domingo, 27 de octubre de 2013

Juan José Linz

Juan José Linz, el sociólogo español más internacional
Premio Príncipe de Asturias 1987, se midió con los grandes de su disciplina.




Fallece Juan José Linz, gran experto en sociología política

José Álvarez Junco 2 OCT 2013 - 23:21 CET1
 
Sobre Juan José Linz (Bonn, Alemania, 1926), fallecido el pasado martes, podemos empezar con un estereotipo: era un “español de proyección internacional”, sin duda nuestra figura académica más conocida y respetada en el mundo de las ciencias sociales. Lo era, sin duda. Ha sido el único, o poco menos, que ha participado en los grandes debates internacionales en ciencias sociales; que ha dialogado con Seymour Martin Lipset, Shmuel Eisenstadt, Robert Dahl, Stein Rokkan, George Mosse, Guillermo O’Donnell, Giovanni Sartori o Philip Schmitter.

De lo que no estoy seguro es de que tenga sentido aplicarle el adjetivo “español”. Ni siquiera su apellido lo era. En su homenaje, en Montpellier, hace seis o siete años, se hablaron con normalidad cuatro lenguas. Pero él se consideró siempre español y su tema de trabajo fue España. Y nadie hizo más que él por poner los temas españoles en el mapa académico internacional. Cuando Juan Linz publicó sus primeros trabajos, incluso los círculos cultos del mundo entero se limitaban a repetir, sobre España, juicios estereotipados, en general sobre temas artísticos, literarios o relacionados con nuestros trágicos derroteros políticos: la Inquisición, los toros, el catolicismo, la Guerra Civil y, eso sí, Cervantes, Goya o García Lorca. Linz hizo que se hablara de otras cosas: de la modernización, de las identidades colectivas, de la variante española del fascismo, de la especificidad de la dictadura imperante, de la transición a la democracia…

Sabía muchas cosas, sí, infinidad de cosas. Era una enciclopedia viviente. Pero eruditos ha habido otros. Lo absolutamente único en Linz era su amplio conocimiento de los clásicos de la ciencia social (a los que explicó en Yale durante mucho tiempo) y la cuidadosa aplicación de los conceptos por ellos elaborados –los únicos conceptos fiables de los que disponemos– al análisis de aquella infinidad de fenómenos que tenía en la cabeza.

Entre sus grandes temas de trabajo destacaron, por un lado, los fascismos. Pero no tanto sobre su ideología como el análisis de sus élites y de sus seguidores, siempre estudiados en términos comparados. Linz orientó y ayudó a Stanley Payne a trabajar en su tesis doctoral, convertida luego en el primer estudio serio que apareció en el mundo sobre la Falange; y, aunque Payne fuera en su inicio un historiador y no un sociólogo político, algo influiría en la evolución que luego hizo de él uno de los grandes teóricos sobre los fascismos en general.

Algo parecido le ocurrió con los nacionalismos. Intentó definir con cuidado los términos Estado, nación, Estado-nación y Estado-no nación. Describió el funcionamiento del Estado en sociedades multilingües y la correlación entre identidad nacional y religión, idioma, estudios, clase social o religiosidad. En el caso español, distinguió la temprana aparición del Estado y la relativamente tardía y difícil construcción de la nación. Sobre vascos y catalanes, le importó sobre todo la existencia de identidades múltiples y compartidas, constatadas por estudios empíricos. Y en su seminal artículo Del primordialismo al nacionalismo explicó cómo el planteamiento nacionalista parte de la especificidad cultural para reivindicar un autogobierno y ese hipotético gobierno independiente promete, sin embargo, acoger a todos los habitantes de su territorio, cualesquiera que sean sus rasgos culturales; es decir, que lo cultural cede la primacía al control del territorio, que es la clave.

Célebre fue su distinción entre sistemas totalitarios y regímenes autoritarios, que aplicó al franquismo, en el que detectó un pluralismo político restringido (el sistema de “familias políticas”). Aquello no gustó en el mundo antifranquista porque se entendió que justificaba al régimen. Pero era no entender la intención de Linz, apasionado demócrata –otro de sus grandes temas obsesivos consistió en analizar por qué las democracias, en ciertas situaciones, consiguen consolidarse y en otras quiebran–. Él había añadido un importante matiz al tema planteado por Hannah Arendt; para quien, por cierto, el fascismo mussoliniano tampoco era “totalitario” en sentido estricto.

