Las ideas de Agamben sobre la apatridia y el estatus de los refugiados se derivan de su trabajo sobre el homo sacer, la vida meramente humana o nuda. Al delinear la estructura biopolítica de excepción que captura la nuda vida, Agamben parte de la relación entre la figura del ciudadano (central para la política estatista moderna) y la condición material del ser humano, que es sobrescrita por la de ciudadanía.
Es esa relación ambigua y perjudicial entre materialidad y ciudadanía lo que quiero explorar, específicamente en el contexto del conflicto palestino-israelí y los Acuerdos de Paz palestino-israelí en un momento en que la búsqueda palestina de un Estado finalmente tomó forma en la política internacional.
Agamben's insights into statelessness and the status of refugees derive from his work on homo sacer, the merely human or bare life. In outlining the biopolitical structure of exception that captures bare life, Agamben proceeds from the relationship between the figure of the citizen (central to modern statist politics) and the material condition of being human which is overwritten by that of citizenship.
It is that ambiguous and detrimental relationship between materiality and citizenship that I want to explore, specifically in the context of the Israeli-Palestinian conflict and the Israeli-Palestinian Peace Accords at a time when the Palestinian quest for statehood finally took form in international politics.
Los griegos no tenían un único término para expresar lo que nosotros entendemos con la palabra vida. Se servían de dos términos: ‘zoé’, que expresaba el simple hecho de vivir común a todos los seres vivientes (animales, hombres o dioses) y ‘bíos’, que indicaba la forma o manera de vivir propia de un individuo o de un grupo.
Según Foucault explica en ‘La voluntad de saber’, en los umbrales de la época moderna la vida natural comienza a ser incluida en los mecanismos y en los cálculos del poder estatal y la política se transforma en biopolítica. El «umbral de modernidad biológica» de una sociedad se sitúa en el punto en que la especie y el individuo en tanto simple cuerpo viviente se vuelven la apuesta de sus estrategias políticas.
El desarrollo y el triunfo del capitalismo en particular no habría sido posible sin el control disciplinario ejercido por el nuevo bio-poder que, por así decir, creó los «cuerpos dóciles» que necesitaba a través de una serie de tecnologías apropiadas. El protagonista de este libro es la vida desnuda, es decir, la vida del homo sacer, que se puede matar y es insacrificable, y cuya función esencial en la política moderna hemos intentado reivindicar.
Una oscura figura del derecho romano arcaico, donde la vida humana se incluye en el ordenamiento únicamente en la forma de su exclusión, nos ha ofrecido la clave para develar los misterios, no sólo de los textos sagrados de la soberanía sino, más en general, de los propios códigos del poder político. Pero, a su vez, esta acepción del término sacer -quizás la más antigua- nos presenta el enigma de una figura de lo sagrado, más acá o más allá de lo religioso, que constituye el primer paradigma del espacio político de Occidente.
El proyecto filosófico ‘Homo sacer’, que Giorgio Agamben construyó a lo largo de veinte años de reflexión y escritura, es uno de los más influyentes, citados y discutidos de las últimas décadas en todo el mundo. Se compone de nueve libros en los que el pensador italiano investiga y analiza el origen, la construcción, el alcance y los usos que constituyen la maquinaria política del poder en Occidente.
El rechazo del gobierno británico a llevar a cabo este plan, junto a la aceptación judía y la negativa de los países árabes de la región a aceptarlo,[cita requerida] tuvo como consecuencia una guerra civil en el territorio del Mandato de Palestina que estalló al día siguiente de la votación del Plan, seguida de la guerra árabe-israelí de 1948 y los sucesivos enfrentamientos entre árabes y judíos que se mantienen hasta la actualidad.
Creación del plan
La Organización de las Naciones Unidas nombró un Comité Especial para Palestina con la misión de resolver la disputa entre judíos y árabes de Palestina, la UNSCOP, compuesto por representantes de once países. Para garantizar la neutralidad de este comité, se decidió que ninguna de las grandes potencias estuviera representada. Después de varios meses de auditorías y encuestas sobre la situación en Palestina, la UNSCOP emitió un informe oficial el 31 de agosto de 1947. La mayoría de los países de la comisión.
