domingo, 29 de septiembre de 2013

Maquiavelo

Maquiavelo:



¿Por qué Maquiavelo? ¿Maquiavelo en Filosofía?.

Ciertamente, Maquiavelo contribuyó a un gran número de discursos importantes en el pensamiento político occidental, y también a la historia y la historiografía, la literatura italiana, los principios de la guerra y la diplomacia. Pero Maquiavelo no parece haberse considerado a sí mismo un filósofo de la investigación filosófica, y de hecho, a menudo su obra ha sido abiertamente rechazada como fuera de lugar y  tampoco sus credenciales sugieren que esta se adapte cómodamente a los modelos estándar de la filosofía académica.
Sus escritos son notoriamente poco sistemáticos, inconsistentes ya veces contradictorios en sí mismos. Él tiende a recurrir a la experiencia y el ejemplo en el lugar de análisis lógico riguroso. Sin embargo, sucesivos pensadores se sienten obligados a participar con sus ideas, ya sea para discutirlas o para incorporar sus ideas en sus propias enseñanzas. Maquiavelo pudo haber estado en los márgenes de la filosofía, pero el impacto de sus reflexiones ha sido generalizado y duradero.
Los términos "maquiavélicos" o "maquiavelismo" se encuentran regularmente entre los filósofos que se ocupan de una amplia gama de fenómenos éticos, políticos y psicológicos, aunque Maquiavelo no inventó el "maquiavelismo" y ni siquiera han sido un "maquiavélico" en el sentido de frecuencia que se le atribuye. Por otra parte, en la crítica de los sistemas filosóficos "grandes" de Maquiavelo, nos encontramos con un desafío a la empresa de la filosofía que llama la atención y exige consideración y respuesta. Por lo tanto, Maquiavelo se merece un lugar en la mesa del estudio exhaustivo de la filosofía.







Maquiavelo y Nietzsche en torno al poder

 


 Maquiavelo es uno de los escasos filósofos de nuestra tradición que ha dedicado al poder la centralidad de su pensamiento. Otro, por supuesto, es el filósofo-artista: Friedrich Nietzsche. Me parece que los más de trescientos cincuenta años que separan a El Príncipe de la Genealogía de la moral no impiden poner en solfa algunas de las ideas más radicales de ambas obras para hacer que suenen como un armonioso dueto. Incluso, me arriesgaría a afirmar que posiblemente una se entienda mejor a la luz de la otra —como tantas veces ocurre cuando una melodía queda más explícita con su contrapunto—. Así es la situación de estos pensadores, a los cuales en muchas ocasiones se ha dado en llamar "el primer moderno" y "el primer posmoderno".

Ahora bien, una de las características más ponderadas por la filosofía moderna frente a la medieval es la autonomía de las ciencias, que se afirma con la revolución científica y que reviste un carácter de lucha contra lo establecido, lucha de cuya virulencia dan idea los procesos contra Galileo, Servet y Giordano Bruno, quienes tardíamente han sido absueltos por la institución eclesiástica. En este sentido, Maquiavelo (1469-1527) podría ser comparado con Galileo, sólo que en el ámbito político, Maquiavelo revoluciona el orden de los máximas, haciendo no el análisis del deber ser, sino que, al dejar a un lado todo tipo de consideraciones éticas y doctrinales, se centra en la cruda realidad. Este sesgo le valdrá la etiqueta de antiético, hasta el punto que, a lo largo de la tradición filosófica, "maquiavélico" ha pasado a ser sinónimo de "diabólico".

Sin embargo, lo que Maquiavelo pretende es simplemente considerar la política de la misma forma en que los científicos modernos consideran las ciencias que les ocupan, es decir, autónomamente. Tal autonomía sigue siendo hoy tema tabú. Pensemos, por ejemplo, con cuanta facilidad se interviene en discusiones sobre medicina o astronomía sin involucrar cuestiones éticas, aunque se esté convencido de que siempre están implícitas posturas o implicaciones éticas, mientras se desgarran las vestiduras cuando se considera a la política ausente de la ética, a la manera de Maquiavelo. Sin embargo, se sigue considerando a éste como el fundador de la ciencia política moderna por su forma de aislar a la política como objeto de estudio y de encontrar las leyes de su dinámica.

De este modo, su pensamiento escapa a las antiguas teorías políticas, para ocuparse de la facticidad —en el sentido de concentrarse en el análisis de las realidades captables—, y liberarse así de todo dogmatismo: ensaya una vía que se separa del examen de los argumentos justificativos y se enfoca en el estudio de los mecanismos reales que guían las acciones, los que no apuntan a un orden ideal, sino al terreno mismo de la praxis política.
Al aislar este terreno se halla ante los hechos crudos, por ejemplo cómo se gana o se pierde determinada cosa. En estas averiguaciones no busca el sustrato metafísico de las acciones, sino entrar directamente en el análisis de éstas, lo cual señala una de las principales peculiaridades de su pensamiento, el cual apunta al estudio del poder. De ahí que se le considere como el primer filósofo en la historia de la filosofía occidental que tiene al poder como tema central.

En este sentido Maquiavelo es uno de los primeros teóricos que han procurado desenmascarar las construcciones ideológicas que suelen acompañar al uso del poder público, es decir, es uno de los fundadores de lo que ha venido a llamarse sociología del conocimiento. (Giner, 1988: 200)

Por deslindar a la política como una ciencia autónoma, Maquiavelo —hay que insistir— puede ser considerado como un Galileo, aunque la comparación entre ambos personajes no sea extensible a otros ámbitos como podría ser el de la razón. Maquiavelo pone el acento en la Historia y no en la razón, de ahí que, a diferencia de Galileo, Maquiavelo vea la razón como un órgano de cálculo, y no como la facultad de conocer y acceder a la esencia de las cosas y de resolver los enigmas del mundo.

Si Maquiavelo merece ser considerado el primer filósofo político moderno es porque además de exponer la política en su autonomía, denuncia indirectamente la moral de esclavo para ubicarse, intelectual y prácticamente, en el terreno de la acción y la libertad. Es uno de sus principales talantes y en él radica su astucia: pone sobre la mesa temas viscosos: el poder, la fuerza, el orgullo y la sagacidad, y examina francamente los hechos para elaborar una teoría política que plantea dichos problemas sin enmascararlos.

En este sentido, se le podría aproximar a un pensador vitalista, pues posee los atributos de la sinceridad y la ingenuidad, que, según Nietzsche, son parte del hombre vital, por contraste, con el resentido, que no es sincero ni consigo mismo. Nietzsche, denuncia (1981: 53) que, gracias a la virtud sacerdotal, la moral se ha vuelto "perversa" frente a la moral aristocrática, que sería la encarnada por Maquiavelo: una forma de valoración que no se aparta de la acción, no tiene absolutamente ninguna pretensión de "pureza" y es "sana" porque no esconde resentimientos, sino que los saca explosivamente a flote, salvándose así de "aquella neurastenia y aquella afección intestinal, que afectan así de forma inevitable a los sacerdotes de todas las épocas" (y podríamos agregar: a una gran parte de los intelectuales) (Nietzsche, 1981: 53). Maquiavelo sobrecoge al lector por el descarnado pragmatismo de su análisis. Pero no es más antitético que otros teóricos políticos, sobre todo modernos, que tienden a obviar que hay venganza, afán de poder e intrigas, y sitúan a la violencia en otra dimensión, sea como momento previo a la sociedad o como elemento adyacente, ajeno o sobrevenido a lo que suponen es un cuerpo social "sano" y "normal".

Si para Nietzsche, la moral del sacerdote es insana y perversa es porque —basando sus valores en una faceta del odio— niega toda fuerza, todo acto violento y toda crueldad. La moral del caballero, del "noble" —cuyo prototipo sería Maquiavelo— funda sus juicios de valor en la acción vigorosa, libre y vivaz, que no deja ni mucho menos de lado la corporeidad, la salud, la riqueza, la guerra, la aventura, la danza y la caza. Nietzsche desenmascara el esquema judeocristiano cuando se habla de la transmutación de los valores, en el sentido de que, lo bendecido por Dios es la pobreza, la fealdad y la debilidad, cualidades que, por supuesto, no busca de los políticos, que de ahora y de antes no han querido para ellos, ni querrán en el futuro, aunque proclamen orgullosamente que siguen estos valores.

