jueves, 31 de marzo de 2022

Leo Strauss: De Atenas a Jerusalén.: CAYETANO ACUÑA - WACHSAM.

 Leo Strauss: De Atenas a Jerusalén.



CAYETANO ACUÑA - WACHSAM


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Por Ivana Costa13 de septiembre de 2008

Publicado en Diario Clarín - Suplemento Ñ

"La publicación, de los volúmenes que reúnen artículos, conferencias y clases del intelectual echan luz sobre la filosofía política antigua y moderna. La difusión de la obra de Leo Strauss en castellano se ve ahora estimulada por la aparición de dos volúmenes muy significativos, cruciales para comprender el marco desde el cual razona Strauss como pensador político. Se trata de los Estudios de filosofía política platónica (Amorrortu, 2008), que siguen a El renacimiento del racionalismo político clásico, publicado a fines del año pasado por la misma editorial, junto con el ensayo de Pierre Guglielmina, Leo Strauss y el arte de leer, guía para la lectura del brillante filósofo alemán.

En los años 30, Strauss debió huir de su país, como tantos grandes intelectuales judíos, y se radicó, maduró y formó a sus discípulos en Estados Unidos. Sobre el controvertido legado intelectual de Strauss y sobre los “straussianos”, a los que hasta hace poco se les adjudicaba influencia decisiva en el núcleo ideológico de la administración Bush, se han escrito muchas páginas. Pero más allá de lo que digan y hagan quienes se llaman a sí mismos “straussianos», cualquier conjetura sobre los supuestos herederos de Strauss exige tener antes una idea de en qué consiste esa herencia. 

Sin duda, el eje del legado es la revalorización que hizo Strauss del racionalismo político clásico, aliado en algunos aspectos básicos del racionalismo político moderno, pero menos ingenuo que éste en algunos casos, y en otros, claramente superior. El análisis que hizo Strauss del aristotelismo árabe y del antiaristotelismo de Maimónides (s. XII lo llevaron a afirmar, en una conferencia de 1944, que ""la filosofia medieval se distingue por un radicalismo filosófico que está ausente de la filosofía moderna, (. . .) y es, en cuanto al modo de plantearse su propia legitimidad, superior a la filosofía moderna"". 

Esta frontal reivindicación que hace Strauss del racionalismo tal como se lo entendía en tiempos clásicos proviene, por un lado, de la comprobación de la impotencia del progresismo (una de las formas más altas del racionalismo moderno) ante las devastadoras catástrofes políticas del siglo XX.

Testimonio de este desencantamiento es la respetuosa distancia que tomó Strauss del optimismo de quien había sido su maestro, Hermann Cohen: ""El suyo —decía— es un mundo anterior a la Primera Guerra. . ."" 

Por otro lado, la reivindicación de los clásicos proviene de una relectura desprejuiciada que hace Strauss de la tradición griega, y, finalmente, del análisis de las contradicciones que supone la adhesión acrítica a los valores de la Modernidad.

 Como señalaba Strauss, al objetar la interpretación en clave progresista de Platón que había publicado cierto profesor tomista en 1946, ""los adeptos de los principios modernos que son incapaces de tomar distancia crítica de estos principios y de considerarlos no a la luz de lo que es costumbre sino desde el punto de vista de sus adversarios, ya han admitido su derrota: pues muestran con su acción que la suya es una fidelidad dogmática a una posición establecida"".

Los dos libros de Strauss que presenta Amorrortu traen, cada uno, una precisa y oportuna introducción de Thomas Pangle, encargado de editar las conferencias v clases de origen heterogéneo reunidas en El renacimiento del racionalismo politico clásico; y de dar coherencia —no sin confesa perplejidad— a los Estudios de filosofía política platónica.

 El principal motivo de perplejidad obedece a que solo dos de los quince ensayos del libro están dedicados a los diálogos del filósofo de Atenas (en uno toma el Critón y la Apología de Sócrates; en otro, el Eutidemo). Los demás capítulos se ocupan de Tucídides, Jenofonte, el concepto de ley natural (""esa hija adoptiva del platonismo"", la llama Pangle), Maimónides, Nietzsche, Maquiavelo, algunos pensadores políticos contemporáneos y, sobrevolando todo, el tema omnipresente en Strauss: la relación de la filosofía a la vez con la polis y con lo religioso, la palabra revelada. Strauss estaba trabajando en este libro al morir y él eligió ese título. Pero ¿por qué lo llamó así? En el prefacio, se nos dice que Strauss ""no vivió para llegar a escribir el artículo que proyectaba sobre el Gorgias de Platón"". 

Una lástima. No sólo porque Strauss —alejado por igual de la simplificación de los manuales y de la exacerbación filológica que suele borrar el horizonte verdaderamente problemático de los textos antiguos— siempre ilumina la perdurabilidad de un argumento, de una discusión, de una singular manipulación de los géneros literarios con fines especulativos.

 Es una lástima no contar con la lectura straussiana del Gorgias, sobre todo porque en ese complejo y fascinante diálogo —donde el siempre prudente Sócrates no logra persuadir a los demás de que la justicia no puede ser sin más el poder del más fuerte— Platón reivindica el ""intelectualismo"" de su maestro pero, acaso por primera vez, se arriesga más allá hacia una zona en la cual las dificultades ya no pueden ser resueltas por la argumentación racional.

Strauss, que siempre tiende a poner de relieve el racionalismo platónico antes que la aguda desconfianza de Platón sobre el poder y alcance de la razón —algo evidente en su análisis de La República—, quizás hallara en el Gorgias signos de esa desconfianza. 

Suficientes signos como para incluir en la misma denominación de platónicos a los más geniales pensadores políticos de la historia. Suficientes signos para creer que Atenas, y no sólo Jerusalén, iluminó la certeza de que la razón, fiel guía, también engendra monstruos."





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