Grecia y el ‘betutteling’
Frans van den Broek
Si alguien le preguntara a un holandés medio quién
es Pericles o Aristófanes o Katzanzakis o Elytis, es bastante probable que se
quedase con la boca abierta y la mirada vacía. “La boca llena de dientes”, reza
un dicho en estos lares, para significar que no se tiene nada que decir, por ignorancia
u omisión (suponiendo que aún se tenga dientes, pues los seguros médicos que
antes cubrían los gastos dentales se han reducido de tal modo que puedo
imaginarme a más de un holandés prefiriendo la caries que los miles de euros
que supondría curárselas, y esto tras una privatización feroz que iría en
principio en favor del consumidor, pero que ha ido, sobre todo, en favor de las
aseguradoras, sin la protesta de nadie y con la anuencia y estímulo de la Unión
Europea).
Pero si le mencionan el nombre de Tsipras o de Varoufakis, el oyente tendrá que prepararse para una retahíla de insultos, acusaciones y lugares comunes que seguro que aflojan los dientes y hasta el estómago. De ellos no paró de hablar la prensa en los últimos meses, por supuesto, lo que explicaría la reacción en cierto modo, y si bien hubo algunas voces comprensivas en la cobertura de la crisis griega, la mayoría se expresó siguiendo la narrativa aceptada por los gerifaltes de la Unión, de la que Holanda es orgullosa fundadora e incondicional soporte.
Quizá lo resuman bien las palabras de un colega, profesor universitario, quien dijo algo así como que ya era tiempo de que los griegos aprendieran a hacer las cosas de manera correcta y que merecían el castigo de los recortes, dadas la corrupción, ineficiencia y despilfarro de la nación. Lo dijo así, los griegos en general, la nación, como persona colectiva, no sucesivos gobiernos liderados por personas específicas, con nombre y apellido, miembros de partidos con nombre propio y a plena luz, conocidos de todos, incluidos los funcionarios europeos que aceptaron el ingreso de Grecia en la UE, aunque tuvieran entonces, casi de seguro, las mismas ideas sobre la nación griega que parece tener mi colega todavía, y la mayoría de los holandeses.
Es bien sabido que la mente, antes que pensar, repite, usando categorías que le ahorran el laborioso proceso de discriminación y análisis que supondría el ejercicio del pensamiento, como lo entendía el griego Aristóteles al menos, y que han olvidado los jerarcas europeos, y las instituciones bancarias, si atendemos a su comportamiento de los últimos tiempos con respecto a Grecia (y a otros países, sin duda). No es de extrañar, por tanto, que hasta un miembro del estamento intelectual, encargado de transmitir conocimiento, repita estereotipos cuya validez no se ha parado a juzgar con detenimiento.
El estereotipo es claro y la narrativa, fluida, y
parecen ser los siguientes: Europa del Norte es superior ética, económica y
culturalmente, sobre todo por su moral laboral, su impecable honestidad y su
madurez de carácter, asociadas a su raigambre protestante. Europa del Sur es
inferior, entregada a los placeres solares y a la buena vida, flexible, si no
corrupta, en materia moral e ineficiente en la administración, que se entrega a
familiares, amigos y conchabados. Parte del problema es ser católicos u
ortodoxos, religiones, se sabe, con jerarquías dudosas y en las que una simple
confesión redime de pecados que un buen protestante debe afrontar solo y con
firmeza.
¿Cómo no iban a acabar mal dichos países, si siempre
han estado jodidos y han permanecido en un estado de infantilidad general? Esos
países tienen que aprender, y quién mejor para enseñarles que los países del
Norte, cuya prosperidad es prueba de su misión divina, y que la Unión Europea,
constructo sagrado y pináculo de civilización, cuyos modos de operación y
deliberación asemejan los de un conciliábulo, por el bien del alma de todos, y
que aplica la mejor forma de democracia: la de la sabiduría tecnocrática,
aureolada por la ciencia y la verdad. Los holandeses tienen una palabra para
definir esta actitud, que aceptan ellos mismos como perteneciente al carácter
nacional (otro estereotipo, pero esto es de lo que se trata, a fin de cuentas):
betutteling, del verbo betuttelen, que significa, traducido a lo
bruto (pero qué le voy a hacer, soy más sureño que los sureños europeos, del
retrasado Perú), paternalismo con el dedito estirado, dar la lección siempre, y
creerse con derecho a hacerlo por el solo hecho de ser lo que se es, y de la
nación a la que se pertenece.
Pues bien, durante los últimos meses, en los que mi
adhesión a la causa europea, por lo que tenía de idealista, de progresiva, de
cosmopolita, se ha transformado en viva animadversión, he tenido que escuchar
esta historia en mi país de residencia una y otra vez, hasta despertar en mí
deseos de formar un grupo de partisanos sureños que inicie una campaña de
secuestro de funcionarios europeos, a los que someteríamos, al estilo de La
Naranja Mecánica, a largas sesiones auditivas, pero no de música, sino de
voces repitiendo el estereotipo contrario: Los europeos del Norte son gente de
alma arrugada, carentes de sentido del humor, moralistas y cascarrabias, que
han hecho de las regulaciones y leyes un fetiche, las cuales en lugar de servir
al ser humano, son objeto de adoración y esclavitud, y que están dispuestos a
castigar a pueblos enteros por lo que hicieron unos pocos o fue consecuencia de
coyunturas internacionales.
