lunes, 2 de junio de 2014

El día que Solzhenitsin regresó del exilio

El día que Solzhenitsin regresó del exilio Por: Juan Carlos Blanco | 27 de mayo de 2014 SOL

Alexandr Solzhenitsin regresó a su patria el 27 de mayo de 1994 tras un exilio que comenzó en 1974. 
Hoy se cumplen 20 años de aquel acontecimiento. EL PAÍS otorgó mucha relevancia a su regreso, informando en portada con la crónica de Pilar Bonet, enviada especial a Vladivostok, acompañada de la fotografía que encabeza esta entrada del blog. 

El escritor llegó a Magadán, una desangelada ciudad que fue capital de una de las peores secciones del gulag estalinista, tocó tierra con una mano, se la llevó a los labios y habló: "Me inclino ante la tierra de Kollmá, que conserva muchos centenares de miles e incluso millones de nuestros compatriotas ejecutados. Hoy, en las pasiones de la política, se olvidan con ligereza de estos millones de víctimas. Se olvidan quienes no se vieron afectados por este exterminio y mucho más los que lo ejecutaron. Los orígenes de nuestro hundimiento actual están aquí. Según las antiguas tradiciones cristianas, la tierra que alberga a los mártires inocentes es sagrada, y así la vamos a considerar". Tras una parada técnica más, aterrizó en Vladoviskok, relajado y de buen humor. 

Volvió a hablar: "Nunca dudé de que el comunismo estaba condenado y se hundiría, pero siempre tuve miedo sobre cuál sería la salida del comunismo y el precio que pagaríamos cuando esto sucediera". Trazó la visión que tenía de su país sin complacencias: "Sé que vuelvo a una Rusia torturada, desalentada, perpleja, que cambió hasta lo irreconocible y que no se gusta a sí misma." Se alojó en un hotel de medio pelo porque rechazó el más lujoso hotel Versalles, ofrecido por las autoridades. 

Aquellos días primaverales no había agua caliente en buena parte de la ciudad y la dirección del hotel Vladivostok, por cuyas habitaciones se paseaban tranquilamente las cucarachas, no consiguió que las autoridades de la ciudad restablecieran el suministro en honor a su huésped. El día que llegó a Vladivoskok Alexander Isáyevich, EL PAÍS ofreció a sus lectores un relato sobre la Rusia que encontraría en su regreso con testimonios de los pasajeros que Pilar Bonet se cruzó en el trayecto del Transiberiano que les llevó a aquella ciudad desde Moscú.

 Fue una semana de viaje que permitió a nuestra enviada especial comprobar las dificultades de muchos pasajeros, que cargaban con sus maletas si decidían -lo hacían pocas veces- visitar el vagón restaurante. A pesar de ser más seguro que otros trenes, tenían miedo a los robos. Terminaba así el relato: "A bordo del Transiberiano, Elbrús Derán, un coreano de 43 años, huye de Tayikistán. Lleva documento de la Embajada rusa en Dushanbé, que acredita su condición de refugiado y las "condiciones insoportables" que le obligaron a marcharse.

El documento va dirigido a las autoridades de la región de Primorie (en el Lejano Oriente ruso) para que presten ayuda a la familia de Derán. "Todos mis vecinos se han marchado, los coreanos, los tártaros, los judíos, los rusos... He vendido la casa por cuatro perras. En la URSS estábamos más seguros y más tranquilos. Tayikistán es un nuevo Afganistán", exclama. En el mismo departamento viaja Lubov Istiugánova, que se dirige a Anadir, en la península de Chukotka. Istlugánova, telefonista y cabo en el Ejército, tampoco está en el tren por su voluntad.

Si el Ministerio de Defensa hubiera pagado sus facturas al Ministerio de Comunicaciones, Istiugánova hubiera viajando en avión y no estaría luchando con los recuerdos en las horas infinitas de tren. De la cartera saca la foto de un niño, su hijo. Dice que murió abrasado a los cuatro años al incendiarse uno de aquellos televisores soviéticos que hacían explosión con facilidad.Alexandr, un ingeniero de minas buriato, de pómulos salientes y mirada dulce, consuela a Lubov: "Ahora los televisores tienen mecanismo de seguridad". 

Alexandr ha descubierto el budismo de sus antepasados y lleva una bolsita de tierra de sus lugares de origen colgada al cuello. 'Esto para mí es como la cruz para ustedes", afirma. Y los compañeros del departamento lo miran respetuosamente, porque, en las ruinas del imperio, todos buscan algo en qué creer. Y no lo encuentran." Mereció su vuelta a Rusia un editorial que glosaba sus convicciones: "Es, sin duda, un intolerante, un absolutista de la moral.

