Articulo publicado en El País: Madrid
Medida de defensa ante el caos europeo; alternativa para enmendar rumbos de la economía interna, estrategia geopolítica, son todas alternativas que estan por desarrollarse en los próximos años.
La nueva dictadura
británica
Sí, la una vez ejemplar democracia parlamentaria
británica ya no lo es
El País. Madrid: 17 JUL
2016 - 19:46 CEST
“Todo se
desmorona, el centro no se sostiene.”
W.B.
Yeats, poeta
irlandés (1865-1939)
Uno teme
enterarse de lo que está pasando en el mundo últimamente. Ponemos la radio o le
echamos un vistazo al móvil, al diario o a la televisión y vemos que ganó el Brexit,
que hubo un atentado terrorista en Niza y un golpe militar en Turquía, que las
encuestas dan cada día más posibilidades de que Donald Trump sea presidente de Estados
Unidos. Atentos. Aquí va otra noticia: Reino Unido se ha convertido en un
Estado de partido único.
Sí, la
una vez ejemplar democracia parlamentaria británica ya no lo es. La nueva
primera ministra, Theresa May es la jefa de un gobierno de derechas sin
oposición. El monopolio del poder del que goza recuerda al de Hugo Chávez en
Venezuela, o en tiempos de José López Portillo, al del PRI en México. Lo
opuesto a lo que vemos hoy en la joven democracia española, un modelo de
multipartidismo (por más frustraciones que genere) en comparación con la más
reciente versión de la antigua democracia británica.
El
gobierno conservador de May tiene vía libre para hacer exactamente lo que se le
antoje
El
gobierno conservador de May tiene vía libre para hacer exactamente lo que se le
antoje. Acaba de nombrar a tres chiflados como ministros encargados de la tarea
más crucial a la que su gobierno se enfrenta: negociar los nuevos términos
económicos y políticos de la relación entre Reino Unido y la Unión Europea post-Brexit.
Pero el partido laborista, que quedó segundo en las elecciones generales del
año pasado, no ha dicho ni pío. Sus miembros dedican toda su energía a una
guerra fratricida que amenaza con acabar con la posibilidad de que la izquierda
gobierne en una generación, o más.
Si Reino
Unido en general está dando un ejemplo al mundo de cómo no se debe gobernar un
país, el laborismo británico está protagonizando una farsa que debería servir
de advertencia para todos aquellos en Europa y más allá que aspiran a que la
izquierda imponga la solución a la creciente desigualdad en un sistema
capitalista rampante, incapaz de cumplir su eterna promesa de que la
prosperidad de los de arriba se filtrará a los de abajo.
El
problema de la izquierda no es nuevo. En su afán de sentirse bien, olvidan la
necesidad de convencer al electorado
El
problema de la izquierda británica no es nuevo. En su afán de sentirse bien
consigo mismo, sus partidarios olvidan la necesidad práctica de confeccionar un
mensaje capaz de convencer al electorado. El problema particular del laborismo
se concentra en su mensajero, Jeremy Corbyn, líder del partido desde septiembre
del año pasado. Corbyn es, a todos luces, un buen hombre, honesto e
inquebrantablemente fiel a sus ideales socialistas. Su punto débil es que se
opone pero no propone; está en contra de muchas cosas pero no se sabe a favor
de qué. Por eso, pero también porque es más gris que el cielo londinense, el 80
por ciento de los diputados laboristas en el parlamento han declarado que es
crónicamente incapaz de montar una oposición efectiva al gobierno conservador,
mucho menos de ganar unas elecciones generales.
En 2014
el partido cambió las reglas según las cuales se elige al líder, amoldándolos
al principio de la democracia directa que tantos adeptos ha obtenido gracias en
buena medida a la noción evangelizada en las redes sociales de que las
opiniones de todos sobre todo son igual de válidas, de que “los expertos”, como
dijo uno de los líderes conservadores de la campaña por el Brexit, no
tienen nada que enseñarnos. Antes los votos de los diputados electos del
partido eran decisivos en la elección del líder. Ahora un diputado es uno más.
El cambio consistió en que los votos de todos los miembros del partido tendrían
igual peso. Para hacerse miembro uno solo tenían que pagar tres libras, hoy
3,58 euros.
Tres
cuartos de los que han hecho el desembolso son de la clase media; más de la
mitad tiene un título universitario. No ofrecen una fiel imagen de la clase
social que el laborismo, nacido del sindicalismo laboral, pretende representar.