Otros asuntos que le atrajeron fueron los partidos y élites políticas. Se ocupó, siempre sobre una base empírica, de analizar quiénes fueron los diputados, senadores o alcaldes durante la Restauración canovista y la Segunda República, quiénes los componentes de la Asamblea nacional de Primo de Rivera y de las Cortes de Franco. Le interesaba sobre todo la continuidad y discontinuidad en la élite política española. Algo semejante hizo también con los empresarios, de los que estudió su origen social, su mentalidad, movilidad geográfica, nivel de estudios, actitud ante la política, los problemas laborales o el mundo exterior. Todo siempre apoyado en una enorme cantidad de datos y encuestas. La suya era una sociología política de raigambre weberiana, es decir, de base empírica y libre de valores. Lo contrario de lo que hacían los ensayistas anteriores a él, a veces adornados con el nombre de sociólogos.

Linz tuvo, por último, su faceta de historiador. Publicó trabajos en los que cuantificaba y comparaba datos, desde el siglo XVI al XX, relacionados con la hacienda, el valor del dinero, los precios y salarios, el tráfico marítimo y el comercio, la demografía, la estructura y actividades del gobierno, las estadísticas judiciales y policíacas, la religiosidad, educación y cultura.

Juan Linz no nos ha legado ningún gran sistema teórico. Rehuyó siempre la “gran teoría”, los esquemas rígidos y en especial cualquier tipo de determinismo. Como se ha observado tantas veces, lo suyo eran teorías “de alcance intermedio”. Intentó, eso sí, superar las estrechas delimitaciones de los campos académicos. Se puede considerar que ha sido sociólogo o politólogo, como Lipset, pero tampoco le sobraría el calificativo de historiador. En ninguno de esos tres campos, sin embargo, se le reconoció en España ni se le ofreció una de aquellas “cátedras extraordinarias” que se crearon durante la Transición para atraerse a los intelectuales del exilio.

Desde el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales tuve la oportunidad de lanzar la edición de sus obras escogidas, recién terminadas ahora en siete volúmenes. Salieron adelante gracias al dinamismo de Javier Moreno Luzón y al cuidadoso trabajo de Jeff Miley y José Ramón Montero. Pero eso no basta para pagar la deuda que los académicos españoles tenemos con Juan Linz. Mi generación, la surgida a la vida política e intelectual en la segunda mitad del franquismo, tiene muchos motivos de queja sobre las carencias intelectuales en las que nos tocó formarnos. Uno de ellos es el desconocimiento de la obra de Juan Linz, un autor al que, en la escasa medida en que sabíamos de él, tendíamos a rechazar porque su racionalismo, su moderación política y su cautela científica eran sospechosos. Cuánto tiempo hubiéramos ganado si él hubiera guiado nuestras lecturas.

José Álvarez Junco es catedrático de Historia en la Universidad Complutense de Madrid. Su último libro es Las historias de España (Pons / Crítica).

Link de referencia

Video de Juan Linz con motivo del 22 congreso de IPSA en Madrid



Juan Linz: Unas palabras con ocasión del 22º Congreso Mundial de IPSA en Madrid. from AECPA on Vimeo.


 Link   

Durante la Transición vivió casi dos años en España, escribiendo sobre esa interesante etapa en la historia de España. La documentación que recogió entonces, con la ayuda de su esposa Rocío de Terán, la donó a las universidades Complutense de Madrid y Pompeu Fabra de Barcelona.

Linz no sólo escribió sobre estos años españoles, sus obras fueron una constante referencia durante la reforma política, tiempo en el que abordó temas tan comprometidos como el terrorismo o las nacionalidades. En su tesis doctoral, presentada en la Universidad de Columbia y publicada en 1963, indicaba que el Estado español gobernado por Franco no era totalitario sino un "sistema político autoritario", distinguiendo así entre "regímenes totalitarios" como los comunistas, en los que el estado trataba de imponer una ideología totalizante -el comunismo- que abarcaba todos los aspectos de la sociedad y del ser humano, y "sistemas autoritarios", en los que incluía a la dictadura española que, según su tesis, no había intentado imponer una ideología dominante.

En la década de los noventa del pasado siglo Linz ya decía en uno de sus libros que "el problema de la democracia es la calidad de los políticos". Diez años después, en una de sus visitas a España, ampliaba esta afirmación en una entrevista. "Los políticos, ahora, no es que sean peores, sino que viven en un mundo en el que tienen que opinar y tomar soluciones sobre la marcha, lo que suele tener consecuencias muy graves (...) El político ha de ser responsable de lo que hace. Es decir, debe tener en cuenta datos que sólo él conoce. Ser responsable en política no es responder a lo que la gente quiere, sino a lo que se necesita a corto, a medio y a largo plazo".
En 1987 fue galardonado con el "Príncipe de Asturias" de Ciencias Sociales por "su relevante aportación a la sociología política contemporánea". 

