Fiel a su fama, ha sido socialista francés Manuel Valls, quien más claro lo ha dicho. Pero el miedo que expuso es general. Dijo el primer ministro francés de origen español que «la izquierda puede morir, la izquierda puede desaparecer».
Lo decía tres semanas después del terrible golpe que supusieron para
los socialistas franceses las elecciones europeas. Con un 13,8% de
votos, el PSF cosechó el peor resultado de su historia,
lejos de toda posición de relevancia. El presidente François Hollande
cosecha un inaudito grado de reprobación del 85%. Manuel Valls se
refería a la izquierda francesa, devorada por el fenómeno de la
ultraderecha de Marine Le Pen, que ya ha convertido en marginal a la
ultraizquierda. El voto obrero se vuelca en opciones de ultraderecha y
antieuropeas.
Sucede en Francia, sucede en toda la Europa más
rica y desarrollada. Mientras en la Europa meridional, más baqueteada
por la crisis económica, con la percepción tan falsa como contundente y
eficaz de ser maltratada por Bruselas, surge en detrimento de la
izquierda democrática otra radical, comunista y abiertamente antisistema
como son Syriza o Podemos.
La crisis de la izquierda es en realidad tan vieja
como la izquierda misma. Cuando se funda la Tercera Internacional
(comunista) como escisión de la Segunda (socialista) en 1920 ya se
hablaba de ella. Y los comunistas con Lenin decían entonces tener la
llave para superar esa crisis definitivamente poniendo fin a la
dependencia y obediencia socialista a las reglas democráticas del
sufragio. Setenta años y decenas de millones de muertos después, la aventura del comunismo se hundía estrepitosamente en su inapelable fracaso económico y cultural, pero ante todo moral.
Durante todo ese «siglo corto» que va desde la
Primera Guerra Mundial y la Revolución Soviética hasta la caída del Muro
en 1989, las dos principales opciones dela izquierda se han combatido o han colaborado.
Se han querido y odiado. Y se han achacado mutuamente ser origen y
culpa de la crisis de la izquierda. Hasta que el gran padre de la
izquierda democrática, el SPD alemán, ratificó el compromiso
irreversible de la socialdemocracia con la democracia parlamentaria y el
sistema de libre mercado o capitalismo.
Lo hizo en Bad Godesberg en 1959. Toda Europa
septentrional le siguió. La Europa meridional volvió a ser excepción.
Allí los socialistas siguieron en permanente colaboración con los
comunistas y siempre con el sueño de la unidad para la derrota
definitiva de la derecha. Lo que en terminología de Stalin dio en
llamarse Frente Popular, como intuido aunque nunca reconocido asalto y punto final a la alternancia en el poder.
La ruptura
Precisamente la ruptura definitiva con ese sueño
del Frente Popular y la «superación del capitalismo» fue lo que hizo del
Congreso de Bad Godesberg un
hito en la historia de la izquierda europea. En 1959 había muchas
razones para que el partido socialdemócrata alemán (SPD) decidiera en un
congreso extraordinario en las cercanías de Bonn la escenificación de
esa ruptura con el marxismo y los comunistas.
Fuera del cinismo y la obediencia a Moscú era ya
imposible defender en forma alguna al régimen soviético y las brutales
dictaduras comunistas. Seis años después de la muerte de Stalin, las
dictaduras comunistas habían demostrado que, también sin el gran asesino
y a pesar del XX Congreso del PCUS, eran el peor enemigo de la libertad
y la prosperidad.
Tres años antes lo habían demostrado a sangre y
fuego en Hungría y Polonia. Como seis años antes en Berlín oriental.
Solo una opción de izquierdas inequívocamente democrática, comprometida
con la defensa del sistema parlamentario y el capitalismo y por tanto
anticomunista podía aspirar a ser una opción de gobierno en la República
Federal de Alemania. Pronto lo sería y con Willy Brandt primero y
Helmut Schmidt después, la izquierda gobernó en la República de Bonn.
Perversión económica
Pero volvamos a la pesadilla de ese socialista
franco y duro que es Manuel Valls. Su advertencia de que la izquierda
puede desaparecer va dirigida a los votantes que ahora le dan
masivamente la espalda. Se la dan porque va a hacer todo lo que hasta
ahora había condenado en la derecha. Valls ha anunciado un plan de recorte de 60.000 millones de euros de gasto público.
La realidad económica de Francia obliga al Gobierno a tomar medidas de
saneamiento presupuestario. Y son las medidas que la izquierda siempre
ha condenado y calificado de perversión de una derecha cruel y sin
empatía con los ciudadanos sufridores.