(Canadá, Checoslovaquia, Guatemala, Holanda, Perú, Suecia y Uruguay) recomendó la creación de dos estados separados, uno árabe y otro judío, con Jerusalén bajo administración internacional. Australia se abstuvo, y el resto de los países de la comisión (India, Irán y Yugoslavia) apoyó la creación de un único estado que incluyera ambos pueblos.
El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea Plenaria de la ONU —bajo presidencia del brasileño Osvaldo Aranha— votó el plan de partición recomendado por la UNSCOP, siendo el resultado final de 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones, a la vez que hizo ajustes en los límites propuestos entre los dos estados.
La partición tendría efecto a partir de la retirada de los británicos. La resolución no contemplaba ninguna disposición para ejecutar el Plan, lo cual tuvo consecuencias a la larga, ya que no fue posible aplicarla. Los Estados Unidos y la Unión Soviética estuvieron entre quienes votaron en favor de la resolución.
Entonces, cuando apenas había comenzado la descolonización de África, 57 estados eran miembros de las Naciones Unidas (actualmente son 193). El mayor bloque lo constituían los 20 estados iberoamericanos, seguido de los países árabes e islámicos (diez), los de Europa Occidental (ocho) y los comunistas (seis).
La mayoría (13) de los 20 países iberoamericanos votó a favor de la partición. Seis países se abstuvieron y solo uno (Cuba, bajo la presidencia de Ramón Grau San Martín) votó en contra.
Los diez países árabes o islámicos votaron unánimemente en contra.
Cinco estados comunistas votaron a favor de la partición, con la abstención de Yugoslavia.
Mapa de la resolución
El Comité Ad Hoc sobre la Cuestión Palestina de la Organización de las Naciones Unidas publicó un mapa original en 1947, MAP. NO. 103, UN PRESENTATION 599, como un anexo a la resolución 181 (II) —A/RES/181—, mapa que se basa en el Estudio de Palestina de edición de 1946, tal y como se indica en la parte inferior del mismo.3
Las fronteras propuestas por este comité Ad Hoc de la ONU, que debían haber entrado en vigor en 1948, se redefinieron tras el fin de la guerra árabe-israelí de 1948, que comenzó el mismo día de la retirada británica de la región. La resolución había sido aceptada por los dirigentes judíos, pero rechazada por las organizaciones paramilitares sionistas y por los árabes en su conjunto.4
Reacciones al plan
La mayoría de los habitantes judíos celebraron el plan para la creación de un estado judío, pero criticaron la falta de continuidad territorial del mismo, dividido en tres zonas separadas por vértices que lo hacían muy poco viable (y difícil de defender), al igual que el territorio asignado a los árabes.
Los líderes árabes se opusieron al plan argumentando que violaba los derechos de la población árabe, la cual en ese momento representaba el 67 % de la población total (1 237 000 habitantes), criticando además que la mayor parte del territorio (el 54 %, incluyendo el desierto del Néguev, que suponía el 45 % de la superficie de todo el país) se adjudicaba al Estado judío, que consistía en el 33 % de la población.
El Irgún de Menájem Beguin y el Leji (conocido por sus opositores como el Stern Gang), que habían luchado contra los británicos, rechazaron el Plan de Partición. Beguin advirtió que la partición no traería la paz porque los árabes atacarían el pequeño Estado de Israel, y declaró «En la guerra que está por venir tendremos que estar solos, será una guerra por nuestra existencia y nuestro futuro.»5 Afirmó también «la bisección de nuestra patría es ilegal.
Nunca será reconocida.»6 Beguin estaba convencido de que la creación de un estado judío permitiría la expansión territorial «después de derramar mucha sangre».7
Según el historiador israelí Simha Flapan, es un mito creer que los sionistas aceptaran la partición de Palestina como un compromiso, abandonaran sus ambiciones de hacerse con toda Palestina y reconocieran el derecho de los palestinos a tener su propio Estado.
