La lucha de clases en la sociedad mundial
Joan Albert Vicens
¿Se puede hablar aún de lucha de clases en el sentido que
este concepto ha tenido para la izquierda en las décadas anteriores?
¿Es que el naufragio que han padecido las izquierdas se llevó al mar de los anacronismos la teoría de las clases, hasta hace unos años la piedra angular de cualquier discurso de izquierda acerca de la coyuntura, las estrategias y los objetivos de la acción transformadora?
¿Podemos hablar de lucha de clases en el contexto de la sociedad mundial, donde se contraponen claramente los intereses de los trabajadores de una parte y otra del planeta?
En las páginas que siguen intentaremos mostrar que sólo se podrá conceptualizar con rigor el evidente conflicto de intereses entre los pobres y los privilegiados de la sociedad mundial a partir de un nuevo marco teórico donde se redefinan los conceptos de clase social, explotación, sociedad e historia.
¿Es que el naufragio que han padecido las izquierdas se llevó al mar de los anacronismos la teoría de las clases, hasta hace unos años la piedra angular de cualquier discurso de izquierda acerca de la coyuntura, las estrategias y los objetivos de la acción transformadora?
¿Podemos hablar de lucha de clases en el contexto de la sociedad mundial, donde se contraponen claramente los intereses de los trabajadores de una parte y otra del planeta?
En las páginas que siguen intentaremos mostrar que sólo se podrá conceptualizar con rigor el evidente conflicto de intereses entre los pobres y los privilegiados de la sociedad mundial a partir de un nuevo marco teórico donde se redefinan los conceptos de clase social, explotación, sociedad e historia.
1.- Praxis abandonada, teoría caduca.
El Manifiesto Comunista de Marx y Engels comienza con una afirmación teórica: "Toda la historia humana es, hasta el día, una historia de lucha de clases" y acaba con una llamada a la acción revolucionaria: "¡Proletarios de todos los países uníos!". No es extraño. El marxismo es una teoría de la sociedad y de la historia estrechamente vinculada a una praxis revolucionaria que pretendía la superación del capitalismo y la construcción de una sociedad sin clases.
Para muchos, el hundimiento del bloque socialista, la expansión
mundial del capitalismo y el abandono generalizado de las estrategias de
lucha inspiradas hasta ahora en la tópica marxista deben comportar
también el descrédito definitivo del grueso de las teorías marxistas y
entre ellas la doctrina central de la lucha de clases.
Desde el bando liberal lo sucedido confirma el carácter quimérico del marxismo y, según escribe M. Vargas Llosa, la idiotez incurable de quien continúe manteniendo las principales tesis marxistas1.
Por otro lado, en la izquierda latinoamericana antaño
revolucionaria se consolidan tendencias socialdemócratas que, habiendo
renunciado a la lucha armada y a la idea de revolución, prefieren
reconocer -como hace el ex-dirigente guerrillero salvadoreño Joaquín
Villalobos- las virtudes del mercado y la necesidad del derecho a la
acumulación como principal inductor de la producción de riqueza, base
material para una posterior redistribución2.
Desde esta perspectiva reformista, la izquierda debe optar sin
complejos por los agentes económicos capaces de crear riqueza
(empresarios, multinacionales...) en detrimento de las clases más
débiles (desempleados y marginados), y debe plantearse el objetivo no ya
de sustituir el capitalismo sino de atemperarlo mediante políticas
sociales redistributivas al estilo de las socialdemocracias europeas.
Este, se supone, es el camino más realista y más prometedor para la
izquierda; es más, hay quien asegura que los valores de la
socialdemocracia que esgrime esta nueva izquierda van impregnando
paulatinamente las declaraciones y algunas de las actuaciones de los
mismos gobiernos y las instituciones (Banco Mundial, FMI...) que hasta
hace poco sólo sabían de crudo neoliberalismo: "las ideas de la
izquierda comienzan a remontar la cuesta de la hegemonía cultural en
América Latina (...) Lo más probable es que las ideas de la izquierda
avancen aunque sus resultados electorales permanezcan insuficientes para
permitirle dirigir un gobierno", escribe Jorge Castañeda3. Es como si el nuevo discurso estuviera triunfando incluso en el corazón del adversario.
2.- Algunas objeciones a la teoría marxista de las clases sociales.
La teoría de las clases forma parte del núcleo del marxismo a
pesar de que no encontramos en Marx una doctrina inequívoca sobre las
clases sociales.4 A menudo Marx explica que lo que da contenido
a una clase social es la posición compartida por muchos en el sistema
productivo, un estilo de vida, una cultura, unos intereses comunes;
otras veces añade que lo que constituye formalmente una clase social es la conciencia
de poseer en común tal lugar en el sistema productivo, tal género de
vida, cultura e intereses. Sin embargo, lo específico del análisis
marxista no está en el reconocimiento del carácter clasista de la
sociedad capitalista y de otros sistemas sociales, sino en la
conceptualización del sistema de clases como lucha inevitable entre explotadores y explotados y en el uso del concepto de lucha de clases como la clave de explicación de todos los dinamismos sociales.
Según Marx las clases sociales aparecen cuando la división del
trabajo permite un incremento significativo de la producción y, con
ello, se da la posibilidad de que una minoría se apropie de los
excedentes y de los medios de producción.. Esa minoría de propietarios
establece con el resto de los productores una relación de explotación
que, en el capitalismo, adquiere su máxima crudeza. El burgués se hace
con las plusvalías generadas por el trabajo obrero; el obrero se aliena
en su trabajo de la manera más absoluta: el objeto de su trabajo no le
pertenece, el trabajo no tiene nada de creación personal, no dignifica
al obrero sino que lo va destruyendo corporal y espiritualmente, no le
proporciona nada más que los medios de sobrevivir con el fin de
continuar trabajando para otro; en el capitalismo la vida del obrero tan
sólo es un gasto de la producción que hay que intentar ajustar siempre a la baja5.
