La próxima vez que uses la palabra “pragmático” asegúrate de saber de qué estás hablando
Filosofía y Humanidades
Lo que nadie te cuenta del
significado de la palabra “pragmatismo” te lo cuenta Sophimanía. Un texto del
filósofo Pablo Quintanilla nos sumerge en los orígenes de éste término, nos
relata cómo ha cambiado en el tiempo perdiendo densidad y complejidad hasta
llegar al superfluo uso coloquial actual y, finalmente, da cuenta de cómo su
raigambre se asienta y continúa viva en la filosofía, en la que le augura indiscutible
preeminencia.
Pablo
Quintanilla acaba de presentar el libro, "El pensamiento pragmatista en
la actualidad: Conocimiento, lenguaje, religión, estética y política",
en co-edición con Claudio Viale, (Lima: PUCP, 2015).
PRAGMATISMO,
FILOSOFÍA Y PROFUNDIDAD
Por *Pablo Quintanilla
En el
vocabulario coloquial contemporáneo la palabra pragmatismo está envilecida. Una persona se suele autodenominar pragmática
para dar a entender que no le interesa reflexionar sobre los presupuestos de
sus creencias o de sus actos, porque considera que eso obstaculizaría la
eficiencia o rapidez de sus determinaciones. En el terreno político, calificar
a una acción o decisión como pragmáticas suele connotar que estas prestan poca
atención a la ética o, por lo menos, que están acompañadas de poco celo por
ella. En su versión más amable, se usa la palabra pragmático para aludir a una preferencia por lo práctico antes que
por lo teórico, especialmente si se toma en cuenta que la palabra teoría viene
del griego theorein que significa
contemplación desinteresada. Así, parecería que el espíritu pragmático está en
las antípodas de la filosofía y de una vocación humanista de profundidad.
Curiosamente,
sin embargo, la historia de esa palabra está muy alejada de su actual uso
coloquial. Ta prágmata designa en
griego a las cosas o los acontecimientos que conforman la realidad.
Aristóteles, en el muy comentado tercer párrafo de Peri Hermeneias (Sobre la
Interpretación, 16ª 4-9) dice que el lenguaje escrito simboliza al lenguaje
hablado, el cual es símbolo y signo de los estados mentales, los cuales, a su
vez, representan a los hechos del mundo (ta
prágmata). Lo pragmático, por tanto, alude en griego a la vocación y la
capacidad por capturar y conocer las cosas como son. De hecho en las distintas
lenguas indoeuropeas hay muchas conexiones etimológicas entre lo que hoy
llamamos verdad y la realidad. Estas
conexiones se pueden rastrear hasta el antiguo indoiranio rta, probablemente la palabra más antigua que conocemos en la
tradición occidental que alude a lo que entendemos por verdad. Rta está
etimológicamente asociada a vocablos como orden,
armonía, areté, y tiene la
connotación de rectitud, corrección o ajuste.
En el siglo
XVIII Kant usó la expresión creencia
pragmática para describir un tipo de creencia hipotética y contingente que
está al servicio de la acción. Por su parte, a fines del siglo XIX, Charles S.
Peirce dudó entre calificar como pluralista
o pragmatista, pero la segunda
palabra terminó primando, a una forma de hacer filosofía (no propiamente a una
doctrina cuanto a un estilo filosófico), que pretendía superar la dicotomía
entre teoría y praxis, que consideraba que la naturaleza y el contenido del
significado y de las creencias se determinan a partir de las consecuencias que
tienen en el comportamiento de las personas, que entendía la verdad como un
tipo de justificación en condiciones ideales, y que no era escéptica ni
relativista pero sí falibilista, es decir, que sostenía que cualquiera de
nuestras creencias podría ser falsa, pero no todas ni la mayoría
simultáneamente.
A partir de
su artículo “Cómo esclarecer nuestras ideas”, publicado en 1878, las
intuiciones filosóficas de Peirce influyeron poderosamente en la filosofía
posterior. Muchas de esas intuiciones han sido progresivamente elaboradas por
los filósofos contemporáneos constituyendo uno de los pensamientos más fértiles
de la filosofía occidental. No son pocas las ramificaciones y variedades que ha
tenido el pragmatismo filosófico, pero una de sus ideas centrales es que la
fundamentación última de nuestras convicciones y posiciones filosóficas reposa
sobre el fondo de nuestras prácticas sociales compartidas que nos constituyen como
comunidad. De igual manera los conceptos, y los significados de las palabras,
no son otra cosa que sistemas condensados y altamente densificados de prácticas
sociales compartidas. Esos sistemas son evocados cada vez que, después de miles
de años de uso regular de los vocablos, los empleamos en ocasiones particulares
y específicas para generar situaciones comunicativas con otros hablantes en
relación al mundo que compartimos con ellos. Por eso analizar un concepto
(tarea habitual y quizá prioritaria de los filósofos) es en el fondo una labor
de análisis de la realidad misma. Si a diferencia de un discurso superficial
uno profundo es aquel que involucra más dimensiones y estratos de la realidad
humana, el significado del pragmatismo tiene muy poco en común con su uso
coloquial actual.
Al día de hoy
el pragmatismo filosófico ha influido notablemente en las ciencias sociales
(gracias a Mead y Habermas) y prácticamente en todos los filósofos importantes
del siglo XX: desde Wittgenstein, Quine, Kuhn y Davidson, pasando por Husserl y
Heidegger, hasta Brandom, McDowell, Putnam y Rorty. Sería excesivo e
innecesario afirmar que todos ellos son pragmatistas (además, tampoco
resultaría claro lo que ello significaría), pero es demostrable que todos comparten
un parecido de familia con el pragmatismo.
En el Perú su
influencia también ha sido importante. En 1924 el limeño Pedro Zulen,
descendiente de indígenas, criollos e inmigrantes chinos, publicó Del neohegelianismo al neorrealismo:
estudio de las corrientes filosóficas en Inglaterra y los Estados Unidos desde
la introducción de Hegel hasta la actual reacción neorrealista, el
primer libro en lengua castellana que describe la aparición del pragmatismo en
los Estados Unidos a partir de las diversas tradiciones alemanas y británicas
de las que procedió.
Acaso
conduzcan al tedio los diversos intentos por predecir cómo será la filosofía
del futuro. Sin embargo, si una predicción es solo una apuesta gratuita y apresurada,
sospecho que la filosofía que se cultive en las próximas décadas va a estar
preñada de intuiciones pragmatistas. Esta es, en todo caso, una apuesta con ventaja,
porque eso ya está ocurriendo.
*Pablo
Quintanilla es Doctor en Filosofía por la
Universidad de Virginia y magíster en Filosofía por la Universidad de Londres
(King’s College). Se especializa en Filosofía del Lenguaje y de la Mente,
Epistemología y Teoría de la Acción. Ha publicado varios libros como autor y
como editor. Es miembro de el Grupo Interdisciplinario de Investigación Mente y
Lenguaje. Es Decano de Estudios
Generales Letras de la PUCP y docente en la misma universidad.
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