martes, 31 de mayo de 2022

Alain de Benoist. Su vida y la influencia de la revolución conservadora como determinantes de su pensamiento: P. CAYETANO ACUÑA V.

 Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.64 no.236 Ciudad de México may./ago. 2019

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2019.236.62281 


Alain de Benoist. 

Su vida y la influencia de la revolución conservadora como determinantes de su pensamiento

Herbert Frey Nymeth∗ 

* Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM. Correo electrónico: <hherfrey@@hhotmail.com>

RESUMEN

La vida de un pensador no siempre tiene implicaciones en su obra, sin embargo, en algunos casos es importante pensar la vida como clave del pensamiento y como indicativo para comprender la forma como algunos filósofos han influido sobre el pensamiento de otros. Tal es el caso de Alain de Benoist, intelectual relacionado con la nueva derecha francesa, de quien es importante conocer su origen y relación con la Francia campesina, de la cual en algunos escritos da muestras de añoranza de su juventud y estilo de vida. Aunado a esto, es importante señalar su lectura de Nietzsche, con quien comparte un radicalismo aristocrático, de tal manera que la obra de Benoist está no sólo influenciada por sus experiencias de vida, sino también por su coincidencia con la vida de Nietzsche y la afinidad en torno a su pensamiento.

De ahí que, al establecer una relación entre estos pensadores, podemos comprender mejor el estado intelectual de la nueva derecha francesa. Si bien es cierto que Nietzsche influyó de una forma determinante en el pensamiento filosófico de Alain de Benoist, su desarrollo político se debe a un grupo de ensayistas y periodistas que reunió Armin Mohler bajo el nombre de revolución conservadora y cuyos representantes más conocidos son Arthur Moeller Van den Bruck, Oswald Sprengler y Carl Schmitt. A ellos sigue De Benoist en su crítica al liberalismo, individualismo y las ideas de la Revolución francesa; sin embargo, quien representa la influencia más fuerte es Carl Schmitt, pues fue determinante en su visión de democracia identitaria y su crítica al parlamentarismo.

Palabras clave: Nietzsche; De Benoist; revolución conservadora; nueva derecha francesa

INTRODUCCIÓN

En los momentos de crisis política y económica de un sistema resurgen algunas teorías que durante mucho tiempo parecieron trasnochadas. Es el caso de Alain de Benoist, quien actualmente es considerado uno de los pensadores maestros de la Nueva Derecha, teoría que ha sido tributaria del pensamiento de la revolución conservadora que dominó el pensamiento político alemán durante el periodo de entreguerras y al que De Benoist ha infundido gran actualidad.


Si bien la fama de Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Michael Foucault, Gilles Deleuze, Jacques Derrida o Jacques Lacan rebasó las fronteras francesas, éste no ha sido el caso de de Benoist. Ciertamente, el renombre de un pensador depende mucho de las circunstancias de su época. Así, en tanto que según el dictum de Marx sobre Hegel, Sartre es “un perro muerto”, mientras que Foucault todavía se mantiene vigente, en el caso de Alain de Benoist tal vez haya que esperar a que su relativa existencia en las sombras acabe muy pronto, debido a las circunstancias políticas, o ver si se trata de esos pensadores que germinan en la penumbra. Sin embargo, si uno deja de lado la corriente dominante del political correctness, el cuadro se modifica drásticamente. Alain de Benoist es el spiritus rector de la nueva derecha francesa, no como político, pero sí como su principal pensador.

Como contraproyecto al Mayo de 68 parisino, nace el Groupement de Recherche et d’Études pour la Civilisation Européenne (GRECE) cuya mente dirigente desde su fundación ha sido y sigue siendo hasta hoy Alain de Benoist, quien tras dar por terminada su militancia política en la extrema derecha durante sus años de juventud, llegó a la conclusión de que primero había que modificar el pensamiento para después poder transformar la realidad política. En este sentido, el GRECE es un think-tank de la nueva derecha, una fragua de ideas para conquistar a largo plazo la hegemonía cultural y, sólo después, reformar la sociedad. En Europa occidental, el GRECE ha ejercido una considerable influencia sobre los intelectuales de derecha de Alemania, España e Italia.

Para la trascendencia política de Alain de Benoist ha sido determinante que en su pensamiento no sólo haya asimilado ideologías de derecha, sino que también ha estado abierto a algunas teorías de la izquierda marxista y no ha compartido la “rusofobia” del campo derechista. De Benoist ha permanecido toda su vida distanciado de la derecha tradicional. Su habitual dependencia de la cosmovisión cristiana, su liberalismo conservador y su capitulación ante el capitalismo de cuño anglosajón la hicieron incompatible con la visión del mundo de nuestro protagonista.