Por todo ello, capitalista y obrero se definen el uno por oposición al
otro, uno gana lo que el otro pierde, sólo pueden existir luchando el
uno contra el otro.
El análisis de la forma en que se desarrolla la lucha de clases
en la sociedad capitalista le permite a Marx realizar unas previsiones
sobre el desarrollo futuro del capitalismo: debía producirse, según él,
la máxima polarización del sistema de clases, la mayor concentración y
centralización de la propiedad y la consiguiente depauperización de las
masas obreras, agudizada por las crisis periódicas que sacuden el
mercado capitalista. Esos fenómenos debían favorecer el desarrollo de
una conciencia revolucionaria entre el proletariado y el estallido
revolucionario que diera lugar a una sociedad sin clases. Según Marx,
era en los países de capitalismo maduro (los más
industrializados, los más polarizados socialmente, con una clase obrera
más amplia, sensibilizada y organizada...) donde se darían las
condiciones idóneas para una revolución proletaria.
Sin necesidad de esperar a la hecatombe socialista, muchos
estudiosos de la realidad social ya cuestionaron hace tiempo la validez
de todas estas previsiones en lo que respecta al capitalismo
desarrollado (neo-capitalismo) de la segunda mitad del siglo XX.
Referimos las objeciones más interesantes para nuestro tema:
1ª) Marx había puesto en la propiedad privada el fundamento del
sistema de clases. Pero resulta que en la sociedad que emerge de la
segunda gran revolución tecnológica el poder efectivo ya no está
claramente en manos de los propietarios de las empresas -la multitud
cambiante de accionistas privados e institucionales- , y ni siquiera de
los gerentes, sino de los técnicos, los que disponen del conocimiento y
la información6.
2ª) La teoría marxista pronosticaba que la maduración del
capitalismo comportaría la simplificación máxima del sistema de clases,
reducido a la mera oposición entre burguesía y proletariado. Las
llamadas clases subalternas (las clases medias, las clases residuales
del sistema anterior, etc.) se diluirían en el proletariado dando lugar a
un sistema dicotómico; se debía producir una asimilación de los
trabajadores no manuales a los manuales, todos ellos convertidos en
meros vigilantes de máquinas. Sin embargo, en las sociedades más
avanzadas, el capitalismo ha dado lugar a una sociedad muy
diversificada, donde las clases medias formadas por todo tipo de
trabajadores de cuello blanco, profesionales liberales, técnicos
especialistas, comerciantes, pequeños empresarios del sector terciario,
etc. no han quedado asimiladas a la clase obrera, sino que han ido
creciendo y diferenciándose de los trabajadores menos cualificados
consiguiendo un buen nivel de bienestar y un papel social preponderante.
3ª) Marx suponía que el proletariado, cada vez mayor, viviría un
proceso de depauperización progresiva, que afectaría particularmente al
ejército industrial de reserva7.
Sin embargo, para desmentir este pronóstico se argumenta que allí donde
el capitalismo ha adquirido un mayor desarrollo ha mejorado también
substancialmente la situación de las clases trabajadoras, que han visto
aumentar su capacidad de consumo, que han podido acceder a servicios
básicos gratuitos de salud y educación y disfrutar de protección por
desempleo, pensiones de jubilación, etc.
4ª) De acuerdo con las previsiones marxistas, las crisis
periódicas que sacudían a cada tiempo las sociedades capitalistas, el
aumento de la pobreza del proletariado, las posibilidades de
organización que concede la democracia burguesa, entre otros factores,
suscitarían en la clase obrera una conciencia de sus intereses y de su
tarea histórica. No obstante, lo cierto es que no se ha producido
ninguna auténtica revolución socialista en un país capitalista avanzado8,
sino en sociedades catalogadas como pre-capitalistas (casi sin
proletariado y sin burguesía, con mayoría de campesinos, poco
industrializadas...), y que en esas revoluciones el ingrediente
nacionalista y anti-imperialista ha sido tanto o más importante que la
pura conciencia revolucionaria de clase. Además, en las sociedades
capitalistas desarrolladas el conflicto de intereses entre trabajadores y
empresarios no ha dado lugar a situaciones explosivas, sino que ha sido
canalizado institucionalmente, incluso en las épocas de más
dificultades, mediante los sindicatos, el reconocimiento del derecho a
la huelga, los convenios colectivos, la legislación laboral, etc. La paz
social se ha conseguido casi siempre por la vía de los acuerdos
salariales y no porque la clase obrera haya conquistado alguna cuota de
poder sobre los medios de producción. Por todo ello, dirá Fukuyama,
profeta del final de la historia, "el problema de las clases se ha
resuelto con éxito en Occidente"9.
Las dificultades del marxismo para explicar lo sucedido en los
países capitalistas más desarrollados ha dado alas a quienes analizan la
situación desde esquemas liberales y modernizantes. De acuerdo con
ellos, los países "avanzados" representan el nuevo capitalismo capaz de
superar por sí mismo la lucha de clases y de ofrecerse como la
alternativa que clausura la historia. Para el Primer Mundo, la historia
habría acabado. La situación de los pueblos pobres se explica como
"atraso" en relación a los países "modernos" o "avanzados"; para subir
al tren del desarrollo económico sería imprescindible que efectuaran
reformas internas. Las recetas neo-liberales de las instituciones
rectoras de la economía internacional (BM, FMI) les marcarían el camino a
seguir para integrarse plenamente en el mercado mundial. Sería
importante, al mismo tiempo, acabar con los sistemas políticos corruptos
y, más aún, con las inercias culturales (mentalidades "arcaicas" que se
oponen a los dinamismos del mercado...), que muy a menudo han lastrado
el progreso del Tercer Mundo. Vargas Llosa recuerda con evidente
complacencia la escalofriante afirmación del economista norteamericano
Harrison: "el subdesarrollo es una enfermedad mental". Nada nuevo: la
pobreza material sería una vez más resultado de la pobreza espiritual.
