GEOPOLÍTICA: BIELORUSIA
Del siglo IX hasta el XIII, Bielorrusia formó parte de la Rus de Kiev, el primer estado de los eslavos orientales. En el siglo XIII el país fue conquistado por Lituania.
En 1385, Lituania y Polonia firmaron el pacto de unión personal, y en 1569 el pacto de unión real (un parlamento, una política interna y externa). La nobleza de Bielorrusia aceptó la lengua polaca y el catolicismo. En la ciudad de Brest (en polaco Brześć) fue firmado el pacto de unión entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa de Polonia. Fue fundada la iglesia greco-católica.
La cultura y la lengua polaca dominaron Bielorrusia hasta el siglo XVIII y en la Bielorrusia occidental hasta 1939. Las ciudades más importantes eran Minsk y Goradnia (en polaco Grodno). Minsk fue ocupada por el Imperio ruso en 1793. En 1795, el Estado polaco-lituano fue conquistado por Rusia, Austria y Prusia.
En Bielorrusia nació Adam Mickiewicz, el poeta polaco más importante. Se lo llama "el poeta de las tres nacionalidades: polaco, lituano y bielorruso. El siglo XIX fue un periodo de desnacionalización de los bielorrusos. Los rusos destruyeron la Iglesia greco-católica.
En 1919, después de la Primera Guerra Mundial, Polonia recuperó Bielorrusia. Entretanto, después de la guerra con la Unión Soviética, perdió Minsk. Bielorrusia fue dividida por Polonia y por la Unión Soviética en 1921. En 1939 Polonia fue invadida por los alemanes y por los rusos. Los rusos se unieron a la Bielorrusia polaca, y en 1945 expulsaron a los habitantes polacos.
Bielorrusia es indepeniente desde 1991.
La Rus de Kiev (en ucraniano: Київська Русь, romanización: Kyïvska Rush, en ruso: Киевская Русь, romanización: Kíevskaya Rus) o el estado eslavo antiguo fue una federación de tribus eslavas orientales desde finales del siglo IX hasta mediados del siglo XIII, bajo el reinado de la dinastía Rúrika. Los pueblos modernos de Bielorrusia, Ucrania y Rusia reivindican a la Rus de Kiev como el origen de su legado cultural. Alcanzó su mayor extensión a mediados del siglo XI, ya que se extendía desde el mar Báltico en el norte hasta el mar Negro en el sur, y desde las cabeceras del Vístula en el oeste hasta la península de Tamán en el este, uniendo la mayoría de las tribus eslavas orientales.
La Rus de Kiev comenzó con el reinado del príncipe Oleg (r. 882–912), quien extendió su control de Nóvgorod la Grande al valle del río Dniéper con el fin de proteger el comercio de las incursiones jázaras en el este y trasladó su capital a la más estratégica Kiev. Sviatoslav I (?-972) consiguió la primera gran expansión del control territorial de la Rus de Kiev. Vladimiro el Grande (980–1015) introdujo la Cristiandad con su propio bautismo y, por decreto, a todos los habitantes de Kiev y más allá. La Rus de Kiev alcanzó su mayor extensión bajo Yaroslav I (1019–1054); sus hijos prepararon y publicaron el primer código legal escrito, la Justicia de la Rus (Rúskaya Pravda), poco después de su muerte.
El declive del Estado empezó a finales del siglo XI y durante el siglo XII, desintegrándose en varios poderes regionales rivales. Se debilitó aún más por factores económicos, tales como el colapso de los lazos comerciales de la Rus con Bizancio debido a la decadencia de Constantinopla y la subsiguiente disminución de las rutas comerciales en su territorio. El Estado cayó finalmente con la invasión mongola de 1240.
Kievan Rus
La Rus de Kiev (en ucraniano: Київська Русь, romanización: Kyïvska Rush, en ruso: Киевская Русь, romanización: Kíevskaya Rus) o el estado eslavo antiguo fue una federación de tribus eslavas orientales desde finales del siglo IX hasta mediados del siglo XIII, bajo el reinado de la dinastía Rúrika. Los pueblos modernos de Bielorrusia, Ucrania y Rusia reivindican a la Rus de Kiev como el origen de su legado cultural. Alcanzó su mayor extensión a mediados del siglo XI, ya que se extendía desde el mar Báltico en el norte hasta el mar Negro en el sur, y desde las cabeceras del Vístula en el oeste hasta la península de Tamán en el este, uniendo la mayoría de las tribus eslavas orientales.
La Rus de Kiev comenzó con el reinado del príncipe Oleg (r. 882–912), quien extendió su control de Nóvgorod la Grande al valle del río Dniéper con el fin de proteger el comercio de las incursiones jázaras en el este y trasladó su capital a la más estratégica Kiev. Sviatoslav I (?-972) consiguió la primera gran expansión del control territorial de la Rus de Kiev. Vladimiro el Grande (980–1015) introdujo la Cristiandad con su propio bautismo y, por decreto, a todos los habitantes de Kiev y más allá. La Rus de Kiev alcanzó su mayor extensión bajo Yaroslav I (1019–1054); sus hijos prepararon y publicaron el primer código legal escrito, la Justicia de la Rus (Rúskaya Pravda), poco después de su muerte.
El declive del Estado empezó a finales del siglo XI y durante el siglo XII, desintegrándose en varios poderes regionales rivales. Se debilitó aún más por factores económicos, tales como el colapso de los lazos comerciales de la Rus con Bizancio debido a la decadencia de Constantinopla y la subsiguiente disminución de las rutas comerciales en su territorio. El Estado cayó finalmente con la invasión mongola de 1240.
Kievan Rus
La Comunidad Polaco-Lituana.
La Unión de Lublin de 1569 constituyó la Mancomunidad polaco-lituana como un sujeto influyente en la política europea y el estado multinacional más grande de Europa. Mientras que Ucrania y Podlaskie quedaron sujetos a la corona polaca, el actual territorio de Bielorrusia se consideraba aún como parte de Lituania. El nuevo sistema de gobierno fue dominado por la más densamente poblada Polonia, que tenía 134 representantes en el Sejm, en comparación con 46 representantes del Gran Ducado de Lituania. Sin embargo, el Gran Ducado de Lituania mantiene mucha autonomía, y se rige por un código separado de leyes llamado los Estatutos de Lituania, que codifica tanto los derechos civiles y como los de propiedad. Maguilov fue el mayor centro urbano del territorio de la actual Bielorrusia, seguido de Vítebsk, Pólatsk, Pinsk, Slutsk, y Brest, cuya población supera 10.000. Además, Vilna (Vilnius), la capital del Gran Ducado de Lituania, también tenía una población rutena significativa.
Con el tiempo, el patrón étnico no había evolucionado mucho. A lo largo de su existencia como una cultura independiente, los rutenos formaron en su mayoría la población rural, con el poder en manos de personas de etnia lituana, polaca o rusa. Al igual que en el resto de Europa Central y Oriental, la industria y el comercio estaban monopolizados principalmente por Judíos, que formaron una parte importante de la población urbana. Desde la Unión de Horodlo de 1413, la nobleza local fue asimilada en el sistema de clanes tradicionales mediante el procedimiento formal de aprobación por la szlachta (nobleza polaca). Inicialmente, en su mayoría ortodoxos rutenos, con el tiempo la mayor parte de ellos se "polonizaron". Esto se ajusta a las familias magnates más importantes, cuya fortuna personal y las propiedades a menudo superaron a los de las familias reales y eran lo suficientemente grandes como para ser considerados un estado dentro de otro estado. Muchos de ellos fundaron sus propias ciudades y establecieron en ellas colonos de otras partes de Europa. De hecho hubo escoceses, alemanes y holandeses habitando las grandes ciudades de la zona, así como varios artistas italianos que habían sido "importados" a las tierras de la actual Bielorrusia por los magnates.
La unión entre Polonia y Lituania concluyó en 1795, y los territorios bielorrusos que formaban parte de la República de las Dos Naciones se dividieron entre la Rusia Imperial, Prusia y Austria.1 Los territorios bielorrusos fueron adquiridos por el Imperio Ruso durante el reinado de Catalina II,2 y permanecieron en esa condición hasta su ocupación por el Imperio alemán durante la Primera Guerra Mundial.
Durante las negociaciones del Tratado de Brest-Litovsk, Bielorrusia primero declaró su independencia el 25 de marzo de 1918, hecho que dio lugar a la formación de la República Nacional Bielorrusa. Los alemanes apoyaron a la nueva república, que duró aproximadamente diez meses.4 Poco después de la derrota de los alemanes, la nueva república cayó bajo la influencia de los bolcheviques y el Ejército Rojo y se creado la República Socialista Soviética en 1919.4 Después de la ocupación rusa de la Lituania oriental y septentrional, se fusionó a Bielorrusia con los territorios antes mencionados, formando la República Socialista Soviética Lituano-Bielorrusa. Las tierras de Bielorrusia se dividieron entre Polonia y la Unión Soviética después de la Guerra Polaco-Soviética, que terminó en 1921, y la República Socialista Soviética de Bielorrusia fue recreada y se convirtió en miembro fundador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1922.4 Al mismo tiempo el sector oeste bielorruso siguió estando ocupado por Polonia.5 6
Un conjunto de reformas agrícolas dio lugar a la colectivización soviética en Bielorrusia, proceso que se inició en la década de 1920. Un proceso de rápida industrialización se llevó a cabo durante la década de 1930, siguiendo el modelo soviético de planes quinquenales.
Mapa de la República Socialista Soviética de Bielorrusia, del año 1940.
En 1939, el territorio oeste de la Bielorrusia moderna que Polonia había recibido de los soviéticos en conformidad con el Tratado de Riga dos décadas antes, se anexó a la República Socialista Soviética de Bielorrusia.7 8 9 10 11 12 El área era una parte de los territorios polacos anexionados por la Unión Soviética como resultado del Pacto Molotov-Ribbentrop y de la invasión soviética de Polonia de 1939.13 La decisión fue tomada por el Soviet, que controlaba el Consejo Popular de Bielorrusia, el 28 de octubre de 1939 en Białystok.
La Alemania nazi invadió a la Unión Soviética en 1941, dando lugar a que la República Socialista Soviética de Bielorrusia fuese el primer escenario de la Operación Barbarroja. La fortaleza de Brest en Bielorrusia, al oeste del país, recibió uno de los más feroces golpes de apertura de la guerra, pero por su defensa notable ha sido recordada como un acto de heroísmo en la lucha contra la agresión alemana. Estadísticamente, Bielorrusia fue la república soviética más castigada en la guerra, ya que permaneció en manos de los nazis hasta 1944. Durante ese tiempo, los alemanes lograron destruir 209 de las 290 ciudades de la república, el 85% de la industria de la república y más de un millón de edificios.
Partisanos soviéticos detrás de las líneas de frente alemanas, Bielorrusia, 1943.
Se estima que entre dos y tres millones de personas fueron asesinadas o murieron a causa de la guerra (alrededor de un cuarto a un tercio de la población total), mientras que la población judía de Bielorrusia fue aniquilada durante el Holocausto y nunca se recuperó.14 15 La población bielorrusa no volvió a recuperar su nivel anterior a la contienda hasta el año 1971. Después de la guerra, Bielorrusia fue oficialmente uno de los 51 países fundadores de la Carta de las Naciones Unidas en 1945. La reconstrucción posterior a la intensa guerra se inició rápidamente. Durante este tiempo, la RSS de Bielorrusia se convirtió en un importante centro de fabricación en la región occidental de la URSS y aumentaron los puestos de trabajo, lo que provocó la llegada de rusos étnicos a la República. Las fronteras de Bielorrusia y Polonia se volvieron a dibujar en un punto conocido como la Línea Curzon.
Iósif Stalin puso en práctica una política de sovietización que consistía en aislar a la RSS de Bielorrusia de influencias occidentales. Esta política incluía el envío de personas de diversas nacionalidades de la Unión Soviética para colocarlos en posiciones claves en el gobierno de la República Socialista Soviética de Bielorrusia. El uso oficial del idioma bielorruso y la gran mayoría de los aspectos culturales fueron limitados por Moscú. Después de la muerte de Stalin en 1953, el sucesor de Nikita Jruschov continuó con este programa. La RSS de Bielorrusia estuvo muy expuesta a la lluvia radiactiva de la explosión de la central nuclear de Chernóbil en la vecina República Socialista Soviética de Ucrania en 1986. En junio de 1988 en el sitio rural de Kurapaty cerca de Minsk, el arqueólogo Zianon Pazniak, líder del Partido Conservador Cristiano las BPF, descubrió fosas comunes que contenían unos 250.000 cuerpos de las víctimas ejecutadas entre 1937-1941.Algunos nacionalistas consideran que este descubrimiento es la prueba de que el gobierno soviético estaba tratando de borrar la cultura y el pueblo bielorrusos, haciendo que los nacionalistas bielorrusos de a poco buscaran separarse de la Unión Soviética.
https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_Bielorrusia
Geopolítica
Los países occidentales todavía no han sido capaces de separar a Bielorrusia de Rusia, opina el embajador ruso en el vecino país, Alexandr Súrikov.
"Las acciones de Occidente en el frente ucraniano y en el bielorruso son acciones antirrusas. Y nosotros entendemos que los siguientes esfuerzos van a estar dirigidos hacia Bielorrusia o incluso ya lo están. Se ve como las distintas delegaciones frecuentan aquí. Nosotros lo estamos observando y entendemos que hoy en día Occidente no es capaz de separar a Bielorrusia de Rusia", dijo el diplomático ruso a la agencia Sputnik.
Aunque Súrikov declaró que estos esfuerzos causan bastante preocupación en Rusia, también subrayó que "viendo los ejemplos de Ucrania y Moldavia, Bielorrusia no está lista para echarse a los brazos de Occidente".
El presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, y Vladímir Putin, su homólogo ruso
© SPUTNIK / EKATERINA SHTUKINA
Lukashenko: "Putin y yo somos hermanos carnales"
El 2 de abril se celebra el Día del Hermanazgo de los pueblos ruso y bielorruso. Precisamente, este mismo día en 1996, los presidentes de Rusia y Bielorrusia, Borís Yeltsin y Alexandr Lukashenko respectivamente, firmaron en Moscú el acuerdo sobre la creación de la Comunidad de Rusia y Bielorrusia.
¿Quiere Bielorrusia seguir los pasos de Ucrania? "Juega a un juego muy peligroso con EEUU"
El actual presidente de Rusia, Vladímir Putin, felicitó a su homólogo bielorruso con motivo de esta fiesta y destacó los importantes resultados que han podido ser conseguidos a través de la colaboración integradora en el ámbito político y económico, entre otros.
MOLDAVIA
En el mapamundi, Moldavia puede dar la impresión de estar forcejeando con Ucrania y Rumania para que la dejen beber, aunque sólo sea un poco, de las aguas del mar Negro. En realidad, este país sin litoral es uno de los más pobres del continente europeo. De ahí que suela brillar por su ausencia en la agenda de los políticos occidentales de alto rango, incluidos los comunitarios.
De hecho, de los cancilleres alemanes, Angela Merkel es la primera en poner pies en territorio moldavo. Este miércoles (22.8.2012), la mujer fuerte de Berlín viajó a su capital, Chisinau, para celebrar dos décadas de relaciones diplomáticas entre Alemania y Moldavia, y para mediar en el conflicto moldavo-transnistrio, uno de cuyos hitos también está por cumplir veinte años.
Alemania considera a Moldavia como un país ejemplar de entre los que conforman la Asociación Oriental; ese es el nombre que Bruselas le dio a un grupo de ex repúblicas soviéticas –Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Georgia y Ucrania– con las que la Unión Europea buscar estrechar vínculos. Pero a Berlín le siguen preocupando las viejas tensiones entre Chisinau y Tiráspol.
La crisis moldavo-transnistria
Manfred Grund CDU Bundestagsabgeordneter
El director del Foro Germano-Moldavo, el diputado democristiano Manfred Grund.
Tiráspol es la capital de la autoproclamada República de Transnistria; una franja de aproximadamente 50 kilómetros cuadrados de superficie, ubicada en la costa oriental del río Dniéster, que se separó de Moldavia en 1992. En aquel momento, los transnistrios de habla rusa prefirieron enfrentarse con el Gobierno de Chisinau antes que tolerar el acercamiento entre Moldavia y Rumania.
Desde el punto de vista del derecho internacional, los 500.000 habitantes de Transnistria siguen perteneciendo a la población de Moldavia. Pero, en la práctica, esa región económicamente deprimida continúa manteniendo una relación más cercana con Rusia: Moscú le brinda auxilio financiero cambio de que Transnistria le permita estacionar sus tropas en su territorio.
Desde junio de 2010, cuando Merkel y el otrora presidente ruso, Dmitri Medvedev, acordaron cooperar para solucionar la crisis moldavo-transnistria, Alemania viene propiciando el diálogo entre Chisinau y Tiráspol con relativo éxito: en marzo de 2012 se comprometieron a reactivar la comunicación ferroviaria para que Moldavia puede transportar mercancía hacia el puerto ucraniano de Odesa.
En junio de 2012, por segunda vez en el lapso de un año, las partes en discordia volvieron a negociar en suelo germano. El director del Foro Germano-Moldavo, el diputado democristiano Manfred Grund, confía en que cambios políticos recientes –la elección de nuevos jefes de Gobierno tanto en Moldavia como en Transnistria– traerán progresos en las relaciones bilaterales.
Autores: Roman Goncharenko / Evan Romero-Castillo
Editor: Pablo Kummetz
https://www.dw.com/es/merkel-en-moldavia-geopol%C3%ADtica-en-europa/a-16183952
¿PUEDE BIELORRUSIA MANTENER UN EQUILIBRIO REAL ENTRE RUSIA Y OCCIDENTE?
Autor: Arkady Moshes, Instituto Finlandés de Asuntos Internacionales
Resumen:
La anexión de Crimea en 2014 despertó la preocupación de Bielorrusia, que temió por su soberanía frente a una Rusia cada vez más intervencionista.
Pese al continuado autoritarismo de Lukashenko, la UE decidió levantar las sanciones contra su régimen, esperando incentivar una orientación geopolítica más prooccidental y menos prorrusa.
Sin embargo, sería prematuro afirmar que Bielorrusia ha encontrado una posición equidistante entre Rusia y Occidente, ya que todavía es incapaz de superar su excesiva dependencia de Moscú.
Palabras clave: Bielorrusia, Rusia, UE, Occidente
MINSK Y MOSCÚ: UNA RELACIÓN INCÓMODA
Antes de la crisis de Ucrania, el régimen de Minsk disfrutaba de una posición bastante cómoda en su política exterior hacia Moscú. Por un lado, Bielorrusia se presentaba como el aliado más cercano de Rusia, un baluarte frente a la OTAN, y un miembro decidido de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) liderada por Rusia. Como parte del Estado Unido de Rusia y Bielorrusia —un marco cuasi-confederal de reintegración postsoviética, creado en 1999—, Bielorrusia recibía energía barata, asistencia económica masiva y un acceso privilegiado al mercado ruso. Por otra parte, Minsk contradecía a menudo los deseos aparentes de Moscú. Bielorrusia mantuvo el control sobre sus principales recursos económicos, en lugar de transferirlos a entidades rusas. También conservó unas relaciones estrechas con Georgia incluso en los momentos de mayor conflicto ruso-georgiano, y se negó a seguir el ejemplo de Rusia reconociendo la independencia de los territorios separatistas de Abjasia y Osetia del Sur. En 2009, Bielorrusia se unió a la Asociación Oriental de la UE pese a la actitud extremadamente negativa de Moscú hacia esta iniciativa.
La situación no cambió de forma notable ni siquiera después de las elecciones presidenciales de 2010 en Bielorrusia, que fueron seguidas por una represión brutal contra la oposición; a lo que la UE y EE.UU. respondieron imponiendo sanciones individuales contra funcionarios del régimen. Moscú prefirió no aprovechar el empeoramiento de relaciones entre Bielorrusia y Occidente para extraer más concesiones de Minsk; sino que, por el contrario, continuó prestándole apoyo.
Existen varias explicaciones. El Kremlin necesitaba la participación de Bielorrusia para crear la Unión Aduanera —después Unión Económica— Eurasiática (EEU), uno de los instrumentos principales de la política rusa hacia el espacio postsoviético. Moscú y Minsk pertenecían a la misma comunidad de valores, que rechazaba la democracia liberal, compartía el temor a las protestas ciudadanas en las calles, y tendía a percibirlas como resultado de una “conspiración occidental”. Por si esto fuera poco, incluso si Moscú hubiera querido reemplazar a Alexander Lukashenko —líder de Bielorrusia desde 1994— por alguien más de su agrado mediante unas elecciones, habría tenido pocas posibilidades de conseguirlo. Lukashenko gozaba de un control firme del país, entre otras razones porque había logrado neutralizar con éxito cualquier posible oposición, incluida la prorrusa. Además, un conflicto prolongado y público con Lukashenko podría también ser contraproducente dentro de Rusia, donde el presidente bielorruso era popular con sus esfuerzos por preservar un sistema económico y de bienestar igualitario, al estilo soviético.
Sin embargo, la anexión rusa de Crimea cambió las reglas del juego para las relaciones ruso-bielorrusas. El reconocimiento formal de la integridad territorial de otros países por parte de Moscú ya no garantizaba que no fuesen a aparecer “educados hombres de verde”, como los soldados rusos que ocuparon Crimea. Si el régimen de Minsk quería defender ahora su poder dentro de Bielorrusia, debía preocuparse seriamente por el revisionismo de Rusia hacia Ucrania; y, en consecuencia, comenzar a proteger la soberanía de su país frente a la posible amenaza de su gran vecino del este.
Por esta razón, Minsk se apresuró a distanciarse de Moscú con respecto a la cuestión de Crimea, reconociendo la anexión de facto pero no de iure[1]; y se convirtió en el lugar de las negociaciones para el arreglo del conflicto en el este de Ucrania. Finalmente, al igual que los demás socios de Rusia en la EEU, Bielorrusia consiguió permanecer fuera de las sanciones económicas recíprocas entre Rusia y Occidente. Es más: se convirtió, supuestamente, en una ruta para el contrabando de productos occidentales hacia Rusia.
La UE recompensó a Minsk por esta actitud, priorizando así la geopolítica sobre los valores. Los contactos diplomáticos se intensificaron rápidamente. En febrero de 2016 se levantaron las sanciones de la UE contra el régimen, aunque no se habían cumplido en su totalidad las condiciones establecidas en un principio sobre liberalización política interna. En mayo de 2016, el viaje a Italia de Lukashenko —que antes tenía prohibido viajar a la UE— simbolizó este nuevo periodo en las relaciones.
¿SE AVECINA UN REEQUILIBRIO?
Entre los expertos ya es habitual hablar del “viraje de Lukashenko hacia Occidente” y “los equilibrismos de Bielorrusia”, despertando preocupaciones entre algunos y esperanzas en otros. Sin embargo, desde el punto de vista de este autor, emplear esta terminología aplicándola a Bielorrusia es como mínimo prematuro, si no completamente incorrecto. Aunque es muy lógico asumir que a Minsk le gustaría superar su excesiva dependencia de Moscú y explorar las posibilidades de encontrar nuevas fuentes para sostener el modelo económico y político de su país —esta vez, en Occidente—, es cuestionable en qué medida puede hacerlo.
Existen cuatro problemas fundamentales que limitan seriamente el margen de maniobra de Bielorrusia:
En primer lugar, Bielorrusia se ha hecho totalmente dependiente de la ayuda económica rusa. Sólo en cuanto a subsidios en el petróleo, se calcula que Bielorrusia ha recibido de Rusia unos 40.000 millones de dólares desde 2000. Contando todos los subsidios energéticos, incluyendo el precio más favorable del gas, se ha alcanzado la cifra de 72.000 millones de dólares en 2000-2015, de acuerdo con algunos cálculos. Además, Minsk recibe préstamos directos del Estado ruso y asistencia macroeconómica de la Unión Económica Eurasiática, lo cual no sería posible sin el consentimiento ruso.
En marzo de 2016, el Banco Eurasiático de Desarrollo —una institución de la EEU— acordó conceder a Bielorrusia un préstamo de 2.000 millones de dólares en 2016-2018, de los cuales 800 millones llegaron en 2016. Moscú es ciertamente consciente de su influencia económica, y ya no rehúye utilizarla. Por ejemplo, en la segunda mitad de 2016, Moscú redujo los suministros de crudo a Bielorrusia desde 12 a 6,5 millones de toneladas; lo que inmediatamente causó unas pérdidas para la segunda de 1.500 millones de dólares en ingresos de la exportación.
Para ser justos, Moscú tuvo que tomar esta medida para compensar el rechazo de Minsk a pagar el precio completo del gas que se había acordado, que en enero de 2017 representaba una deuda de 550 millones de dólares. En resumen: para un país que actualmente tiene un PIB de 47.000 millones de dólares, estas cifras parecen colosales.
En segundo lugar, Bielorrusia está integrada militarmente con Rusia. La nueva Doctrina Militar bielorrusa, aprobada en julio de 2016, describe una política militar de coalición, un espacio de defensa conjunto con Rusia, y el grupo regional de fuerzas de la Federación Rusa y la República de Bielorrusia. Rusia cuenta con instalaciones militares en Bielorrusia. La cooperación práctica en el entrenamiento y los suministros de material es muy activa. Las próximas maniobras a gran escala Zapad (Occidente), que se realizan cada dos años, tendrán lugar en Bielorrusia en septiembre de 2017; una señal de que no debe esperarse ningún cambio de política.
No es sorprendente que la OTAN considere a los dos países como “un todo” desde el punto de vista militar, según declaró el ministro de Defensa de Lituania Linas Linkevicius. Se recuerda a menudo, y debe hacerse, que Minsk rechazó la petición de Moscú en 2015 para abrir una nueva base aérea. Pero, al mismo tiempo, los pilotos rusos practican regularmente en el espacio aéreo bielorruso; y el consenso entre los expertos militares es que la inexistencia formal de la base no impediría un rápido despliegue de aviones rusos a Bielorrusia si fuese necesario.
En tercer lugar, Rusia posee un “poder blando” considerable en Bielorrusia. Esto no se explica únicamente por la proximidad cultural y lingüística, o por la influencia de los medios rusos en Bielorrusia, aunque este factor tampoco debe ignorarse: incluso según datos oficiales, el 65% del contenido de los medios bielorrusos procede de Rusia. Lo que es, quizás, aún más importante es que Lukashenko ha fomentado el sentido de pertenencia de Bielorrusia al “mundo ruso” a lo largo de todo su periodo en el poder, incluso a costa de relegar el idioma y la cultura bielorrusos; y ha alabado la relación de “hermandad” con Rusia.
Aunque las orientaciones geopolíticas de los bielorrusos son volátiles y cambian con frecuencia, según una encuesta del Belarus Analytical Workshop —con sede en Varsovia— en diciembre de 2016, el 65% de los bielorrusos preferiría vivir en una unión con Rusia; aunque, y esto es importante, no como miembros de un mismo Estado. Sólo el 19% preferiría formar parte de una hipotética unión con Europa.
Finalmente, Occidente en general y la UE en particular están moderando sus ambiciones regionales. A la vista de que no existe ninguna perspectiva de futuro ingreso de Bielorrusia en la UE, los Estados Miembros son reacios a una política de condicionalidad que necesite una financiación significativa. La política occidental se ha convertido en burocrática, procedimental y no estratégica. Se canaliza a través de “asociaciones” y “diálogos” ambiguos. Es de suponer que Occidente preferiría evitar ahora un nuevo enfrentamiento geopolítico con Rusia, esta vez en torno a Bielorrusia.
Por otra parte, la actual aproximación entre la UE y Bielorrusia tampoco se basa en la confianza mutua. Ambas partes comprenden que Minsk no busca una interacción basada en valores, y aunque puede tener que aceptar algunas mejoras cosméticas en el ámbito interno, no está preparada para acometer reformas del sistema. Existe también una memoria institucional de la UE que recuerda el anterior acercamiento de 2008-2010, el cual parecía muy prometedor al principio, pero terminó con la vuelta del régimen a sus políticas represivas. Este recuerdo no deja mucho espacio para nuevas ilusiones.
PERSPECTIVAS FUTURAS
Todas estas deficiencias deberían resolverse antes de que fuera posible un verdadero equilibrio de Bielorrusia entre Rusia y Occidente. El problema es que esto necesitaría de mucho tiempo y esfuerzo, así como del compromiso tanto del régimen de Minsk como de Occidente, lo cual ahora es muy dudoso.
Para reducir la dependencia económica de Bielorrusia respecto de Rusia, haría falta realizar reformas liberalizadoras; pero las dificultades asociadas con éstas debilitarían el apoyo social al régimen.
Como se puede comprobar en el caso de Ucrania, la condicionalidad del FMI puede ser muy dura, y no puede esperarse ninguna ayuda a cambio de meras palabras. Tanto un intento de retirarse formalmente de la alianza militar con Rusia como una reducción gradual de la cooperación militar —lo que haría dudar a Moscú de la lealtad de Bielorrusia— podrían desencadenar un escenario en el que Lukashenko fuera desalojado del poder por el Kremlin.
Para contrarrestar la influencia del poder blando de Rusia, el régimen tendría no sólo que encontrar una ideología común con la oposición nacional-democrática —lo que sería posible en torno a las ideas de soberanía e independencia—, sino también que darles la oportunidad de difundir sus opiniones. Esto representaría un nuevo desafío para el régimen. Incluso si todo esto se llevase a cabo, Occidente puede seguir siendo reacio a —o incapaz de— aportar los recursos diplomáticos y económicos necesarios para rescatar a un régimen que hasta hace poco era conocido como “la última dictadura de Europa”.
Por otra parte, debe quedar claro que el régimen bielorruso está en una situación económica muy difícil. Entre 2014 y 2016, el PIB de Bielorrusia medido en dólares cayó en un 40%, hasta niveles de 2007. Sólo en 2017, vencen deudas por valor de 3.400 millones de dólares; mientras que las reservas de oro y divisas en enero de este año son inferiores a 5.000 millones. El debate sobre un posible default ha comenzado.
En estas circunstancias, nos guste o no, la tentación de buscar ayuda en Rusia será demasiado fuerte para Lukashenko. Puede que el nuevo acuerdo sea menos beneficioso para Minsk de lo que ellos querrían, exigiéndoles dolorosas concesiones para mostrar su completa lealtad. Sin embargo, el trato proporcionaría al régimen de Lukashenko la oportunidad de sobrevivir por ahora, y apuntarse una nueva victoria contra el tiempo. En comparación con esto, cualquier intento de adoptar una posición más equidistante entre Rusia y Occidente sería una estrategia mucho más arriesgada.
NOTAS
[1] No obstante, aquí son importantes los matices. En marzo de 2014 y diciembre de 2016, Bielorrusia votó lo mismo que Rusia en la Asamblea General de Naciones Unidas: en el primer caso, negándose a expresar apoyo a la integridad territorial de Ucrania en las fronteras internacionalmente reconocidas, y en el segundo, rechazando el término “la Crimea ocupada”. Ambas resoluciones fueron adoptadas por la Asamblea General, pero esto demuestra que la posición bielorrusa está mucho más próxima a la rusa de lo que tanto Minsk como sus socios occidentales estarían dispuestos a admitir.
https://geurasia.eu/puede-bielorrusia-mantener-equilibrio-real-rusia-occidente/
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