Al tratar la viabilidad de los sistemas democráticos, el interés de los politólogos se ha centrado especialmente en las tensiones nacionalistas, religiosas o étnicas y en los esfuerzos del Estado para poner en práctica políticas destinadas a corregir los desequilibrios socioeconómicos. Sin embargo, han relegado a segundo plano las características y el funcionamiento de las propias instituciones democráticas, asumiendo implícitamente que son similares y que las dimensiones institucionales de los gobiernos representativos son constantes.
Estos supuestos no son sostenibles: aparte de las variantes centralista/federal, bipartidismo / multipartidismo, sistemas de ganador único/representación proporcional, etc., hay una diferencia esencial en la forma en que se genera la autoridad del ejecutivo y en su responsabilidad. 


Las crisis del presidencialismo. 1. Perspectivas comparativas
Juan J. Linz, (aut.). Alianza Editorial, S.A. ed.(10/1997). 256 páginas; 20x13 cm

lunes, 14 de octubre de 2013

Carlos Santiago Nino

Carlos Santiago Nino

Obra



Carlos Santiago Nino (Buenos Aires, Argentina, 1943 - La Paz, Bolivia, 29 de agosto de 1993), fue un filósofo y jurista argentino, uno de los que alcanzaron mayor notoriedad académica a nivel internacional en la segunda mitad del siglo XX.

Biografía

Estudió leyes en la Universidad de Buenos Aires, donde se graduó de abogado; después obtuvo un doctorado en leyes en la Universidad de Oxford en 1977 con una tesis dirigida por John Finnis y Tony Honoré, titulada "Towards a general strategy for criminal law adjudication". Fue Profesor Titular de Filosofía del Derecho en las Facultades de Derecho y de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y fue profesor visitante regular de la Escuela de Leyes de la Universidad de Yale.

Sus investigaciones comenzaron a principios de los años 70 concentrándose en el análisis de algunas cuestiones tradicionales de la teoría general del derecho: intentó desentrañar el concepto de sistema jurídico, la polémica positivismo - iusnaturalismo y el concepto de validez jurídica, y estudió los conceptos jurídicos básicos, los problemas de interpretación de la ley y las relaciones entre moral y derecho.

Sus investigaciones estuvieron siempre orientadas a asuntos prácticos, caracterizándose por su poder de análisis; el resultado fueron las Notas de Introducción al Derecho (Buenos Aires: Editorial Astrea, 1973), que fue revisado y ampliado con el título de Introducción al análisis del derecho (de la misma editorial, año 1980 y Barcelona: Ed. Ariel, 1989), texto con el cual los alumnos de derecho de la Universidad de Buenos Aires tuvieron a su disposición un primer acercamiento a la teoría general del Derecho.

Posteriormente, convencido de que la solución de estos problemas estaba relacionada con la idea que de la ciencia jurídica se adoptara, abrazó un modelo fundado en la adopción explícita de los principios de justicia y ética o moralidad social, rechazando el acercamiento alemán predominante, la teoría pura del derecho de Hans Kelsen, que consideró dogmática. Esto se vio reflejado en sus obras Consideraciones sobre la dogmática jurídica (México, 1974), Algunos modelos metodológicos de ciencia jurídica (Valencia, 1980) y La validez del derecho (Buenos Aires, Editorial Astrea, 1985). Su necesidad de proporcionar una justificación liberal para la práctica del derecho penal lo condujo asimismo a la filosofía moral y al desarrollo de una teoría "consensual" original sobre el castigo. Así, intentó aplicar dicho modelo al campo del derecho penal en Los límites de la responsabilidad penal (Buenos Aires, Astrea, 1980) y La legítima defensa. Fundamentación y régimen jurídico (Buenos Aires, Astrea, 1982.

Del mismo modo, los problemas presentados en la caracterización de la conducta criminal humana estimularon su trabajo en el campo de la filosofía de la acción, lo que reflejó en su Introducción a la filosofía de la acción humana (Buenos Aires, EUDEBA, 1985). Durante los años 80, tras la restauración de la democracia en Argentina, Nino entró en política, sirviendo como asesor en cuestiones de derechos humanos al presidente Raúl Alfonsín y como coordinador de un comité especial para el estudio y diseño de reformas institucionales, el llamado Consejo para la Consolidación de la Democracia. También estuvo entre los autores del finalmente aprobado proyecto de reformas al arcaico Plan de Estudios de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en 1985; tal reforma modernizó al fin el currículum y la estructura de la enseñanza del derecho en la Universidad más importante y populosa de la Argentina.

Sus actividades teóricas, sin embargo, no fueron olvidadas: encaró los problemas conceptuales referidos a la articulación y defensa de los principios básicos de filosofía política, lo que lo condujo a escribir Ética y derechos humanos (1ª. Edición, Piadós, 1984, dedicada a Alfonsín; 2ª. Edición, Ed. Astrea, 1989; posteriormente publicada en una versión inglesa revisada por Oxford University Press, en el año 1991), donde expuso en forma completa su pensamiento moral, su concepción de la moralidad normativa y llegó a intentar establecer cuestiones de meta-ética, adoptando un enfoque constructivista que procuró derivar sus principios éticos fundamentales de las presuposiciones del discurso moral. Era una exposición comprensiva de su pensamiento moral dividida en tres partes que se ocupaban de ética normativa, ética aplicada y metaética.