Sin remedio para la segunda pueden fracasar todas las recetas
implementadas contra la primera. Por eso Vargas Llosa propone como
medicina "un gran debate que dé fundamento intelectual, sustento de
ideas, a ese largo y sacrificado proceso de modernización del que
resultan sociedades más libres y más prósperas y una vida cultural con
una cuota nula de idioteces y de idiotas"10.
Parece, una vez más, que países "avanzados" y "atrasados" viven
procesos independientes, como si estuvieran situados en distintos puntos
de una línea ascendente que conduce a la modernidad y al desarrollo
material y espiritual. No se tienen en cuenta los vínculos de
dependencia pasados y actuales entre ricos y pobres, sin los cuales ni
el desarrollo económico de unos, ni el empobrecimiento de otros pueden
ser explicados con rigor. A esos vínculos atendió la teoría de la dependencia;
al ponerlos de manifiesto encontró una base sobre la que continuar
hablando de lucha de clases, pero ahora en el escenario mundial.
3.- La lucha de clases en el escenario mundial: la teoría de la dependencia.
La mundialización del capitalismo, que ya era evidente para el propio Marx11,
justificaba un cambio de perspectiva para la teoría de las clases.
Entre los años 60 y 80, la teoría de la dependencia ha mantenido que las
plusvalías de los países del Norte provenían de la explotación de los
países del Tercer Mundo. La lucha de clases se trasladaba a nivel
mundial, sólo que ahora se hablaba de países explotadores y de países
explotados. El desarrollo enorme del Primer Mundo y la depauperización
correlativa del Tercer Mundo serían el resultado de esa relación de
explotación articulada en estructuras económicas y políticas de alcance
mundial: neo-colonialismo, fomento de monocultivos, deuda externa,
expoliación de materias primas, comercio desigual, doctrina de la
seguridad nacional, dictaduras militares impuestas, etc. Desde la teoría
de la dependencia se rechazaba que la pobreza de los pueblos del Tercer
Mundo fuera puro "atraso", se negaba que esos pueblos pudieran salir de
su miseria sólo mediante la aplicación de reformas internas porque sus
propias economías eran "no nacionales", simples piezas del engranaje
económico mundial. Se hablaba, por eso mismo, de la necesidad de
transformar el orden económico y político internacional.
En este contexto, se explicaba también que la conciencia
revolucionaria se desarrollara entre las mayorías explotadas del Tercer
Mundo. Los movimientos guerrilleros latinoamericanos eran la mejor
expresión de esa conciencia revolucionaria, por mucho que su base social
e ideológica no correspondiera del todo a la ortodoxia marxista.
Finalmente, aunque los análisis que efectuaba la teoría de la
dependencia se realizaban en perspectiva mundial, se proponía una salida
nacional del sistema explotador. Un movimiento armado debía conquistar
el poder político del estado, se desconectaría al nuevo estado
revolucionario del mercado capitalista mundial y se establecería una
alianza con el bloque socialista, del que se esperaba una cobertura
económica, política y militar.
La teoría de la dependencia tuvo la virtud de situar el problema
de la pobreza en el plano estructural y mundial. Sin embargo, hay que
señalar también las limitaciones de este paradigma y, por lo tanto, las
dificultades de una extensión mecánica del concepto de lucha de clases a
la nueva sociedad mundial12.
1ª) La teoría de la dependencia ha puesto de manifiesto los
vínculos de explotación realmente existentes entre el Norte y el Sur
desde los inicios de la dominación colonial. Sin embargo, parece que ni
el desarrollo económico del Norte se puede explicar sólo por la
explotación del Sur, ni la pobreza del Sur es siempre el producto
directo de la explotación. Hay que aceptar que también otros factores
han determinado el despegue económico de los países capitalistas más
ricos: innovación tecnológica, aumento enorme de la productividad,
estabilidad política, paz social, etc. Hay, por otro lado, muchos
países, regiones, o masas de población que ya no son siquiera
explotados, no significan casi nada para la economía mundial, su mano de
obra no interesa en absoluto y cada vez importan menos sus materias
primas, si es que las tienen, porque las industrias del Norte las van
sustituyendo por otros productos sintéticos. Tampoco son relevantes en
el plano político una vez desaparecido el "peligro soviético". Si la
situación de esos países y regiones marginados y olvidados responde a
causas estructurales, entonces habrá que ampliar, los conceptos de dependencia y explotación más allá de lo que significan en la tópica marxista.
2ª) La teoría de la dependencia, aplicando mundialmente la teoría
marxista de las clases, pronosticaba un progresivo empobrecimiento del
Tercer Mundo a causa de la explotación que padecía. Es cierto que, en
los últimos años ha aumentado la distancia entre los ricos y los pobres
del mundo y que algunos países del Sur son hoy más pobres que hace unos
años, pero eso no vale para todos: los países exportadores de petróleo
y, sobre todo, los países de reciente industrialización, -los "tigres"
asiáticos, por ejemplo- en los que se explota brutalmente la mano de
obra en beneficio de muchas empresas importadoras del Norte, han elevado
ostensiblemente su nivel de vida no por haberse desacoplado del mercado
mundial sino habiéndose insertado de lleno en él. Resulta significativo
que incluso Cuba haya empezado a remontar su situación económica cuando
ha abierto sus puertas al capital extranjero y ha puesto a disposición
de las empresas canadienses, españolas, mejicanas, etc. su mano de obra
bien formada, disciplinada... que no conoce el derecho de huelga. La
reciente crisis de las avionetas ha sido un buen pretexto para intentar
frustrar la recuperación cubana mediante un reforzamiento del bloqueo
norteamericano que amenaza ahora a los inversores extranjeros en Cuba.