Flapan afirma que sus investigaciones indican que la aceptación fue solo una maniobra táctica para impedir la creación del Estado palestino y expandir los territorios asignados al Estado judío por las Naciones Unidas.8
Apenas dos semanas después de aprobarse la resolución de la ONU, en una reunión pública celebrada el 17 de diciembre, la Liga Árabe aprobó otra resolución que rechazaba frontalmente la de la ONU y en la que advertía que, para evitar la ejecución del plan de partición, emplearía todos los medios a su alcance, incluyendo la intervención armada. La amenaza árabe, que finalmente cumplió, no tuvo ninguna respuesta por parte de Naciones Unidas.
El Reino Unido se negó a aplicar el plan de partición, argumentado que era inaceptable para las dos partes implicadas. Cuando el ministro de Asuntos Exteriores Ernest Bevin recibió la propuesta de partición, ordenó de inmediato que no se impusiera a los árabes,910 y el Plan fue arduamente debatido en el Parlamento.
El Reino Unido rechazó además compartir la administración de Palestina con las Naciones Unidas durante el periodo de transición recomendado por el plan, y abandonó Palestina el 15 de mayo de 1948,fecha en que expiraba el mandato británico y un día después de que David Ben Gurión leyese la Declaración de independencia de Israel en el Museo de Arte de Tel Aviv (adelantada un día de la salida del alto comisario británico para que no coincidiese con el sabbat).
En esa misma sesión del Consejo del Pueblo se aprovechó para derogar las leyes represivas y antiinmigratorias del Mandato Británico, que limitaban la inmigración de judíos a Palestina.
Unas semanas antes de la votación del Plan de Partición, en una entrevista publicada en el periódico egipcio Akhbar el-Yom el 11 de octubre de 1947, el secretario general de la Liga Árabe, Azzam Pachá, lanzó esta advertencia: «Personalmente, espero que los judíos no nos obliguen a la guerra, porque sería una guerra de exterminio y de terrible matanza, comparable a los estragos de los mongoles y a las Cruzadas.»11
Esta declaración ha sido a menudo fechada incorrectamente el 15 de mayo de 1948, y utilizada como prueba de que los árabes planeaban aniquilar el Estado de Israel.11
El futuro jefe de la resistencia palestina, Ahmed Shukeiri, afirma que la invasión tiene como objetivo «la eliminación del Estado hebreo» y la universidad islámica de El Cairo proclama la guerra santa contra el sionismo.
Fuera de Palestina y del mundo árabe, el nacimiento del Estado judío encontró un apoyo universalmente favorable, tanto en Occidente como en el bloque del Este. En la noche del 15 de mayo de 1948, los ejércitos de Egipto, Transjordania, Siria, Líbano e Irak cruzaron las fronteras y comenzaron la invasión del Estado de Israel. La primera guerra árabe-israelí había comenzado.
El término «Albión» es de origen celta. Sin embargo, los romanos lo asociaron al latín albus (blanco) en referencia a los acantilados de Dover, al sur de Inglaterra, de un característico color blanco, que son lo primero que se ve al aproximarse a Gran Bretaña desde el norte de Francia por vía marítima.
El adjetivo «pérfido» aplicado a Inglaterra ya se había empleado al menos desde el siglo XVII, pues fue usado también en uno de sus famosos sermones por el historiador y teólogo francés Jacques-Bénigne Bossuet, que comparaba la oposición a la fe católica con la que los britanos, aislados por sus mares, sostuvieron contra los antiguos romanos:
L'Angleterre, ah, la perfide Angleterre, que le rempart de ses mers rendait inaccessible aux Romains, la foi du Sauveur y est abordée.
Napoleón Bonaparte la popularizó durante las guerras posteriores y ha vuelto a usarse en todos los conflictos en los que ha intervenido el Reino Unido, como, por ejemplo, en la Guerra de las Malvinas. También fue una expresión empleada en la España de la posguerra para referirse a Gran Bretaña.