En este último campo siguió profundizando con un volumen separado, El constructivismo ético (Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1989), donde se acercaba al Constructivismo procurando derivar sus principios éticos fundamentales de las presuposiciones del discurso moral, de una forma que lo puso, dijo, "entre Rawls y Habermas". Estos principios substantivos, abarcando el núcleo de una teoría que aspiró capturar los componentes esenciales del liberalismo político, eran:

    El principio de autonomía: las cosas, y esas cosas solamente, que son valoradas por el individuo como buenas.
    El principio de inviolabilidad: las restricciones deontológicas impuestas a la búsqueda de esas cosas buenas.
    El principio de dignidad, aun a pesar de que las personas renuncien a sus derechos reconocidos.


Con esta sólida fundamentación normativa, Nino abordó después diversas cuestiones de casuística: la organización constitucional Argentina, las leyes de facto, el aborto, la pena capital, la regulación de la droga, el presidencialismo, el control judicial de constitucionalidad, el voto obligatorio, entre otros, que fueron objeto de diversos artículos y ensayos de su autoría.

Propuso un acercamiento similar el americano: el reconocimiento previo del gradualismo a los fetos solamente cuando demostraran las capacidades cognoscitivas y afectivas necesarias para considerarlas personas morales. En lo que concierne a la pena de muerte, se opuso firmemente a ella, tanto como él estaba a penalizar o criminalizar el consumo de drogas.

También escribió sobre el contexto social de Argentina, encarando la aplicación de los principios de justicia y moralidad social a la valoración práctica constitucional, que dio lugar a su obra Un país al margen de la ley (Buenos Aires: Emecé, 1992; reeditado en Barcelona: Ariel, 2005, con un prólogo de Roberto Gargarella).

En 1988, junto a otros juristas como Eugenio Bulygin, Eduardo Rabossi, Martín Farrell, Ricardo Gil Lavedra, y Genaro Carrió, fundó el Centro de Estudios Institucionales del que fue su primer Vicepresidente ejecutivo. En el equipo de jóvenes investigadores del Centro revistaron Roberto Gargarella, Gabriel Bouzat, Marcelo Alegre, Silvina Álvarez, Gabriela Alonso, Carlos Balbín, etc.

Mientras estaba en La Paz, Bolivia (1993) invitado para trabajar en la reforma de la constitución boliviana, Nino sufrió un ataque del asma a resultas del cual murió posteriormente. Esta tragedia acabó con un hombre brillante que se encontraba en la cima de su productividad intelectual y un gran defensor de los derechos humanos. En trabajos póstumos desarrollaba su "justificación epistémica" de la democracia deliberativa, discutiendo que la deliberación democrática proporciona razones mejores para creer en la validez de las normas morales que la reflexión individual.





Obras

Notas de introducción al Derecho, Buenos Aires, 1973, ampliada con el título Introducción al análisis del Derecho, Buenos Aires, 1980
    Consideraciones sobre la dogmática jurídica, México, 1974
    Algunos modelos metodológicos de "ciencia" jurídica, Valencia, 1980
    Los límites de la responsabilidad penal, Buenos Aires, 1980
    Ética y derechos humanos, Buenos Aires, 1984; traducción inglesa revisada, The Ethics of Human Rights, Oxford, 1991
    El constructivismo ético, Madrid, 1989
    Fundamentos de derecho constitucional, Buenos Aires, Astrea, 1992
    El presidencialismo puesto a prueba, Madrid
    The Constitution of Deliberative Democracy, Yale, 1993
    Radical Evil on Trial, Yale, 1993
    Un país al margen de la ley, Buenos Aires, Emece, 1993 (reedición: Ariel, Barcelona, 2005).

Enlaces externos

    Consideraciones sobre la dogmática jurídica, libro en línea de Carlos Nino
Link
    Moreno Cruz, Rodolfo (julio de 2009). *¿Qué nombra la moral?: El modelo deliberativo de Carlos Santiago Nino como alternativa a la disputa metaética entre la moral sustantiva y la procedimentalUniversitas. Revista de Filosofía, Derecho y Política (10).
Link 

Trancrito desde  wikipedia.                    :

Conferencia de Donald Dworkin sobre CSN 
Recuerdo de CSN: R. Gargarella

jueves, 3 de octubre de 2013

Antígona: Sófocles.

Antígona


Antígona y su padre Edipo abandonan la ciudad de Tebas. Charles Jalabert, 1842.