3ª) La aplicación mundial de la teoría marxista de las clases
deja sin explicar cual es el papel que juegan en el conflicto Norte-Sur
las clases medias y las clases trabajadoras de los países más
desarrollados. Hoy es bien evidente que los intereses de las clases
medias, los obreros y agricultores de los países más ricos son opuestos a
los de los trabajadores del Sur. Aquellas clases medias y trabajadoras
del Norte son las principales defensoras del cierre de fronteras a la
mano de obra emigrante y de las políticas proteccionistas de los
productos en que los países desarrollados son menos competitivos
(incluso a veces contra posiciones más liberalizantes de muchos
empresarios del Norte). Sin embargo, también es cierto que la relación
de los obreros y las clases medias de Alemania, Francia o Canadá, por
ejemplo, con las mayorías pobres del Sur no se conceptualiza bien con la
idea de explotación entendida como apropiación de plusvalías.
4ª) La teoría de la dependencia ha sabido abordar el problema de
la pobreza desde una perspectiva mundial que ya es inevitable incluso
para muchos liberales. Hoy desde posiciones liberales se habla también
de sociedad global, se advierte que existen problemas que comprometen al
mundo entero y que tan sólo mundialmente pueden ser abordados: la
ordenación de las relaciones comerciales, el control de armamentos, el
deterioro ecológico, el control de las turbulencias en los mercados
financieros, etc. Las estrategias de liberación que se inspiraron en la
teoría de la dependencia son hoy una vía muerta para los países pobres:
una revolución socialista triunfante en un estado de la periferia sería
apenas una reforma insignificante del sistema social mundial, en cambio,
una pequeña reforma de las instituciones mundiales (BM, FMI, ONU) y del
orden (desorden) económico mundial tendría efectos planetarios y
revolucionarios para los más pobres si se realizara con una simple
mentalidad democrática, es decir, con voluntad de atender las demandas
de las grandes mayorías de la humanidad. Ni que decir tiene que esa
mentalidad democrática falta del todo en quienes asumen el hecho de la
mundialización, pero piensan que las soluciones que hay que dar a los
grandes problemas de la humanidad deben obedecer siempre la lógica del
mercado libre y pasan por el mantenimiento del nivel de consumo de la
minoría más opulenta. También entre los fundamentalistas del mercado libre se combinan a menudo la mentalidad mundial y las soluciones que, de hecho, son regionales.
4.- La lucha de clases en la sociedad mundial
Volvamos a la pregunta inicial: ¿Hay que hablar aún de lucha
de clases? ¿Podemos seguir conceptualizando la situación actual con esa
noción marxista, aunque sea en el sentido que le dio la teoría de la
dependencia? Después de lo que hemos ido viendo parece que se trata de
una noción que deberá ser revisada y actualizada. El concepto de lucha
de clases, tal y como aparece en el marxismo vulgarizado entre las
izquierdas en las décadas anteriores, encaja en una teoría de la
sociedad y de la historia que deben ser revisadas. El desarrollo del
capitalismo y la realidad de la nueva sociedad mundial nos obliga a un
trabajo de re-conceptualización que no podemos realizar con simples
recortes de teorías que fueron pensadas para otras coyunturas. Si
queremos dar cuenta de nuestro tiempo tendremos que cambiar nuestro
discurso, o al menos, deberemos forzar las viejas palabras para que
digan lo nuevo que está sucediendo.
No se trata aquí de ofrecer una nueva teoría de las clases
sociales en la actual sociedad mundial, que debería ser objeto de
reflexiones más amplias y muy profundas. Antonio González ha dibujado
con maestría los trazos de una protosociología adecuada a la nueva
realidad social que abre caminos para un tratamiento actualizado del
tema que nos ocupa13.
También A. Guiddens, en sus trabajos sobre el desarrollo del
capitalismo y sobre los sistemas de clases en las sociedades
desarrolladas, ha realizado una revisión de las principales categorías
marxistas (explotación, alienación, clase, conciencia de clase...) que
pueden ayudar a fundamentar una nueva teoría de las clases en la
sociedad mundial14.
Siguiendo las aportaciones de ambos, y tomando en consideración también
otras ideas de Xavier Zubiri e Ignacio Ellacuría sobre la realidad
social y la historia, nos limitaremos tan sólo a apuntar algunas ideas
que podrían contribuir a la redefinición del concepto de lucha de
clases.
A.- El nexo social y la lucha.
La constatación de que haya lucha de clases y, en su caso, su
descripción y explicación corresponden a las ciencias sociales. No
obstante, la protosociología nos descubre algunos aspectos fundamentales
de la acción social y la realidad social que fundamentan la posibilidad
-que no la necesidad absoluta- de que la sociedad se estructure en
clases que luchan.
Las acciones humanas están siempre referidas estructuralmente a las cosas. Las cosas nos instan a actuar y son recursos para nuestras respuestas. Ahora bien, la acción humana en la realidad tiene un momento de socialidad que constituye el nexo social primordial.
Este nexo se establece por el hecho de que los demás están presentes
-se actualizan- en mis acciones aún si no tengo conciencia de ello e
independientemente de mi voluntad. Esta actualización de los demás en
las acciones humanas no es una mera presencia, sino que significa una
"intervención", un "poder" de los demás sobre mis acciones: los demás
"hacen" algo en mi vida, modulan mi acceso a las cosas, me permiten o me
impiden recurrir a ellas, "delimitan el ámbito de cosas a las que
tienen acceso mis acciones", determinan de ese modo el sistema mismo de
mis acciones y confieren a las cosas su condición de "públicas", es
decir, las capacitan como instancias y recursos de actuaciones humanas15.
