Luis M. Valdés VillanuevaLa Búsqueda del Significado:
Lecturas de Filosofía del Lenguaje.
(Filosofía - Filosofía y Ensayo)
· Tecnos
Uno de los fenómenos cuya presencia se nos impone de manera constante en nuestra experiencia cotidiana es, sin duda, el lenguaje. Casi todas nuestras actividades ordinarias están llenas de cosas tales como hablar, escuchar a alguien que habla, leer, escribir, etc.
El rasgo central de todas ellas, lo que las hace lenguaje, tiene que ver con que a tales acciones, o a sus productos, se les adscribe característicamente significado. El significado lingüístico es entonces algo con lo que estamos muy familiarizados; de hecho, más familiarizados que con cualquier otra cosa.
Sin embargo, como sucede con la pregunta agustiniana acerca del tiempo, no es un asunto sencillo decir en qué consiste el significado. ¿Qué es lo que hace que unos sonidos o manchas de tinta tengan un significado y no otro? ¿Qué es lo que diferencia esos sucesos físicos de otros, en apariencia similares, pero que carecen de significado? ¿Cómo es posible que las palabras tengan la extraordinaria capacidad de hacer referencia a objetos? Y más aún: ¿cómo puede una cadena de sonidos, o una ristra de manchas de tinta, decir algo verdadero o falso?
Éstas son algunas de las cuestiones de las que trata la filosofía del lenguaje contemporánea pero que, asignadas a disciplinas filosóficas muy diversas, han sido objeto de estudio y discusión desde los albores de la filosofía.
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ACTOS DE HABLA
Uno de los fenómenos más presentes en nuestra experiencia cotidiana es, sin duda, el lenguaje. Casi todas nuestras actividades están llenas de cosas como hablar, escuchar a alguien que habla, leer, escribir, etc. La característica central de todas ellas, lo que las hace lenguaje, es que se les adscribe característicamente significado. El significado lingüístico es entonces algo con lo que estamos muy familiarizados, quizá más que con cualquier otra cosa. Sin embargo, dista de ser un asunto fácil decir en qué consiste.
¿Qué es lo que hace que unos sonidos o unas manchas de tinta tengan un significado y no otro? ¿Qué es lo que diferencia estos eventos físicos de otros, en apariencia similares, pero que no tienen significado? ¿Cómo es posible que las palabras se refieran a objetos? ¿Cómo puede una cadena de sonidos o una ristra de manchas de tinta decir algo verdadero o falso? Éstas son algunas de las cuestiones que trata la filosofía del lenguaje, cuestiones que, por otra parte, son tan viejas como la filosofía misma.
En este volumen se recogen veintidós artículos de autores como Frege, Rusell, Hempel, Tarski, Grice, Quine, Strawson, Kripke, Putnam , Austin, Searle, Davidson, Dummett, Barwise, Perry, Harman, Wilson y Sperber, que han hecho contribuciones extremadamente relevantes a la tarea filosófica central —emprendida desde finales del siglo pasado— de buscar una teoría del significado adecuada.
Luis M. Valdés Villanueva, autor de la presente selección, ha sido profesor de Lógica y Filosofía del Lenguaje en la Universidad de Valencia y actualmente es catedrático de Lógica de la Universidad de Murcia. Además, ya desde 1996 venía siendo director de la revista Teorema, de la que había sido secretario desde 1978 y que continúa editando en la actualidad. En el año 2000 obtuvo la cátedra de Lógica y Filosofía de la ciencia de la Universidad de Oviedo.
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En la introducción al cap. V de "La busqueda del signíficado" el autor sostiene:
El tipo de oración por el que tradicionalmente se han interesado los filósofos ha sido el declarativo, el de las oraciones mediante las que ll|m a, pero no necesariamente, se hacen enunciados. Con ello su inicies ha estado dirigido hacia las oraciones que figuran o representan lici líos y son por ello calificables de verdaderas o falsas. Ya desde Anstóteles, el estudio de las oraciones que no poseían esta caractellstica fue transferido a la Retórica o a la Poética, y la fundación de la moderna filosofía del lenguaje no llevó aparejado cambio significatiyo alguno.
Tanto Frege, como Russell, como el autor del Tractatus o los positivistas lógicos compartían, por encima de sus diferencias, el punto de vista de acuerdo con el cual el objeto primario del lenguaje i ·. representar y comunicar información fáctica, esto es: la parte del lenguaje que contaba era la cognitiva, que es independiente de las intenciones, deseos o creencias que los hablantes tengan: de este modo eI significado se entendía estrictamente en términos de condiciones de verdad.
Pero esto es una concepción cuando menos parcial de aquello en lo que consiste un lenguaje; hablar no es solamente emitir uraciones para comunicar información fáctica. Ciertamente los filósofos sabían esto desde hacía mucho tiempo, pero no prestaron la atención debida al componente de acción que el lenguaje conllevaba.
Es más: la tendencia dominante fue asimilar todos los casos de disicurso significativo al modelo enunciativo. Así, a la pregunta «¿Cómo puede una promesa tener un significado tal que cree una obligat ion?» se solía responder diciendo: «Porque mi emisión de “Prometo tal-y-tal” describe un acto mental mío: mi firme resolución de hacer tal-y-tal: ése es su significado.» Este tipo de respuesta es una instancia de lo que Austin llamará «falacia descriptiva».
Esta concepción entró definitivamente en crisis al intentar llevarla hasta sus últimas consecuencias. Durante los años treinta el positivismo lógico extrajo como consecuencia, aplicando el principio de verificación, que la mayor parte del discurso ético, estético, filosófico e incluso ordinario carecía, estrictamente hablando, de sentido. Y esto que, debe reconocerse con Austin, tuvo un efecto temporalmente saludable en el planeta filosófico, era más de lo que sensatamente podía aceptarse e incluso sirvió en cierto sentido de aguijón al propio Wittgenstein para revisar su doctrina del Tractatus y abrazar en las Investigaciones la tesis de que había que «romper con la idea de que el lenguaje funciona siempre de una manera, que tiene siempre el inismo objeto: transmitir pensamientos».
Por esa misma época J. L. Austin trabajaba, sin al parecer ninguna conexión con Wittgenstein, sobre lo que sería su teoría de los actos de habla. El artículo «Emisio [413] nes realizativas» es una de las primeras exposiciones de ella: en «'I «·presenta la célebre distinción entre emisiones realizativas y emiciónes constatativas y se argumenta que las primeras son, en contra de» lo que podría pensar algún positivista lógico, perfectamente significativas sin que tengan valores de verdad.
John R. Searle es el filosofo que más ha contribuido a sistematizar y divulgar (particularnii entre los lingüistas) la teoría de los actos de habla. «¿Qué es un m acto de habla?» presenta las tesis de Austin (que, se diría, están orijínalmente formuladas en términos de «aires de familia») en un armario» más rígido y sistemático: en términos de condiciones necesarias y eficientes. Tales condiciones no son, sin embargo, suficientes para realizar una clasificación exhaustiva de los actos de habla, tarea qm con éxito dudoso (¿qué ventajas, podría preguntarse, reportaría una clasificación?), Searle emprende en «Una taxonomía de los actos ilocucionarios.
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