En la mitología griega, Antígona (en griego: Ἀντιγόνη) es hija de Edipo y Yocasta y es hermana de Ismene, Eteocles y Polinices. Acompañó a su padre Edipo (rey de Tebas) al exilio y, a su muerte, regresó a la ciudad.

Eteocles y Polinices
En el mito, los dos hermanos varones de Antígona se encuentran constantemente combatiendo por el trono de Tebas, debido a una maldición que su padre había lanzado contra ellos. Se suponía que Eteocles y Polinices se iban a turnar el trono periódicamente, pero, en algún momento, Eteocles decide quedarse en el poder después de cumplido su período, por lo que se desencadena una guerra, pues, ofendido, Polinices busca ayuda en Argos, una ciudad rival, arma un ejército y regresa para reclamar lo que es suyo. La guerra concluye con la muerte de los dos hermanos en batalla, cada uno a manos del otro, como decía la profecía. Creonte, entonces, se convierte en rey de Tebas y dictamina que, por haber traicionado a su patria, Polinices no será enterrado dignamente y se dejará a las afueras de la ciudad al arbitrio de los cuervos y los perros. (Este mito es contado en la tragedia Los siete contra Tebas de Esquilo.)

Los honores fúnebres eran muy importantes para los griegos, pues el alma de un cuerpo que no era enterrado estaba condenada a vagar por la tierra eternamente. Por tal razón, Antígona decide enterrar a su hermano y realizar sobre su cuerpo los correspondientes ritos, rebelándose así contra Creonte, su tío y suegro (pues estaba comprometida con Hemón, hijo de aquel).

Muerte
La desobediencia acarrea para Antígona su propia muerte: condenada a ser sepultada viva, evita el suplicio ahorcándose. Por otra parte, Hemón, al ver muerta a su prometida, tras intentar matar a su padre, se suicida en el túmulo, abrazado a Antígona; mientras tanto, Eurídice, esposa de Creonte y madre de Hemón, se suicida al saber que su hijo ha muerto. Las muertes de Hemón y Eurídice provocan un profundo sufrimiento en Creonte, quien finalmente se da cuenta de su error al haber decidido mantener su soberanía por encima de todos los valores religiosos y familiares, acarreando su propia desdicha.

Tema
La persistencia del tema de Antígona en la cultura de Occidente en todas sus épocas, a través de innumerables reelaboraciones en todos los géneros, ha sido señalada por George Steiner como el caso más extremo y extraordinario de permanencia y reiteración de un tema dramático. Steiner lo explica atribuyéndolo a que en él se condensan los cinco conflictos fundamentales que a su juicio dan origen a todas las situaciones dramáticas. El enfrentamiento entre Antígona y Creonte sobre el destino de los restos de Polinices plantea a la vez los conflictos entre hombres y mujeres, entre la vejez y la juventud, entre la sociedad y el individuo, entre los seres humanos y la divinidad, y entre el mundo de los vivos y el de los muertos.1




Antígona (Sófocles)


Antígona (Frederic Leighton, 1830-1896).

Antígona (Ἀντιγόνη en griego) es el título de una tragedia de Sófocles, basada en el mito de Antígona y representada por primera vez en 442 a. C.
En Antígona se enfrentan dos nociones del deber: la familiar, caracterizada por el respeto a las normas religiosas y que representa Antígona, y la civil, caracterizada por el cumplimiento de las leyes del Estado y representada por Creonte. Además se establece una oposición entre el modo en que las dos hermanas, Antígona e Ismene, se enfrentan a un mismo problema.

Personajes
•    Antígona: hija del rey Edipo.
•    Ismene: hija de Edipo.
•    Hemón: hijo de Creonte y Eurídice
•    Creonte: rey de Tebas, tío de Antigona e Ismene.
•    Coro de los ancianos de Tebas (también representa la voz del pueblo).
•    Guardián.
•    Tiresias: adivino anciano, ciego.
•    Eurídice: reina, esposa de Creonte, madre de Hemón.
•    Mensajero.
•    Corifeo.

Espacios físicos
•    El Palacio de Tebas: Palacio donde el rey Creonte vive y gobierna. Lugar de majestuoso tamaño y riqueza. En este lugar también vive Hemon, hijo de Creonte y ahí se reúnen los consejeros del rey.
•    Afueras de la ciudad de Tebas: Lugar donde toma lugar la batalla y donde el cuerpo de Polinices yace sin sepultura ni honores hasta que Antígona desobedece la ley y entierra su cuerpo.
•    Plaza pública: Este es el lugar donde Antígona planea sepultar el cuerpo de su hermano y es donde el mensajero le dice a la gente lo que le pasa a su rey Creonte.
•    La cueva de Tebas: Aquí es donde Antígona es condenada a permanecer por haber desobedecido la ley. Ella se mata y, al enterarse Hemon, muere junto a ella.