En la rebelión irlandesa de 1916, conocida como el Alzamiento de Pascua, se inspira una canción tradicional («Foggy Dew») que presenta a la pérfida Albión vacilante ante el ruido de los rifles al caer la negra noche:
Oh the night fell black and the rifles' crack Made perfidious Albion reel.
En el capítulo XIX del libro Bodas Reales, perteneciente a los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, se cita «que es la Inglaterra, esa puerca, ya lo sabe usted, a quien dan el mote de la pérfida Albión».
En Inés y la alegría de Almudena Grandes, en las primeras páginas del capítulo (Durante), uno de los personajes que espera ser recibido en audiencia por el caudillo se queja de que Franco reciba antes a un emisario británico: «Desde luego, es para echarse a temblar, porque si anda por medio la Pérfida Albión…».
El sionismo es una ideología y un movimiento políticonacionalista que propuso desde sus inicios el establecimiento de un Estado para el pueblo judío,1 preferentemente en la antigua Tierra de Israel (Eretz Israel).23 Dicho movimiento fue el promotor y responsable en gran medida de la fundación del Estado de Israel y, desde su consecución, se centra en la defensa y apoyo al mantenimiento de su existencia.4
El sionismo apareció en Europa central y oriental a finales del siglo xix. Su fundador en tanto que movimiento organizado fue el periodista austrohúngaro de origen judíoTheodor Herzl como respuesta a la ola antisemita que recorrió Europa en esos años, uno de cuyos exponentes fue el affaire Dreyfus.5 El movimiento tuvo como objetivo fomentar la emigración judía a Palestina y alcanzó su objetivo principal con la fundación del Estado de Israel en 1948.
El vocablo «sionismo» deriva de la palabra Sion (del hebreo: ציון, uno de los nombres bíblicos de Jerusalén). Este nombre se refiere inicialmente al monte Sion, una montaña cerca de Jerusalén, y a la fortaleza de Sion en ella. Más tarde, durante el reinado del Rey David, el término «Sion» se convirtió en una sinécdoque para referirse a toda la ciudad de Jerusalén y a la Tierra de Israel. En muchos versículos bíblicos, los israelitas fueron llamados el pueblo, hijos o hijas de Sion.
«Sionismo» fue acuñado como término por el editor austriaco de origen judío Nathan Birnbaum, fundador del movimiento estudiantil judío Kadima, en su diario Selbstemanzipation (Autoemancipación) en 1890.
Según los historiadores Walter Laqueur, Howard Sachar y Jack Fischel, entre otros, la etiqueta de «sionista» también se usa como un eufemismo para los judíos, en general, por apologistas del antisemitismo.10
Terminología
El vocablo «sionismo» deriva de la palabra Sion (del hebreo: ציון, uno de los nombres bíblicos de Jerusalén). Este nombre se refiere inicialmente al monte Sion, una montaña cerca de Jerusalén, y a la fortaleza de Sion en ella. Más tarde, durante el reinado del Rey David, el término «Sion» se convirtió en una sinécdoque para referirse a toda la ciudad de Jerusalén y a la Tierra de Israel. En muchos versículos bíblicos, los israelitas fueron llamados el pueblo, hijos o hijas de Sion.
Durante siglos existió entre los judíos de la Diáspora una gran nostalgia de origen religioso de retornar a la patria histórica del pueblo judío que, a mediados del siglo xix, comenzó a secularizarse al entrar en contacto con las grandes corrientes ideológicas europeas de la época (liberalismo, socialismo, nacionalismo).
El nacimiento del sionismo está ligado a la eclosión de los nacionalismos durante el siglo xix europeo, que tuvieron como bandera común la idea «un pueblo, un Estado» y que está en el origen del concepto de Estado-nación.
Al calor de esa idea se formaron distintos Estados europeos, surgidos del desmembramiento de los imperios o bien a través de la unificación de Estados con similares cultura e idioma (tales como Italia y Alemania). En paralelo a ese desarrollo nacionalista, atravesándolo en muchas ocasiones, se desarrolló el moderno antisemitismo.
El sionismo sostenía que los judíos eran primordialmente un grupo nacional (como los polacos o los alemanes) y no un grupo religioso (como los musulmanes o los católicos) y que, como tal, tenía derecho a crear su propio Estado en su territorio histórico.