Para Maquiavelo, la libertad se afirma desde el primer momento en que se considera a la política como creación, como arte; es decir, como algo inventado, que no pertenece al terreno de lo natural, como proponen las morales de viejo cuño. Observa al Estado como quien observa un hecho cuya base es la naturaleza humana, pero no como un hecho natural, sino como un producto de la acción humana históricamente configurada. En suma, como un artificio. Incluso, la política implica técnica y estrategia, y puede ser enseñada así; pero no solamente, pues, al igual que la medicina y el derecho, es fundamentalmente experiencia. El olvido de este hecho hace que no se aprovechen suficientemente las enseñanzas de la historia (Maquiavelo, 1987: 26).

A su modo, Maquiavelo hace, como Nietzsche, una especie de genealogía, apartando de un plumazo afirmaciones previas, presentándonos la realidad de modo descarnado, centrándonos en la praxis y no en etéreas teorías, y arremete indirectamente contra todo naturalismo. De este modo, el "progreso" o "desarrollo" de una costumbre o de un órgano no es más que la sucesión de procesos de subyugación (Nietzsche, 1981: 113).

Por ello, el escándalo y la fascinación que produce Maquiavelo (como Nietzsche) nacen de su falta de pudor al hablar de la violencia y darle a ésta nombre y apellidos: crímenes, corrupción, impunidad, venganzas, robos de patrimonio o desvíos, que sin embargo, son parte de la vida política real, lo cual no implica, ni mucho menos, que Maquiavelo se complazca con tales acciones. Precisamente, su filosofía política está encaminada a estudiar de qué modo esta violencia será innecesaria interna y externamente a un Estado estable. Sin embargo, Maquiavelo ha sido anatemizado por abordar tales problemáticas en toda su crudeza, les ha sucedido a quienes por hablar de sexo son vistos como obsesos sexuales y a quienes hablan de la revolución se les considera sin más revolucionarios. Por el contrario, la política que propone Maquiavelo busca controlar el crimen y la violencia, con alternativas que enfrenten y canalicen a uno y otra.1

En este sentido, el suyo es un discurso pragmático, no cínico. Es desde esta perspectiva que lo lee Francis Bacon, quien afirma: "mucho debemos a Maquiavelo y a otros como él que escribieron sobre lo que los hombres hacen y no sobre lo que deberían hacer", interpretación que vale la pena tomar en cuenta en nuestro contexto, cuando la teoría política está muy imbuída de legalismo, pero en la práctica no es mejor la de los tiempos de César Borgia.
Sobre este pragmatismo, Touchard afirma que:

El Príncipe no es un tratado de filosofía política, puesto que el autor no se pregunta cuál es el mejor gobierno o qué es lo legítimo, ni qué es el poder o el estado en general, sino simplemente, pensando en la situación italiana: ¿cómo hacer reinar el orden, como instaurar un Estado estable? (Touchard, 1983: 202)

Nosotros diríamos que es precisamente este talante pragmático, este atenerse a los hechos, lo que aporta Maquiavelo a la entonces incipiente teoría política moderna. Talante que, por otra parte, no ha sido emulado por los filósofos políticos, que lejos de atenerse a los hechos, basan sus análisis en especulaciones, como parece justificar el mismo Touchard.

La fuerza es fuerza y la violencia es violencia. "¿Cómo se puede exigir de la fuerza que no actúe como tal?" se pregunta Nietzsche (1981: 13). ¿Porqué la moral se reduce siempre a una mistificación de nuestra propia impotencia? La mayoría de las veces, digámoslo claramente, nos refugiamos en nuestra debilidad y la disfrazamos de eticidad o de sublimes ideales. Los oprimidos son como corderitos, ellos mismos se identifican como "buenos" y "puros", advierte Nietzsche. Las aves de rapiña no tienen ningún reparo en comerlos, incluso los aman, pues "no hay nada tan sabroso como un corderito tierno".

La fuerza es fuerza, y punto. Exigir que no se manifieste como tal es un contrasentido. Estas reflexiones tienen no pocas implicaciones en el análisis de la confrontación primer mundo / tercer mundo. Estén despiertos, dice Nietzsche, porque nos van a comer si nos seguimos despistando por el terreno de las justificaciones y las legitimaciones; es decir, si seguimos contentándonos con nuestra buena conciencia de explotados, marginados, excluidos o cualquiera de las palabras al uso.

Desde este enfoque, la crítica de Nietzsche a la filosofía moderna que separa "sujeto" y "acción" no alcanzaría a Maquiavelo. Lo único que existe es la acción. Imaginar que hay un sustrato de esta acción es un artificio del lenguaje (Nietzsche, 1981: 70). La acción lo es todo, como es lo mismo el rayo y su resplandor. Por lo tanto, nada más alejado de las tesis contractualistas que las ideas de Maquiavelo y Nietzsche.

Las tesis contractualistas parten de la teoría del sujeto, que otorga una libertad —el "libre albedrío"— como la base de la igualdad de los hombres. Nietzsche tilda de "fanática" a la concepción contractualista del origen del Estado. La fuerza, no la razón, funda el "sentido"; la fuerza es creadora; el contrato, ejemplo de otra corriente de la mentalidad moderna, para la que el canon moral es la compra-venta: "todo tiene su precio, todo puede pagarse" (Nietzsche, 1981: 104). Éste es para Nietzsche el canon más antiguo y más ingenuo de justicia, "el inicio de cualquier 'bondad', de cualquier 'equidad', de cualquier 'buena voluntad', de cualquier 'objetividad' en la tierra […] la justicia es la buena voluntad entre quienes son aproximadamente igual de poderosos" (Nietzsche, 1981: 104).
Maquiavelo no busca necesidades naturales detrás de las relaciones sociales, pues no hay una ley superior a la que deba adecuarse la acción política, sino que ésta es creadora de la ley.

Por otra parte, el poder no es más que el dominio sobre los demás hombres. Su filosofía no es un física social, como será la de Hobbes, por ejemplo, sino una filosofía de la acción. Para este último, la realidad primaria son los cuerpos. Para Maquiavelo, en cambio, son las acciones. Tampoco hay en Maquiavelo una oposición tácita o explícita entre individuo y sociedad, como la hay en Hobbes, quien sostiene que en tanto el hombre está en condición de mera naturaleza, que es condición de guerra, el apetito particular es la medida del bien y del mal, situación que se superaría en el estadio social.

Para Maquiavelo la guerra siempre acecha, forma parte de la realidad política, y el apetito del individuo no queda nunca anulado por ninguna instancia superior. El acuerdo entre los hombres no se presenta como un "pacto", sino como proporcionada correlación de fuerzas, que se hace más constante y duradera con el imperio de la ley, que es a su vez también fuerza, aunque no fuerza física. A la perpetuación del imperio de la ley coadyuva el temor de los súbditos a su infracción, y la religión es uno de los máximos factores de apoyo al temor que fundamenta la seguridad del estado.

En definitiva, y resumiendo lo que venimos diciendo, no hay en Maquiavelo ninguna apelación a instancias ni naturales ni ahistóricas. No existen categorías universales o innatas que precedan u orienten la acción humana. Lo que sí hay es una "voluntad de poder". Tampoco hay oposición entre razón y experiencia, sino todo lo contrario: la razón debe basarse en la experiencia. El todo social, para Maquiavelo, no es lógico, sagrado, ni necesario. Es simplemente el fruto de una trabazón de acciones humanas, que se perpetúa en el tiempo como continuidad de unas prácticas históricas que vienen determinadas, eso sí, por la naturaleza humana, a la que él concibe de un modo bastante pesimista.

En este sentido, estaría más cerca de la visión posmoderna —"una visión de la sociedad sin fundamentos, parámetros, paradigmas, proyectos, metas, ni certezas absolutas" (Tomassini, 1992: 83)—, que de una visión como la tuvo la modernidad llevada a una jaula de hierro por la Ilustración:

Como las cosas de los humanos están siempre en movimiento y no pueden permanecer estables, es preciso subir o bajar, y la necesidad nos lleva a muchas cosas que no hubiéramos alcanzado por la razón. (Maquiavelo, 1987: 48).

Este tipo de aseveraciones del autor renacentista son interpretadas con excesiva frecuencia como defensa de la adaptabilidad del hábil político a las circunstancias, sin que medien convicciones, principios o ideales, sino exclusivamente el beneficio del propio interés. Sin embargo, también cabe la interpretación de la primacía de la realidad histórica sobre la razón; de la experiencia sobre los prejuicios; de la práctica sobre los ideales; en suma, de una filosofía de la acción.

