSUR.

No quiero hacer de esta nota una película de terror, pero los riesgos que afrontamos son ciertos. Por lo tanto hay que salir al cruce –con la palabra, en la calle, en la lucha gremial, en los medios alternativos- del proyecto neoliberal, neoconservador, post neoliberal o como quiera llamárselo. La influencia de los monopolios de la comunicación ha sido determinante en la operación de lavado de cerebro que ha impactado a mucha gente que en absoluto se puede reconocer en los postulados de la derecha conservadora y que sin embargo votó por ellos. Ese trabajo mediático que propende a la alienación es un proceso que viene de años y que crea zonas de no-pensamiento difíciles de franquear, pero la realidad a la que nos asomamos probablemente pronto nos ponga frente a tormentas que aventarán muchas de las nubes que oscurecen las conciencias y que permitirán, otra vez, avanzar con esfuerzo hacia un horizonte poblado de certidumbres.   

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[i] A quienes deseen seguir la ilación de este razonamiento recomendamos recorrer artículos como “Una disputa cada vez más acerba” (24.11.12), “Empezando con mal pie” (17.03.12), “Balance de un año difícil” (26.12.12) y “Una derrota autoinfligida” (18.08.13), a los que cabe sumar los insertos en este mismo año:"Deben ser los caníbales, deben ser“, "¿A qué jugamos?”, “Un terremoto político” y “El callejón electoral”.

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