La formulación clásica de la idea es la que hizo Theodor Herzl en su opúsculo Der Judenstaat (El Estado Judío, publicado en Berlín y Viena en 1896), que tiene como precedentes doctrinales la obra de Moses HessRoma y Jerusalén (1860) y la del médico judío ruso Leo PinskerAutoemancipación (1882), que contiene ya la consigna «Ayudaos, que Dios os ayudará».
Objetivos
Los objetivos del sionismo para combatir los dos problemas históricos fundamentales del pueblo judío, el antisemitismo y la diáspora, centrados en la creación de un estado judío, fueron puestos en práctica por la Organización Sionista Mundial (órgano político del Movimiento Sionista), fundada en 1897 en Basilea tras el Primer Congreso Sionista Mundial en ese mismo año y lugar, que reunió a 200 compromisarios y aprobó el llamado Programa de Basilea.
El plan ya estaba delimitado por el organizador del evento, el periodista austrohúngaro Theodor Herzl (1860-1904), en su libro El estado judío (1896), publicado un año antes. Por eso se le suele considerar el padre del sionismo en general, y de la rama política en particular (otras ramas son: el sionismo socialista, el sionismo revisionista, el sionismo religioso, etc.).
Movimientos de oposición (antisionismo)
El sionismo no recibió en sus comienzos –finales de siglo xix– el apoyo mayoritario de los judíos. En particular, no contó con las simpatías de la mayoría de los judíos de Europa occidental, que creyeron poder considerarse a sí mismos como ciudadanos con plenos derechos en sus respectivos países, tras los aires de emancipación y tolerancia que trajo consigo la Ilustración y el estado liberal decimonónico clásico.
La forma más exacerbada de oposición a las ideas sionistas se conoció como «integracionismo» (también llamado «asimilacionismo»), y afirmaba que el sionismo era análogo al antisemitismo, en la medida en que ambos niegan la condición de nacionales de un determinado país a los judíos. Una manifestación extrema de integracionismo es la conversión a la fe cristiana.
Un ejemplo célebre de antisionismo fue el de Edwin Samuel Montagu, ministro judío del Gobierno británico que puso muchas trabas a la redacción de la Declaración Balfour tachándola de antisemita.
El caso Dreyfus fue determinante para inspirar a Herzl, al considerar al sionismo como única solución plausible y efectiva contra el antisemitismo europeo. El impacto emocional del Holocausto convenció definitivamente a numerosos judíos asimilados, socialistas y ortodoxos, refractarios con el sionismo, que quedaban en Europa.
Resolución 3379
En 1975, en plena Guerra Fría, la Asamblea General de la ONU adoptó, por impulso de los países árabes, y con el apoyo del bloque soviético y del no alineado, la resolución 3379, de carácter declarativo y no vinculante, que consideraba al sionismo como una forma de racismo y lo hacía equiparable al apartheid sudafricano (72 votos a favor, 35 en contra y 32 abstenciones).
La alineación de los países árabes, socialistas y de aquellos pertenecientes al Movimiento de Países No Alineados respondía a la lógica de la confrontación bipolar de la Guerra Fría. Dicho voto en bloque producía una mayoría en la ONU que se organizó para condenar sistemáticamente a Israel en resoluciones como las: 3089, 3210, la 3236, la 32/40, etc.
Reconocimiento de Israel en los mundos árabe e islámico
Egipto fue el primer Estado árabe que reconoció al Estado de Israel, y los demás lo harían después de que la propia OLP reconociera el Estado judío en 1988. En la actualidad hay organizaciones palestinas que reconocen el derecho a la existencia de Israel, aunque los dos partidos mayoritarios, Hamás y Fatah, niegan a Israel ese derecho.28 Entre quienes siguen sosteniendo posiciones antisionistas están las autoridades de Irán.29
Bibliografía
Culla, Joan B. (2005). La tierra más disputada: el sionismo, Israel y el conflicto de Palestina. Alianza Editorial. ISBN84-206-4728-4.