"Hoy el antisemitismo se ha vuelto un fenómeno global y difuso"
Por Luisa Corradini | LA NACION
PARÍS.- Además de su inteligencia y de una inmensa
cultura, Michel Wieviorka tiene dos raras cualidades que suelen
distinguir a los más grandes pensadores franceses: la bonhomía y la
sencillez. Como si el reconocimiento internacional que lo acompaña desde
hace décadas le resultara totalmente ajeno, en beneficio del contacto
humano y de la transmisión del saber.
Doctor en Letras y Ciencias
Humanas, ex alumno de Alain Touraine, es conocido por sus trabajos sobre
la violencia, el terrorismo, el racismo, los movimientos sociales y la
teoría del cambio social.
Wieviorka se convirtió con el tiempo en
uno de los más destacados sociólogos e intelectuales no sólo en Francia,
sino también el resto del mundo, donde se traducen gran parte de sus
libros. Su sociología introduce una perspectiva que tiene en cuenta la
globalización, la construcción individual y al mismo tiempo la
subjetividad de los actores. Esa sociología de la acción, que construye
desde sus primeros trabajos sobre los movimientos de consumidores en los
años 1970, lo condujo a analizar los movimientos sociales y otros
fenómenos tales como el racismo, la violencia o el antisemitismo.
En
casi 40 años de actividad, Wieviorka ocupó los puestos más prestigiosos
del universo de las ciencias sociales francesas. Actualmente es
administrador de la Fundación de la Casa de las Ciencias del Hombre en
París. Allí precisamente recibió a la nacion para hablar de un pequeño
libro que acaba de ser traducido en la Argentina por Libros del Zorzal: El antisemitismo explicado a los jóvenes.
Michel
Wieviorka nació en París en agosto de 1946. Sus abuelos paternos,
judíos polacos, fueron detenidos en Niza durante la guerra y murieron en
Auschwitz. Su padre, que pudo escapar a Suiza, y su madre, hija de un
sastre parisino que logró refugiarse en Grenoble, consiguieron
sobrevivir al nazismo. En momentos en que la intolerancia, el racismo y
los radicalismos avanzan en Europa, ese texto de 128 páginas -publicado
en 2014 en Francia-, estructurado como un diálogo entre el autor y una
jovencita judía traumatizada por un insulto antisemita que recibió en la
escuela, tiene la virtud de la claridad y de la objetividad.
-Su
libro habla de antisemitismo. Sin embargo, como sucedió a lo largo de
la historia, en los últimos tiempos el odio al judío parece haber
cambiado de naturaleza. ¿No le parece que, en la actualidad, habría que
usar un término más apropiado?
-La palabra antisemitismo jamás
fue apropiada. Nunca, porque cuando uno dice antisemitismo quiere decir
que está contra los semitas, y los semitas no son sólo los judíos.
Desde el comienzo la palabra no era apropiada, pero tuvo un éxito
fulgurante desde el momento de su creación en los años 1880. Esa palabra
indicó algo muy fuerte. Vino a decir que pasábamos de una definición
religiosa -el antijudaísmo- a una definición racial, el odio al judío
como raza. Y hoy, es verdad, pasamos a otra cosa que es muy complicada y
que para definirla no encuentro palabra satisfactoria. Hay quienes
dicen "antijudaísmo". Pero no se trata realmente de un odio religioso.
La religión no es aquí el problema, o lo es muy accesoriamente. No lo es
tampoco la idea de una raza en el sentido clásico, ese racismo
biológico que afirmaba que los judíos tienen una forma de nariz, de
cráneo o de manos especiales. El odio actual al judío debe ser definido
con una nueva palabra.
-¿Tiene algunas preferencias?
-La
única tentativa inteligente que conozco consiste en decir que habría
que llamar a ese fenómeno "la nueva judeofobia". Pero también me parece
peligrosa esa palabra. Porque la idea de "fobia" es una idea
psiquiátrica. Es una categoría que "medicaliza" ese odio. Pero esto es
una cuestión social, política.