El hombre realiza sus acciones con las cosas, con los demás
hombres y consigo mismo. Por eso el hombre con-vive con otros hombres,
no en el sentido de "estar con" los demás, sino que, dice A. González,
la convivencia es un "con" de vidas humanas y de cosas públicas: desde
la primera infancia, yo soy los otros, los demás están en mi vida,
determinando mi relación con las cosas. Pero la convivencia, que puede
ser ocasional, no conlleva siempre la constitución de una sociedad. La
existencia de una sociedad implica, de entrada, la continuidad de los
vínculos entre los hombres y sólo se constituye propiamente cuando las
acciones se fijan en habitudes y éstas se estructuran en un sistema16.
Son habitudes los modos de habérnoslas con las cosas, las
formas de vida que constituyen nuestro vivir, las rutinas que configuran
el modo de relacionarnos con las cosas, con los demás y nosotros
mismos. Pues bien, hay sociedad cuando las habitudes de unos hombres
devienen funciones de las habitudes de otros, cuando los modos de
habérselas con las cosas y con los demás de unos seres humanos están
intrínsecamente determinadas por los modos de habérselas con las cosas y
con los demás de otros seres humanos. Para que esta interacción se
produzca no es necesario que haya conciencia de ella en alguno de los
actores, no es preciso que exista en unos la voluntad expresa de actuar
sobre las habitudes de los otros, no hace falta tampoco que se dé una
comunidad de sentido (homogeneidad cultural) entre unos y otros. Un
sistema de habitudes puede articular los más diversos modos de vida. La
constitución del sistema social depende tan sólo de la presencia
estructural (determinante, constituyente, podríamos decir) de las formas
de vida de unos hombres en las formas de vida de otros. Antonio
González ha mostrado suficientemente que la sociedad así entendida es lo
que se ha mundializado: el sistema de habitudes ha adquirido
dimensiones planetarias; existe por primera vez sobre la Tierra un único
sistema de formas de vida, todo lo distintas que se quiera, pero
estructuralmente referidas las unas a las otras.
Como hemos visto, en la sociedad no hallamos solamente hombres
tratando con hombres, sino hombres que co-determinan su relaciones con
las cosas, organizan su producción y distribución. En el concepto mismo
de la acción social aparece una pugna por el acceso a las cosas. Esta
pugna puede dar lugar a situaciones en que unos hombres impidan que
otros disfruten de determinadas cosas y satisfagan sus necesidades. Los
demás pueden frustrar la realización de mis acciones impidiéndome el
estado de fruición propio de las acciones satisfechas. La intervención
de los demás en mis acciones puede producirme dolor, disgusto o aversión
o me puede situar ante aquellas cosas que me dañan o me disgustan. Todo
aquello que daña y destruye la sustantividad humana lo llama Zubiri maleficio; producir maleficio en los demás es, en cambio, malignidad17
Pues bien, el mal tiene un carácter social cuando el dolor
infringido y las actividades que lo producen se fijan como habitudes
socialmente configurados. En efecto, pueden existir en un sistema social
hábitos sociales, formas de vida, que signifiquen destrucción y muerte
para una parte de la sociedad para la cual también la destrucción y la
muerte prematura reiteradamente padecidas vienen a ser una rutina. Y
ello puede suceder, por ejemplo, porque un sector social se vea
sistemáticamente privado de alimentos, tierra de cultivo, agua, salud,
bienes culturales, etc. El mal social no es, por lo tanto, algo que se
refiera sólo a las relaciones entre los hombres, sino que se fundamenta
en el hecho inevitable de que el acceso a las cosas, para bien y para
mal, siempre depende de otros. Todo ello no quiere decir, que la
resolución de esta pugna por las cosas sea siempre necesariamente la
apropiación excluyente, el conflicto y la lucha: por el hecho de ser
aprehendidas como reales, las cosas se abren a un sinfín de usos: pueden
ser distribuidas de innumerables maneras, por ejemplo; por ser
inteligentes, las acciones humanas siempre están abiertas a nuevas
posibilidades: siempre podemos conducirnos de otro modo con los demás y
con las cosas.
De todo lo dicho se desprenden algunas ideas importantes para nuestra reflexión sobre las clases sociales:
1º) Siempre el acceso a las cosas está socialmente determinado.
La estructuración de formas de vida que constituye una sociedad decide
como cada miembro de la sociedad, cada grupo social, podrá disponer de
las cosas. Es posible una distribución de las cosas ajustada a las
necesidades de cada uno; pero cabe también la posibilidad de que la
estructura social signifique para parte de la sociedad algún nivel de
privación, destrucción y muerte. La estructura actual de la sociedad
mundial, por ejemplo, determina la pobreza y la miseria de la inmensa
mayoría de los hombres.
2º) La lucha efectiva entre quienes se apropian de las cosas y
quienes carecen de ellas, entre quienes, con sus formas de vida, causan
daño a otros hombres y quienes los padecen sistemáticamente, no aparece
de acuerdo con inexorables leyes históricas, pero constituye una
posibilidad abierta en la constitución de cualquier sistema social. El
egoísmo, la desigualdad y la lucha es, al menos en principio, tan
"natural" como la igualdad, el acuerdo, la paz.
3º) Esa lucha no es formalmente una lucha de clases en el sentido
marxista clásico: la explotación laboral del hombre por el hombre, en
la medida en que signifique dolor y frustración para el explotado,
expresa sólo una posible estructuración del mal social, es tan sólo una
forma posible de dependencia y explotación y no siempre la más dañina.
Guiddens ha preferido entender por explotación "cualquier forma socialmente condicionada de producción asimétrica de oportunidades vitales"18.