Más bien son el tipo de gente que lee el diario The Guardian, más
próspera que la media, con un alto nivel educativo y presos de la necesidad de
expiar su culpa por la buena fortuna que han tenido. Ellos fueron los que, por
un margen arrollador, eligieron en septiembre a Corbyn, el candidato laborista
que representa a la izquierda más pura y sin pecado.
Corbyn,
que detesta más el pragmatismo electoral de Tony Blair que a los propios
tories, es todo corazón
Corbyn,
que detesta más el pragmatismo electoral de Tony Blair que a los propios tories,
es todo corazón. Nadie celebró más la victoria de Corbyn que un periodista de The
Guardian, hoy convertido en su cerebro. Seumas Milne sigue inscrito en la
plantilla de The Guardian pero es hoy el director de estrategia y
comunicación del partido laborista. Una versión en caricatura del típico lector
de The Guardian, Milne viene de una familia rica, fue uno de los
colegios privados más exclusivos de Inglaterra, estudió en la Universidad de
Oxford y vive hoy en una casa con un valor de dos millones y medio de euros en
un barrio exclusivo de la periferia londinense.
Un columnista de The Guardian publicó un
retrato de Milne este fin de semana. Recordó que Milne es un anti-imperialista
ferviente, pero siempre y cuando se trate del imperialismo yanqui. El
imperialismo ruso-soviético es otra cosa. “Dice que es un socialista pero se
arrodilla y se quita la gorra ante la cleptocracia capitalista de Putin,”
escribió el columnista. “Ha defendido al partido único comunista de Stalin pero
ahora está convirtiendo a Inglaterra en un partido único tory.”
Cómo no, Milne es, igual que Corbyn, un admirador
del chavismo venezolano, de cuyos desastres no han visto hasta la fecha ninguna
necesidad de distanciarse. Tampoco ha visto la bien pensante mayoría de los
miembros del partido ninguna necesidad de distanciarse de Corbyn, pese a que no
ha demostrado ninguna capacidad de persuasión con la idolatrada clase obrera
que dice representar. La prueba fue que más de ellos votaron en el referéndum
por el Brexit con Nigel Farage, el hasta hace unos días líder del
ultraderechista partido UKIP, que con Corbyn, que favoreció la permanencia de
Reino Unido en la UE.
Hoy la mayoría de los diputados parlamentarios
laboristas andan aterrados de que en las próximas elecciones perderán sus
trabajos. Por eso, pero también para evitar que la única oposición viable
contra los tories acabe siendo UKIP (Partido por la Independencia de
Reino Unido), han exigido a Corbyn que dimita. Corbyn, descrito por sus rivales
como un líder de protesta no de gobierno, se niega a hacerlo. Habrá dentro de
poco otras elecciones internas laboristas. Gracias a la firmeza ideológica de
los miembros todo indica que volverá a ganar Corbyn. Nadie lo celebrará más que
Theresa May y los demás caudillos de la nueva dictadura conservadora.
El nuevo ministro del Brexit confía en mantener el acceso al mercado único y planea disparar el artículo 50, como tarde, a principios de 2017
David Davis, un
euroescéptico convencido para romper con Europa
El nuevo ministro del Brexit confía en mantener el acceso al mercado único y planea disparar el artículo 50, como tarde, a principios de 2017
El País. Madrid: 17 JUL
2016 - 19:46 CEST 15 JUL
2016 - 17:52 CEST
David
Davis, el hombre designado por Theresa May para negociar la salida de Reino Unido,
es uno de los euroescépticos más recalcitrantes del Parlamento. La primera
ministra, que defendió la permanencia en la UE, había prometido un Gobierno de
unidad que recogiera todas las sensibilidades de un partido con profundas
heridas aún abiertas. Con el nombramiento de Davis, May lanza un poderoso mensaje
de inclusión a los recelosos eurófobos de su partido y, de paso, una
advertencia a sus todavía socios europeos de que la ruptura va muy en serio.
David Davis, ministro del
'Brexit'. Jack Taylor Getty
Davis
ocupará un cargo de nueva creación, oficialmente bautizado como Ministerio para
la Salida de la UE pero conocido ya popularmente como ministerio del Brexit.
De cómo procederá con su flamante cartera, da algunas pistas un artículo que escribió esta semana en la web Conservative
Home. Davis anuncia que la activación del artículo 50 del Tratado de
Lisboa, que abre oficialmente el plazo de dos años para negociar la salida,
sucederá como tarde a “principios del año próximo”.