Para poder comprender los momentos claves del pensamiento político de Alain de Benoist hay que echar una mirada retrospectiva al origen y la socialización de nuestro pensador, no para derivar de ello su teoría de forma determinista, sino para entender bajo qué circunstancias se gestó su ruta de pensamiento. También resulta clave conocer la situación cultural y política de Francia, las transformaciones de un país que marcó a Europa de manera decisiva y que, a través de la Revolución francesa, modificó las formas de pensamiento europeas.

Las formas de vida y los métodos de producción de muchos lugares evocaban más bien al ancien régime que a una democracia moderna. Los pueblos de Bordelais o de Champagne estaban estructurados jerárquicamente; con frecuencia, el terrateniente detentaba la autoridad máxima, los campos eran arados con yuntas de bueyes o caballos, carne sólo se comía los domingos y días festivos, y los niños apenas si aprendían a leer, escribir y hacer cuentas. El espacio rural se encontraba determinado por usos y costumbres campesinos, la agricultura definía la forma de vida, pero también las jerarquías (Fourastié, 1979: 11). En 1945 todavía la mitad de la población francesa vivía bajo estas condiciones.

En esa época, Francia aún era ampliamente el país al que Charles Trenet le había cantado como la douce France (dulce Francia); un país campesino tradicional, determinado por sus usos y costumbres, ensimismado y anticuado.

Treinta años después ese país había dejado de existir. Las pequeñas ciudades habían cedido su lugar a centros urbanos; la industria, con sus chimeneas humeantes y sus desolados suburbios dominaba ahora el paisaje. En 1975, tres cuartas partes de los franceses vivían ya en ciudades y, aun en regiones rurales, muchos habitantes viajaban a la ciudad para trabajar.

En tres decenios Francia se había transformado en un moderno Estado industrial y, durante esos años, modificó radicalmente su rostro y su carácter. Posteriormente, Fourestié denominaría a esa época como los Trente Glorieuses (treinta años gloriosos) y como una revolución invisible. En comparación con otros países, sin embargo, el proceso de industrialización de la Grande Nation se inició de forma relativamente tardía. En Alemania la industrialización se había iniciado cincuenta años antes y ya ni hablar de Inglaterra o Estados Unidos.

Ello no quiere decir que antes no existieran signos de una industrialización incipiente. En el siglo XIX, bajo Louis Philippe y Napoleón, surgieron en el norte y este del país importantes complejos industriales. Pero el sector agrario fue protegido con aranceles especiales, a raíz de los cuales, por así decirlo, las estructuras agrícolas quedaron congeladas.

El inicio de la guerra de 1914 significó otra fase importante de industrialización, si bien al servicio de la producción bélica, sin embargo, esta etapa sólo habría de durar treinta años. Fue la guerra contra Alemania en 1940 la que frenó esta ola. El jefe del Régimen de Vichy, el general Henri Philippe Petain, deseaba conservar la Francia rural. La ideologie agriculture (ideología campesina) de Vichy tenía sus motivos (Agulhon, 1976: 495), pues el campesinado era uno de los pilares más importantes de la estructura del Estado conservador francés, resistente a las revoluciones y fiel a sus tradiciones.

La longue durée de las jerarquías y dependencias paternalistas que caracterizaban a la población rural pudo así sobrevivir, apoyada por un régimen que requería del campesinado para su propia sobrevivencia política. De este modo, el periodo de los Trentes Glorieuses se convirtió en un parteaguas para la industrialización francesa. Las transformaciones sociales que se derivaron de este proceso fueron radicales y revolucionarias. En la década de 1950 se inició un enorme éxodo rural y las ciudades crecieron de forma descontrolada. Esta inmigración de carácter explosivo condujo a la opresiva realidad de los suburbios franceses, las banlieues, de las que los inmigrantes menos calificados no tendrían escapatoria.


En los Trentes Glorieuses todo el andamiaje social y cultural de Francia entró en movimiento y, al hacerlo, en las ciudades se construyeron nuevas formas de vida, y desparecieron muchas tradiciones campesinas; surgió una moderna cultura de masas y la burguesía tradicional se disolvió en una “nueva clase media” (Böhm, 2008: 11).

La profundidad de estos cambios puede apreciarse en los resultados del censo poblacional de 1975, año en el cual 73% de los franceses ya se concentraba en las ciudades, mientras que sólo 23% permanecía aún en el campo. En el transcurso de una generación, la población rural se redujó a menos de la mitad. A ella pertenecía ahora tan solo un cuarto de los franceses (VVAA, 1976: 193).

Como consecuencia de estos cambios, el tejido social de Francia experimentó transformaciones decisivas. Si bien hasta mediados de los años treinta la burguesía francesa se caracterizaba por una cierta homogeneidad vinculada entre sí por estilos de vida equiparables y convicciones similares, de pronto se percató de que un determinado origen ya no era garantía suficiente para una carrera prestigiosa y un ingreso acorde con ella. Debido a que se había intensificado la movilidad social, por una parte se elevaban las oportunidades de ascenso y, por otra, acechaba el desclasamiento social.