Existen hábitos sociales que, sin implicar explotación laboral, marcan
con el dolor, la exclusión y la muerte la existencia de seres humanos y
de pueblos: pensemos en los hábitos de consumo del Primer Mundo que
ponen en peligro la viabilidad ecológica de la Tierra y comprometen el
futuro de la humanidad entera y, especialmente, de los más pobres19;
pensemos en las barreras psicológicas, legales y materiales que se
alzan en el Primer Mundo contra los emigrantes del Sur (que
paradójicamente son barreras a la explotación laboral y que, sin
embargo, son también "explotadoras" por generar y aumentar
sistemáticamente la desigualdad y la pobreza); pensemos, en fin, en la
expansión mundial de las formas de vida occidental a través de la TV, el
cine o la publicidad, que acaban con los estilos de vida y los valores
que constituyen la identidad espiritual de los pueblos más humildes.
4º) Se puede entender ahora en qué sentido son "explotadoras",
las clases medias y obreras del Primer Mundo; se puede comprender
también por qué sus intereses se contraponen a los intereses de las
grandes mayorías miserables de Asia, Latinoamérica y Africa... Las
formas de vida de las clases medias y obreras del Norte significan
exclusión y pobreza en el Sur; esas formas de vida de los países ricos
tan sólo se pueden perpetuar si se mantienen a su vez otras formas de
vida de los pobres ligadas estructuralmente a ellas. Esta relación de
dependencia entre las formas de vida de ricos y pobres se estructura de
diversísimas maneras que significan siempre la producción asimétrica de
oportunidades vitales para unos y para otros, los diferentes modos de
enajenación y despersonalización de unos y otros. Todas esas relaciones
serían relaciones de dependencia y de explotación en el sentido amplio
que hemos tomado de Guiddens.
5º) La determinación social del dolor y la muerte no comporta
automáticamente la formación de una conciencia específica de conflicto
en quienes sufren y en quienes causan sufrimiento y menos aún una
conciencia revolucionaria entre los oprimidos o excluidos. Es normal que
muchos de los beneficiarios de un sistema social que genera profundas
desigualdades no sean conscientes de los vínculos reales entre su
bienestar y la miseria de los demás. Así mismo, puede suceder que el que
sufre no tenga conciencia alguna de cuales son los mecanismos sociales
que determinan su sufrimiento, es posible que ni tan solo sea capaz de
identificar a los culpables de su situación; a menudo sucede que, en
virtud de determinados valores morales o religiosos, los que sufren
asumen como "natural" o "merecida" su situación sin alzar la voz ante
sus opresores. El nacimiento de la conciencia de ser oprimido, de la
necesidad de luchar por la propia liberación, son meras posibilidades
que se realizan sólo en determinadas circunstancias que el análisis
sociológico deberá establecer en cada caso.
6º) Finalmente, si la sociedad es una estructura de habitudes o
de actividades humanas, está claro que la modificación de determinadas
habitudes repercutirá en aquellas otras estructuralmente vinculadas a
ellas, y que los cambios que afecten a las estructuras nucleares del
sistema social -como por ejemplo, las reglas básicas de los intercambios
económicos- modificarán drásticamente la configuración de la sociedad
entera. La liberación pasa por efectuar esos cambios fundamentales en
las habitudes que condicionan la miseria de las mayorías. Adquiere pleno
sentido la exhortación de Pedro Casaldáliga a los países ricos: "Sólo
cuando el Primer Mundo se suicide en sus previlegios y en su
prepotencia, podrá vivir humanamente el Tercer Mundo y podrá entonces el
Primer Mundo recuperar su humanidad tan perdida"20.
B.- La estructuración de las clases sociales.
En cualquier sistema social se regula el acceso a las cosas,
su manipulación, su producción y distribución. En la actualidad, el
mercado es la estructura de habitudes económicas que determina la
relación de la humanidad entera con los bienes de la Tierra: el mercado
integra en un sistema único de interrelaciones a quienes lo hegemonizan,
a quienes se someten a sus condiciones y a los forzosamente excluidos
de él.
Guiddens afirma que "el mercado es intrínsecamente una estructura
de poder en la que la posesión de ciertos atributos da ventajas a
algunos grupos de individuos en relación a otros"21.
Esos atributos son la propiedad de los medios de producción, la fuerza
de trabajo, como señalaba Marx, pero también el conocimiento, la
información, la formación especializada, la capacidad adiministrativa y
organizativa, el poder de movilización social, etc. La posesión de esos
atributos confiere a cada actor económico (individuos, empresas...) una
"capacidad de mercado", un poder de negociación, de imponer las
condiciones de la compra-venta, que aprovechará para intentar hacerse
con la mayor cantidad posible de los bienes de todo tipo que el conjunto
del sistema productivo sea capaz de generar.
La diversidad de capacidades de mercado es un hecho. Esta diversidad de capacidades determina un proceso de estructuración de las relaciones entre los seres humanos que da lugar a lo que Guiddens continua llamando clases sociales.
Guiddens no las considera entidades, sujetos o grupos sociales, sino
que las ve como términos de los procesos de diferenciación social que se
ponen en marcha en base a las diversas capacidades con que los diversos
actores económicos compiten en el mercado. Los mecanismos básicos de la
estructuración de clases son, según Guiddens, la división del trabajo,
la distribución de la autoridad y la constitución de grupos de consumo.
La diversidad de capacidades de mercado pone en marcha estos mecanismos
de estructuración y ellos, a su vez, refuerzan las diferencias entre los
actores económicos. Esos mecanismos, además, interactúan entre si y se
potencian recíprocamente.
Ahora bien, esos mecanismos de diferenciación y explotación
característicos de las sociedades capitalistas actúan hoy a nivel
mundial. Tiene sentido, pues, hablar de clases en la sociedad mundial.