Además, tienen poca memoria histórica, pues ni la
colonización, ni las guerras mundiales, ni Srebrenica, ni el Plan Marshall, ni
la quita de deuda masiva del que fueron beneficiarios, han aparecido mucho en
los discursos punitivos con que acosaban a Grecia, ni en los panoramas
catastrofistas con que minaban su democracia. Y para colmo, las decisiones las
toman a escondidas, favorecen a las grandes corporaciones, desmantelan el
sistema del bienestar, y exigen recortes que solo pueden significar miseria. Y
todo esto, sin pensar un carajo. Pues según nuestra idea sureña del
pensamiento, cuando una cosa no funciona y va mal, pues se analiza el problema
y se cambian las medidas, como las de austeridad, pero la forma en que se han
comportado los poderes norteños (que, no nos hagamos ilusiones, son quienes
gobiernan la Unión Europea) me recuerda lo que dijera un combatiente afgano de
los rusos que habían invadido su país en los ochenta: cuando algo sale mal,
hacen más de lo mismo, pero con más fuerza. Quizá tras sesiones paulovianas de
este tipo, y por aquello del síndrome de Estocolmo, algo empiece a cambiar en
la tambaleante Unión Europea. Lo dudo mucho, sin embargo.
Claro está, en estudios socio-psicológicos o
sociológicos del estereotipo y su funcionamiento se alude a lo que se suele
llamar kernel of truth del mismo, el grano de verdad que poseen, ya que
de lo contrario no existirían. Es cierto que los griegos no tuvieron los
mejores gobiernos y que cocinaron sus cuentas, con la benemérita ayuda de
Goldman Sachs (por lo que nadie ha sido juzgado responsable). Pero la Unión
Europa tenía que haber sabido que la administración griega era lo que era, y no
obstante, le prestaron dinero en carriles, y le vendieron a sus ultraendeudados
habitantes todo lo que pudieron. Solo para ahora imponerle medidas rechazadas
por su población, amenazarla con el infierno y ofender a cuanto objetante se
pusiera delante. Y el que escribe, escuchando esta historia un día sí y otro
también, pensando en que ahora entiendo cómo se hizo este país con territorios
tan vastos como Indonesia, cómo asesinó a todos los jefes tribales de aquel
país para hacerse con el comercio de la nuez moscada y cómo dejó a su suerte a
los hombres y jóvenes de Srebrenica, y a pesar de todo, sigue teniendo la
prensa que tiene en el extranjero, como la de un pueblo tolerante, civilizado y
valiente.
Pues los estereotipos se inscriben en lo que se ha
llamado la política de la representación, y la política en Europa en estos
tiempos es clara: neoliberalismo o muerte; corporaciones que pueden, por
trato hecho entre cuatro paredes con la Unión Europea en nuestro nombre, llevar
a juicio a gobiernos que amenazan sus ganancias, movimientos sindicales
amordazados por regulaciones centralizadas, privatización de las empresas
públicas, a mansalva o no, re-nacionalización de empresas impedida por otras
leyes, desmantelamiento de las prestaciones sociales. ¿Es esta la Europa por la
que clamaban los políticos de izquierda, “La solución a los problemas es 'Más
Europa'”? Quizá la izquierda, temerosa de ser asociada con los movimientos
fascistoides que medran en esta Europa burocrática e insensible, tenga aun
reticencia a expresarlo, pero a esta Europa hay que decirle no, Menos Europa.
Que se queden con su Europa si europeizar significa imponer medidas
anti-democráticas que condenan a un país entero a la pobreza.
El estereotipo holandés en el extranjero supone a
este país modelo de tolerancia y apertura. Algo habrá de cierto en este lugar
común, como lo demuestra (parte de) la Historia. Pero la tolerancia se acaba en
cuanto te incordian, según se ve, como lo demostró el holandés Dijsselbloom,
presidente del Eurogrupo (un grupo fantasma, sin existencia institucional, no
sujeto a responsabilidad legal alguna, y sin embargo capaz de decidir el
destino de países enteros) al dirigirse a Varoufakis por primera vez en una
reunión, cuando le dijo que tenía dos alternativas: o aceptar lo que le
ofrecían o el Caos (implicando total falta de apoyo a los bancos griegos,
salida del euro, descrédito global). Así es como se trata a los infantiles griegos,
tuve que leer en la prensa, escuchar a mis colegas, sufrir en conversaciones
informales.
O como lo hacemos nosotros, o el diluvio. Si esto sigue así, me voy para Grecia. No sé si a organizar a partisanos, pero al menos para tomar el sol, contemplar el Partenón, y recordar a Zorba el Griego y a Aristófanes, quien supo burlarse de Sócrates poniéndolo en las nubes. A ver si aparece algún otro dramaturgo heleno que ponga a los eurócratas en las nubes también. Y los haga caer de bruces en la realidad, a las buenas o a las malas.
O como lo hacemos nosotros, o el diluvio. Si esto sigue así, me voy para Grecia. No sé si a organizar a partisanos, pero al menos para tomar el sol, contemplar el Partenón, y recordar a Zorba el Griego y a Aristófanes, quien supo burlarse de Sócrates poniéndolo en las nubes. A ver si aparece algún otro dramaturgo heleno que ponga a los eurócratas en las nubes también. Y los haga caer de bruces en la realidad, a las buenas o a las malas.
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Frans van den Broek es escritor peruano-holandés.
Tiene estudios de biología y filosofía y es doctor en Letras por la Universidad
de Amsterdam. Ha publicado numerosos artículos en revistas como Claves y
Revista de Libros. Colabora habitualmente en el blog Debate Callejero.
En la actualidad, es profesor en la Hospitality Business School de La Haya.
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