Tampoco es en absoluto racionalista en su concepción de la historia, pues si en ésta ve la fuente principal de la que derivan nuestros conocimientos en virtud de la experiencia, no la concibe sin embargo como un proceso unitario y singular, sino como series de acontecimientos que podemos llamar la historia de Roma, de Florencia, etcétera. En ningún momento se percibe una concepción de la historia como una serie continua, guiada por algún tipo de necesidad que tenga que desembocar en una paz perpetua o en un estado ideal. Todo lo contrario: el resultado dependerá de lo que logre la acción humana. Desde la perspectiva maquiaveliana, el poder no se relaciona con el logos, sino con la fuerza y la coacción. Su enfoque es totalmente pragmático.2

En este tipo de concepción del poder ubica a la "virtud", a la que Maquiavelo ve como una cualidad poco común, pero sí "una energía a la vez brutal y prudentemente calculadora, ajena a cualquier preocupación de moral ordinaria" (Touchard, 1983: 203). Crear una virtú es imprescindible para la política. La virtú maquiaveliana es la fuerza del hombre frente a la fortuna, a la que su mirada renacentista aprecia como la dueña de la historia: no es la providencia divina la que con mano segura y amorosa rige los destinos humanos, sino una diosa irracional, imprevisible y caprichosa la que nos lanza continuamente al sinsentido.

Ciertamente, los tiempos de Maquiavelo tienen cierto parecido con los últimos lustros de la posmodernidad, pues "el girar de la fortuna había hecho desaparecer ante sus asombrados ojos, reinos y vidas con total indiferencia" (Aguilar, 1989: 313).

La visión de la historia que tiene Maquiavelo es pesimista y fatalista: los hombres no pueden oponerse a los decretos de la fortuna, aunque sí aprovechar sus giros. El hecho de que Maquiavelo se concentre en el campo de la técnica política más que en el de la explicación histórica, tiene su origen en esta concepción. Para Aguilar R.:

El mensaje es "mantente sobre tus pies, haz un uso adecuado de tu realismo y razón y, con el bagaje de tus pasiones listo para impulsarte, espera la ocasión propicia, de forma que puedas, al menos en parte, determinar tu vida". (Aguilar,1989: 318)

La concepción maquiaveliana de la política como teoría siguió a la definición aristotélica de la política como "ciencia de lo posible", en cuanto que pretende estudiar el estado real de su tiempo y ofrecer vías de salida a una situación de colapso. Maquiavelo es profundamente realista y, contrariamente a lo que se le suele atribuir, no es acérrimo partidario del mantenimiento del status quo del príncipe, ni detractor de las transformaciones, pues por más que advierta sus peligros, no deja de ponderar su necesidad, que debe ser realizada con energía y audacia por quienes estén interesados en los cambios.

En este sentido, en su análisis está continuamente barajando la categoría de posibilidad: "Es deseo muy natural y ordinario el de querer adquirir algo que no se tiene; alabaremos siempre a quien lo cumple si le es posible; pero el error está en empeñarse en poseerlo cuando no es posible" (Maquiavelo, 1988: 16).

En El Príncipe, aconseja al monarca evitar cambiar las instituciones y dejar lo más posible a los subalternos el cuidado de tomar medidas impopulares, elegir con cuidado a sus consejeros y evitar cederles la menor parcela de autoridad. El monarca se dedicará sólo a defender y extender su poder por todos los medios, incluso utilizando el crimen si es necesario. "Vale más ser temido que amado". Este tipo de aseveraciones es el que le han dado mala fama. Sin embargo, una pregunta resulta obvia: ¿no es así como funciona el poder de las instituciones, hasta en las que más predican el amor, como la Iglesia?

La liberación parte del reconocimiento de la realidad. Este sesgo realista es la enseñanza de hoy en relación con Maquiavelo. A sabiendas de que el poder político se mueve con aquella dinámica, y no necesariamente porque quienes lo detentan sean esencialmente corruptos, malos o desaprensivos, ¿qué acciones cabe emprender para que esa violencia sea la menor posible; para repartir el poder, y para que los errores no sean tan trágicos ni aplasten a millones de personas? El idealismo en política suele tener efectos perversos, pues omite sistemáticamente tomar el pulso a las fuerzas en juego.

Otro aspecto del pragmatismo maquiaveliano es la afirmación de que los resultados son el único modo de valorar las acciones políticas. Cuanto más estable y duradero sea un gobierno, tanto mejor será. La duración será prueba de su salud, y por ello, una tiranía o el desgobierno no duran indefinidamente. Y aunque Maquiavelo apuesta a la estabilidad, hay que matizar una vez más que esta apuesta no debe ser leída como conservadora, ni como una defensa a ultranza del status quo. Si lo vemos con ojos desprejuiciados, digamos simplemente que el deseo apasionado y subyacente de Maquiavelo es liberador: que surja un nuevo espíritu patriótico italiano contra los invasores, pero para ello —pese a lo fácil de la tentación, máxime en el terreno del nacionalismo— no apela a nobles ideales, ni a esencias nacionales. Exalta la Roma republicana, no la imperial, y siguiendo a Aristóteles, sostiene que de las tres formas clásicas de gobierno la mejor es la del tipo mixto, por ser más sólida y estable, pues en ella "el príncipe, los grandes y el pueblo gobiernan conjuntamente el estado".

Touchard (1983: 205) afirma que Maquiavelo tiene una concepción del Estado que ignora las realidades económicas, y lo acusa de ver en la política poco más que el juego de voluntades, pasiones e inteligencias individuales, lo cual no es muy exacto. Maquiavelo no se detiene en el análisis de la economía; sin embargo, no es idealista, y en su abordaje de la cuestión del poder señala siempre como trasfondo la centralidad del dominio del hombre sobre las cosas: "El hombre olvida más fácilmente la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio".

Y aunque no se centra en el análisis de la economía, le otorga a está un papel esencial. Señalemos como muestra el pasaje de El Príncipe en que éste le encarga a un arquitecto que elabore el plan para la edificación de una ciudad; plan que queda descartado totalmente y la competencia del técnico negada por no haber tomado en cuenta de qué habrían de vivir los habitantes de la tal ciudad.

Otra crítica de Touchard (1983: 204) es la relativa a que aun cuando la idea de Estado ocupa el centro de su pensamiento, Maquiavelo no llega a formular la teoría respectiva. Para él, el Estado es un dato, un ser al que no pretende explicar filosóficamente. Pero no es tan evidente —como lo sostiene Touchard— que Maquiavelo legitime la subordinación del individuo al Estado. Maquiavelo no define ni la esencia ni la naturaleza del Estado, pero de su obra se desprende que el Estado es un conjunto de realizaciones mediatizadas por el poder. Está convencido que la fuerza tiende al caos, y de que el orden, el equilibrio, se logra con artificio, con técnica. Lograr la estabilidad será la muestra de la virtú del político, y ésta, si bien se desmarca del concepto virtud según la teología medieval, no coincide tampoco con la afirmación que hace Touchard: "en una jungla donde no hay moral ni derecho internacional todo vale", pues también es una convicción maquiaveliana que el Estado debe garantizar la vida satisfactoria de sus miembros.
Conclusiones
Maquiavelo es uno de los primeros y más peculiares autores en la tradición occidental que aborda el tema del poder desde su especificidad. Podemos considerarlo el primer moderno porque considera la autonomía del ámbito político. Desde una perspectiva actual, habría que reivindicar su talante en por lo menos cuatro aspectos. En primer lugar por su positivismo, en el sentido de que analiza lo que se le presenta de manera inmediata; lo que se palpa: la realidad. En segundo lugar, por lo que podríamos llamar vitalismo, que se plasma en la sinceridad e ingenuidad indispensables para la crítica, así como en la reivindicación del cuerpo, de la dimensión física, en contra de una moral que castiga el cuerpo. En tercer lugar, por su pragmatismo, que de entrada le permite reconocer que no se puede obviar la violencia, la que no es previa al cuerpo social o, algo externo, como sugerirán más tarde las teorías contractualistas, sino inherente a él. Por último, por el antinaturalismo que lo lleva a afirmar que la política es invención, creación, y que, en este sentido, no pertenece al dominio de lo natural. De la política destaca su historicidad y subraya que es preciso asumir la experiencia, ir a la historia para extraer de ella enseñanzas.