Sin entrar aquí en demasiados detalles, parece claro que algo
tiene que ver la desigualdad y la miseria con los papeles asignados a
unos y otros en la división mundial del trabajo. Las transnacionales,
por ejemplo, reparten sus cadenas productivas según criterios que
refuerzan las diferencias: a los países desarrollados les corresponde la
administración, el diseño, el control financiero, la producción
intensiva en tecnología y limpia en lo ecológico, a los más pobres les
toca, en cambio, el suministro de materias primas, la producción más
intensiva en mano de obra y más degradante para el trabajador, la más
contaminante, etc.
Algo tiene que ver también la desigualdad y la pobreza con la
distribución desigual del poder en el mundo: las grandes potencias de la
economía mundial controlan las instituciones financieras mundiales que
dictan las políticas de ajuste que padecen las mayorías empobrecidas del
Sur; las transnacionales imponen a los gobiernos del Sur restricciones
drásticas de los gastos sociales y condicionan sus inversiones en los
países menos desarrollados a la exención de impuestos, la desprotección
social de los trabajadores, la desactivación de las organizaciones
sindicales, etc.; los grandes poderes financieros acumulan un poder tal
de interferencia en el sistema económico que pueden provocar en cuestión
de días la quiebra de un país, la devaluación de su moneda, el alza
desorbitada de los tipos de interés, un estallido inflacionario, la
recesión... Por otra parte, los más poderosos no aceptan que los países
menos desarrollados se organicen para reivindicar sus derechos (como ha
sucedido, por ejemplo, en el caso de la renegociación de la deuda
externa o en las negociaciones del GATT) y bloquean cualquier reforma
democrática de las instituciones de la ONU que de más peso a la mayoría
de la humanidad.
Algo tiene que ver, en fin, la desigualdad con la constitución
de los grupos de consumo en el mundo: los créditos más favorables, las
tecnologías mas avanzadas, las dotaciones para investigación científica,
las grandes bolsas de pesca, la producción maderera, el petróleo, el
armamento más sofisticado, etc, etc. son sistemáticamente
reservadas para el consumo de los privilegiados. Se intenta siempre y se
consigue casi siempre controlar por los medios más diversos (propiedad
sobre las patentes, instrumentalización de las entidades financieras
mundiales, imposición de acuerdos comerciales desfavorables, acuerdos de
asistencia militar, etc) el acceso de los más pobres a todas esas
cosas.
Aparte de esos mecanismos fundamentales de estructuración de
clase, se podrían precisar muchos otros dinamismos sociales en los
ámbitos económico, institucional, político, cultural o ideológico, que
contribuyen a la formación de clases antagónicas en la sociedad mundial y
que determinan los diversos modos de alienación económica, política o
cultural.
C.- La lucha de clases y la historia.
Finalmente, una última reflexión acerca de la inserción de la
lucha de clases en la historia humana. En el marxismo trasluce una
concepción lineal y ascendente de la historia según la cual, la historia
sería un proceso natural en el cual unos hechos desencadenan otros
hechos de acuerdo con las leyes "naturales" de la dialéctica. Cada hecho
es el resultado de una concatenación reglada de hechos. En el
pensamiento de Marx y Engels el devenir histórico es el desarrollo de
los dinamismos intrínsecos a la materia; cada etapa histórica incluye
potencialmente la etapa siguiente: aunque esto no dependa de una ciega
necesidad -cosa que Marx siempre excluyó-, lo cierto es que el
desarrollo lógico y natural de la sociedad capitalista, de sus
contradicciones internas, debería conducir la humanidad a una nueva
sociedad sin clases. En cualquier caso, se reclama a las fuerzas
sociales progresistas que sepan estar, con espíritu combativo, en el
lugar preciso y en el momento preciso, para aprovechar las tendencias
intrínsecas al cambio propias del sistema social. En el capitalismo,
corresponde a la clase obrera el papel de ser sujeto de su propia
emancipación.
Este esquema modernizante, que el marxismo comparte con toda la
filosofía moderna de la historia desde Herder y Kant, ya no sirve para
conceptualizar lo que está sucediendo en este tiempo en que se hace
imposible situar a la humanidad entera en una línea única
de progreso hacia su emancipación, sea cual sea la manera de concebir lo
que sea esa emancipación. Es ilusoria la suposición de que la historia
tiene una lógica y una racionalidad intrínsecas según las cuales nos
acercamos despacio pero inexorablemente a un final feliz.
Se hace necesario repensar lo que sea la historia a la luz de
conceptos nuevos. Ignacio Ellacuría, siguiendo a Zubiri, expuso los
principios de una filosofía de la realidad histórica que deberá ser
tenida en cuenta en esa tarea de reconceptualización a que estamos
obligados22.
Según Zubiri y Ellacuría, la historia es un proceso de
transmisión de formas de estar en la realidad y un proceso de
capacitación. Cada hombre monta su vida sobre esa tradición,
aceptándola, modificándola o rechazándola. El hombre opta entre lo que
puede hacer en cada momento, elige entre posibilidades. Las
posibilidades elegidas devienen proyectos humanos, las acciones
efectivas que realizan esos proyectos son los que Zubiri llama sucesos.
Los sucesos no son lo mismo que los hechos. Estos son la simple
actualización de las potencialidades inscritas en la naturaleza de las
cosas. Los sucesos históricos, en cambio, son apropiación de la realidad
como posibilidad, como lo que está efectivamente al alcance, lo que me
capacita para hacer algo, lo que, siendo apropiado constituirá la base
de nuevas opciones: "la persona con sus capacidades accede a unas
posibilidades, las cuales una vez apropiadas se naturalizan en las
potencias y facultades, con lo cual cambian las capacidades. Con estas
nuevas capacidades, las personas se abren a un nuevo ámbito de
posibilidades"..23.
Las posibilidades recibidas condicionan ineludiblemente nuestra vida,
pero no la determinan absolutamente, sino que abren siempre caminos a la
creación y al cambio. Así, el hombre va reconfigurando continuamente su
manera de ser y de estar en la realidad en un proceso que no tiene un
término asignado. Por eso la historia es un proceso de capacitación, de
producción de capacidades humanas, de creación e innovación constantes.