Argumento
Contexto
El difunto rey de Tebas, Edipo, tuvo dos hijos varones: Polinices (hijo de Edipo y Yocasta, reyes de Tebas) y Eteocles. Ambos acordaron turnarse anualmente en el trono tebano, pero, tras el primer año, Eteocles no quiso ceder el turno a su hermano, por lo que el primero llevó un ejército foráneo contra Tebas. Los hermanos se dieron muerte mutuamente, pero son los defensores de Tebas los que vencen en el combate.

Prohibición de sepultar a Polinices por considerarlo un traidor a los principios de la ciudad
Antígona, hija de Edipo, cuenta a su hermana Ismene que Creonte, actual rey de Tebas, impone la prohibición de hacer ritos fúnebres al cuerpo de Polinices, como castigo ejemplar por traición a su patria. Antígona pide a Ismene que le ayude a honrar el cadáver de su hermano, pese a la prohibición de Creonte. Ésta se niega por temor a las consecuencias de quebrantar la ley. Antígona reprocha a su hermana su actitud y decide seguir con su plan.

Antígona desobedece la ley
Creonte anuncia ante el coro de ancianos su disposición sobre Polinices, y el coro se compromete a respetar la ley. Posteriormente, un guardián anuncia que Polinices ha sido enterrado, sin que ningún guardián supiera quién ha realizado esa acción. El coro de ancianos cree que los dioses han intervenido para resolver el conflicto de leyes, pero Creonte amenaza con pagar menos a los guardianes porque cree que alguien los ha sobornado. El cuerpo de Polinices es desenterrado. Pronto se descubre que Antígona era quien había enterrado al cuerpo, pues intenta una vez más enterrar al cuerpo y realizar los ritos funerarios, pero es capturada por los centinelas. Antígona es llevada ante Creonte y explica que ha desobedecido porque las leyes humanas no pueden prevalecer sobre las divinas. Además se muestra orgullosa de ello y no teme las consecuencias. Creonte la increpa por su acción, sospecha que su hermana Ismene también está implicada y, a pesar del parentesco que lo une a ellas, se dispone a condenarlas a muerte.

Ismene, llamada a presencia de Creonte, a pesar de que no ha desobedecido la ley, desea compartir el destino con su hermana y se confiesa también culpable. Sin embargo, Antígona, resentida contra ella porque ha preferido respetar la ley promulgada por el rey, se niega a que Ismene muera con ella. Finalmente, es sólo Antígona la condenada a muerte. Será encerrada viva en una tumba excavada en roca.

Antígona frente a la muerte
El hijo de Creonte, Hemón, se ve perjudicado por la decisión de su padre, ya que Antígona es su prometida. Señala a su padre que el pueblo tebano no cree que Antígona merezca la condena a muerte y pide que la perdone. Creonte se niega a ello y manda traer a Antígona para que muera en presencia de su hijo. Hemón se niega a verla y sale precipitadamente.

Antígona va camino a su muerte y, si bien no se arrepiente de su acción, ha perdido la altivez y resolución que mostraba antes, al dar muestras de temor ante su muerte. La humanización de Antígona resalta el dramatismo del momento.

La desgracia de Creonte
Creonte es visitado por el vidente Tiresias, y este le anuncia las degracias que vivirá debido a su impertinencia y terquedad. Desgracias como que el cuerpo de Polinices ha sido repartido por muchas ciudades, en pedazos por las aves, y estas ciudades tomaran represalias en contra de Tebas; que si Creonte da muerte al amor de su hijo Hemón, Antígona, este morirá como consecuencia inmediata. 

Sabiendo esto Creonte toma consciencia de sus actos y decretos por lo que aconsejado de Corifeo, se arrepiente y decide enterrar como es debido a Polinices y liberar a Antígona. El primer acto es logrado, pero al abrir la cueva de Antígona, se encuentra con ella muerta y colgada del cuello, y con su hijo Hemón desconsolado, este intenta atentar contra su padre, pero falla y decide enterrarse su espada en el costado, aun con vida se dirige junto a Antígona dando fin a su vida junto a ella. Creonte completamente desgraciado vuelve al palacio con el cuerpo de su hijo en brazos, pero aún tiene que soportar otra desgracia más, pues, al volver a palacio, recibe la noticia de que su esposa Eurídice también se ha suicidado al conocer las noticias por un mensajero.

Véase también
•    Antígona, ópera de Carl Orff

Bibliografía
•    Bernardo Souvirón: Hijos de Homero, un viaje personal por el alba de occidente. Madrid, Alianza, 2006.
•    Sófocles: Antígona. Madrid, Edimat, 2002.