Además del talante, lo que aporta Maquiavelo a la reflexión es un programa de temas a abordar: tanto el príncipe como el pueblo deben atender a las prácticas, a las acciones. Por todo ello podemos decir que la figura de Maquiavelo ha sido satanizada injustificadamente. Su empeño no consiste en dedicarse a solapar venganzas y crímenes, sino en identificarlos como parte de la vida política. En ningún momento pretende fomentar la barbarie, sino que trata de ver cómo reducirlas al mínimo en aras de la seguridad: se trata de ver cómo hacerles frente.

Tal vez si hubiera asumido el planteamiento maquiaveliano la teoría política moderna no hubiese caído estrepitosamente en planteamientos idealistas tan craso como en los que ha caído y sigue cayendo. El pensamiento de Maquiavelo está más preocupado por abordar el problema de la seguridad que en teorizar sobre el poder. Por todo lo anterior, es importante que la teoría política actual rescate su noción de poder. Esa noción asocia el poder a la fuerza y la acción del sujeto. El poder, en sentido que Maquiavelo le da, es dominio sobre los demás hombres, pero el primer plano y la centralidad las tiene el dominio del hombre sobre las cosas.

Notas
1 Cfr. El episodio sobre Coridiano (Maquiavelo, 1987, I: 49).
2 "Nunca debe permitirse un desorden para evitar una guerra, porque en realidad no se la evita, sino que se aplaza el conflicto con desventaja propia" (Maquiavelo, 1988: 17).
"Es de saber que hay dos modos de combatir: el uno, mediante las leyes; el otro, por la fuerza. El primero es propio del hombre, el segundo, de las bestias. Pero como a veces no basta, conviene recurrir al segundo. De ahí que al príncipe le sea necesario usar debidamente tanto la bestia como el hombre" (Maquiavelo, 1988: 81).

Bibliografía
Aguilar, Roger (1989), "La autonomía y sus obstáculos: virtú, fortuna y femineidad en la teoría política de Maquiavelo", en Actas de las VII jornadas de investigación interdisciplinar, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, Vol. I.
Conill Sancho, Jesús (1993), "La actual contribución de Nietzsche a la racionalidad hermenéutica y política", Aparte de Estudios filosóficos, n. 119, Vol. XLII, enero-abril.
Giner, Salvador (1988), Historia del pensamiento social, Barcelona, Ariel.
Chevalier, Jean Jacques (1967), Historia del pensamiento, Madrid, Aguilar, tomo II,.
Nietzsche, Friedrich (1981), Genealogía de la moral, Barcelona, Laia.
Maquiavelo, Niccolò (1987), Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Madrid, Alianza.
_____ (1988), El Príncipe, Barcelona, Planeta.
Touchard, Jean (1983), Historia de las ideas políticas, Madrid, Tecnos.
Tomassini, Luciano (1992), "El debate modernidad-postmodernidad", Revista de Economía Política, Madrid.


 Las ideas del florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527) provocan las más contradictorias opiniones: mientras unos lo consideraban padre de la descreencia y apólogo de la crueldad y la tiranía otros lo han valorado como iniciador del pensamiento político moderno o crítico encubierto del despotismo. En cualquier caso el pensamiento de Maquiavelo es de vital importancia para comprender el mundo político del Renacimiento y quizás también de la actualidad.

EL PRÍNCIPE:
“El príncipe”, escrita en 1513, es la obra más relevante de Maquiavelo y la más polémica, en ella se pretende explicar los medios por los que un príncipe (jefe de un principado) puede mantenerse en el poder analizando las causas por las que muchos perdieron el poder y otros lo conservaron. El tratado por lo tanto no pretende ser una obra de como deberían actuar los poderosos sino como se tiene que actuar cuando se tiene el poder para conservarlo. No busca el autor explicar como alcanzar el “bien social” o “la justicia” sino como alcanzar y mantener el poder. Hay en esta obra una clara división entre ética y política pero división no es lo mismo que enfrentamiento; irónicamente esta obra fundamental del llamado “realismo político” acaba con un capítulo en el que se exhorta a Lorenzo de Medici a “liberar Italia de los bárbaros”, es decir, el colofón de este libro tan crudamente realista es un alegato contra la injusticia y la opresión de Italia.

En esta obra Maquiavelo intenta mostrar cuales deben ser las virtudes del príncipe que no tienen que coincidir con las virtudes de los hombres ordinarios sin embargo, reconoce el florentino que no solo la virtud trae el éxito político sino que este depende también de la fortuna. Virtud y fortuna son elementos claves en su pensamiento político y para explicar su relación utiliza una famosa metáfora: la fortuna es como un río impetuoso que arrastra todo a su paso cuando se encoleriza, no obstante, en tiempos de tranquilidad tomamos medidas contra los ríos violentos colocando diques y canales para contenerlos; de igual modo el príncipe frente a la fortuna adversa usará su virtud para contenerla o para aprovechar su ímpetu benéfico.

Según Maquiavelo el ser humano es fácilmente engatusado por las apariencias y más pronto a obedecer por miedo que por voluntad propia. El hombre atiende a la ley pero también a la fuerza; sería maravilloso que los hombres atendiesen siempre a la ley pero como esto no es así el príncipe debe saber como utilizar la fuerza. Los príncipes que han hecho uso de la fuerza desmedida no han obtenido sus propósitos porque han soliviantado a los nobles o al pueblo; los príncipes que han renunciado a la fuerza han sido tomados por débiles y han perdido igualmente el poder. El gobernante debe ser león y zorro porque el león cae en las trampas aunque asuste a los lobos y el zorro evita las trampas pero los lobos le desprecian; si el príncipe sabe usar con contundencia su fuerza pero también es astuto mantendrá el poder.

Lógicamente para Maquiavelo el papel de las armas sea fundamental en el estado. Un gobierno debe tener buenas armas y buenas leyes pero como no es posible las buenas leyes sin buenas armas el príncipe debe asumir que el conocimiento del arte de la guerra tiene un lugar privilegiado en la política.

Hemos visto que muchos gobernantes perdieron el poder por ejercer la fuerza desmedidamente entonces ¿como se debe de administrar la fuerza? El príncipe debe intentar ser amado y temido pero si no puede conseguir ambas cosas debe preferir ser temido ya que la gente obedece más firmemente a alguien por miedo que por amor. Pero aunque el príncipe deba hacerse temer debe intentar por todos los medios no hacerse odioso a sus súbditos; si los gobernados odian al príncipe se conjugarán para derrocarlo, por mucha violencia que use siempre habrá personas dispuestas a unirse en su contra. 

Por esta razón la crueldad debe administrarse con prudencia aunque también con mano firme: es mejor infligir un gran castigo de una vez que estar continuamente provocando pequeños castigos porque de la primera manera puede olvidarse o atenuarse el odio pero de la segunda manera el odio siempre estará vivo. También a los poderosos hay que castigarlos con dureza porque si los castigamos poco aún serán fuertes para devolvernos el golpe pero si los castigamos duramente ya no podrán hacernos daño. Nunca un príncipe debe atentar contra la propiedad o la mujer de sus súbditos por avaricia o lujuria, esto provoca un odio profundo y el miedo entre los gobernados a ser las próximas víctimas los une contra su príncipe.

De lo anterior concluimos que el príncipe debe temer tanto como a sus enemigos externos al pueblo que le odie; el mejor remedio contra el odio del pueblo es dejarlo tranquilo, no grabarlo con impuestos ni con decisiones arbitraria. Organizar fiestas, potenciar las artes y el comercio adornan a todo principado y el buen gobernante se ocupa de ello para obtener el favor del pueblo.

En la vida ordinaria hay cosas que llamamos virtud pero que no son tales en el príncipe. La sinceridad, por ejemplo, tiene sentido en la sociedad civil en donde hay tribunales que juzgan y condenan la mentira pero ¿si la cabeza del estado miente quién lo juzgará? Si un príncipe en peligro violando un acuerdo o asesinando traicioneramente a sus enemigos se mantiene en el poder debe mentir y asesinar si es preciso; de nada sirve la bondad que te lleva a la ruina. Si los hombres todos fueran buenos y actuaran justamente el príncipe debería ser bueno pero como no es así la bondad en este mundo de lobos sólo lleva a la perdición. A pesar de todo el príncipe debe acrecentar su prestigio de virtud ya que la apariencia de bondad es un arma poderosa por la que se guían los hombres. El gobernante deberá cuidar el parecer justo, compasivo y religioso pero se deberá  cuidar también de serlo cuando no conviene a sus intereses ya que, por ejemplo, ser compasivo y no aniquilar a un enemigo derrotado que se rinde podría conllevar una guerra en el futuro que ocasionase más sufrimiento al pueblo y más peligros a un  príncipe pusilánime que a un gobernante que no temiese ser cruel. De esta idea viene la celebre frase atribuida falsamente a Maquiavelo de “el fin justifica los medios”.

Como se dijo Maquiavelo siempre ha sufrido una simplificación de su pensamiento: por un lado es verdad que considera que el príncipe está más allá de la moral ordinaria y no deben juzgarse sus actos en sí sino por sus consecuencias pero por otro lado asume que satisfacer las exigencias del pueblo para no ser víctima de su odio es uno de los factores vitales de la política; el pueblo adquiere así un papel central en la reflexión del florentino.

Complementos de lectura


- Una relectura de "El Príncipe" de Maquiavelo.

- Maquiavelo como defensor del gobierno del pueblo.

Stanford Enciclopedia of Philosophy

Para entender al El Príncipe (EP), es necesario también, comprender Los Discursos sobre la primera década de Tito Livio (DTL), y es que a leer ambos parecerá confuso para el lector, pero ahí comienza la comprensión.

Mientras que EP es una obra dedica a los Jefes de Estado (Monarcas en aquel entonces), el DTL es un texto para el ciudadanos (para el pueblo), el primero no tiene dedicatoria, el segundo es dedicado a dos de los mejores amigos de Maquiavelo.

Es importante contextualizar que Maquiavelo pretendía crear una guía política, así como la Biblia a los cristianos, EP a los actores políticos y DTL a los ciudadanos, algo que al parecer logra.

Sin embargo, es importante resaltar que EP es una obra que sobre todas las cosas, se centra en lo que en la actualidad conocemos como Razón de Estado, es decir, que sin importar el medio, el fin debe ser siempre: el que el Estado sobreviva, y ahí comienza lo rico de su filosofía.

Si bien el discípulo de Maquiavelo es Spinoza, y su crítico inmediato es Hobbes. Este último resalta la importancia del enseñar política (donde el fundador es Maquiavelo), y es la de que tiene pasión, y su pasión se encuentra en que no existe ningún humano común que quiera morir de manera violenta: para ello existe el Estado, para garantizar la vida de sus conciudadanos y no permitir esto.

Y es que Hobbes comulgaba con la idea de un Estado absoluto, que impidiera (aunque se perdieran libertades) la rebelión de los pueblos, la anárquica sinrazón; mientras que Maquiavelo confiaba más en las republicas, y en las libertades a costa del monarca o el jerarca, sin embargo, el Jefe de Estado debe ver por el Estado, y esto significa que si tiene que pagar por su vida a costa de la sobrevivencia del Estado, esto debe de hacer.

Una vez aclarado esto, sabemos que la finalidad de Maquiavelo al escribir EP no era el de satisfacer a Lorenzo de Médicis (Gobernante de facto de la Republica de Florencia), sino como habíamos dicho dar una guía a los Estadistas (sobre todo a los que tendrían que crear un nuevo Estado), y el de ser él,  el  productor; el creador intelectual de esas acciones que construyan al Estado.

Por otro lado, la obra de EP, usa un contexto histórico para darle peso a su discurso, utilizando a Roma como ejemplo de las debacles y logros, de igual forma, citando a diversos emperadores que fracasaron debido a su actitud miope, y citando a emperadores que salieron victoriosos por su agudeza política, es así como lleva a lector, a una especia de: si hace esto, sucederá esto como paso con tal, y si  dejas de hacer esto lograras esto, como ocurrió con tal, algo que hace al lector confiar en la argumentación del texto, debido quizás a la comparabilidad de los hechos.

Para concluir, además de la Razón de Estado, existe una virtud que debe tener todo hombre que guíe a un Estado, y esa es la de ser temido, EP nos dice que el ser amado es complejo, pues depende de otros; el ser odiado es insostenible por que no existe pueblo que tolere; sin embargo, el ser temido depende de uno, pero sobre todo, mantiene una dependencia a causa del miedo propio, que se genera por la capacidad del gobernante.

*Para abundar más se recomienda: El Príncipe ; Los discursos sobre la primera década de Tito Libio, ambas de Maquiavelo; y Historia de la Filosofía Política de Leo Strauss y Joseph Cropsey en las págs. 286-304.

Discursos sobre la primera década de Tito Livio: pp. 55 

Artículo escríto por Hugo Neyra

lunes, 16 de septiembre de 2013

STALIN. JOSÉ EL TERRIBLE

Stalin, José el Terible:
Robert Service - Stalin: A Biography


Overthrowing the conventional image of Stalin as an uneducated political administrator inexplicably transformed into a pathological killer, Robert Service reveals a more complex and fascinating story behind this notorious twentieth-century figure. Drawing on unexplored archives and personal testimonies gathered from across Russia and Georgia, this is the first full-scale biography of the Soviet dictator in twenty years.
   Service describes in unprecedented detail the first half of Stalin's life--his childhood in Georgia as the son of a violent, drunkard father and a devoted mother; his education and religious training; and his political activity as a young revolutionary. No mere messenger for Lenin, Stalin was a prominent activist long before the Russian Revolution. Equally compelling is the depiction of Stalin as Soviet leader. Service recasts the image of Stalin as unimpeded despot; his control was not limitless. And his conviction that enemies surrounded him was not entirely unfounded.
   Stalin was not just a vengeful dictator but also a man fascinated by ideas and a voracious reader of Marxist doctrine and Russian and Georgian literature as well as an internationalist committed to seeing Russia assume a powerful role on the world stage. In examining the multidimensional legacy of Stalin, Service helps explain why later would-be reformers--such as Khrushchev and Gorbachev--found the Stalinist legacy surprisingly hard to dislodge.
Rather than diminishing the horrors of Stalinism, this is an account all the more disturbing for presenting a believable human portrait. Service's lifetime engagement with Soviet Russia has resulted in the most comprehensive and compelling portrayal of Stalin to date.
   Few people are more intriguing to read about than Joseph Stalin. I knew very little about him before reading this book. Now I feel like I know lots, but it wasn't always easy going. Since the book is long, you can forgive a typo or two, but there are many more typos and grammar errors than one or two so it makes for rough reading at times.
   There are few Stalin fans these days, but I'd still prefer a biographer that remains somewhat neutral when it comes to his personal opinions. There are numerous instances in which Service goes too far in his "analysis." For example, on page 538, he calls Stalin a "pockmarked little psychopath." Is that really necessary?
   Other word choice issues were also not to my liking. For instance, the word hegemony was not used for hundreds of pages, but then once used it is used constantly (many times per page) for a while. Other words are used inconsistently or confusingly. I think Bolshevik and Communist are synonymous, but Service never explicitly says so and flips back and forth between the two.
   I prefer biographies to be chronological in order. This book is written as if the chapters are based on themes as much as they are based on a timeline. So you may be taken to, say, 1935 by the end of a chapter, but then the next chapter begins back a few years. This is sometimes confusing or disruptive to a smooth reading. Other times it just leads to redundancy in the information presented. I like to be "surprised" in biographies by reading events as if they were happening now for the first time. Service alludes to the Great Terror, Stalin's death, and other events long before they actually happen later in the book which reduces the impact once we eventually get to that part of the story.
   Service is not always clear. As a non-Russian speaker and non-Russian history expert, making this book easy for me to comprehend would be a tall task for just about any author, but Service could have done better. I didn't find the glossary in the back of the book until I had already read several hundred pages. The glossary helped, but it should be longer, pointed to at the beginning of the book, and include a people and place glossary also. There are just too many Russian words for someone who doesn't speak Russian to keep straight. Names that have only been introduced in a limited way hundreds of pages before are tossed out again as if the reader can remember who they were. On the other hand, some easy to remember items (such as Stalin tricking others to drink more than him) were needlessly repeated many times.
   I was surprised at the treatment given to the Japanese front in WW II. Service makes it seem as if the USSR had very little contact or conflict with the Japanese. This was a very different picture than that painted in Racing the Enemy: Stalin, Truman, and the Surrender of Japan.
I only checked Service's facts/interpretations with respect to one issue and was not happy with what I found. On pages 452 and 453, Service discusses how Stalin was twice Time magazine's Man of the Year. He makes it sound as if Time said nothing but glowing things about Stalin, using words such as "adulation," "commendation," "brightly," "praised," "clever," "pragmatic," "straightforwardness," "steadfastness," "hailed," etc. Nowhere does he indicate that Western descriptions also included the negative. On the contrary, Service states that "the cult at home acquired its affiliate shrines in the lands of capitalism -- and it was just as vague and misleading in the West as it was in its homeland." I decided to check these facts by reading from the Time issue itself. Service neglected to quote these kinds of opinions from the article:
   By the one stroke of sanctioning a Nazi war and by the later strokes of becoming a partner of Adolf Hitler in aggression, Joseph Stalin threw out of the window Soviet Russia's meticulously fostered reputation of a peace-loving, treaty-abiding nation. By the ruthless attack on Finland, he not only sacrificed the good will of thousands of people the world over sympathetic to the ideals of Socialism, he matched himself with Adolf Hitler as the world's most hated man...
To be sure, the collectivization program in the Ukraine resulted in a famine which cost not less than 3,000,000 lives in 1932. It was a Stalin-made famine. The number of wrecks and industrial accidents became prodigious. Soviet officials laid it to sabotage. More likely they were due more to too rapid industrialization. Millions in penal colonies were forced into slave labor.
   Moreover, Russian officialdom began to experience a terror which continues to this day. For the murder of Stalin's "Dear Friend," Sergei M. Kirov, head of the Leningrad Soviet, who had once called Comrade Stalin the "greatest leader of all times and all nations," 117 persons were known to have been put to death. That started the fiercest empire-wide purge of modern times. Thousands were executed with only a ghost of a trial. Secret police reigned as ruthlessly over Russia as in Tsarist times.
   The above hardly sounds like the Western press thought Stalin to be as saintly as Service contends. Time doesn't pick people because they are "good" necessarily. Their person of the year is based on impact--not lack of sins. Other choices have been Hitler, Mohammed Mossadegh, and Ayatullah Khomeini. If Service was misleading on this issue, how many other topics was I also given the wrong impression about?
   Service makes it seem as if many of the imprisonments, tortures, and deaths were purely arbitrary in nature to keep the rest of the faithful in line. But with all of the wiretapping going on, isn't it possible that (some of) the judgments weren't purely arbitrary even if the punishments were far in excess of the person's "crime." I'm certainly not saying that Stalin was just in the way he banished or killed people, but it may not have been as willy-nilly as presented in Stalin at times.
With all of the above critiques, it may sound as if I hated this book. I did not. I learned much from it and enjoyed most of my readings (especially in the second half of the book). An issue near the end that is raised, but not discussed in detail, I found particularly stimulating. What would have happened in WW II if there never was a Stalin? The German Nazis had run over other countries with ease and likely would have done the same to the countries that made up the USSR had Stalin not mobilized and industrialized it prior to the war. Could Britain, and eventually the U.S., have withstood the Nazis if they had such vast resources at their disposal and without an ally in the USSR?
   The end picture is that even though Stalin did many, many horrible things the world may in fact be a better place today because of him. I guess we'll never know. But it is still fun to read and think about.
-----------------

 El profesor Robert John Service (nacido el 29 de octubre de 1947) es un historiador británico especializado en Rusia. Es, asimismo, escritor, comunicador y profesor en el St Antony's College de Oxford. Fue uno de los primeros historiadores en acceder a los archivos soviéticos tras el colapso de la URSS en 1991.

Service estudió en la Universidad de Cambridge, donde se dedicó al estudio del ruso y del griego antiguo. Se trasladó después a las universidades de Essex y de Leningrado para realizar el posgraduado y enseñó en Keele, de la London School of Slavonic Studies (Escuela londinense de estudios eslavos) antes de establecerse como profesor en la Universidad de Oxford en 1998.

Entre 1986 y 1995, Service prublicó una biografía monumental en tres volúmenes de Vladimir Iilich Lenin. Ha escrito varias obras sobre Historia general de Rusia en el siglo XX que han encontrado multitud de lectores en el gran público. Encaró la producción de una trilogía de biografías de los líderes soviéticos Lenin (2000), Stalin (2004) y Trosky (2009), todas editadas en español (las dos primeras por Ed. Sigo XXI y la última por Ediciones B)han sido muy bien recibidas. En el año 2011 se publicó en español, en Edic. B "Camaradas" una historia de los partidos comunistas. Muchos críticos han alabado en Service sus análisis desapasionados del siglo pasado de Rusia. Esto, combinado con su habilidad para la investigación y su estilo literario, ha hecho de Robert Service uno de los historiadores de la ex URSS más populares, al nivel de especialistas como Robert Conquest, Orlando Figes, Richard Pipes o Simon Sebag Montefiore.
Obras

    Stalin: Una biografía (ISBN: 84-323-1234-7) - Siglo XXI Editores
    Historia de Rusia en el siglo XX (ISBN: 84-843-2131-2) Editorial Crítica
    Lenin: Una biografía (2004) - (ISBN: 84-323-1065-4) Siglo XXI Editores
    Stalin: A Biography (2004) - en inglés
….

Stalin's need for terror:The Road to Terror
J Arch Getty and Oleg C Naumov
Reviewed by Robert Service 


Stalin's Great Terror traumatised generations of Soviet citizens and continues to have consequences in Russia today. How else do we explain the extreme reluctance of Russians to take part in public life? Under Stalin, only the most ambitious and foolhardy took such a risk and it may well be years before the political apathy of the Russian people is overcome.
   In the 1930s, Stalin was not the only murderous dictator in Europe. Hitler rivaled him in bestial policy. But there was much about Stalin that distinguished him from his German competitor. The terror campaign in the USSR was not very orderly. In Germany the victims were announced in advance: Jews, gypsies, homosexuals, socialists and the mentally ill. The timing and the intensity of the assault came as a shock to many of them. But it had been known for a long time whom Hitler wanted to liquidate. In the Soviet Union there was always an arbitrary aspect to the state terrorism.
   Frequently, Stalin's victims were astounded by their arrest, and many thousands of them wrote personal letters to him to complain that a dreadful mistake had been made.
   Another difference was the close interest taken by Stalin in the process. He had an album made of the names of those marked down for arrest so that he might review the NKVD's suggestions for punishment. It was as if he was taking pleasure in flicking through a book of photographs. Stalin's other quirk was that he enjoyed humiliating his victims. They had to confess to their crimes, however imaginary, beforehand. They had to die already broken in spirit.
   Among the documents in The Road to Terror, one of the most extraordinary is a final letter to Stalin from Nikolai Bukharin, who had been one of his leading political opponents. In 1929 Bukharin had opposed Stalin's forcible herding of peasants into collective farms. Having defeated him, Stalin gave him various jobs in Soviet public life. But in 1937 Bukharin was arrested and put on show trial in the following year. In desperation he declared that he had long ago given up campaigning against Stalin. 
    He argued that the Communist state could still make valuable use of his talent. First he pleaded to be allowed to go the USA to act as the party's propagandist against Trotsky. Alternatively he offered to work as an administrator in the depths of Siberia.
But if he had to die - and Bukharin accepted that all revolutions are greedy devourers of their own children - then so be it. He made one last plea. Bukharin begged Stalin to be allowed to be given a dose of morphine. He did not trust himself to face a firing squad with sufficient self-control. But Stalin saw no reason to show greater indulgence to Bukharin than to any one else.
   The book covers the debates among the central and local Communist leaders through the 1930s about the reasons why the Soviet state remained insecure despite the apparent achievements in industrial construction and military preparedness. The Russian archivist Oleg Naumov has located material in the party archives that have gathered dust for 60 years, and little by little we are beginning to comprehend the tense situation in the Communist party that led to the Great Terror. His fellow author J Arch Getty once contended that Stalin's associates virtually manhandled Stalin into sanctioning the violence. Such an analysis was always flimsy and was further exposed by the archival revelations.
   Now Getty in his commentary limits himself to stressing that the Communist leadership colluded in its own destruction by agreeing with Stalin on the need for terror. There is something in this approach. But, unfortunately, the book over-looks the evidence that whenever one of Stalin's close associates - even Molotov or Kaganovich - queried his demands for terror, he dropped unmistakable hints that he would treat them, too, as "ene-mies of the people".
   As an accumulation of fresh material on Stalinism, The Road To Terror has few equals. Not all the mysteries have been cleared up. Perhaps they never will. But a little more light is shining in the murky historical depths of the cellars of the Lubyanka.

Associated Newspapers Ltd., 8 November 1999
http://www.yale.edu/annals/Reviews/review_texts/Service_on_Getty_Ass._Newspapers_11.08.99.html

sábado, 7 de septiembre de 2013

Restaurando el alma de la Ciudad Imperio

Restaurando el alma de la Ciudad Imperio
Nueva York no es una ciudad, es una aparición, un fantasma, una visión
16/09/2011 - Autor: Hamid Dabashi -
Nueva York no es una ciudad imperial. Es la Ciudad Imperio, un imperio propio






Ha pasado casi una década desde ese funesto, desconsolador, colapso de esos dos serenos gigantes del World Trade Center en la ciudad de Nueva York, una década que acaba de terminar y una de las principales agencias de calificación crediticia, Standard & Poor (S&P), rebajó la calificación AAA de EE.UU. a AA, por primera vez en la historia.

Imperios: ya no los hacen como solían hacerlos.
 “¿Qué es peor, los dos gigantescos símbolos fálicos AA de un imperio cortados profundo y abajo a plena luz del día de la historia, o su calificación AAA circuncidada de un solo golpe a AA a la vista de todo el mundo, todo en solo una década? ¿Es tal vez lo que Fareed Zakaria quería decir con “el mundo post-estadounidense”?
¿Se acordó alguien –o lo olvidamos todos– del décimo aniversario del 2 de marzo de 2001, cuando los talibanes comenzaron a dinamitar los Budas gemelos de Bamiyán por orden de su líder, Mullah Omar? Entre esas dos imágenes espejo de los Budas de Bamiyán y las torres de Manhattan, cayendo ante el terror del miedo y el fanatismo, ¿cuántos monumentos, edificios, vidas inocentes más, han perecido en Herat, Kabul, Kandahar, Bagdad, Basora, Kazmain, Gaza, Beirut, Trípoli, cuántos viudos, huérfanos, cuántas víctimas de ataques intencionales y accidentales de drones, cuántos refugiados, cuántas pesadillas? Haber dicho una vez: “No contamos cuerpos”, es lo que hizo famoso al general estadounidense Tommy Franks. ¿Qué cuentan los generales? ¿Tendrán que rendir cuentas algún día los imperios?
Cuenten o no los generales, las cosas no parecen buenas en el frente interior para el imperio monopolar. Apenas casi dos años después de la severa crisis financiera de 2008 que llevó a Barack Obama a la Casa Blanca, en el décimo aniversario del 11-S, el imperio estadounidense tiene algo más problemático que al Qaida que temer y combatir. El plan de reducción del déficit aprobado por el Congreso de EE.UU. evidentemente no ha ido bastante lejos como para que la agencia mantenga una calificación AAA de EE.UU. Los melindrosos inversionistas están perdiendo confianza. Inmensas deudas, desempleo de un 9,1%, temores de una recesión en recaída; el hombre en el timón, que predicó “la audacia de la esperanza” para llegar allí, enfrenta ahora un frente interior más débil que en esa terrible mañana de un martes el 11 de septiembre de 2001.

Imperio en decadencia


El enemigo es interior, y tampoco es una “célula de topos musulmanes”. Es un producto nacional. Es la codicia. Es el Partido Republicano que engendra una pesadilla que llama el Tea Party. Si durante la era de Bush (2000-2008) el mundo estaba amenazado por los neoconservadores, la era de Obama sufre la plaga de un Tea Party que hace que los neoconservadores parezcan mininos. Si los neoconservadores fueron psicópatas que tomaban apuntes de las conferencias de Leo Strauss por la dominación global, esos sociópatas del Tea Party apuntan al fundamento mismo de una sociedad civil.
La década marca una espiral descendente: Los republicanos engendraron a los conservadores, los conservadores engendraron a los neoconservadores, y los neoconservadores engendraron el Tea Party. Pensábamos que Newt Gingrich era una antigüedad. Ahora tenemos que descifrar a Rick Perry. Los ataques criminales del 11-S desataron el terrorismo contra el mundo auspiciado por el Estado de los neoconservadores, y el terror del Tea Party amenaza ahora con inhabilitar la función misma del aparato del Estado y con él la estructura misma de la sociedad civil.
Su favorita, la representante de Minnesota Michele Bachmann, acaba de ganar el sondeo informal de opinión en Iowa, agregando ímpetu a su campaña evangélica fundamentalista a la presidencia. Sarah Palin fue un señuelo. Esta vez el Reino Unido debería enviar acá un “súper-poli” (¿James Bond?) para solucionar los disturbios políticos. Imaginad el predicamento del mundo: Escapáis de una república islámica, teméis un Estado judío y su correspondiente fundamentalista hinduista, para terminar en un imperio cristiano en el que el pastor de la Florida, Terry Jones, quema el Corán y el sionista cristiano John Hagge se prepara para el Apocalipsis, antes de que el reverendo Harold Camping revelara que en realidad el “Rapto” tendría lugar el 21 de mayo de 2011, y el mundo se acabaría.
El imperio, ¿qué imperio? Olvidad a los terroristas musulmanes, China, a la que EE.UU. debe más de lo que puede pagarle de vuelta, pide ahora que EE.UU. encare sus “problemas de deuda estructural”, solicitando incluso supervisión internacional sobre el dólar estadounidense. El senador Joseph McCarthy (1908-1957) se revuelca en la tumba.
Todo esto le suena a chino en Nueva York. Nueva York no es una ciudad. Es una aparición, un fantasma, una visión, un puesto avanzado fronterizo de un territorio que aún no ha sido conquistado, poseído, nombrado. Los estadounidenses habrán conquistado y colonizado antes otro planeta que afirmar que Nueva York sea la capital de su imperio. No lo es. Nueva York es revoltosa –es un caballo de Troya– su barriga repleta, no de terroristas, sino de inmigrantes insomnes, esclavos del trabajo, todos con una fuerte dosis de estímulo.
La capital de este supuesto imperio está en otra parte, un sosia arquitectónico romanesco que se encuentra torpemente con la desamparada élite sureña, conservado dentro de la carretera de circunvalación por temor a contaminar el resto del mundo. La ciudad de Nueva York está más alejada de Washington DC que de la luna. Washington DC es J Edgar Hoover. La ciudad de Nueva York es Joe Pesci.

La ciudad de Nueva York: en una clase aparte.



La ciudad de Nueva York es la encarnación física de su propia reunión del recuerdo, porque de otra manera no tendría memoria en absoluto. Está gloriosamente afligida por un corto período de atención. No recuerda nada. Es drásticamente diferente de Londres, París, Teherán, El Cairo, Casablanca, Estambul, o cualquier otra cosmópolis. La mejor manera de comparar la ciudad de Nueva York con otras ciudades importantes es en la víspera de Año Nuevo. Paris tiene su Torre Eiffel, Londres su Ojo de Londres, Sydney su Puente del Puente de Sydney, etc. Se convierten en el centro de las festividades de víspera de Año Nuevo.
¿Y Nueva York? Times Square es un lugar vacío. No hay nada. Ningún monumento, ninguna estructura, ningún edificio. Lo único que define a Times Square en la víspera de Año Nuevo es la gente que se reúne para celebrar. Habiendo hecho sus celebraciones, hecho saltar sus corchos de las botellas de champán e intercambiado besos, se van a casa y duermen, y a la mañana siguiente no queda nada, excepto inmensos anuncios publicitarios que reptan sobre los muros, taxis amarillos y autobuses turísticos que se arrastran en ambas direcciones por Manhattan. En el centro de Times Square no hay nada, como en la Plaza Tahrir. La gente la define –la gente forma un improvisado monumento humano en su centro– y cuando se va, también se va el monumento, por eso la gente permaneció en Tahrir hasta la partida de Mubarak. Si fuera a haber una revolución en EE.UU. tendría que comenzar en Times Square: ¡Silmiyya!, ¡Silmiyya!
Nueva York no ostenta su carácter. Se ajusta a cualquier carácter. París tiene una actitud de “tómalo o déjalo”, también Londres, Estambul, Mumbai, o Tokio. No Nueva York. Nueva York es demasiado grande para ser arrogante de esa manera. Si visitas Nueva York, te podrá cautivar y provocar –pero no te fastidiará– porque Nueva York es excesivamente tímida, y ha creado la fachada de todos esos brillantes letreros publicitarios para cubrir su pudor. Para cubrir su timidez ante extraños, pretende estar ocupada haciendo otra cosa –siempre otra cosa– pero te observa atentamente, desde algún sitio arriba en uno de esos rascacielos.
Pero si llegas para vivir allí, Nueva York te trata de manera diferente, con respeto, se abre ante ti, te muestra todos sus rincones –tratando todo el tiempo de entenderte– quién eres, qué quieres, dónde quieres estar, cuándo insomnio ha invertido la suerte en tu persona. Entonces, antes de que lo sepas, Nueva York te envolverá, se convertirá en tu ciudad y nunca serás capaz de vivir en algún otro sitio. Nueva York no pertenece a ningún imperio. Es una ciudad fronteriza compuesta de masas de millones de inmigrantes insomnes, recuerdos de sus padres y del lugar de nacimiento de sus hijos, después de haberse formado un cuadro de la imagen perfecta de sus sueños florecientes que llaman “Nueva York”. Nueva York es el gorjeo del planeta tierra hacia la posibilidad de vida en nuestra galaxia.
El alma que sale a la superficie de la ciudad de Nueva York es auto-regeneradora. Muere cada noche y vuelve a nacer de sus cinco distritos cada mañana, y no recuerda nada. Nueva York es inmemorial, le importan un pito las historias, porque está ocupada haciendo y rehaciéndolas. Cuando los sionistas militantes ocupan la Quinta Avenida para ostentar su poder en el “Día de Saludo a Israel”, a solo unas pocas calles de distancia del desfile los neoyorquinos miran El tiempo que queda del principal cineasta palestino Elia Suleiman. Sionistas frustrados, al ver a Edward Said atrayendo atención global para la causa palestina desde la Universidad Columbia en la ciudad de Nueva York llamaron a mi universidad “Birzeit-en-Hudson”.
El cineasta iraní Amir Naderi, que ahora ha sido neoyorquino durante más de tres décadas, estaba filmando su exquisito homenaje a Nueva York, Marathon (2002), precisamente durante el aciago año 2001; una de cuatro cintas que ha hecho en su querida ciudad, mientras era una inspiración para el tan celebrado cineasta iraní-estadounidense, Ramin Bahrani, cuyo Man Push Cart Un café en cualquier esquina (2005) y Chop Shop (2007) están entre las primeras visiones post 11-S de la Ciudad desde el mirador de sus inmigrantes trabajadores, desde dentro y fuera del Imperio. Entre Amir Naderi y Ramin Bahrani, Nueva York ha revelado su alma auto-regeneradora a sus inmigrantes nativos, mientras Zach Snyder y Hollywood imperial estaban ocupados filmando en 300 la imagen en CHI (interface común de salida) de sus falsas ilusiones juveniles.
Nueva York es algo serio. Y cómo descubrió del modo más difícil Dominique Strauss-Kahn, te saldrá muy caro si tratas de falsearlo.
Nosotros, los neoyorquinos, no recordamos ni perdonamos a la pandilla de criminales que violaron la física y la poesía de las Torres Gemelas, no puedes perdonar lo que no puedes recordar, y para esa pandilla la suerte del anonimato es peor que la ignominia. Nosotros, neoyorquinos, denunciamos categóricamente el abuso neoconservador de nuestra pena para librar la guerra contra la humanidad. Para muchos de nosotros en Nueva York, Osama bin Laden y Donald Rumsfeld son la misma charada con banderas diferentes, un alma perturbada en dos cuerpos torcidos. Uno de ellos ha encontrado ahora a su creador, al otro deberían procesarlo por crímenes contra la humanidad.
Rumsfeld hizo a Bagdad algo cien veces peor que lo que Muhamad Atta hizo a Nueva York, y cien mil veces peor en el Siglo XXI de lo que el señor de la guerra mongol Hulagu hizo a Bagdad en el Siglo XIII. Puede haberse salido con la suya, pero no EE.UU. En el marco de una década, y precisamente debido a la “campaña de conmoción y pavor” lanzada por Rumsfeld, EE.UU. ha pasado de la presunción de superpotencia al reconocimiento desalentador de su bancarrota económica, su impotencia política y su irrelevancia global, con la aparición democrática de la Primavera Árabe que sacó a la luz por igual la simple banalidad de su poder militar y de su Estado-guardián de Israel.
Contra la avalancha de recuerdos e identidades, un neoyorquino es solo un neoyorquino, ciudadano de una Ciudad-Imperio compuesta de muchas razas, credos, y nacionalidades, judíos, cristianos, musulmanes y benditos ateos, si no árabes, iraníes, afganos, paquistaníes, turcos, coreanos, chinos, africanos… y desde todas y cada una de las salidas del New Jersey Turnpike que puedas contar o imaginar.
En el décimo aniversario del 11-S, el Memorial y Museo Nacional del 11 de Septiembre ubicado en el lugar del World Trade Center, en la antigua ubicación de las Torres Gemelas destruidas en los ataques del 11 de septiembre de 2001, planifica la inauguración de un importante hito. Un bosque con dos estanques cuadrados en el centro, diseñado por Michael Arad, un arquitecto israelí, sobre las huellas de las Torres Gemelas, debe conmemorar los gigantes caídos y las víctimas que perecieron ese día. El diseño es sombrío y majestuoso.

La política del duelo.




¿Pero qué se supone que recordará exactamente el memorial en una ciudad que crece sobre tantos recuerdos que evocar cada noche y así se levanta por la mañana después de olvidarse por completo? Si miraras, estos días, la punta sur de Manhattan, podrías notar el crecimiento imperceptible de una nueva construcción, de lo que pronto será la pieza central de la Zona Cero resucitada, de 541 metros de alto, como el hijo recién nacido de dos padres afganos o iraquíes muertos en la campaña de “terminar Estados” mediante “conmoción y pavor”.
Poco después de los horrendos eventos del 11-S, Jacques Derrida presentó una conferencia pública en la Universidad Columbia, en la cual habló del “duelo de lo político”. El sabio argelino estaba enseñando a su público ese día, en un auditorio en el que solo había sitio de pie, que lo que estábamos presenciando en EE.UU. no era solo el duelo por los que perecieron en 11-S, sino que en realidad estábamos llevando luto por la noción misma de “lo político” tal como lo hemos conocido. Al concluir su discurso un curioso miembro del público le preguntó, directa y públicamente, si pensaba que “la política del duelo” que estábamos presenciando en la ciudad tal vez se adelantaba al “duelo de lo político”. Consideró la pregunta, exquisita y públicamente, ni siquiera para su propia satisfacción. Dijo que no poseía una bola de cristal. Nueva York es una bola de cristal.
Los eventos del 11-S podrían haber llevado a EE.UU. al seno del mundo si, como había enseñado Derrida, hubiéramos permitido un duelo adecuado de “lo político” tal como lo habíamos conocido, y cómo nos ha marcado. Unos días después George W. Bush estuvo en el lugar del 11-S, su maquinaria bélica aceleraba a full, los embustes neoconservadores del Proyecto para un Nuevo Siglo Estadounidense estaban desempolvando sus planes de dominación del mundo, y la política del duelo (hasta hoy, y marcada por un arquitecto israelí que hace guiños a una atrocidad musulmana) ha impedido ese duelo de lo político.
El alma herida de Nueva York fue restaurada en la noche del 11-S, mientras Kandahar, Bagdad, Gaza y Beirut esperaban a que las quemaran. El miércoles por la mañana, 12 de septiembre, Nueva York había vuelto a la normal, ronroneando, canturreando, trabajando, sintiendo, construyendo, inconsciente, como siempre, de la “historia”. Nueva York muere con la muerte de cada neoyorquino y renace con el nacimiento de cada niño en sus cinco distritos. Lloramos la muerte de los neoyorquinos que hemos perdido en y por la bendición de los neoyorquinos que nos nacen cada día.
Nueva York no es una ciudad imperial. Es la Ciudad Imperio, un imperio propio. Ninguna otra ciudad de EE.UU. se le parece y por lo tanto todas quisieran parecérsele. No es EE.UU. Es lo que EE.UU. quisiera ser pero no puede. Es lo peor respecto a EE.UU., que siempre existe la esperanza.

Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Hamid Dabashi es profesor Hagop Kevorkian de Estudios Iraníes y de Literatura Comparativa Contemporánea en la Universidad Columbia de Nueva York. Su próximo libro: The Arab Spring: The End of Postcolonialism debe ser publicado por Zed en abril de 2012.

Fuente: Rebelión 

El conflicto en Syria 

MATEO EL EVANGELISTA_ BITÁCORA DE CAYETANO ACUÑA

  MATEO EL EVANGELISTA. MATEO EVANGELISTA Mateo el Evangelista , en   hebreo   מתיו הקדוש (también conocido como   Mateo Leví ,   Leví de Al...