-¿Pero quiénes son los actores
de ese odio? Estamos hablando de los islamistas. De los árabes en
general. ¿No cree que todas las formas de odio a los judíos no se
reemplazan con el paso del tiempo, sino que se sedimentan unas sobre
otras?
-Se trata, en efecto, de un fenómeno que tiene espesor
histórico: el odio a un pueblo desde hace 2600 años. Y una continuidad
histórica. Pero, para volver a su pregunta, hay en la actualidad
elementos nuevos. Yo creo que el fenómeno actual no se comprende sin
referirse a dos puntos mayores que transformaron ese odio: el nacimiento
de Israel y la forma de tratar la Shoa una vez que fue descubierta por
el mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial, durante unos 20 años, el
espectro de la Shoa protegió a los judíos porque para muchos el
antisemitismo era una opinión y en ese momento se comprendió que la
opinión podía ser un crimen. Se pasó en ese momento a una protección que
no dejaba lugar al antisemitismo. Después, a partir de los años
1970-80, ese paraguas comenzó a debilitarse porque algunos afirmaron que
las cámaras de gas no existieron. Esa idea fue retomada en Francia por
la extrema derecha, y otros comenzaron a decir además que los judíos
explotan ese drama.
-O sea que se produjo una transformación
del fenómeno, donde los judíos son los que inventaron la mentira de la
Shoa y que encima utilizan una trama histórica para beneficiarse.
-Y
todo ello demuestra bien su naturaleza maléfica. Yo diría que esto se
ubica en una suerte de continuidad con el antiguo antisemitismo, el de
antes de la guerra. Esa visión no cambiaba profundamente la naturaleza
del odio.
-Y después llegó la historia de la percepción del Estado de Israel en el mundo.
-Sí.
Al comienzo, cuando fue creado ese país, el sentimiento del mundo en
general era de simpatía. Era el país de los kibutz. Incluso Stalin
estaba a favor de Israel, que se encargaba de expulsar a los británicos
de Medio Oriente. Israel tenía la imagen de un país joven, abierto,
pionero. Después llegó la Guerra de los Seis Días y se transformó en el
pequeño David que en seis días abatió a Goliat, representado por una
coalición de países árabes. Una imagen muy positiva, sin hablar de la
captura de Adolf Eichmann en la Argentina. Esto duró hasta comienzos de
los años 80, cuando sucedieron dos cosas: en Europa se comenzó a tomar
conciencia de que la inmigración, procedente particularmente de las ex
colonias y del mundo musulmán, se estaba instalando en Europa. No vino
sólo para trabajar, sino para vivir. Y esa inmigración comenzó a mirar
lo que sucedía más allá, en Medio Oriente. Y miraba a Israel con la
misma mirada con que miran a los judíos.
-E Israel se transformó en el opresor de los palestinos.
-Opresor
de aquellos que encarnan una religión que no es la suya. Así entramos
en un período donde esa inmigración comenzó a participar de la vida
pública en Alemania, Bélgica, Francia, Gran Bretaña.
-¿El segundo fenómeno es la transformación de la imagen de Israel?
-La
imagen de Israel se vuelve, en efecto, cada vez más negativa. El
momento clave es 1982, con la ocupación israelí del Líbano, donde los
militares israelíes no obedecieron la orden de las Naciones Unidas de
detener el avance, y después se produjo la masacre de Sabra y Chatila.
En todo el mundo -incluso en Israel- habrá una reprobación generalizada
contra ese país. Entonces los palestinos cambian de estrategia y unos
años más tarde lanzan la intifada. Y bruscamente ¿quién lanza las
piedras como David? Ya no son los israelíes, sino los palestinos. El
ejército israelí se transforma en Goliat.
-¿Es entonces cuando aparece un odio al judío muy diferente al del pasado?
-Sí.
Siempre existe la idea de que el judío es el diablo, el mal, la
potencia maléfica. Ya no hay elementos raciales en el sentido clásico,
pero hay una globalización del odio porque está a la vez ligado a la
sociedad donde se vive (los judíos son el poder, el dinero, los que
consiguieron integrarse y no dejan que los demás hallen su lugar) y es
global porque es la proyección sobre otras sociedades de lo que sucede
en Medio Oriente. De modo que entramos en un nuevo paisaje y, en ese
nuevo paisaje -volviendo a la pregunta inicial- antisemitismo no es la
mejor palabra. Tal vez habría que decir "odio al judío". La ventaja de
la palabra antisemitismo es que, teniendo en cuenta su carga histórica,
permite decir que ese odio puede convertirse en asesino.