Muerte de un viajante: Arthur Miller
http://es.wikipedia.org/wiki/Muerte_de_un_viajante

Obras
El tema de Antígona ha dado lugar a varias obras, dramáticas, operísticas y teatrales:
1.    Antígona (Sófocles), la tragedia de Sófocles (ca. 442 a. C.);
2.    La pasión según Antígona Pérez, obra teatral de Luis Rafael Sánchez (1968);
3.    Antígona (Tommaso Traetta), ópera de Tommaso Traetta (1772);
4.    Antígona Vélez (1950), obra teatral del escritor Argentino Leopoldo Marechal (1900-1970);
5.    Antígona (Jean Anouilh), de Jean Anouilh, obra teatral de 1942.
6.    Antígona Furiosa,obra teatral de la escritora argentina Griselda Gambaro.
7.    Antígona Oriental, obra teatral sobre la vida en la cárcel durante la dictadura en Uruguay (1973-1985) del director alemán Volker Lösch.

Referencias
1.    Steiner, George (2009). Antígonas - La travesía de un mito universal por la filosofía de Occidente. Barcelona: gedisa.

Antigona o el poder de lo real
Enzo Solari Alliende




martes, 5 de febrero de 2008
EL CONFLICTO ÉTICO EN "ANTÍGONA"
Gonzalo Gamio Gehri

La tragedia griega constituye un espacio de reflexión sobre los conflictos éticos. Con frecuencia el agente moral tiene que vérselas con situaciones en las que tiene que elegir, de modo ineludible, entre emprender dos cursos de acción que reconoce como poderosamente valiosos (cada uno a partir de argumentos diferentes), de tal forma que realizar una de estas acciones implica renunciar a la otra opción. O, en otros casos, el agente tiene que escoger entre alternativas indeseables – optar entre dos “males” – suponiendo que (dadas las circunstancias) incluso el abstenerse de actuar constituye un mal.

Como hemos visto, las tragedias griegas tenían el objetivo de llamar la atención del ciudadano respecto de la complejidad de estos conflictos, y en todo caso, contribuir con los debates prácticos, así como con la formación del buen juicio y la phrónesis entre los miembros de la polis. La posibilidad de que los diferentes bienes (y males) puedan colisionar entre sí no era considerada una eventualidad funesta, sino el corazón de la vida ética, una experiencia que sometía a prueba el buen sentido y el carácter de los hombres. También la Ética aristotélica somete a discusión la posibilidad de tales conflictos, por ello su especial énfasis en la experiencia y la deliberación. En el phronimós (el hombre prudente) los diferentes bienes propios de una buena vida deben estar presentes en la proporción correcta que la recta razón y el sentido común aconsejan, pero en ocasiones estos bienes pueden enfrentarse. Elegir un curso de acción en vez de otro no neutralizará las razones que hacen que la opción no escogida sea legítima.

Consideremos brevemente el conflicto que se plantea en la Antígona de Sófocles. Como el lector recordará, los dos hermanos varones de Antígona –hijos de Edipo y Yocasta – han perdido la vida asesinándose el uno al otro en su lucha por el trono de Tebas. Uno de ellos, Eteocles, ha muerto defendiendo la ciudad contra los invasores argivos, pero ha violado el derecho legítimo del otro hermano – Polinices - a asumir el poder de Tebas según un acuerdo celebrado años atrás entre ambos. Polinices, por su parte, ha muerto defendiendo este legítimo derecho, pero para realizar este propósito ha llevado a las fronteras de su patria un ejército extranjero para tomarla por la fuerza. Muertos los dos hermanos y derrotados los argivos, quien asume el trono es Creonte, cuñado de Edipo, quien proclama un edicto que pretende dar fin a estos terribles eventos concediéndole a ambos cadáveres el trato que les corresponde de acuerdo con el espíritu de la pólis antigua: a Eteocles, que luchó por los suyos y murió defendiendo los muros de la ciudad, se le debe un entierro digno de un héroe, cumpliendo los rituales fúnebres que le permitan “reconciliarse con la tierra”, para usar una célebre expresión hegeliana. En cambio, al cuerpo de Polinices se le condena a un destino terrible: en castigo al atentado perpetrado contra la tierra de sus padres –que constituye una violación a su propia identidad comunitaria – el cadáver debe ser abandonado insepulto, fuera de los perímetros de la ciudad, para convertirse en alimento de los perros y las aves de rapiña. Creonte ordena que aquella persona que se atreva a enterrar a Polinices debía ser castigada con la muerte.

Antígona es colocada por las circunstancias en el centro mismo de un conflicto ético no resoluble sin pagar el precio de padecer un terrible desgarramiento espiritual. Ella sabe que Polinices ha actuado como un traidor, y que ha violado todos los principios que un hombre de Tebas debiera honrar como miembro de la ciudad. Sabe que tiene sentido acatar la ley de la pólis, que Creonte ha proclamado para poner fin a la Guerra de los Siete. No obstante, Antógona sabe asimismo que – como hermana – debe observar la ley de la familia y el derecho de los muertos, y, conforme a estos principios sagrados, tiene que enterrar a Polinices. Ambas leyes – vistas desde la situación dilemática que ha de afrontar la propia Antígona – se contraponen y no pueden conciliarse. Sin embargo, ante los ojos de Creonte, la idea misma de que constituye un deber y un acto piadoso cumplir con las exigencias del oikos resulta inadmisible:

“Dices algo insoportable cuando manifiestas que los dioses se
preocupan por este cuerpo ¿Acaso podrían desear cubrirlo de honores como si
hubiese hecho algo bueno, a un hombre como él, que vino para incendiar sus
templos y sus ofrendas, aniquilar su misma tierra y esparcir sus leyes a los
vientos?¿O quizás ves que los dioses honren a los malvados? No es
posible[1].

Antígona considera que - más allá de las consideraciones de Creonte sobre la obediencia a la autoridad como un valor esencial para la vida comunitaria y el carácter sagrado de las razones de Estado (Estado que él representa y comanda como el capitán a su navío, según su propia perspectiva) -, ella se considera depositaria de una misión espiritual de primera importancia; ella es responsable de que el espectro de su hermano pueda descender al Hades, merced a recibir los funerales que merece como parte integrante del círculo familiar: ninguna culpa – por evidente que sea – puede disolver el lazo entre hermana y hermano y el compromiso ético – espiritual que encarna. Antígona sabe que el cumplimiento de su misión implica la trasgresión una ley que no desconoce, pero entiende que dicha trasgresión – que la llevará a la muerte - tiene lugar en nombre de la comprensión de una ley más alta, eterna e inescrutable por el juicio de los mortales.

“CREONTE -¿y, a pesar de ello, te atreviste a transgredir estos decretos?

ANTÍGONA - No fue Zeus el que los ha mandado publicar, ni la Justicia
que vive con los dioses de abajo la que fijó tales leyes para los hombres. No
pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera
transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Estas no son
de hoy, ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron”
[2].

La situación que ella afronta es evidentemente trágica e infortunada. Haga lo que haga, estará violando una de las dos leyes sagradas, e incurrirá en una imperdonable hybris (desmesura). Lo mismo puede decirse de Creonte, quien al final lleva la peor parte en el drama, a causa de la ceguera voluntaria que padece - generada por su carácter autoritario, su tozudez y estrechez de miras –, actitud que le impide percibir la naturaleza y gravedad del conflicto. Antígona elegirá cumplir con sus deberes de hermana, y cargará con las consecuencias de su decisión. Ella ha optado por aquello que considera el bien mayor, enterrar a Polinices y honrar la ley divina – el que merece su lealtad incondicional, al punto de sacrificar su propia vida -, pero su elección no neutraliza en absoluto el valor del bien rival, también merecedor de lealtad y compromiso; ambas lealtades constituyen por razones diferentes lazos éticos de singular importancia, cuyo profundo valor el sujeto práctico procura honrar, aunque en casos como éste uno se vea forzado a decidir entre ellas y renunciar a cumplir con algún compromiso realmente significativo, crucial para la vida. Es cierto que el coro y el personaje de Hemón, hijo de Creonte, sugieren más adelante examinar el dilema de Antígona de un modo más complejo y matizado, al plantear un modelo más democrático de conducción política (ajeno al despotismo del rey; un enfoque más acorde al espíritu cívico del propio Sófocles), pero en manera alguna esta perspectiva más amplia elimina o debilita el corazón del conflicto.

El análisis de esta clase de experiencias arroja nuevas luces sobre nuestros modos de vivir y pensar la ética. Lo primero y más obvio que hay que destacar es que, como hemos señalado, a pesar de lo difícil y doloroso que nos resulta afrontar estos conflictos éticos, estos son más frecuentes y complejos que lo que nos gustaría que fuesen, pues ellos generan a menudo situaciones ineludibles de dolor y confusión. No obstante, considero que hay una conclusión más profunda que podemos sacar de lo esbozado esquemáticamente hasta aquí: que – en contra de lo que el prejuicio pudiese asegurar, los conflictos más importantes para la experiencia y la reflexión éticas no son los que plantean el antagonismo entre bienes y males, sino los que confrontan bienes con bienes, y males con males. A pesar de que esta es una tesis que la fenomenología de la ética concluye sin problemas, constituye una perspectiva que suele ser vigorosamente rechazada por la corriente dominante de la filosofía moral. Me refiero a las éticas de procedimiento.

[1] Sófocles, Antígona, 280 – 9.
[2] Ibid., 449 – 456.

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