La historia es ciertamente un proceso -cada nueva situación
depende de las posibilidades abiertas en la situación precedente- pero
eso no significa que deba tener una orientación y no otra. La acción
humana no está unívocamente determinada, el hombre es un ser abierto,
abierto a su realidad, abierto a la realidad, y la realidad -del hombre,
de las cosas...- es siempre más de lo que cabe en cualquier sistema
conceptual, da para mucho más de lo previsto por cualquier concepción de
la historia. El devenir histórico es movido por un elenco de fuerzas
naturales, biológicas, psíquicas, sociales, económicas, culturales,
políticas, personales, cada una de las cuales opera de modo distinto y
sigue sus propias leyes, que interactúan constantemente entre sí y
constituyen un complejo imposible de dominar intelectivamente. Por todo
ello, dice Ellacuría: "la necesidad histórica se presenta como
azarosidad", "la historia es irreductible a la naturaleza"24.
Desde esta manera de entender la historia, apenas esbozada,
podemos insinuar otras ideas que también podrían ayudar a recomponer una
teoría de las clases en la sociedad mundial:
1ª) La confianza en la fuerza revolucionaria de los más pobres
debe formar parte más bien de la apuesta por el carácter abierto de la
esencia humana, que de una concepción cerrada de la historia que conceda
a los explotados y marginados un papel determinado que deban cumplir.
Sólo así nos abstendremos de reclamar de los pobres que actúen de
acuerdo con el papel que les toca en el guión de un drama que ellos no
han escrito; así evitaremos recriminarles que no estén a la altura de
sus tareas históricas; sólo así recuperan, como cualquier ser humano,
cierta libertad para la generosidad y el heroísmo.
2ª) Si los explotados y marginados no son el sujeto de la
historia, a quien corresponde esa función? Si de sujeto se quiere
hablar, no hay otro sujeto que el cuerpo social entero constituido por
el sistema de habitudes. La humanidad entera es hoy la que protagoniza
la historia en la medida que da cuerpo a un sistema unitario de formas
de vida. Las formas de vida de cualquier persona están integradas en ese
sistema y, en la medida en que cada ser humano puede hacer siempre algo
por cambiarlas, puede contribuir a cambiar también el sistema social.
Por lo tanto, ningún hombre está libre de responsabilidad por el dolor,
el hambre, la marginación, que puedan sufrir los demás, ningún hombre
queda exonerado a priori de la tarea de enfrentarlos y combatirlos.
3ª) Las teorías que logifican la historia acaban distinguiendo los intereses immediatos o aparentes de los explotados y marginados y sus verdaderos intereses, sus intereses objetivos, aquellos
cuyo satisfacción significaría un avance hacia los grandes objetivos
que tiene marcados la Historia. Así se dice, por ejemplo, que las
políticas neoliberales de ajuste responden a los verdaderos intereses de
los más pobres, aunque estos tengan que sacrificar ahora la
satisfacción de sus necesidades inmediatas; algo parecido sucedió en los
países socialistas cuando los intereses mayores de la Revolución o del
Socialismo justificaron todos los atropellos a las libertades y derechos
individuales, de los grupos étnicos y religiosos, etc. Naturalmente,
siempre existe una élite tecnocrática o partidaria que decide cuales son
las necesidades objetivas de los más pobres.
En el fondo de la distinción entre intereses inmediatos y objetivos
parece resonar a veces el eco del viejo prejuicio filosófico según el
cual el interés es la tendencia a lo sensible, a lo que satisface
temporalmente y, en cambio, la pura actividad racional es desinteresada porque
no se somete a los deseos momentáneos del individuo sino que los
subordina al conocimiento y la posesión de lo que en sí mismo es bueno,
bello y justo. Algo parecido sucede cuando se exige constantemente el
sacrificio de las necesidades inmediatas en nombre de una utopía de la
razón, cuando la distinción, a menudo legítima, entre lo que se quiere hacer y lo que se debe hacer
se transforma en oposición sistemática y, entonces, sucede demasiado a
menudo que hay que hacer lo contrario de lo que se quiere o se requiere
perentoriamente.
Hoy, sin embargo, nadie tiene derecho a pedir a los que más
sufren que renuncien a sus necesidades inmediatas para que resuene la
gran melodía de la Historia; nadie puede exigirles que sometan sus
luchas a la estrategia revolucionaria de una vanguardia que sabe lo que
les conviene. Si la sociedad es un sistema de formas de vida, hay que
aceptar que allá donde los empobrecidos y marginados -mujeres,
desempleados, campesinos sin tierra, niños de la calle, refugiados,
indígenas...- se organizan y movilizan para exigir la satisfacción de
sus necesidades más urgentes -alimentación, salud, educación, vivienda,
tierra, trabajo, etc.- se está poniendo en cuestión el sistema que no
permite atenderlas.
Continua siendo necesario, claro está, que los movimientos
sociales y políticos analicen constantemente, en perspectiva global, las
causas estructurales de las situaciones que combaten de modo que sepan
golpear siempre donde mejor convenga; es imprescindible también que
desarrollen su actividad transformadora y alternativa en todas las
esferas (económica-laboral, política, institucional, cultural,
ideológica...) del sistema social; hace falta, en fin, que esos
movimientos de liberación sepan articularse de forma que se multiplique
su capacidad de introducir cambios significativos en el sistema mundial.
No se trata ahora de soñar con un Paraíso terrestre diseñado por la
razón; se trata de luchar por algo más modesto y perfectamente posible
hoy, si tenemos en cuenta los recursos de que ya dispone la humanidad:
un mundo donde cada hombre y cada mujer tengan, como mínimo, cubiertas
con sencillez sus necesidades básicas.
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