- David Cameron, promesas rotas y un plan para el conservadurismo en el siglo XXI
- Directo | La Reina confirma a Theresa May como primera ministra de Reino Unido
- Berlín confía en que el nombramiento de May eche luz sobre el futuro del ‘Brexit’
- Theresa May, la única adulta en el patio del colegio
- Sobrevivir a la matanza
“El
resultado ideal, y desde mi punto de vista el más probable, después de mucha
pelea, es un acceso continuado al mercado único sin aranceles”, escribe. “Una
vez las naciones europeas se den cuenta de que no vamos a ceder en el control
de nuestras fronteras, querrán hablar por su propio interés. (…) Pero, ¿qué
sucede si se muestran irracionales, como muchos analistas partidarios de la
permanencia predijeron antes del referéndum? Esa es una de las razones para
tomarnos un poco de tiempo antes de activar el artículo 50. La estrategia
negociadora debe estar adecuadamente diseñada”.
Davis ve en la ruptura con la UE
una oportunidad para corregir determinados vicios de una economía británica que
“depende demasiado de la demanda doméstica”. “El crecimiento en Reino Unido ha
estado basado en una serie de características poco saludables en la última
década”, escribe. “Ha dependido, ante todo, de grandes aumentos de población
basados en una migración masiva e incontrolada. Esto ha hecho que la economía
sea mayor, pero no necesariamente mejor para los ciudadanos individuales. (…)
Necesitamos orientar nuestra economía hacia una estrategia más orientada a la
exportación, basada en empleo más productivo. (…) El Brexit nos da muchas herramientas
para manejar los muy serios desafíos a los que se enfrentará el país en las
próximas décadas”.
David
Davis (York, 1948) obtuvo su primer escaño en el Parlamento en 1987 y enseguida
entró en contacto con las instituciones europeas. Fue secretario de Estado para
Europa con John Major, entre 1994 y 1997, responsable en el Gobierno británico
de las negociaciones para las ampliaciones de la UE y la OTAN. En esos años
forjó un euroescepticismo que, junto con una defensa a ultranza de las
libertades individuales, son los dos principios que definen su trayectoria política.
En ese
último terreno, el de las libertades individuales, se han producido frecuentes
choques con Theresa May, la persona que ayer le encomendó la
tarea más monumental de cuantas tiene el país por delante. Hace solo dos años,
Davis combatió duramente en el Parlamento, e incluso ante la Justicia europea,
los intentos de la entonces ministra del Interior de otorgar mayores poderes de
vigilancia a la policía, algo que el ahora ministro consideraba una intolerable
invasión de la privacidad.
Davis
disputó por primer vez el liderazgo del Partido Conservador en 2001. Ganó Iain
Duncan Smith pero la reputación de Davis creció en el partido y entró en su
cúpula gestora. Ocupó fue entre 2003 y 2008 portavoz en la oposición de
Interior, cartera que, cuando los tories llegaron al Gobierno, pasó a manos de
su ahora jefa Theresa May. Entremedias, en 2005, optó de nuevo al liderazgo del
Partido Conservador. Parecía tener el camino despejado cuando Michael Howard
anunció su dimisión. Pero Davis fue derrotado por un joven diputado, llamado David Cameron, que tomó las riendas del Partido
Conservador y lo llevó de nuevo al poder cinco años después.
En 2008
sorprendió a todo el mundo al anunciar que abandonaba su escaño en el
Parlamento, y su puesto en el Gobierno en la sombra, en protesta por los planes
del Gobierno laborista de recortar los derechos de los detenidos sospechosos de
terrorismo. Con su dimisión, y la consecuente elección parcial, quiso provocar
un debate sobre el asunto. Un mes después volvió a ganar su escaño.
Tras
ganar las elecciones de 2010, David Cameron quiso reclutar a Davis y a otras
figuras del ala más dura del Partido Conservador para el Gobierno de coalición.
Pero Davis prefirió permanecer fuera del Gobierno y se dedicó a fiscalizarlo
desde las bancadas traseras del Parlamento.
Sus
orígenes no responden al cliché de privilegio que abunda entre las élites del
partido. Fue criado en una vivienda social del sur de Londres por una madre
sola, y asistió a la universidad de Warwick con una beca militar. Después
estudió en Harvard y trabajó en la multinacional agroalimentaria Tate &
Lyle.
En la
reciente batalla por el liderazgo del partido, desatada tras la dimisión de
Cameron, Davis apoyó al principio a Boris Johnson y, tras su retirada, se alineó con Theresa May. La misma
que ayer le devolvió al Gobierno para manejar una de sus obsesiones personales,
y el asunto más complejo y crucial que el país tiene por delante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario