La lucha de clases en la sociedad mundial
Joan Albert Vicens
¿Se puede hablar aún de lucha de clases en el sentido que 
este concepto ha tenido para la izquierda en las décadas anteriores?
 ¿Es
 que el naufragio que han padecido las izquierdas se llevó al mar de los
 anacronismos la teoría de las clases, hasta hace unos años la 
piedra angular de cualquier discurso de izquierda acerca de la 
coyuntura, las estrategias y los objetivos de la acción transformadora?
 ¿Podemos hablar de lucha de clases en el contexto de la sociedad 
mundial, donde se contraponen claramente los intereses de los 
trabajadores de una parte y otra del planeta?
En las páginas que siguen 
intentaremos mostrar que sólo se podrá conceptualizar con rigor el 
evidente conflicto de intereses entre los pobres y los privilegiados de 
la sociedad mundial a partir de un nuevo marco teórico donde se 
redefinan los conceptos de clase social, explotación, sociedad e 
historia.
1.- Praxis abandonada, teoría caduca.
El Manifiesto Comunista de Marx y Engels comienza con una afirmación teórica: "Toda la historia humana es, hasta el día, una historia de lucha de clases" y acaba con una llamada a la acción revolucionaria: "¡Proletarios de todos los países uníos!". No es extraño. El marxismo es una teoría de la sociedad y de la historia estrechamente vinculada a una praxis revolucionaria que pretendía la superación del capitalismo y la construcción de una sociedad sin clases.
Para muchos, el hundimiento del bloque socialista, la expansión 
mundial del capitalismo y el abandono generalizado de las estrategias de
 lucha inspiradas hasta ahora en la tópica marxista deben comportar 
también el descrédito definitivo del grueso de las teorías marxistas y 
entre ellas la doctrina central de la lucha de clases.
Desde el bando liberal lo sucedido confirma el carácter quimérico del marxismo y, según escribe M. Vargas Llosa, la
 idiotez incurable de quien continúe manteniendo las principales tesis marxistas
1.
 
Por otro lado, en la izquierda latinoamericana antaño 
revolucionaria se consolidan tendencias socialdemócratas que, habiendo 
renunciado a la lucha armada y a la idea de revolución, prefieren 
reconocer -como hace el ex-dirigente guerrillero salvadoreño Joaquín 
Villalobos- las virtudes del mercado y la necesidad del derecho a la 
acumulación como principal inductor de la producción de riqueza, base 
material para una posterior redistribución
2.
 Desde esta perspectiva reformista, la izquierda debe optar sin 
complejos por los agentes económicos capaces de crear riqueza 
(empresarios, multinacionales...) en detrimento de las clases más 
débiles (desempleados y marginados), y debe plantearse el objetivo no ya
 de sustituir el capitalismo sino de atemperarlo mediante políticas 
sociales redistributivas al estilo de las socialdemocracias europeas. 
Este, se supone, es el camino más realista y más prometedor para la 
izquierda; es más, hay quien asegura que los valores de la 
socialdemocracia que esgrime esta nueva izquierda van impregnando 
paulatinamente las declaraciones y algunas de las actuaciones de los 
mismos gobiernos y las instituciones (Banco Mundial, FMI...) que hasta 
hace poco sólo sabían de crudo neoliberalismo: "las ideas de la 
izquierda comienzan a remontar la cuesta de la hegemonía cultural en 
América Latina (...) Lo más probable es que las ideas de la izquierda 
avancen aunque sus resultados electorales permanezcan insuficientes para
 permitirle dirigir un gobierno", escribe Jorge Castañeda
3. Es como si el nuevo discurso estuviera triunfando incluso en el corazón del adversario.
 
2.- Algunas objeciones a la teoría marxista de las clases sociales.
La teoría de las clases forma parte del núcleo del marxismo a
 pesar de que no encontramos en Marx una doctrina inequívoca sobre las 
clases sociales.
4 A menudo Marx explica que lo que da 
contenido
 a una clase social es la posición compartida por muchos en el sistema 
productivo, un estilo de vida, una cultura, unos intereses comunes; 
otras veces añade que lo que constituye 
formalmente una clase social es la 
conciencia
 de poseer en común tal lugar en el sistema productivo, tal género de 
vida, cultura e intereses. Sin embargo, lo específico del análisis 
marxista no está en el reconocimiento del carácter clasista de la 
sociedad capitalista y de otros sistemas sociales, sino en la 
conceptualización del sistema de clases como 
lucha inevitable entre explotadores y explotados y en el uso del concepto de 
lucha de clases como la clave de explicación de todos los dinamismos sociales.
 
Según Marx las clases sociales aparecen cuando la división del 
trabajo permite un incremento significativo de la producción y, con 
ello, se da la posibilidad de que una minoría se apropie de los 
excedentes y de los medios de producción.. Esa minoría de propietarios 
establece con el resto de los productores una relación de explotación 
que, en el capitalismo, adquiere su máxima crudeza. El burgués se hace 
con las plusvalías generadas por el trabajo obrero; el obrero se aliena 
en su trabajo de la manera más absoluta: el objeto de su trabajo no le 
pertenece, el trabajo no tiene nada de creación personal, no dignifica 
al obrero sino que lo va destruyendo corporal y espiritualmente, no le 
proporciona nada más que los medios de sobrevivir con el fin de 
continuar trabajando para otro; en el capitalismo la vida del obrero tan
 sólo es un 
gasto de la producción que hay que intentar ajustar siempre a la baja
5.
 Por todo ello, capitalista y obrero se definen el uno por oposición al 
otro, uno gana lo que el otro pierde, sólo pueden existir luchando el 
uno contra el otro.
 
El análisis de la forma en que se desarrolla la lucha de clases 
en la sociedad capitalista le permite a Marx realizar unas previsiones 
sobre el desarrollo futuro del capitalismo: debía producirse, según él, 
la máxima polarización del sistema de clases, la mayor concentración y 
centralización de la propiedad y la consiguiente depauperización de las 
masas obreras, agudizada por las crisis periódicas que sacuden el 
mercado capitalista. Esos fenómenos debían favorecer el desarrollo de 
una conciencia revolucionaria entre el proletariado y el estallido 
revolucionario que diera lugar a una sociedad sin clases. Según Marx, 
era en los países de capitalismo maduro (los más 
industrializados, los más polarizados socialmente, con una clase obrera 
más amplia, sensibilizada y organizada...) donde se darían las 
condiciones idóneas para una revolución proletaria.
Sin necesidad de esperar a la hecatombe socialista, muchos 
estudiosos de la realidad social ya cuestionaron hace tiempo la validez 
de todas estas previsiones en lo que respecta al capitalismo 
desarrollado (neo-capitalismo) de la segunda mitad del siglo XX. 
Referimos las objeciones más interesantes para nuestro tema:
1ª) Marx había puesto en la propiedad privada el fundamento del 
sistema de clases. Pero resulta que en la sociedad que emerge de la 
segunda gran revolución tecnológica el poder efectivo ya no está 
claramente en manos de los propietarios de las empresas -la multitud 
cambiante de accionistas privados e institucionales- , y ni siquiera de 
los gerentes, sino de los técnicos, los que disponen del conocimiento y 
la información
6.
 
2ª) La teoría marxista pronosticaba que la maduración del 
capitalismo comportaría la simplificación máxima del sistema de clases, 
reducido a la mera oposición entre burguesía y proletariado. Las 
llamadas clases subalternas (las clases medias, las clases residuales 
del sistema anterior, etc.) se diluirían en el proletariado dando lugar a
 un sistema dicotómico; se debía producir una asimilación de los 
trabajadores no manuales a los manuales, todos ellos convertidos en 
meros vigilantes de máquinas. Sin embargo, en las sociedades más 
avanzadas, el capitalismo ha dado lugar a una sociedad muy 
diversificada, donde las clases medias formadas por todo tipo de 
trabajadores de cuello blanco, profesionales liberales, técnicos 
especialistas, comerciantes, pequeños empresarios del sector terciario, 
etc. no han quedado asimiladas a la clase obrera, sino que han ido 
creciendo y diferenciándose de los trabajadores menos cualificados 
consiguiendo un buen nivel de bienestar y un papel social preponderante.
3ª) Marx suponía que el proletariado, cada vez mayor, viviría un 
proceso de depauperización progresiva, que afectaría particularmente al 
ejército industrial de reserva
7.
 Sin embargo, para desmentir este pronóstico se argumenta que allí donde
 el capitalismo ha adquirido un mayor desarrollo ha mejorado también 
substancialmente la situación de las clases trabajadoras, que han visto 
aumentar su capacidad de consumo, que han podido acceder a servicios 
básicos gratuitos de salud y educación y disfrutar de protección por 
desempleo, pensiones de jubilación, etc.
 
4ª) De acuerdo con las previsiones marxistas, las crisis 
periódicas que sacudían a cada tiempo las sociedades capitalistas, el 
aumento de la pobreza del proletariado, las posibilidades de 
organización que concede la democracia burguesa, entre otros factores, 
suscitarían en la clase obrera una conciencia de sus intereses y de su 
tarea histórica. No obstante, lo cierto es que no se ha producido 
ninguna auténtica revolución socialista en un país capitalista avanzado
8,
 sino en sociedades catalogadas como pre-capitalistas (casi sin 
proletariado y sin burguesía, con mayoría de campesinos, poco 
industrializadas...), y que en esas revoluciones el ingrediente 
nacionalista y anti-imperialista ha sido tanto o más importante que la 
pura conciencia revolucionaria de clase. Además, en las sociedades 
capitalistas desarrolladas el conflicto de intereses entre trabajadores y
 empresarios no ha dado lugar a situaciones explosivas, sino que ha sido
 canalizado institucionalmente, incluso en las épocas de más 
dificultades, mediante los sindicatos, el reconocimiento del derecho a 
la huelga, los convenios colectivos, la legislación laboral, etc. La paz
 social se ha conseguido casi siempre por la vía de los acuerdos 
salariales y no porque la clase obrera haya conquistado alguna cuota de 
poder sobre los medios de producción. Por todo ello, dirá Fukuyama, 
profeta del final de la historia, "el problema de las clases se ha 
resuelto con éxito en Occidente"
9.
 
Las dificultades del marxismo para explicar lo sucedido en los 
países capitalistas más desarrollados ha dado alas a quienes analizan la
 situación desde esquemas liberales y modernizantes. De acuerdo con 
ellos, los países "avanzados" representan el nuevo capitalismo capaz de 
superar por sí mismo la lucha de clases y de ofrecerse como la 
alternativa que clausura la historia. Para el Primer Mundo, la historia 
habría acabado. La situación de los pueblos pobres se explica como 
"atraso" en relación a los países "modernos" o "avanzados"; para subir 
al tren del desarrollo económico sería imprescindible que efectuaran 
reformas internas. Las recetas neo-liberales de las instituciones 
rectoras de la economía internacional (BM, FMI) les marcarían el camino a
 seguir para integrarse plenamente en el mercado mundial. Sería 
importante, al mismo tiempo, acabar con los sistemas políticos corruptos
 y, más aún, con las inercias culturales (mentalidades "arcaicas" que se
 oponen a los dinamismos del mercado...), que muy a menudo han lastrado 
el progreso del Tercer Mundo. Vargas Llosa recuerda con evidente 
complacencia la escalofriante afirmación del economista norteamericano 
Harrison: "el subdesarrollo es una enfermedad mental". Nada nuevo: la 
pobreza material sería una vez más resultado de la pobreza espiritual. 
Sin remedio para la segunda pueden fracasar todas las recetas 
implementadas contra la primera. Por eso Vargas Llosa propone como 
medicina "un gran debate que dé fundamento intelectual, sustento de 
ideas, a ese largo y sacrificado proceso de modernización del que 
resultan sociedades más libres y más prósperas y una vida cultural con 
una cuota nula de idioteces y de idiotas"
10.
 
Parece, una vez más, que países "avanzados" y "atrasados" viven 
procesos independientes, como si estuvieran situados en distintos puntos
 de una línea ascendente que conduce a la modernidad y al desarrollo 
material y espiritual. No se tienen en cuenta los vínculos de 
dependencia pasados y actuales entre ricos y pobres, sin los cuales ni 
el desarrollo económico de unos, ni el empobrecimiento de otros pueden 
ser explicados con rigor. A esos vínculos atendió la teoría de la dependencia;
 al ponerlos de manifiesto encontró una base sobre la que continuar 
hablando de lucha de clases, pero ahora en el escenario mundial.
3.- La lucha de clases en el escenario mundial: la teoría de la dependencia.
La mundialización del capitalismo, que ya era evidente para el propio Marx
11,
 justificaba un cambio de perspectiva para la teoría de las clases. 
Entre los años 60 y 80, la teoría de la dependencia ha mantenido que las
 plusvalías de los países del Norte provenían de la explotación de los 
países del Tercer Mundo. La lucha de clases se trasladaba a nivel 
mundial, sólo que ahora se hablaba de países explotadores y de países 
explotados. El desarrollo enorme del Primer Mundo y la depauperización 
correlativa del Tercer Mundo serían el resultado de esa relación de 
explotación articulada en estructuras económicas y políticas de alcance 
mundial: neo-colonialismo, fomento de monocultivos, deuda externa, 
expoliación de materias primas, comercio desigual, doctrina de la 
seguridad nacional, dictaduras militares impuestas, etc. Desde la teoría
 de la dependencia se rechazaba que la pobreza de los pueblos del Tercer
 Mundo fuera puro "atraso", se negaba que esos pueblos pudieran salir de
 su miseria sólo mediante la aplicación de reformas internas porque sus 
propias economías eran "no nacionales", simples piezas del engranaje 
económico mundial. Se hablaba, por eso mismo, de la necesidad de 
transformar el orden económico y político internacional.
 
En este contexto, se explicaba también que la conciencia 
revolucionaria se desarrollara entre las mayorías explotadas del Tercer 
Mundo. Los movimientos guerrilleros latinoamericanos eran la mejor 
expresión de esa conciencia revolucionaria, por mucho que su base social
 e ideológica no correspondiera del todo a la ortodoxia marxista.
Finalmente, aunque los análisis que efectuaba la teoría de la 
dependencia se realizaban en perspectiva mundial, se proponía una salida
 nacional del sistema explotador. Un movimiento armado debía conquistar 
el poder político del estado, se desconectaría al nuevo estado 
revolucionario del mercado capitalista mundial y se establecería una 
alianza con el bloque socialista, del que se esperaba una cobertura 
económica, política y militar.
La teoría de la dependencia tuvo la virtud de situar el problema 
de la pobreza en el plano estructural y mundial. Sin embargo, hay que 
señalar también las limitaciones de este paradigma y, por lo tanto, las 
dificultades de una extensión mecánica del concepto de lucha de clases a
 la nueva sociedad mundial
12.
 
1ª) La teoría de la dependencia ha puesto de manifiesto los 
vínculos de explotación realmente existentes entre el Norte y el Sur 
desde los inicios de la dominación colonial. Sin embargo, parece que ni 
el desarrollo económico del Norte se puede explicar sólo por la 
explotación del Sur, ni la pobreza del Sur es siempre el producto 
directo de la explotación. Hay que aceptar que también otros factores 
han determinado el despegue económico de los países capitalistas más 
ricos: innovación tecnológica, aumento enorme de la productividad, 
estabilidad política, paz social, etc. Hay, por otro lado, muchos 
países, regiones, o masas de población que ya no son siquiera 
explotados, no significan casi nada para la economía mundial, su mano de
 obra no interesa en absoluto y cada vez importan menos sus materias 
primas, si es que las tienen, porque las industrias del Norte las van 
sustituyendo por otros productos sintéticos. Tampoco son relevantes en 
el plano político una vez desaparecido el "peligro soviético". Si la 
situación de esos países y regiones marginados y olvidados responde a 
causas estructurales, entonces habrá que ampliar, los conceptos de dependencia y explotación más allá de lo que significan en la tópica marxista.
2ª) La teoría de la dependencia, aplicando mundialmente la teoría
 marxista de las clases, pronosticaba un progresivo empobrecimiento del 
Tercer Mundo a causa de la explotación que padecía. Es cierto que, en 
los últimos años ha aumentado la distancia entre los ricos y los pobres 
del mundo y que algunos países del Sur son hoy más pobres que hace unos 
años, pero eso no vale para todos: los países exportadores de petróleo 
y, sobre todo, los países de reciente industrialización, -los "tigres" 
asiáticos, por ejemplo- en los que se explota brutalmente la mano de 
obra en beneficio de muchas empresas importadoras del Norte, han elevado
 ostensiblemente su nivel de vida no por haberse desacoplado del mercado
 mundial sino habiéndose insertado de lleno en él. Resulta significativo
 que incluso Cuba haya empezado a remontar su situación económica cuando
 ha abierto sus puertas al capital extranjero y ha puesto a disposición 
de las empresas canadienses, españolas, mejicanas, etc. su mano de obra 
bien formada, disciplinada... que no conoce el derecho de huelga. La 
reciente crisis de las avionetas ha sido un buen pretexto para intentar 
frustrar la recuperación cubana mediante un reforzamiento del bloqueo 
norteamericano que amenaza ahora a los inversores extranjeros en Cuba.
3ª) La aplicación mundial de la teoría marxista de las clases 
deja sin explicar cual es el papel que juegan en el conflicto Norte-Sur 
las clases medias y las clases trabajadoras de los países más 
desarrollados. Hoy es bien evidente que los intereses de las clases 
medias, los obreros y agricultores de los países más ricos son opuestos a
 los de los trabajadores del Sur. Aquellas clases medias y trabajadoras 
del Norte son las principales defensoras del cierre de fronteras a la 
mano de obra emigrante y de las políticas proteccionistas de los 
productos en que los países desarrollados son menos competitivos 
(incluso a veces contra posiciones más liberalizantes de muchos 
empresarios del Norte). Sin embargo, también es cierto que la relación 
de los obreros y las clases medias de Alemania, Francia o Canadá, por 
ejemplo, con las mayorías pobres del Sur no se conceptualiza bien con la
 idea de explotación entendida como apropiación de plusvalías.
4ª) La teoría de la dependencia ha sabido abordar el problema de 
la pobreza desde una perspectiva mundial que ya es inevitable incluso 
para muchos liberales. Hoy desde posiciones liberales se habla también 
de sociedad global, se advierte que existen problemas que comprometen al
 mundo entero y que tan sólo mundialmente pueden ser abordados: la 
ordenación de las relaciones comerciales, el control de armamentos, el 
deterioro ecológico, el control de las turbulencias en los mercados 
financieros, etc. Las estrategias de liberación que se inspiraron en la 
teoría de la dependencia son hoy una vía muerta para los países pobres: 
una revolución socialista triunfante en un estado de la periferia sería 
apenas una reforma insignificante del sistema social mundial, en cambio,
 una pequeña reforma de las instituciones mundiales (BM, FMI, ONU) y del
 orden (desorden) económico mundial tendría efectos planetarios y 
revolucionarios para los más pobres si se realizara con una simple 
mentalidad democrática, es decir, con voluntad de atender las demandas 
de las grandes mayorías de la humanidad. Ni que decir tiene que esa 
mentalidad democrática falta del todo en quienes asumen el hecho de la 
mundialización, pero piensan que las soluciones que hay que dar a los 
grandes problemas de la humanidad deben obedecer siempre la lógica del 
mercado libre y pasan por el mantenimiento del nivel de consumo de la 
minoría más opulenta. También entre los fundamentalistas del mercado libre se combinan a menudo la mentalidad mundial y las soluciones que, de hecho, son regionales.
4.- La lucha de clases en la sociedad mundial
Volvamos a la pregunta inicial: ¿Hay que hablar aún de lucha 
de clases? ¿Podemos seguir conceptualizando la situación actual con esa 
noción marxista, aunque sea en el sentido que le dio la teoría de la 
dependencia? Después de lo que hemos ido viendo parece que se trata de 
una noción que deberá ser revisada y actualizada. El concepto de lucha 
de clases, tal y como aparece en el marxismo vulgarizado entre las 
izquierdas en las décadas anteriores, encaja en una teoría de la 
sociedad y de la historia que deben ser revisadas. El desarrollo del 
capitalismo y la realidad de la nueva sociedad mundial nos obliga a un 
trabajo de re-conceptualización que no podemos realizar con simples 
recortes de teorías que fueron pensadas para otras coyunturas. Si 
queremos dar cuenta de nuestro tiempo tendremos que cambiar nuestro 
discurso, o al menos, deberemos forzar las viejas palabras para que 
digan lo nuevo que está sucediendo.
No se trata aquí de ofrecer una 
nueva teoría de las clases
 sociales en la actual sociedad mundial, que debería ser objeto de 
reflexiones más amplias y muy profundas. Antonio González ha dibujado 
con maestría los trazos de una protosociología adecuada a la nueva 
realidad social que abre caminos para un tratamiento actualizado del 
tema que nos ocupa
13.
 También A. Guiddens, en sus trabajos sobre el desarrollo del 
capitalismo y sobre los sistemas de clases en las sociedades 
desarrolladas, ha realizado una revisión de las principales categorías 
marxistas (explotación, alienación, clase, conciencia de clase...) que 
pueden ayudar a fundamentar una nueva teoría de las clases en la 
sociedad mundial
14.
 Siguiendo las aportaciones de ambos, y tomando en consideración también
 otras ideas de Xavier Zubiri e Ignacio Ellacuría sobre la realidad 
social y la historia, nos limitaremos tan sólo a apuntar algunas ideas 
que podrían contribuir a la redefinición del concepto de lucha de 
clases.
 
A.- El nexo social y la lucha.
La constatación de que haya lucha de clases y, en su caso, su 
descripción y explicación corresponden a las ciencias sociales. No 
obstante, la protosociología nos descubre algunos aspectos fundamentales
 de la acción social y la realidad social que fundamentan la posibilidad
 -que no la necesidad absoluta- de que la sociedad se estructure en 
clases que luchan.
Las acciones humanas están siempre referidas estructuralmente a las cosas. Las cosas nos instan a actuar y son 
recursos para nuestras respuestas. Ahora bien, la acción humana en la realidad tiene un momento de socialidad que constituye el 
nexo social primordial.
 Este nexo se establece por el hecho de que los demás están presentes 
-se actualizan- en mis acciones aún si no tengo conciencia de ello e 
independientemente de mi voluntad. Esta actualización de los demás en 
las acciones humanas no es una mera presencia, sino que significa una 
"intervención", un "poder" de los demás sobre mis acciones: los demás 
"hacen" algo en mi vida, modulan mi acceso a las cosas, me permiten o me
 impiden recurrir a ellas, "delimitan el ámbito de cosas a las que 
tienen acceso mis acciones", determinan de ese modo el sistema mismo de 
mis acciones y confieren a las cosas su condición de "públicas", es 
decir, las capacitan como instancias y recursos de actuaciones humanas
15.
 
El hombre realiza sus acciones con las cosas, con los demás 
hombres y consigo mismo. Por eso el hombre con-vive con otros hombres, 
no en el sentido de "estar con" los demás, sino que, dice A. González, 
la convivencia es un "con" de vidas humanas y de cosas públicas: desde 
la primera infancia, yo soy los otros, los demás están en mi vida, 
determinando mi relación con las cosas. Pero la convivencia, que puede 
ser ocasional, no conlleva siempre la constitución de una sociedad. La 
existencia de una sociedad implica, de entrada, la continuidad de los 
vínculos entre los hombres y sólo se constituye propiamente cuando las 
acciones se fijan en habitudes y éstas se estructuran en un sistema
16.
 
Son habitudes los modos de habérnoslas con las cosas, las 
formas de vida que constituyen nuestro vivir, las rutinas que configuran
 el modo de relacionarnos con las cosas, con los demás y nosotros 
mismos. Pues bien, hay sociedad cuando las habitudes de unos hombres 
devienen funciones de las habitudes de otros, cuando los modos de 
habérselas con las cosas y con los demás de unos seres humanos están 
intrínsecamente determinadas por los modos de habérselas con las cosas y
 con los demás de otros seres humanos. Para que esta interacción se 
produzca no es necesario que haya conciencia de ella en alguno de los 
actores, no es preciso que exista en unos la voluntad expresa de actuar 
sobre las habitudes de los otros, no hace falta tampoco que se dé una 
comunidad de sentido (homogeneidad cultural) entre unos y otros. Un 
sistema de habitudes puede articular los más diversos modos de vida. La 
constitución del sistema social depende tan sólo de la presencia 
estructural (determinante, constituyente, podríamos decir) de las formas
 de vida de unos hombres en las formas de vida de otros. Antonio 
González ha mostrado suficientemente que la sociedad así entendida es lo
 que se ha mundializado: el sistema de habitudes ha adquirido 
dimensiones planetarias; existe por primera vez sobre la Tierra un único
 sistema de formas de vida, todo lo distintas que se quiera, pero 
estructuralmente referidas las unas a las otras.
Como hemos visto, en la sociedad no hallamos solamente hombres 
tratando con hombres, sino hombres que co-determinan su relaciones con 
las cosas, organizan su producción y distribución. En el concepto mismo 
de la acción social aparece una pugna por el acceso a las cosas. Esta 
pugna puede dar lugar a situaciones en que unos hombres impidan que 
otros disfruten de determinadas cosas y satisfagan sus necesidades. Los 
demás pueden frustrar la realización de mis acciones impidiéndome el 
estado de fruición propio de las acciones satisfechas. La intervención 
de los demás en mis acciones puede producirme dolor, disgusto o aversión
 o me puede situar ante aquellas cosas que me dañan o me disgustan. Todo
 aquello que daña y destruye la sustantividad humana lo llama Zubiri 
maleficio; producir maleficio en los demás es, en cambio,
 malignidad17
 
Pues bien, el mal tiene un carácter social cuando el dolor 
infringido y las actividades que lo producen se fijan como habitudes 
socialmente configurados. En efecto, pueden existir en un sistema social
 hábitos sociales, formas de vida, que signifiquen destrucción y muerte 
para una parte de la sociedad para la cual también la destrucción y la 
muerte prematura reiteradamente padecidas vienen a ser una rutina. Y 
ello puede suceder, por ejemplo, porque un sector social se vea 
sistemáticamente privado de alimentos, tierra de cultivo, agua, salud, 
bienes culturales, etc. El mal social no es, por lo tanto, algo que se 
refiera sólo a las relaciones entre los hombres, sino que se fundamenta 
en el hecho inevitable de que el acceso a las cosas, para bien y para 
mal, siempre depende de otros. Todo ello no quiere decir, que la 
resolución de esta pugna por las cosas sea siempre necesariamente la 
apropiación excluyente, el conflicto y la lucha: por el hecho de ser 
aprehendidas como reales, las cosas se abren a un sinfín de usos: pueden
 ser distribuidas de innumerables maneras, por ejemplo; por ser 
inteligentes, las acciones humanas siempre están abiertas a nuevas 
posibilidades: siempre podemos conducirnos de otro modo con los demás y 
con las cosas.
De todo lo dicho se desprenden algunas ideas importantes para nuestra reflexión sobre las clases sociales:
1º) Siempre el acceso a las cosas está socialmente determinado. 
La estructuración de formas de vida que constituye una sociedad decide 
como cada miembro de la sociedad, cada grupo social, podrá disponer de 
las cosas. Es posible una distribución de las cosas ajustada a las 
necesidades de cada uno; pero cabe también la posibilidad de que la 
estructura social signifique para parte de la sociedad algún nivel de 
privación, destrucción y muerte. La estructura actual de la sociedad 
mundial, por ejemplo, determina la pobreza y la miseria de la inmensa 
mayoría de los hombres.
2º) La lucha efectiva entre quienes se apropian de las cosas y 
quienes carecen de ellas, entre quienes, con sus formas de vida, causan 
daño a otros hombres y quienes los padecen sistemáticamente, no aparece 
de acuerdo con inexorables leyes históricas, pero constituye una 
posibilidad abierta en la constitución de cualquier sistema social. El 
egoísmo, la desigualdad y la lucha es, al menos en principio, tan 
"natural" como la igualdad, el acuerdo, la paz.
3º) Esa lucha no es formalmente una lucha de clases en el sentido
 marxista clásico: la explotación laboral del hombre por el hombre, en 
la medida en que signifique dolor y frustración para el explotado, 
expresa sólo una posible estructuración del mal social, es tan sólo una 
forma posible de dependencia y explotación y no siempre la más dañina. 
Guiddens ha preferido entender por 
explotación "cualquier forma socialmente condicionada de producción asimétrica de oportunidades vitales"
18.
 Existen hábitos sociales que, sin implicar explotación laboral, marcan 
con el dolor, la exclusión y la muerte la existencia de seres humanos y 
de pueblos: pensemos en los hábitos de consumo del Primer Mundo que 
ponen en peligro la viabilidad ecológica de la Tierra y comprometen el 
futuro de la humanidad entera y, especialmente, de los más pobres
19;
 pensemos en las barreras psicológicas, legales y materiales que se 
alzan en el Primer Mundo contra los emigrantes del Sur (que 
paradójicamente son barreras a la explotación laboral y que, sin 
embargo, son también "explotadoras" por generar y aumentar 
sistemáticamente la desigualdad y la pobreza); pensemos, en fin, en la 
expansión mundial de las formas de vida occidental a través de la TV, el
 cine o la publicidad, que acaban con los estilos de vida y los valores 
que constituyen la identidad espiritual de los pueblos más humildes.
 
4º) Se puede entender ahora en qué sentido son "explotadoras", 
las clases medias y obreras del Primer Mundo; se puede comprender 
también por qué sus intereses se contraponen a los intereses de las 
grandes mayorías miserables de Asia, Latinoamérica y Africa... Las 
formas de vida de las clases medias y obreras del Norte significan 
exclusión y pobreza en el Sur; esas formas de vida de los países ricos 
tan sólo se pueden perpetuar si se mantienen a su vez otras formas de 
vida de los pobres ligadas estructuralmente a ellas. Esta relación de 
dependencia entre las formas de vida de ricos y pobres se estructura de 
diversísimas maneras que significan siempre la producción asimétrica de 
oportunidades vitales para unos y para otros, los diferentes modos de 
enajenación y despersonalización de unos y otros. Todas esas relaciones 
serían relaciones de dependencia y de explotación en el sentido amplio 
que hemos tomado de Guiddens.
5º) La determinación social del dolor y la muerte no comporta 
automáticamente la formación de una conciencia específica de conflicto 
en quienes sufren y en quienes causan sufrimiento y menos aún una 
conciencia revolucionaria entre los oprimidos o excluidos. Es normal que
 muchos de los beneficiarios de un sistema social que genera profundas 
desigualdades no sean conscientes de los vínculos reales entre su 
bienestar y la miseria de los demás. Así mismo, puede suceder que el que
 sufre no tenga conciencia alguna de cuales son los mecanismos sociales 
que determinan su sufrimiento, es posible que ni tan solo sea capaz de 
identificar a los culpables de su situación; a menudo sucede que, en 
virtud de determinados valores morales o religiosos, los que sufren 
asumen como "natural" o "merecida" su situación sin alzar la voz ante 
sus opresores. El nacimiento de la conciencia de ser oprimido, de la 
necesidad de luchar por la propia liberación, son meras posibilidades 
que se realizan sólo en determinadas circunstancias que el análisis 
sociológico deberá establecer en cada caso.
6º) Finalmente, si la sociedad es una estructura de habitudes o 
de actividades humanas, está claro que la modificación de determinadas 
habitudes repercutirá en aquellas otras estructuralmente vinculadas a 
ellas, y que los cambios que afecten a las estructuras nucleares del 
sistema social -como por ejemplo, las reglas básicas de los intercambios
 económicos- modificarán drásticamente la configuración de la sociedad 
entera. La liberación pasa por efectuar esos cambios fundamentales en 
las habitudes que condicionan la miseria de las mayorías. Adquiere pleno
 sentido la exhortación de Pedro Casaldáliga a los países ricos: "Sólo 
cuando el Primer Mundo se suicide en sus previlegios y en su 
prepotencia, podrá vivir humanamente el Tercer Mundo y podrá entonces el
 Primer Mundo recuperar su humanidad tan perdida"
20.
 
B.- La estructuración de las clases sociales.
En cualquier sistema social se regula el acceso a las cosas, 
su manipulación, su producción y distribución. En la actualidad, el 
mercado es la estructura de habitudes económicas que determina la 
relación de la humanidad entera con los bienes de la Tierra: el mercado 
integra en un sistema único de interrelaciones a quienes lo hegemonizan,
 a quienes se someten a sus condiciones y a los forzosamente excluidos 
de él.
Guiddens afirma que "el mercado es intrínsecamente una estructura
 de poder en la que la posesión de ciertos atributos da ventajas a 
algunos grupos de individuos en relación a otros"
21.
 Esos atributos son la propiedad de los medios de producción, la fuerza 
de trabajo, como señalaba Marx, pero también el conocimiento, la 
información, la formación especializada, la capacidad adiministrativa y 
organizativa, el poder de movilización social, etc. La posesión de esos 
atributos confiere a cada actor económico (individuos, empresas...) una 
"capacidad de mercado", un poder de negociación, de imponer las 
condiciones de la compra-venta, que aprovechará para intentar hacerse 
con la mayor cantidad posible de los bienes de todo tipo que el conjunto
 del sistema productivo sea capaz de generar.
 
La diversidad de capacidades de mercado es un hecho. Esta diversidad de capacidades determina un proceso de estructuración de las relaciones entre los seres humanos que da lugar a lo que Guiddens continua llamando clases sociales.
 Guiddens no las considera entidades, sujetos o grupos sociales, sino 
que las ve como términos de los procesos de diferenciación social que se
 ponen en marcha en base a las diversas capacidades con que los diversos
 actores económicos compiten en el mercado. Los mecanismos básicos de la
 estructuración de clases son, según Guiddens, la división del trabajo, 
la distribución de la autoridad y la constitución de grupos de consumo. 
La diversidad de capacidades de mercado pone en marcha estos mecanismos 
de estructuración y ellos, a su vez, refuerzan las diferencias entre los
 actores económicos. Esos mecanismos, además, interactúan entre si y se 
potencian recíprocamente.
Ahora bien, esos mecanismos de diferenciación y explotación 
característicos de las sociedades capitalistas actúan hoy a nivel 
mundial. Tiene sentido, pues, hablar de clases en la sociedad mundial.
Sin entrar aquí en demasiados detalles, parece claro que algo 
tiene que ver la desigualdad y la miseria con los papeles asignados a 
unos y otros en la división mundial del trabajo. Las transnacionales, 
por ejemplo, reparten sus cadenas productivas según criterios que 
refuerzan las diferencias: a los países desarrollados les corresponde la
 administración, el diseño, el control financiero, la producción 
intensiva en tecnología y limpia en lo ecológico, a los más pobres les 
toca, en cambio, el suministro de materias primas, la producción más 
intensiva en mano de obra y más degradante para el trabajador, la más 
contaminante, etc.
Algo tiene que ver también la desigualdad y la pobreza con la 
distribución desigual del poder en el mundo: las grandes potencias de la
 economía mundial controlan las instituciones financieras mundiales que 
dictan las políticas de ajuste que padecen las mayorías empobrecidas del
 Sur; las transnacionales imponen a los gobiernos del Sur restricciones 
drásticas de los gastos sociales y condicionan sus inversiones en los 
países menos desarrollados a la exención de impuestos, la desprotección 
social de los trabajadores, la desactivación de las organizaciones 
sindicales, etc.; los grandes poderes financieros acumulan un poder tal 
de interferencia en el sistema económico que pueden provocar en cuestión
 de días la quiebra de un país, la devaluación de su moneda, el alza 
desorbitada de los tipos de interés, un estallido inflacionario, la 
recesión... Por otra parte, los más poderosos no aceptan que los países 
menos desarrollados se organicen para reivindicar sus derechos (como ha 
sucedido, por ejemplo, en el caso de la renegociación de la deuda 
externa o en las negociaciones del GATT) y bloquean cualquier reforma 
democrática de las instituciones de la ONU que de más peso a la mayoría 
de la humanidad.
Algo tiene que ver, en fin, la desigualdad con la constitución 
de los grupos de consumo en el mundo: los créditos más favorables, las 
tecnologías mas avanzadas, las dotaciones para investigación científica,
 las grandes bolsas de pesca, la producción maderera, el petróleo, el 
armamento más sofisticado, etc, etc. son sistemáticamente 
reservadas para el consumo de los privilegiados. Se intenta siempre y se
 consigue casi siempre controlar por los medios más diversos (propiedad 
sobre las patentes, instrumentalización de las entidades financieras 
mundiales, imposición de acuerdos comerciales desfavorables, acuerdos de
 asistencia militar, etc) el acceso de los más pobres a todas esas 
cosas.
Aparte de esos mecanismos fundamentales de estructuración de 
clase, se podrían precisar muchos otros dinamismos sociales en los 
ámbitos económico, institucional, político, cultural o ideológico, que 
contribuyen a la formación de clases antagónicas en la sociedad mundial y
 que determinan los diversos modos de alienación económica, política o 
cultural.
C.- La lucha de clases y la historia.
Finalmente, una última reflexión acerca de la inserción de la
 lucha de clases en la historia humana. En el marxismo trasluce una 
concepción lineal y ascendente de la historia según la cual, la historia
 sería un proceso natural en el cual unos hechos desencadenan otros 
hechos de acuerdo con las leyes "naturales" de la dialéctica. Cada hecho
 es el resultado de una concatenación reglada de hechos. En el 
pensamiento de Marx y Engels el devenir histórico es el desarrollo de 
los dinamismos intrínsecos a la materia; cada etapa histórica incluye 
potencialmente la etapa siguiente: aunque esto no dependa de una ciega 
necesidad -cosa que Marx siempre excluyó-, lo cierto es que el 
desarrollo lógico y natural de la sociedad capitalista, de sus 
contradicciones internas, debería conducir la humanidad a una nueva 
sociedad sin clases. En cualquier caso, se reclama a las fuerzas 
sociales progresistas que sepan estar, con espíritu combativo, en el 
lugar preciso y en el momento preciso, para aprovechar las tendencias 
intrínsecas al cambio propias del sistema social. En el capitalismo, 
corresponde a la clase obrera el papel de ser sujeto de su propia 
emancipación.
Este esquema modernizante, que el marxismo comparte con toda la 
filosofía moderna de la historia desde Herder y Kant, ya no sirve para 
conceptualizar lo que está sucediendo en este tiempo en que se hace 
imposible situar a la humanidad entera en una línea única 
de progreso hacia su emancipación, sea cual sea la manera de concebir lo
 que sea esa emancipación. Es ilusoria la suposición de que la historia 
tiene una lógica y una racionalidad intrínsecas según las cuales nos 
acercamos despacio pero inexorablemente a un final feliz.
Se hace necesario repensar lo que sea la historia a la luz de 
conceptos nuevos. Ignacio Ellacuría, siguiendo a Zubiri, expuso los 
principios de una filosofía de la realidad histórica que deberá ser 
tenida en cuenta en esa tarea de reconceptualización a que estamos 
obligados
22.
 
Según Zubiri y Ellacuría, la historia es un proceso de 
transmisión de formas de estar en la realidad y un proceso de 
capacitación. Cada hombre monta su vida sobre esa tradición, 
aceptándola, modificándola o rechazándola. El hombre opta entre lo que 
puede hacer en cada momento, elige entre posibilidades. Las 
posibilidades elegidas devienen proyectos humanos, las acciones 
efectivas que realizan esos proyectos son los que Zubiri llama 
sucesos.
 Los sucesos no son lo mismo que los hechos. Estos son la simple 
actualización de las potencialidades inscritas en la naturaleza de las 
cosas. Los sucesos históricos, en cambio, son apropiación de la realidad
 como posibilidad, como lo que está efectivamente al alcance, lo que me 
capacita para hacer algo, lo que, siendo apropiado constituirá la base 
de nuevas opciones: "la persona con sus capacidades accede a unas 
posibilidades, las cuales una vez apropiadas se naturalizan en las 
potencias y facultades, con lo cual cambian las capacidades. Con estas 
nuevas capacidades, las personas se abren a un nuevo ámbito de 
posibilidades"..
23.
 Las posibilidades recibidas condicionan ineludiblemente nuestra vida, 
pero no la determinan absolutamente, sino que abren siempre caminos a la
 creación y al cambio. Así, el hombre va reconfigurando continuamente su
 manera de ser y de estar en la realidad en un proceso que no tiene un 
término asignado. Por eso la historia es un proceso de capacitación, de 
producción de capacidades humanas, de creación e innovación constantes.
 
La historia es ciertamente un proceso -cada nueva situación 
depende de las posibilidades abiertas en la situación precedente- pero 
eso no significa que deba tener una orientación y no otra. La acción 
humana no está unívocamente determinada, el hombre es un ser abierto, 
abierto a su realidad, abierto a la realidad, y la realidad -del hombre,
 de las cosas...- es siempre más de lo que cabe en cualquier sistema 
conceptual, da para mucho más de lo previsto por cualquier concepción de
 la historia. El devenir histórico es movido por un elenco de fuerzas 
naturales, biológicas, psíquicas, sociales, económicas, culturales, 
políticas, personales, cada una de las cuales opera de modo distinto y 
sigue sus propias leyes, que interactúan constantemente entre sí y 
constituyen un complejo imposible de dominar intelectivamente. Por todo 
ello, dice Ellacuría: "la necesidad histórica se presenta como 
azarosidad", "la historia es irreductible a la naturaleza"
24.
 
Desde esta manera de entender la historia, apenas esbozada, 
podemos insinuar otras ideas que también podrían ayudar a recomponer una
 teoría de las clases en la sociedad mundial:
1ª) La confianza en la fuerza revolucionaria de los más pobres 
debe formar parte más bien de la apuesta por el carácter abierto de la 
esencia humana, que de una concepción cerrada de la historia que conceda
 a los explotados y marginados un papel determinado que deban cumplir. 
Sólo así nos abstendremos de reclamar de los pobres que actúen de 
acuerdo con el papel que les toca en el guión de un drama que ellos no 
han escrito; así evitaremos recriminarles que no estén a la altura de 
sus tareas históricas; sólo así recuperan, como cualquier ser humano, 
cierta libertad para la generosidad y el heroísmo.
2ª) Si los explotados y marginados no son el sujeto de la 
historia, a quien corresponde esa función? Si de sujeto se quiere 
hablar, no hay otro sujeto que el cuerpo social entero constituido por 
el sistema de habitudes. La humanidad entera es hoy la que protagoniza 
la historia en la medida que da cuerpo a un sistema unitario de formas 
de vida. Las formas de vida de cualquier persona están integradas en ese
 sistema y, en la medida en que cada ser humano puede hacer siempre algo
 por cambiarlas, puede contribuir a cambiar también el sistema social. 
Por lo tanto, ningún hombre está libre de responsabilidad por el dolor, 
el hambre, la marginación, que puedan sufrir los demás, ningún hombre 
queda exonerado a priori de la tarea de enfrentarlos y combatirlos.
3ª) Las teorías que logifican la historia acaban distinguiendo los intereses immediatos o aparentes de los explotados y marginados y sus verdaderos intereses, sus intereses objetivos, aquellos
 cuyo satisfacción significaría un avance hacia los grandes objetivos 
que tiene marcados la Historia. Así se dice, por ejemplo, que las 
políticas neoliberales de ajuste responden a los verdaderos intereses de
 los más pobres, aunque estos tengan que sacrificar ahora la 
satisfacción de sus necesidades inmediatas; algo parecido sucedió en los
 países socialistas cuando los intereses mayores de la Revolución o del 
Socialismo justificaron todos los atropellos a las libertades y derechos
 individuales, de los grupos étnicos y religiosos, etc. Naturalmente, 
siempre existe una élite tecnocrática o partidaria que decide cuales son
 las necesidades objetivas de los más pobres.
En el fondo de la distinción entre intereses inmediatos y objetivos
 parece resonar a veces el eco del viejo prejuicio filosófico según el 
cual el interés es la tendencia a lo sensible, a lo que satisface 
temporalmente y, en cambio, la pura actividad racional es desinteresada porque
 no se somete a los deseos momentáneos del individuo sino que los 
subordina al conocimiento y la posesión de lo que en sí mismo es bueno, 
bello y justo. Algo parecido sucede cuando se exige constantemente el 
sacrificio de las necesidades inmediatas en nombre de una utopía de la 
razón, cuando la distinción, a menudo legítima, entre lo que se quiere hacer y lo que se debe hacer
 se transforma en oposición sistemática y, entonces, sucede demasiado a 
menudo que hay que hacer lo contrario de lo que se quiere o se requiere 
perentoriamente.
Hoy, sin embargo, nadie tiene derecho a pedir a los que más 
sufren que renuncien a sus necesidades inmediatas para que resuene la 
gran melodía de la Historia; nadie puede exigirles que sometan sus 
luchas a la estrategia revolucionaria de una vanguardia que sabe lo que 
les conviene. Si la sociedad es un sistema de formas de vida, hay que 
aceptar que allá donde los empobrecidos y marginados -mujeres, 
desempleados, campesinos sin tierra, niños de la calle, refugiados, 
indígenas...- se organizan y movilizan para exigir la satisfacción de 
sus necesidades más urgentes -alimentación, salud, educación, vivienda, 
tierra, trabajo, etc.- se está poniendo en cuestión el sistema que no 
permite atenderlas.
Continua siendo necesario, claro está, que los movimientos 
sociales y políticos analicen constantemente, en perspectiva global, las
 causas estructurales de las situaciones que combaten de modo que sepan 
golpear siempre donde mejor convenga; es imprescindible también que 
desarrollen su actividad transformadora y alternativa en todas las 
esferas (económica-laboral, política, institucional, cultural, 
ideológica...) del sistema social; hace falta, en fin, que esos 
movimientos de liberación sepan articularse de forma que se multiplique 
su capacidad de introducir cambios significativos en el sistema mundial.
 No se trata ahora de soñar con un Paraíso terrestre diseñado por la 
razón; se trata de luchar por algo más modesto y perfectamente posible 
hoy, si tenemos en cuenta los recursos de que ya dispone la humanidad: 
un mundo donde cada hombre y cada mujer tengan, como mínimo, cubiertas 
con sencillez sus necesidades básicas.
1  .- M. Vargas Llosa. El perfecto idiota latinoamericano. EL PAÍS, 11/2/96
24  .- I. Ellacuría, op. cit. p. 564-ss
2  .- J. Villalobos Izquierda, democracia representativa y mercado en América Central. La izquierda perpleja. Zuik, 1995.
3 .- J.G.Castañeda. La utopía desarmada. Ariel, Barcelona, 1995.
4  .- J.I.Calvez. El pensamiento de Carlos 
Marx. Taurus. Madrid, 1966. p.217.ss. No podemos entrar aquí en análisis
 pormenorizado de lo que dice Marx sobre las clases sociales. Sus 
posiciones sobre el tema presentan variaciones, correcciones e 
indefiniciones que aquí no podemos tratar en detalle.
5  .- K.Marx, Manuscritos: Economía y Filosofía
 , Alianza, Madrid, 1977. p 108ss "En su trabajo, el trabajador no se 
afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no 
desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su 
cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí
 fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de si. Está en lo suyo cuando 
no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, 
voluntario, sino trabajo forzado".
6  .- En ello insisten las llamadas teorías 
tecnocráticas de Bell i Touraine entre otros. Cf. A. Touraine. La 
sociedad postindustrial. Ariel, Barcelona.
7  .- Marx. Manuscritos. Alianza, Madrid, 1977:
 "Es evidente que cuanto más se emplea el obrero en el trabajo, más 
poderoso se hace el mundo extraño y objetivado que crea frente a él, y 
más pobres pasan a ser él y su mundo interior, al mismo tiempo que le 
pertenecen en propiedad menos objetos... El trabajo, ciertamente, 
produce maravillas para los ricos, pero para el trabajador produce 
desposeimiento".
8  .- Dejamos al margen la imposición del socialismo en el Este de Europa.
9  .- F.Fukuyama. ¿El final de la historia?. The National Interest. El País, 1989.
10  .- M.Vargas Llosa. op. cit.
11  .- K. Marx. El manifiesto comunista, 
Ayuso, Madrid, 1976, p. 27ss: "La burguesía, mediante la explotación del
 mercado mundial, ha transformado en cosmopolitas a la producción y el 
consumo de todos los países... El antiguo aislamiento local y nacional 
en que cada uno se bastaba a sí mismo deja paso a las relaciones 
universales, a una interdependencia universal de las naciones. La 
burguesía ha subordinado los países bárbaros y medio bárbaros a los 
civilizados, los pueblos de campesinos a los pueblos de burgueses, el 
Oriente al Occidente".
12  .-Algunas de esas limitaciones las señala 
Antonio González en su artículo "Orden mundial y Liberación" en 
DIAKONIA, 71(septiembre 1994).
13  .- Cf. Antonio González. Un solo mundo. La
 relevancia de Zubiri para la teoría social. Tesis doctoral. Universidad
 Pontificia de Comillas. Madrid, 1994.
14  .- Cf. A. Guiddens. La estructura de clases en las sociedades avanzadas. Alianza. Madrid, 1980.
15  .- Cf. A. González. Un solo mundo. C. IV, 2.
16  .- Cf. A. González. Un solo mundo. C.IV, 3.2.3
17  .- X. Zubiri. Sobre el sentimiento y la 
volición. Alianza. Madrid, 1992. "Todo aquello que promueve la 
desintegración o la desarmonía de mi sustantividad en el orden 
psicobiológico es justamente una malefactio , esto es, un maleficio". 
Cf. A.González, Dios y la realidad del mal, trabajo publicado en Del 
sentido a la realidad. Ed. Trotta i Fund. X. Zubiri. Madrid, 1995.
18  .- Cf. A. Guiddens. op. cit. p. 150
19  .- Sólo algunos ejemplos: las hamburgesas 
norteamericanas se fabrican con la carne del ganado que se pasea por los
 pastos que han sustituido grandes masas de bosques tropicales; las 
prospecciones petrolíferas de multinacionales europeas en Ecuador han 
significado en los últimos años el desplazamiento de miles de indígenas 
de sus tierras de origen; para hacer compatibles las exigencias de 
consumo del Primer Mundo y la mentalidad "ecologista" de sus gentes para
 con sus respectivos países, se envían al Sur miles de toneladas de más 
tóxicos residuos, etc.
20  .- Vg. Teófilo Cabestrero. En lucha por la paz. Las causas de Pedro Casaldáliga. Sal Terrae. p.126.
21  .- A.Guiddens, op. cit. p. 115.
22  .- I.Ellacuría. Filosofía de la realidad 
histórica. UCA Editores. San Salvador, 1990. X. ZUBIRI. La dimensión 
histórica del ser humano. En Siete ensayos de Antropología Filosófica. 
Universidad de Santo Tomás. Bogotá, 1982.
23  .- X.Zubiri, op. cit. 147.