Esto no afectaba tanto a la alta burguesía empresarial y a la aristocracia tradicional, sino más bien a una clase media que se entendía a sí misma como depositaria de un capital simbólico. Su capital, ante todo cultural, se demostró ampliamente inútil en el proceso de industrialización. De este modo surgió una brecha entre “el nivel cultural, el estilo de vida y la conservación del engranaje intelectual y social, por una parte; y las posibilidades que se abrían para obtener mayores ingresos y mejores posiciones profesionales, por otra” (Doumont, 1982: 1528). Los fenómenos de nivelación provocados por estos procesos significaron para la amenazada clase media una experiencia traumática, que trajo consigo una total pérdida de identidad.

Además, como consecuencia de la creciente industrialización, el tejido social se vio sometido a una presión desde fuera. A partir de la mitad de los años cincuenta, la tasa de inmigración foránea incrementó dos y medio veces más de la que había antes de la guerra; con el fin de la época colonial, esto dejó de presentarse sin problemas, dado que las causas y las consecuencias de la migración empezaron a modificarse de manera persistente. La cada vez más próspera economía requería constantemente de nueva fuerza de trabajo, que en su mayoría se allegaba de las colonias o de los naciones independientes que las sustituyeron. De ese modo, los inmigrantes ingresaron al país en forma masiva; tan solo en 1955 llegaron 450 mil, tres veces más que antes de la guerra.

Para Francia esto era nuevo y al mismo tiempo problemático, porque hasta entonces habían sido españoles, portugueses e italianos los que habían conformado las tradicionales comunidades de migrantes (Böhm, 2008: 18) cuya integración no había planteado ningún problema digno de ser mencionado, debido a sus numerosas tradiciones compartidas y antecedentes religiosos comunes.

Sin embargo, los innumerables inmigrantes del África negra y del Magreb árabe provenían de culturas ampliamente diversas, de modo que el proceso de adaptación resultó muy problemático. Procedentes de culturas arcaicas y con una instrucción escolar deficiente, buscaron preservar sus tradiciones en su nueva patria y se negaron obstinadamente a integrarse en la nueva sociedad. La política no hizo sino reforzar estas tendencias; asentó a los recién llegados en barrios urbanos especialmente edificados para ellos, las banlieues, que a pesar de ser modernos, estaban desestructurados y desolados. Ahí, los migrantes permanecieron básicamente entre sí y practicaron sus tradiciones, sin tener que confrontarse con la cultura del país de acogida. El surgimiento de una sociedad paralela, de un Estado propio dentro del Estado, fue una consecuencia directa.


Éstas eran las condiciones históricas y sociales dentro de las que nació Alain de Benoist y hacia las cuales, como intelectual, tal como él se ha entendido la mayor parte de su vida, tenía que tomar posición. Es una época en la que la estructura social de Francia está sujeta a una transformación radical. Un Estado agrario se convierte en una moderna sociedad industrial y la mentalidad campesina ya no puede ser la que le dé sentido, pero el potencial de conflicto permanece. Si bien el medio campesino quedó marginalizado en muy poco tiempo, la escala de valores vinculada con él siguió determinando la vida de un porcentaje significativo de la población.

En cualquier caso, este proceso de industrialización y liberalización se evidenció como problemático, ya que a partir de la década de 1970, junto con los problemas derivados de la desindustrialización, surgió también un creciente desempleo. Éste afectó sobre todo a los inmigrantes y condujo a su desclasamiento social. Las banlieues, esos suburbios habitados por los migrantes, se convirtieron en centros de agitación social y en zonas urbanas problemáticas que la policía ya no pudo controlar.

La sociedad civil francesa, que se concebía a sí misma como una comunidad solidaria, enfrentó a raíz de ello una prueba sensible. El miedo, la inseguridad y la desazón política se extendieron entre la población y reforzaron el flujo hacia los partidos extremistas. Junto con estas transformaciones estructurales se dio, primero en Europa y luego a nivel global, una creciente imbricación internacional que tendió a igualar estilos de vida, escalas de valores y modelos de consumo. Las particularidades nacionales, tan importantes precisamente para la identidad francesa, pasaron a un segundo plano frente a los procesos internacionales. Así, en cinco decenios, la Francia rural avanzó rápidamente hasta convertirse en una moderna sociedad industrial dentro del contexto global. De este modo, el cambio de estructuras en Francia se consumó en un espacio de tiempo que en Alemania abarcó cien y en Inglaterra más de doscientos años.

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Frey Nymeth, Herbert. (2019). Alain de Benoist. Su vida y la influencia de la revolución conservadora como determinantes de su pensamiento. Revista mexicana de ciencias políticas y sociales, 64(236), 291-310. https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2019.236.62281

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