Le había sucedido al español José Luis Rodríguez Zapatero,
quien durante seis años destruyó economía y hacienda de España con las
medidas impenitentemente erróneas surgidas de su irresponsabilidad y
facundia izquierdista. «No me digas, Pedro (Solbes), que no hay dinero
para la política». Lo hubo a chorros para cheques bebes, 400 euros y
demás regalos asistenciales al electorado mientras se obviaban todas las señales de alarma y
un inmenso andamiaje de mentiras, cultivadas por su partido y un
panorama mediático rendido a Zapatero mantenía en pie un edificio en
creciente riesgo de hundimiento.
Hasta que en mayo de 2010 colapsan los andamios.
Desde Washington, desde Pekín desde Bruselas y Berlín llamaron a
Zapatero para decirle que se acabó la mala broma. Y el 12 de mayo murió en España el gobierno de la «izquierda Alicia»,
de la izquierda manirrota con dinero ajeno, la adanista que nada sabía y
todo lo inventaba, la soberbia y la revanchista, la sentimental y la
odiadora, la socialista frentepopulista.
Zapatero tuvo que adelantar él personalmente la
aplicación de la política de la derecha que habría de ganar año y medio
más tarde. Así comenzó el calvario personal de Zapatero hasta que perdió
las elecciones y sumió a su partido en la mayor crisis de su historia en tiempos democráticos.
De la que nadie sabe si saldrá. O sí correrá la suerte del PASOK, caído
en la irrelevancia marginal o, peor aun, del PSI, también centenario,
desparecido tras pasar Bettino Craxi por su mando.
Fascinación errónea
En realidad hace ya más de tres décadas que la
izquierda tradicional democrática se hunde lentamente en Europa. La
socialdemocracia de Willy Brandt, Bruno Kreisky y Olof Palme, fue más
fugaz y en el campo económico mucho menos relevante de lo que nos
sugiere nuestra memoria.
Confusión sin duda debida en España a la
fascinación que generaron en una sociedad encandilada por el último
socialdemócrata de esa escuela que fue Felipe González. El ocaso viene de largo. Y ha continuado en esta década convulsa. Contra todo pronóstico. Muchos pensaron que después de la caída de Lehman Brothers en 2008, las cosas cambiarían.
Análisis diversos anunciaban tras el tsunami
financiero una era de las regulaciones, del hipercontrol político de los
mercados y de la intervención permanente. Se anunciaba que, tras el
shock de los mercados, los pueblos en las sociedades desarrolladas
exigirían más seguridad y severidad. Sería la hora estelar de la socialdemocracia.
Mercados no regulados
No fue así. Los dos mandatos de Barack Obama
en la Casa Blanca no han aumentado los controles sobre los mercados.
Por el contrario, han desprestigiado seriamente a la izquierda moderada
en Estados Unidos como en Europa. Aquí, Merkel es más poderosa que nunca y tiene a los socialdemócratas desesperadosbuscando
un hueco que no encuentran entre la nada del infantilismo y el
radicalismo callejero y una canciller que cada vez abarca más espacio
político.
Independientemente de los ciclos económicos, estas
décadas demuestran, después del hundimiento de Wall Street más que
nunca, que la izquierda está tan sometida como todas las demás fuerzas a
unas reglas mundiales de producción y competencia en la globalización que hacen inviable toda política clásica de izquierdas. Al menos en libertad.
La única alternativa real a la gran política
consensuada que se hace desde dentro de la Unión Europea no es
democrática. En los países menos desarrollados de Europa la protesta
antieuropeista, antiglobalizadora y antisistema no se articula en la
extrema derecha como en el norte, sino en una izquierda comunista,
radical, de vocación totalitaria y potencialmente violenta. Confusa y
sin rumbo, la socialdemocracia que no puede marcar rasgos identitarios
propios frente a liberales y conservadores.
Por eso triunfa la izquierda redentora, demagógica
y soberbia, con desprecio tan absoluto a las reglas como a las
realidades. Es una nueva victoria de la Tercera sobre la Segunda
Internacional. Es el ocaso de esa izquierda democrática que Manuell
Valls ve morir. Pero es también el resurgir, con otras ideologías
ultras, de una izquierda totalitaria y violenta que creímos para siempre enterrada cuando, tras causar decenas de millones de muertos, el comunismo parecía muerto, hace ahora un cuarto de siglo.
Publicado en El ABC de Madrid el 23.06.14
Publicado en El ABC de Madrid el 23.06.14
No hay comentarios:
Publicar un comentario