-¿Diría usted que Israel tiene responsabilidad en el avance fulgurante del islamismo radical?
-Es
una pregunta complicada porque habría que hacer un análisis histórico
de los últimos 50 años. Creo que Israel está implicado, pero que el
avance del integrismo radical se habría producido de todos modos. Sin
embargo, la existencia del Estado de Israel, las guerras que tuvo que
lanzar, su política actual, el hecho de que ese país no está solo, sino
que Estados Unidos es su principal aliado... todo juega efectivamente en
el tablero geopolítico. Pero eso no explica todo. Como ejemplo,
prácticamente en todas partes de Europa -salvo en Portugal, por razones
que desconozco- tenemos miles de jóvenes que han ido a incorporarse a
las filas de Estado Islámico y Al-Qaeda en Siria e Irak. Una parte
importante de esos jóvenes dice "soy un hijo de la inmigración, no
encuentro mi lugar en la sociedad, soy víctima del desempleo, la
exclusión, soy maltratado en la escuela, hay racismo; entonces
transformo todo eso en islamismo y me voy a hacer la jihad". En todos
ellos habrá antisemitismo, pero la cuestión de Israel no será el primer
objetivo. Una parte de esos jóvenes dice: "Yo pertenezco a las clases
medias, eventualmente católicas, pero siento que en Francia la vida no
tiene ningún sentido, que la sociedad de consumo no me propone
perspectivas interesantes. De modo que voy a dar un sentido a mi
existencia y unirme a aquellos que me lo proponen". En general, la
intención es humanitaria, más que jihadista. Cuando uno pone todo eso
junto, el término israelí es muy débil. En efecto, hay odio al judío y
antisemitismo y esto resulta en odio a Israel, pero no es el elemento
fundamental.
-Simultáneamente a esas razones, hay en Europa un
aumento casi imparable del racismo, ya sea antijudío como antimusulmán, a
pesar de que todos los Estados tienen rigurosas políticas
antirracistas. ¿Qué está sucediendo en Europa?
-Creo que hoy
el antisemitismo se ha desplazado. Hace un siglo era practicado por la
mitad de la población, y ese sentimiento penetraba hasta el corazón del
Estado. Un francés de cada dos era anti-Dreyfus en el momento de su
juicio, hace más de un siglo.
-En otras palabras, antisemita.
-Hoy
se terminó. No sólo la derecha clásica no es más antisemita o muy poco,
no sólo el mundo cristiano no es antisemita, todo lo contrario. Incluso
la extrema derecha presta mucha atención. En Inglaterra, el xenófobo
UKIP se negó a aliarse al Frente Nacional francés en el Parlamento
Europeo porque lo consideran antisemita. Y en el seno del Frente
Nacional en este mismo momento se deshacen del viejo fundador,
Jean-Marie Le Pen, porque su antisemitismo molesta.
-Pero en otros sectores de la sociedad el antisemitismo aumenta.
-Hay
tres sectores: la inmigración musulmana, de la que ya hablamos; el
mundo negro, que concierne sólo a una parte de Europa, y una nueva
cultura, más complicada y difusa, que se instala en todas las categorías
sociales a través de Internet.
-¿Por qué el mundo negro está penetrado por ideas antisemitas?
-Muchos
están convencidos de que los judíos son culpables de la trata de
negros. Que son ellos quienes la organizaron (lo cual es falso). Esa
tesis fue lanzada por un historiador norteamericano hace 30 años,
después quedó totalmente aniquilada por los más grandes intelectuales
negros de ese país. Sin embargo, sigue vigente. El segundo argumento es
que los judíos quieren el monopolio del sufrimiento histórico y tratan
de acallar los padecimientos de otras comunidades.
-¿Cuál es ese tercer punto que concierne a Internet?