Como complemento a su lirismo épico, muy afecto a lo que tantos comentaristas han calificado de alma rusa, el autor propugna el regreso al Estado moscovita de Ucrania, Belorus -la antigua Rusia blanca- y sustanciales extensiones del Asia central, particularmente en Kazajstán. Tiene un mensaje mesiánico y desprecia las formas de vida occidentales que considera corruptas y débiles. 

Quizá tenga razón en algo. Pero nunca tanta como él mismo cree. No es un Zhirinovsky. Seguramente no implica violencia contra el prójimo. Su respeto a la persona está tan demostrado como su coraje. Y Solzhenitsin llega viejo, y tarde, a una Rusia completamente distinta a la que él abandonó hace 20 años."

Tras su regreso, emprendió un largo trayecto en tren por Rusia acompañado por un equipo de la BBC. Después de siete semanas y 6.500 kilómetros de viaje, llegó a Moscú proclamando que en Rusia no había democracia.

 Lo volvería a decir, solemnemente, cuando en octubre de 1994 se dirigió a la Duma. "No hay democracia en Rusia, sino una oligarquía: el poder de un pequeño grupo de personas", dijo a los parlamentarios en un discurso de 40 minutos. Recibido con aplausos, no tuvo el mismo eco tras pronunciar sus palabras. Un espeso silencio, ninguna pregunta y la sensación de que aquello fue un trámite despidieron al escritor.

En marzo de 2000, EL PAÍS publicó una entrevista que Solzhenitsin concedió a Der Spiegel poco antes de las elecciones presidenciales en las que el entonces primer ministro Putin partía como favorito. 

El escritor señalaba que para él, Putin era un enigma y que esperaba que dejara de actuar como una marioneta del poder oligárquico. Con un fragmento de esa entrevista finaliza este recuerdo de su regreso del exilio.

"P. ¿Cuál sería la misión nacional de Rusia?
R. Muy sencillo: salvar al pueblo ruso. No podemos permitir que los rusos mueran como nación. Nuestra decadencia se produjo a lo largo de 70 años de comunismo y también en los 10 años posteriores. La recuperación es siempre más difícil, y para ello se necesitarán por lo menos 100 años.

Las tendencias demográficas en nuestro país producen escalofríos. La nación pierde cada año casi un millón de seres; hasta ese punto predominan las cifras de mortandad sobre las de nacimientos. Esas pérdidas sólo las sufre una nación cuando está en guerra.

P. Alexander Isáievich, ¿cuáles son las fronteras geográficas de Rusia?
R. Ya en 1990 consideraba a Asia central una región que podía desarrollarse independientemente de Rusia. También a la zona transcaucásica se le debe conceder esa posibilidad. Los pueblos bálticos deben poder seguir su propio camino. Por el contrario, la segregación de Bielorrusia fue para mí un golpe doloroso.
P. Ahora quiere unirse de nuevo a Rusia.La duda se plantea con Ucrania independiente. 
R. También me duele esa separación. Yo reconozco sin reservas ni limitaciones el derecho de Ucrania a desarrollar su propia lengua y cultura, pero estamos unidos por millones de destinos individuales. En la actualidad, el ruso es la lengua materna del 65% de sus habitantes. Mis sentimientos con respecto a la separación de Rusia y Ucrania son parecidos al dolor por la separación del pueblo alemán que duró tanto tiempo.
P. Según eso, ¿son rusos y ucranios un mismo pueblo?
R. Debiera aplicarse el principio del parentesco de culturas y naciones. Pero Rusia es tan grande que no tenemos que pensar en una expansión o ampliación de fronteras. sino en el desarrollo de nuestro espacio. Regiones enormes, como por ejemplo Siberia, han permanecido despobladas."

Alexandr Solzhenitsin saluda con un ramo de flores en la mano a su llegada a Mogadán / REUTERS

 Comentarios
Solzhenitsin vivió otros 13 ó 14 años más en Rusia, tras su vuelta. Hubiera sido curioso saber lo que pensaba de su país antes de morir. Seguramente Rusia no siguió la evolución que él hubiera querido. No sé si los rusos se entienden a sí mismos, pero está claro que los demás no los entendemos; no entendemos a los eslavos en general, y a los rusos pero que ni un poco. ¿Qué quieren ahora en Ucrania? La respuesta que da el escritor a esta pregunta es otro enigma: "Debiera aplicarse el principio del parentesco de culturas y naciones"... ?!? Tal vez sea éso lo que Putin está haciendo ahora...

Cría cuervos, Alexander ¿no querías un resurgimiento del pueblo ruso? Pues ya lo tienes. Y guiado por un exmiembro de los cuerpos de seguridad e inteligencia del Estado soviético. La realidad es siempre más contundente y sugerente que la ficción.

Referencia Biográfica

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