-Es,
como decía antes, esa nueva cultura que se instala en todas las
categorías sociales, sobre todo en los jóvenes. Una cultura de la
inmediatez, de la libertad de expresión, de la libertad de opinión y del
intercambio planetario en las redes sociales. Una cultura que no
concibe nada que la pueda amordazar. El problema es que si hay un
terreno donde se desarrolla un serio combate de los poderes públicos,
las autoridades y las leyes, es en todo lo que toca al odio racial en
general y al antisemitismo en particular. Ahora, millones de personas
dicen: "¿Por qué no tengo derecho de decir lo que se me ocurre sobre los
judíos? ¿Por qué no tengo derecho de negar la existencia de las cámaras
de gas?". Si se les responde "es criminal y está prohibido", la
respuesta es "entonces finalmente es porque se protege a los judíos,
mientras que cuando se trata de los demás nadie se preocupa". En otras
palabras: una forma perniciosa y difusa de antisemitismo se construye en
la actualidad en torno a la idea de que los judíos son un obstáculo al
modernismo cultural, a la libertad de opinión.
-Y ese fenómeno atraviesa a toda la sociedad.
-Ése
es el motivo de preocupación. Porque cuando el antisemitismo se limita a
ciertos sectores de la sociedad, como la inmigración, es fácil de
comprender. Cuando el antisemistimo concierne a algunos negros, es
comprensible. El antisemitismo de la extrema derecha de Le Pen; el de
izquierda, que dice que el judío es el dinero, que los judíos son Israel
y que Israel es la colonización? Todo eso es fácil de entender. Pero
este otro fenómeno, cultural y mucho más difuso, se inscribe fuertemente
en una tendencia actual del planeta que los especialistas llaman "el
complotismo". Una visión paranoica de la historia.
Mano a mano
Un oasis de serenidad para el pensamiento
Entrevistar
a Michel Wieviorka procura exactamente la misma sensación que expresaba
hace unos años una publicidad francesa, que logró transformarse en un
ícono con la rapidez de un rayo. Después de ser atropellada por una
horda de hooligans a la salida de un estadio, una joven mujer
completamente despeinada y con la ropa en harapos, se sentaba en el
cordón de la vereda a saborear un conocido chocolate suizo: "Quelques grammes de finesse dans un monde de brutes",
decía una voz en off. Sereno, afable, reflexivo, moderado... Wieviorka
escucha a su interlocutor con una atención absoluta. Todo parece
interesar a ese hombre de enorme cultura y renombre internacional. ¿Cuál
es el secreto?, me pregunté, viéndolo prodigar una palabra amable a
cada persona que cruzó en los pasillos de la Escuela de Altos Estudios
en Ciencias Sociales, donde se hizo la entrevista. En un planeta azotado
por el terrorismo islámico, por miles de migrantes que mueren en
altamar, por el avance de los extremismos que pueblos en crisis viven
como panaceas, la empatía de Wieviorka simboliza esos "pocos gramos de
fineza en un mundo de brutos".
Un futuro posible
¿Cómo se explican 2600 años de odio contra los judíos? ¿No es algo que supera toda lógica?
Yo
no tengo mejor respuesta que los mejores espíritus que han reflexionado
sobre la cuestión, como lo hizo Leon Poliakov, célebre historiador del
antisemitismo. La mejor contestación a esa pregunta, a mi juicio, es la
idea de que el pueblo judío -a través de la historia- se plasmó en el
imaginario colectivo como el símbolo del mal y la desgracia. Su
presencia en el seno de otros pueblos, donde siempre fue una minoría, lo
convirtió a través de los siglos en el chivo expiatorio ideal. Así, los
judíos son diferentes, pero no radicalmente. Están en la sociedad, pero
tienen otras referencias religiosas, y todo esto los expone, mucho más
que lo que sucede con ningún otro pueblo, a ser acusados por quienes
coexisten con ellos de ser la causa de todos los males que los aquejan,
aunque más no fuera porque hace 2000 años se dio comienzo a una
tradición contra quienes se negaron a confiar en Jesús. Ellos fueron
quienes dieron cuerpo a la idea de causalidad diabólica que persigue a
los judíos desde entonces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario